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sábado, 21 de abril de 2018

NADA SUCIO. (Lorenzo Silva y Noemí Trujillo)

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NADA SUCIO
Lorenzo Silva y Noemí Trujillo
MENOSCUARTO EDICIONES
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SeisDoble es una curiosa y atrevida propuesta literaria de Menoscuarto Ediciones que tiene su fundamento en la frecuentada y célebre serie francesa «Le Poulpe» (El pulpo), la última gran ofensiva del neopolar, un proyecto colectivo surgido en los años noventa en Francia, en el que en cada cuaderno un autor diferente se hace cargo del mismo detective. La idea es una tentativa de recuperar el carácter popular de la novela negra, con unos relatos sin pretensiones, un mensaje político inequívoco y unos precios al alcance de las masas más populares.

Abre el fuego en este novedoso proyecto de la pequeña editorial palentina Menoscuarto un relato que, bajo la firma de Lorenzo Silva y Noemí Trujillo, recrea una trama relacionada con el acoso laboral. «Nada sucio», que así se llama la historia, nos regala a una investigadora a la que cuesta creerse del todo. Treintañera, recién separada de uno de esos novios que se pasan la vida liados con la mitad de las mujeres del barrio, y sin un  miserable duro que echarse al bolsillo, Sonia Ruíz se embarca en la carrera de detective con el ánimo constrictivo de sobrevivir. Desocupada y con una hipoteca descomunal a cuesta, Sonia decide explotar la ridícula experiencia que le han reportado dos meses de trabajo a la vera de un detective privado forjado a la antigua usanza. Para ello requiere a su viejo amigo Pau Soria, un muchacho de veinte años con tatuajes en brazos y piernas, que no aprueba una asignatura de la carrera ni por casualidad y que está negado para todo aquello que no tenga que ver con la informática. Sonia es quince años mayor que Pau (ella lo ha visto crecer y ejerció de canguro cuando él era pequeño), adquiriendo ahora su relación la categoría de «amigos sin derecho a roce». «Nada sucio» parece interponerse entre ambos,  aunque su relación de amistad por momentos parece ir más allá. Y es que «no se puede exigir mucho a los amigos, si lo haces corres el riesgo de quedarte solo».

De manera un poco irreflexiva Sonia concibe la disparatada idea de dedicarse de lleno a la profesión de detective y comienza -con la ayuda de Soria- por colgar un anuncio «en el lado oscuro de la red», allí donde no queda rastro de identidad alguna y donde pululan los que tienen algo que ocultar. No a mucho contesta una clienta, una cajera de supermercado que sufre el acoso de su jefe. Es este el nacimiento de una trama sencilla y a veces ingenua que, con algún que otro contratiempo (el acosador resulta más escurridizo y difícil de cazar de lo que en un principio se podía suponer y la víctima es menos inocente de lo que proclama) Sonia resuelve con ingenio para satisfacción de su clienta y una mayor placidez de su ánimo. Y digo con ingenio, por no estimar a expensas de su compañero Soria que, en definitiva, es quien con tres mil euros de nada, zanja el asunto.

Cierto es que la protagonista es una detective, particular y de nuevo cuño pero detective al fin, y que la narración maneja elementos clásicos del género (una encomienda por parte de un cliente que desea abstraerse de acudir a la policía y un delito a investigar), amén de contemplar situaciones crudas y despiadadas y alguna que otra muerte poco justificable. Cierto es que los personajes son afines al arquetipo policíaco más riguroso. Pero, no es menos cierto, que la trama es muy plana, resuma un manifiesto toque ingenuo e infantil que anula toda posibilidad de sordidez y resta credibilidad al conjunto, que, en definitiva, no termina de enganchar. Si llegar a imaginarse a una pardilla Sonia Ruiz, sin la más mínima cualificación profesional, implicada en arduos menesteres detectivescos se hace complicado, concebir a un Pau Soria bobalicón y descuidado a ratos y crudo y cortante en los momentos finales de la historia, una especie de Jekyll and Hyde poco creíble que termina ejerciendo de espía del CSI, es algo inimaginable. Un Pau Soria que, en un alarde de atrevimiento, se desplaza fuera de Madrid pretextando que su abuela anda metida en líos y remata la aventura a golpe de billetes. En «Nada sucio» nos quedamos con la inexcusable y molesta impresión de que éste –Soria- termina alcanzando más protagonismo que la propia detective.

Para tratarse de ciento cuarenta y tantas páginas de nada,  encuentro incómoda la desmedida cantidad de veces que se hace referencia al realista Bukowski y al líder de Extremoduro, Robe Iniesta (al que, por cierto, no he tenido el placer de escuchar), en un intento de acercar el producto a los ambientes urbanos y a los aspectos humanos más sórdidos, algo que está muy lejos de lograrse. Quizás el «pecado» de esta novela radique en su falta de realismo. ¿Cómo es posible que una mujer que nunca se ha visto sometida a agresión violenta alguna, cