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domingo, 24 de abril de 2016

LA SANGRE DE LA ORQUÍDEA. (James Hadley Chase)

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LA SANGRE DE LA ORQUÍDEA (The Flesh of  The Orchid)
James Hadley Chase
TRADUCCIÓN: Lucrecia Moreno y María Faidella
EMECÉ EDICIONES
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Esta historia, digna secuela de la magnífica “No hay orquídeas para Miss Blandish”, es parte de la vida de Carol, nieta del millonario Blandish e hija póstuma de Miss Blandish. Recuérdese que la hija de Blandish fue raptada por un depravado loco -Slim Grisson- y que estuvo en sus manos unos cuatro meses. Miss Blandish se suicidó, se arrojó desde una ventana antes de que su padre se comunicase con ella. Murió a consecuencia de sus heridas. Antes de morir, sin embargo, la muchacha tuvo una hija, Carol. Criada por padres adoptivos, a los diez años se volvió taciturna y comenzó a tener violentos accesos de furia. A los diecinueve fue declarada insana e internada en una institución psiquiátrica. Blandish le legó en herencia una suma de seis millones de dólares, eso sí, con algunas condiciones en su voluntad.

La novela comienza cuando Carol escapa del sanatorio psiquiátrico Glenview, al año y poco de ser internada allí. Las personas que anhelan la herencia de John Blandish deben encontrarla en dos semanas o el dinero, según las disposiciones testamentarias de aquél, irá a parar a Carol. Steve Larson, un granjero solitario que se dedica a la cría de zorros plateados, de regreso a su granja –Silver Fox- junto a su hermano Roy, se tropieza con un camión destrozado junto a la carretera. Ve a Carol en él y se la lleva a su granja. Roy, egoísta contumaz, comienza a pensar en la obviedad de los sucesos. Una noche trata de acercarse a Carol, pero ella le ciega con sus uñas. Tan pronto como Roy pierde la vista, Carol huye. 

Los hermanos Sullivan (Max Geza y Frank Kurt), dos cuervos negros que trabajaron con anterioridad en un circo lanzando cuchillos en la oscuridad, están al acecho en busca de Roy. Incluso después de haber cometido más de dos docenas de asesinatos, la policía no tiene ninguna evidencia de ello. Lo cierto es que se presentan en la granja y asesinan a Roy. Steve, junto a Carol, huye en su coche. Así que ahora los hermanos Sullivan deciden asesinarlos a los dos. Aparece en escena un periodista -Phil Magarth-, que siguiéndole la pista a los cinco mil dólares que se ofrecen en recompensa por la captura de Carol, decide involucrarse en el asunto. Carol es capturada por un médico local que ha visto la noticia en los periódicos, y avisa a la policía. Magarth la ayuda a salir del trance y luego recluye al herido Steve en casa de su amante Veda, una mujer adinerada que anhela casarse con él. Los hermanos Sullivan se presentan allí y pasaportan al otro barrio a Steve Larson y a dos policías que vigilan la casa. Carol, sometida a la terrible tensión generada por la muerte de su amado Steve, adopta la personalidad de insana, y ciega a Frank Kurt. Hasta aquí llega el desarrollo más importante de la historia. A partir de este momento uno siente como si se encontrara ante una aventura totalmente nueva. Carol roba a Max todo su dinero, hecho que le provoca a éste una apoplejía. Carol, a su vez, es atacada en su habitación de hotel por un intruso, y ambos –Max y Carol- son internados en el mismo hospital, en habitaciones enfrentadas. Incluso en una situación de este tipo Max se entera de que Carol se encuentra en el mismo hospital que él y decide asesinarla. ¿Tendrá éxito? Los acontecimientos finales se suceden a una velocidad y con una tensión de infarto. Los hermanos Sullivan generan mucho miedo, especialmente Max. Él realmente horroriza. 

«La sangre de la orquídea» tiene suficientes argumentos por si sóla para ser una excelente novela. Pero de ninguna manera podemos compararla con su precuela, “No hay orquídeas para Miss Blandish”, una de las narraciones más fascinantes que ha engendrado jamás la novela negra. Es, eso sí, una ficción al más puro estilo “hard-boiled”, un relato duro, cruel, con crímenes y revanchas, y todo ello a un ritmo endiablado desde su inicio hasta la última página. Es ésta una historia mucho más sórdida y brutal de lo que sugiere. Contempla asesinatos, un número no evaluable de homicidios y agresiones, -como la que Carol aplica a Roy, a quién llega a dejar ciego-, la humillación de la propia  Carol Blandish, y muchas más tropelías de la misma especie. Como conclusión podemos considerar que el relato da por sentado que la corrupción es la conducta humana más completa.

«La sangre de la orquídea», como todas las obras de Hadley Chase, está cargada de una sexualidad explícita, que se manifiesta constantemente en el lenguaje y las actitudes de los personajes. El tratamiento sádico que Chase aplica a la mujer en sus historias le acarreó múltiples problemas con las autoridades y los críticos del momento. Las feministas podrían decir mucho acerca de la visión de Chase sobre los roles sexuales de la mujer. A diferencia de la mayoría de los libros que se ocupan del sadismo sexual, «La sangre de la orquídea» pone el énfasis en la crueldad y no en el placer. 

Los verdaderos puntos álgidos de la narración hay que buscarlos  en las atrocidades cometidas por unos hombres sobre otros hombres. Todo el tema gira en torno a la lucha por el poder y el triunfo de los fuertes sobre los débiles. Los grandes mafiosos acaban con los más pequeños tan despiadadamente como el pez grande engulle al chico en un estanque. 

La moralina a la que están sujetas sus tramas, su homofobia, su misoginia, sus conservadoras manifestaciones ideológicas, sus inverosímiles rescates y heroísmos, sus repetitivas estructuras narrativas, convierten a Chase en un escritor discordante y contradictorio. No obstante, ¿quién es capaz de negarle a este autor su capacidad de seducción y su poder de mantenerla página a página hasta el final? 
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sábado, 16 de abril de 2016

EL SECUESTRO DE MISS BLANDISH. (James Hadley Chase)

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EL SECUESTRO DE MISS BLANDISH. (No orchids for Miss Blandish)
James Hadley Chase
TRADUCCIÓN: Joaquín Urrieta
ANAGRAMA - COLECCIÓN COMPACTOS
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«El secuestro de Miss Blandish, (No orchids for Miss Blandish) (1939)», fue la primera de la interminable lista de novelas que publicó James Hadley Chase a lo largo de 40 años de vida  profesional. Chase escribió su primer libro cuando contaba 32 años de edad. Basándose en la cultura estadounidense de la Gran Depresión, la Ley Seca y el Crimen Organizado decidió probar suerte con la novela negra y en seis semanas, con la ayuda de un mapa y de un diccionario de argot americano, dio a luz esta espléndida composición titulada irónicamente en inglés «No hay orquídeas para Miss Blandish», en la que saca provecho de la popularidad que en Gran Bretaña obtuvo la delincuencia americana importada de la ficción después de la Segunda Guerra Mundial.

La historia está ambientada en esos desagradables Estados Unidos de la América sin ley de la década de los 40, y gira en torno al secuestro de la joven Miss Blandish por un grupo de matones, cuadrilla que de inmediato la deja en poder de una organización más grande y mejor dispuesta, dirigida por el sádico sexual e impotente Slim Grisson y su madre Ma Grisson, una mujer regordeta y sin escrúpulos. Ya desde las primeras páginas tenemos conciencia de que  Miss Blandish es una bella heredera. La imaginamos entrar en el club Golden Slipper envuelta por el brillo de su cabellera rojiza, con su piel blanca, sus grandes ojos y un impresionante collar de perlas, transformada en una doble tentación.

El padre de la señorita Blandish contrata a un ex periodista, –Dave Fenner, embarcado ahora en las tareas de detective privado-, para rescatar a su hija. A lo largo del camino hay numerosas escenas de torturas, de asesinatos, de violación; secuencias en que las ametralladoras y granadas de mano son utensilios de uso común, escenas de suicidio y, ¿por qué no?, referencias a la infancia de Slim Grisson más allá del tiempo, cuando de pequeño cortaba animales vivos con un par de tijeras oxidadas.

Al igual que ocurrió con el controvertido «Yo, el jurado» de Mickey Spillane, que aparecería sólo unos pocos años más tarde, «El secuestro de Miss Blandish» se convirtió rápidamente en un éxito editorial. Solo en Gran Bretaña vendió más de medio millón de copias. Puede que la novela haya sido considerada vil y enferma por algunos, pero los británicos, luego de someterse al bombardeo constante de los nazis, necesitaban desahogos como éste.

A pesar de su popularidad, el libro conquistó mucha hostilidad por parte de los críticos, no sólo por su violencia sino por ser considerado el personaje de «Miss Blandish» una copia flagrante del de la joven «Temple Drake», de la novela «Santuario» de William Faulkner. En ella Temple Drake, desvergonzada y hermosa hija de un juez, tras ir a parar al escondrijo de unos contrabandistas de alcohol, se encontrará con el gánster Popeye, hombre física y moralmente atrofiado, que la desflorará con una mazorca para confinarla después en un prostíbulo. Las semejanzas están ahí para quien quiera verlas. De hecho, las acusaciones de plagio persiguieron a Chase durante toda su carrera, hasta el punto que con el tiempo tuvo que pedir disculpas públicamente a Raymond Chandler por incluir secciones completas de los trabajos de éste en «Blonde's Requiem», novela publicada en 1946. En cualquier caso no se puede discutir que Chase sabía elegir sus referentes.

Pero el libro también tiene sus defensores literarios, sobre todo George Orwell, quien en 1944, en su ensayo “Raffles y Miss Blandish”, afrontó la violencia y la brutalidad en la novela negra americana, y el creciente apetito británico hacia ella, catalogando al libro como “una brillante pieza de escritura”, con apenas una palabra o una nota discordante. 

El hard-boiled más duro y las representaciones más realistas del crimen siempre terminaron por idealizar al criminal. La visión artística de la delincuencia en la literatura es un poco abstracta, romántica, existencial, y oscuramente macabra. Sin embargo, «El secuestro de Miss Blandish» se burla de todo ello. Hay aquí un entendimiento instintivo de la criminalidad y de las profundidades más bajas, que va más allá de cualquier teoría imperante. Esta evaluación es más marcada en el tratamiento que Chase da a la banda Grissom. Todos ellos, desde la feroz matriarca Ma Grissom hasta su hijo, el psicópata Slim, son personajes éticamente muertos. Todos ellos, incluyendo a las mujeres criminales, ven la violación como un acto sexual normal, la crueldad sádica como un medio para un fin, y el asesinato como una áspera payasada dedica a una ganancia financiera. Es verdad que para la casi la totalidad de los criminales de este libro, el odio es amor; es ésta la norma en todas las circunstancias.

El núcleo de la novela gira en torno al dopaje y la ingestión de drogas -probablemente mezclas de morfina y anfetaminas- suministradas por Ma Grissom a Blandish. Todo ello para que su hijo psicópata, Slim, que es impotente e incapaz de unas relaciones normales, pueda abusar de ella de forma pedofílica. Ma sugiere que la violación de la chica puede ser la respuesta a la impotencia de su hijo. Miss Blandish es el único personaje completamente inocente en esta narración. Ella es prácticamente una niña, una pátina sobre la que los otros personajes proyectan sus insuficiencias.

En «El secuestro de Miss Blandish» hay una ausencia total de cualquier entrada feminista: No hay diferencia entre hombres o mujeres criminales en este sentido. Las dos archicriminales femeninas, Ma Grissom y Anna Bork, se comportan exactamente igual que sus colegas masculinos en todos los aspectos. 

En el transcurso del desenlace del libro todos los delincuentes son exterminados por los detectives privados y los policía uniformados. No hay piedad; los derechos humanos de la banda Grissom no existen en la conciencia de estos agentes de la ley. Slim Grissom es abatido por una lluvia de fuego en su enfrentamiento con la Policía. No se podía esperar otra cosa. No hay redención para él. La muerte es su única solución. A medida que cae a tierra cubierto de sangre los hombres del FBI lo rematan con fuego de ametralladora. Miss Blandish, por su parte, es un espectro de sí misma, ha perdido la inocencia para siempre y no puede regresar a su mundo; su mundo y su padre la esperan, pero ella es otra persona, ha bajado a los infiernos y de allí no ha regresado nadie hasta el presente.

Como se ha dicho muchas veces, la novela negra es un espejo de nuestra sociedad. Y por otra parte los libros son un producto de su tiempo. «El secuestro de Miss Blandish» no es menos. La novela está llena a rebosar de whisky, de pistolas y de brutalidad. Tal vez ahora todo ésto suene a tópico, pero en 1939 no debía de serlo tanto. Sí, «El secuestro de Miss Blandish» es una narración controvertida en cuanto al tratamiento de “la sexualidad y la violencia”. Pero ahí quizás es donde radique su verdadero interés. 
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domingo, 10 de abril de 2016

DOROTHY B. HUGHES: UNA ESCRITORA A DESCUBRIR

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Nacida el 10 de agosto de 1904 en Kansas City (Missouri), Dorothy B. Hughes –de soltera Dorothy Belle Flanagan- sustituyó su apellido –Flanagan- cuando se casó con Lewis Hughes en 1932. Hughes fue una escritora norteamericana que ejerció de poeta y crítica literaria, así como de profesional de la ficción criminalística, y que pasa por ser autora de catorce novelas negras y un libro de poemas. Hughes se doctoró en periodismo en la Universidad de Missouri en 1924 y escribió para los diarios «Los Angeles Times», el «New York Herald Tribune», y durante cuarenta años «The Albuquerque Tribune». Sus primeras novelas fueron demostraciones patrióticas de la problemática nazi y la degradación europea, pero a mediados de los años cuarenta su novelística, sin abandonar la panorámica de la raza en el oeste de Estados Unidos, bebió de la fuente policial. Así, su quinta novela, «The Blackbirder», publicada en 1943, sigue las peripecias de un refugiado de la Francia ocupada por los territorios de Arizona, donde vive protegido por una familia de indios de Tesuque. (Tesuque es un lugar ubicado en el condado de Santa Fe, en el estado de Nuevo México. Hughes vivió en Santa Fe durante la mayor parte de su vida). “Ride the Pink Horse”, publicada en 1946, que fue llevada al cine y protagonizada por Robert Montgomery, se desarrolla durante la fiesta de tres días que conmemora la reconquista española de nuevo México en 1692. Al año siguiente vio la luz la que hoy se considera su obra más famosa, «In a Lonely Place» (En un lugar solitario), germen de la película de Nicholas Ray protagonizada por Humphrey Bogart; un retrato psicológicamente complejo de un asesino en Los Ángeles. Hughes dejó a un lado la escritura para cuidar a su familia en 1952 y regresó en 1963 con «The Expendable Man». Fue ésta su última obra de ficción.

Dorothy B. Hughes eligió un reto diferente al de cualquier otra escritora de su tiempo: el de una mujer blanca que cuenta historias de y desde los puntos de vista de los psicóticos, las mujeres negras, los hombres españoles, los nativos americanos, los músicos de jazz, las mujeres de moda, los soldados, los médicos... Sus libros fueron ampliamente elogiados por la atmósfera de miedo y suspense que crean y, paradójicamente, criticados en el momento de su edición, como ocurrió cuando el New York Times comentó de «The Fallen Sparrow» (1942): “crea un conflicto de situaciones que va más allá del esquema de la novela policíaca”. La realidad es que el crimen nunca fue algo que interesase a Hughes; para ella «el mal» consistía en ser intolerante con los demás. Con sus poderes poéticos para la descripción, Hughes hizo del mal una enfermedad de la mente y un paisaje que se debe vigilar.

«In a Lonely Place» (1947) estableció un modelo para cientos de escritores posteriores, anticipándose incluso a «El asesino dentro de mí» (1952) de Jim Thompson, a la hora de ubicar al     lector dentro de la cabeza febril de un asesino. Pero, a diferencia de Thompson y muchos escritores posteriores, Hughes dirigió su mirada hacia el interior sólo para luego redirigirla  hacia el exterior. Ella poseía una mente abierta, no sólo sobre la naturaleza de los delitos sexuales, sino también sobre el complicado medio ambiente de la América posterior a la Segunda Guerra Mundial. Hughes insinuó su intención desde el principio, llamando a su asesino, con un guiño de complicidad, Dixon «Dix» Steele. Veterano de la Segunda Guerra Mundial, donde sirvió como piloto de combate -quizás la más glamorosa de las ocupaciones militares-, Dix es un guionista del montón; débil, neurótico, desilusionado, amargado, inestable y violento. Con fama de conflictivo, tiene que afrontar la difícil tarea de adaptar al cine un libro de nula calidad literaria. Casualmente se entera de que Mildred, la chica del guardarropa del bar que frecuenta, ha leído la obra en cuestión. Decide entonces llevársela a su casa para que le cuente el argumento. Pero, a la mañana siguiente, el detective Brub Nicolai se presenta en ella y le comunica que Mildred ha sido asesinada, convirtiéndose Steele en el principal sospechoso. Poco después, durante el interrogatorio al que le somete la policía, Steele conocerá a su vecina -Laurel Gray-, una mujer muy atractiva que acaba de salir de una experiencia fallida de vida en pareja. Laurel asiste a la policía, en calidad de testigo, al admitir que “vigila” de vez en cuando la ventana de Steele ya que siente una “curiosa atracción por él”. La sospecha y la incertidumbre sobre si Steele tuvo algo que ver con el asesinato de Mildred pesarán sobre esta relación, así como sobre el resto de los acontecimientos de la novela. Dix Steele es quizás el más solitario de todos los personajes de Hughes. Un héroe que tras regresar de la guerra es incapaz de encajar de nuevo en la sociedad estadounidense de la posguerra y, sin nadie en quien confiar, sin terapia ni ayuda, y aparentemente sin ningún reconocimiento como el que otros hombres como él han sido capaces de lograr, desciende al asesinato y la misoginia, y vagabundea por las noches de Los Ángeles en busca de víctimas. La guerra y la barbarie que Stelle ha presenciado en Europa lo han reducido a la condición de sociópata. Se ha convertido en aquello contra lo que luchó y que es el tema principal de casi todas las novelas de Hughes.

Los relatos de Hughes se desarrollaron en su totalidad dentro del ámbito de los Estados Unidos. Su preocupación estuvo íntimamente ligada a la situación internacional, y su sensibilidad fue más europea que americana. De hecho, es difícil pensar en otro escritor contemporáneo estadounidense -hombre o mujer- tan preocupado por el empeoramiento de la realidad internacional y el acercamiento al fascismo como ella, exceptuando tal vez a Hemingway y Dos Passos.

Hughes fue, y sigue siendo, una desconocida para los seguidores de la novela negra tradicional. No obstante, su obra merece ser leída más ampliamente. Ella fue una escritora de transición. Su figura representó un alejamiento del hard-boiled clásico; de las novelas de ritmo frenético de Cain, Hammett y Chandler, que dominaron la década de los 30, en una búsqueda incómoda de la sensibilidad de la década de los 40. Su trabajo está más en concordancia con los escritores británicos de la época, tales como Graham Greene o Eric Ambler, -de hecho, su novela de 1942 «The Fallen Sparrow», está dedicada a Ambler-, una armonía que reconoció abiertamente en todas sus entrevistas. 

Hughes se vio influenciada por una amplia gama de géneros en la década de los 40. Ella estuvo originalmente preocupada por la poesía, lo que sin duda contribuyó a que su prosa fuera altamente lírica. La calidad de su escritura fue lo suficientemente buena para compensar sus frecuentes fallos de coherencia narrativa. En la lectura de Hughes es imposible descartar imágenes tomadas del expresionismo alemán, también presente en la obra de otros muchos europeos emigrados a Hollywood: todas esas calles oscuras, donde los hombres invisibles acechan en las sombras... Otras influencias contemporáneas presentes en su obra fueron el realismo poético francés, con sus héroes condenados y sus amores imposibles, y el existencialismo del absurdo. A pesar de vivir al otro lado del Atlántico, Hughes, mejor que cualquier otro escritor estadounidense de la época, fue capaz de captar la vaga inquietud y el inminente cataclismo del momento.

Sus novelas fueron redactadas un tanto apresuradamente, con giros de última hora y cambios de carácter, aunque el sentido y el olor de los últimos años de la guerra y sus secuelas inmediatas, están siempre presentes. Pero eso es, con todo, menos importante que lo que nos ofreció de forma persistente: un cierto estado de ánimo, la sensación de terror, de ser cazado o perseguido por fuerzas invisibles.

Una novela de Dorothy B. Hughes es siempre «una persecución». Es rara la vez que la narración comienza por el principio de los hechos; invariablemente el lector se incorpora a la trama en algún momento futuro. Ella apenas necesita tiempo para “sembrar” la trama; todo lo contario, los grandes giros y hechos cruciales caen sobre nosotros en momentos aleatorios. Cuando la acción se ralentiza, cuando se requiere una motivación, Hughes es capaz de incorporar una en que nos mete de nuevo en la trama. «In a Lonely Place» puede ser la más estructurada que sus novelas, aunque todavía adolece de cierto grado de improvisación. Sin embargo Hughes se las arregla para «mantenernos dentro de ella», a veces con un poco de miedo, de vez en cuando con un poco de desconcierto, pero siempre, al dar la vuelta a la página, permanecemos envueltos en la atmósfera sin igual que ella crea.

En última instancia, las novelas de Hughes gozaron del privilegio de esta «atmósfera inigualable» que planea sobre la trama, por lo que Hollywood la reclamó y, a menudo, trató de potenciar ese ambiente con argumentos más fuertes. Esto cambió después de la guerra: En «In a Lonely Place» nos tropezamos con un Dix Steele dotado de una más complejidad y una conflictividad interna superior a la de los personajes de sus novelas anteriores. Quizás sea debido a una mayor experiencia de Hughes como escritora (en esos momentos, 1946, ya había publicado nueve novelas). Pero también hay que considerar que la inmediatez de la guerra ya había pasado, y el sentido de urgencia, la necesidad de transmitir «miedo» se había erosionado. De cualquier manera, Hughes merece ser recordada como una «maestra de la atmósfera» capaz de capturar los estados de ánimo intangibles de la época y, al hacerlo, mostrar vívidamente el lado oscuro de la década de 1940.
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viernes, 8 de abril de 2016

LA MÁSCARA DE RIPLEY. (Patricia Highsmith)

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LA MÁSCARA DE RIPLEY. (Ripley Under Ground)
Patricia Highsmith
TRADUCCIÓN: Jordi Beltrán
ANAGRAMA (Colección Compactos)
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La segunda entrega de la serie Ripley –«La máscara de Ripley»,  Ripley Under Ground, (1970)- retoma la vida de Tom (como Highsmith siempre le llama), seis años más tarde de los acontecimientos acaecidos en su primera entrega. Ripley es un joven de unos 30 años, guapo, encantador y casado con Heloise, una hermosa y rica heredera francesa. Ambos viven en una gran villa -Belle Ombre- situada en un pueblo cercano a París; villa que fue entregada como regalo de boda por el padre de Heloise - Jacques Plisson- millonario y dueño de una empresa farmacéutica. Tom dedica su tiempo a la jardinería, la pintura, a viajar, la música, la poesía y a mejorar su francés. Heloise tiene un estipendio de su padre, y Tom tiene la herencia de Dickie Greenleaf, –recuérdese que, en «El talento de Mr. Ripley», Tom asesina a Greenleaf, asume su identidad y hereda su testamento-, pero además Tom se beneficia de unos ingresos derivados de su diez por ciento en la empresa Derwatt Ltd, empresa dedicada a la explotación de las pinturas de Philip Derwatt, un pintor en alza. 

Pero este porcentaje en la Derwatt Ltd. esconde una lucrativa estafa que considera la venta de cuadros falsificados. Un americano –Thomas Murchison-, coleccionista retirado y poseedor de un Derwatt, se presenta en Londres con «la muy sana intención» de demostrar que su cuadro es una falsificación. Las dos personas que dirigen la galería de Londres donde venden las pinturas falsas, socios de Tom, son un manojo de nervios. Sólo Tom es capaz de ver una salida a la catástrofe que se avecina. 

A Tom no le gusta el asesinato, pero la gente sigue obligándolo a matar. Highsmith nos lo hace ver con los ojos de Tom: «¿Al tanto de qué?, se preguntó. ¿Se trataba de la Derwatt Ltd.? ¿Y por qué tenían que advertirle a él precisamente?» se cuestiona Tom en el primer capítulo del libro. A quien se adentre en la lectura de las primeras páginas de «La máscara de Ripley» y desconozca la trama de la primera novela, ha de resultarle difícil asimilar que este joven simpático, de buen gusto, sea capaz de matar a nadie. Pero sin el dominio de «este arte», y su falta de escrúpulos para llevarlo a cabo, Ripley no sería Ripley.

No hay  nada que discutir sobre los asesinatos. Todo el que abre una novela de Ripley sabe, desde el principio, que Tom es un asesino. Esa es la grandeza que encubren los libros de Mrs. Highsmith: el contraste entre el exterior brillante de Tom y su oscuridad interior. El placer perverso del lector adquiere dimensiones extraordinarias al ver cómo éste burla la ley, y se convierte en cómplice de los interminables giros y vueltas que da su persona, de sus rabias repentinas y de su perfecta amoralidad.

«La máscara de Ripley» tiene dos puntos dramáticos culminantes,  cada uno de ellos cimentado en un asesinato. En el primero, Tom mata a un hombre en su bodega -le golpea en la cabeza con una botella de Château Margaux, un vino francés de leyenda-. El problema se presenta a la hora de sacar el cadáver de la casa, con varios huéspedes yendo y viniendo a su antojo y un ama de llaves francesa trajinando todo el día por ella.

Las peripecias de Tom con el cuerpo del difunto en su sótano se convierten en la más negra de las comedias. Su angustia finaliza –éso al menos piensa él- cuando un agotado Ripley entierra, con morbosa satisfacción, el cuerpo de su víctima en una tumba que ha excavado con nocturnidad y alevosía en un bosque cercano a su casa: «Una vez más Tom tiró de las cuerdas que sujetaban la envoltura del cuerpo. El cadáver cayó en el interior de la fosa con un golpe sordo que a Tom le pareció una música deliciosa. La tarea de echar paletadas de tierra sobre el cuerpo le resultó otro placer.»

Por el contrario, el segundo asesinato carece de cualquier atisbo de comedia. Esta vez, Tom deshecha esconder el cuerpo. Ya tuvo suficiente con su primera aventura. Su inquebrantable crueldad le lleva a la profanación monstruosa del cadáver. Quiere que lo localicen irreconocible, y para colmo se encuentra en el campo, sin las herramientas precisas para llevar a cabo su ocultamiento. Compra un poco de gasolina y trata de incinerar el cuerpo, -la “cosa”, como él la llama-, pero al final solo consigue ennegrecerlo, no calcinarlo. «Al volver la vista a la pira, la halló negra, rodeada de rojas ascuas. Las atizó hacia el centro. El cuerpo seguía siendo un cuerpo, Como incineración, había sido un fracaso.» Por último hace uso de una pala. Con ella rompe el cráneo al cadáver, y con un par de nuevos golpes consigue desprender la mandíbula. Luego raspa la cintura con la pala para arrancar un  pedazo de carne, que deposita en la maleta, con objeto de utilizarla para sus ulteriores propósitos.

La destrucción del cuerpo, contado con todo lujo de detalles, es tan salvaje, tan sorprendente, que cualquier lector, por muy mezquinos que sean sus sentimientos, no puede permanecer impasible ante tal atrocidad. El encantador y urbano Tom Ripley se presenta ante los ojos de aquél como una auténtica bestia. Aquí, como en tantas otras partes de la novela, Highsmith se deleita frotando ante nuestras narices los horrores que se encuentran latentes bajo la capa de barniz de la civilización. No hay nadie como ella para éso, es una auténtica artista, con unos dones literarios tan excepcionales como la rabia que la llevó a escribir ficción.

Highsmith quedó muy satisfecha con «La máscara de Ripley», (tengo que reconocer que prefiero el título original, «Ripley Under Ground», Ripley bajo tierra), y es fácil comprender por qué. Ese desquiciado vértigo, esa madurez en la farsa, esa sala grotesca de espejos, que plantea el libro, con la imitación de la obra de Derwatt por parte de Bernard y la suplantación de la personalidad del propio Derwatt por la de Ripley, hace recordar la estafa a la que Tom sometió a Dickie Greenleaf en «El talento de Mr. Ripley». (Derwatt, Dickie... ¿es una coincidencia que ambos nombres comienzan con “D”...?). Mrs. Highsmith teje una intrincada red de mentiras en «La máscara de Ripley», red que se ve reforzada con un poco de suerte, «la suerte literal del diablo». Y, ¡cómo no!, hará lo mismo en el próximo libro de la serie. Como agasajo a una excepcional novela -éste «Ripley Under Ground»- la tercera entrega, –«El juego de Ripley»-, es aún mejor...
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viernes, 1 de abril de 2016

EL TEMBLOR DE LA FALSIFICACIÓN. (Patricia Highsmith)

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EL TEMBLOR DE LA FALSIFICACIÓN. (The Tremor of Forgery)
Patricia Highsmith
TRADUCCIÓN: Maribel de Juan
ANAGRAMA (COLECCIÓN COMPACTOS)
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«El temblor de la falsificación» (1969) aborda un asunto muy familiar para Patricia Highsmith, «la falsificación como tema literario». Sin embargo, las falsificaciones en las que incurren los personajes de Patricia Highsmith son muy peculiares, éstas terminan por convertirse en una transformación “real”, en una reinvención de sí mismos. Esto es lo que le ocurre a Ingham, el protagonista de esta novela, quien, a raíz de su viaje a Túnez, sufre un vuelco en su manera de ser que le transforma radicalmente. 

Entre las preocupaciones recurrentes de Highsmith se encuentra el estudio de la psicología de la delincuencia, tema se analiza en detalle aquí. No obstante, su obsesión por la dualidad -ya sea en la personalidad, las costumbres culturales, o los puntos de vista políticos- destella con luz propia en esta narración. Howard Ingham, el protagonista de «El temblor de la falsificación» es un escritor en ciernes que aún no ha saboreado la gloria de la fama. El tema de la dualidad es tan reclamado en esta obra que lo encontramos no solo en el título del libro, sino también en el argumento de una novela que Ingham está escribiendo sobre un banquero que está malversando en secreto los fondos de su empleador. La delincuencia juega un papel importante en la vida de Ingham, al igual que en la de Dennison, el protagonista de su novela. Sabemos que Dennison es un criminal y un ladrón; lo que nunca llegaremos a saber es si Ingham es otro ya que, en la narración, queda en duda el hecho de que pudo haber matado a un hombre. Tal vez «El temblor de la falsificación» sea la más sutil e insidiosa de las novelas de Highsmith ya que es inusual la forma en que incorpora el comportamiento criminal a una supuesta trama sencilla. Hay robos, hurtos, ataques a un perro, una muerte violenta -sin duda un asesinato-. Aunque la delincuencia está presente, el mundo de Highsmith es un mundo de sombras, un mundo de eventos ambiguos y desconcertantes; donde las percepciones y los testimonios se contradicen entre sí a lo largo de la acción. Nunca sabemos qué punto de vista hemos de creer, incluso el de nuestro héroe, aparentemente inocente, nos produce dudas. Sin embargo, el crimen no es la preocupación principal de Highsmith. Nunca lo fue a lo largo de toda su obra. Esta novela es más un estudio de la disparidad cultural y política, y sus efectos sobre los residentes en un país extranjero. También es, curiosamente, algo así como un tratado sobre el amor, un discurso sobre el amor en todas sus formas, desde la amistad platónica al deseo erótico.

La reputación de Highsmith se basa en el desarrollo de la novela negra oscura, aquella que explora los motivos, el impulso criminal y el lado sombrío de la naturaleza humana. Ingham se encuentra en Túnez, a petición de un amigo –el director de cine John Castlewood - que le ha contratado para escribir el guion de una película que piensa rodar en ese país. Pero el guion pronto pasa al olvido cuando el director muere repentinamente en circunstancias sospechosas. Ina, amante de Howard Ingham, se toma su tiempo para contactar con él por carta y explicarle, de una manera vaga, las causas de la muerte súbita de John. A Ingham se le hace complicado decidir si debe volver a casa o permanecer en Túnez, en gran parte debido a las cartas «peculiares» y esporádicas que recibe de Ina. Cada vez que él le escribe derrama su amor en unas cortas líneas, pero las cartas que recibe de ella no están en consonancia con las suyas. Ella decide contar toda la historia de la muerte de John Castlewood después de repetidos intentos por parte de Ingham para que lo haga. Uno empieza a sospechar que Ina es cómplice de lo que al principio se describe como un accidente y después como un suicidio. Las epístolas de Ina dejan entrever cierta intimidad entre ella y Castlewood, que va más allá de la simple amistad. Mientras tanto Ingham se adhiere a su máquina de escribir, redactando página tras página de su novela sobre la duplicidad del banquero. Ingham le ofrece su amistad a dos  extranjeros residentes en Túnez. El primero, Francis Adams, es excesivamente amable; un personaje cuya soleada máscara encierra la personalidad de un fanático político y religioso que revela ser un intolerante de la peor especie. El otro es el artista Anders Jensen, de visita desde su Dinamarca natal y cuya mayor afición consiste en dormir con jóvenes árabes. Jensen tiene un perro llamado «Hasso» que también jugará un papel importante en esta historia. 

Desde que vive en Túnez, Ingham se ve gradualmente influenciado por la aparente ilegalidad e inmoralidad de los árabes que va conociendo. Él le dice a Ina: “... si a uno le roban cinco o seis veces, puede que tenga el impulso de robar a su vez, ¿no crees? El que roba un poco en los negocios, sale perdiendo, si todos los demás están estafando”. El descubrimiento, una noche, de un hombre muerto en plena calle cambia su comportamiento. Se da cuenta que es innecesario dar aviso a la policía y su indiferencia tiene consecuencias nefastas más tarde, cuando se ve obligado utilizar su máquina de escribir como arma arrojadiza contra alguien que trata de entrar en su bungalow. Ingham le comenta los acontecimientos, de una manera un tanto vaga, a su verdadero amigo y confidente, Jensen. Pero Adams se entera del ataque y empieza a sospechar que Ingham está tratando de encubrir el asesinato de un ladrón local que ha desaparecido recientemente. Por esos entonces Ina se presenta en Túnez a pasar sus vacaciones con Ingham. Su acercamiento a Adams -con quien comparte sus pensamientos- altera el tono de su visita de una reunión amorosa a una de sospecha, donde la desconfianza y la traición juegan un papel importante.

La novela se desarrolla a un ritmo muy lento, un ritmo muy apropiado para una historia lánguida, donde el desarrollo de las amistades, las conexiones, los afectos, la alegría y la felicidad encuentra terreno abonado para su florecimiento. En las páginas finales Highsmith revela unas cuantas sorpresas, algunas de las cuales han sido consideradas ambiguas por parte de la crítica. La misteriosa desaparición del ladrón árabe deja de ser de repente tan misteriosa e Ingham puede no ser el mal hombre que se cree. . .
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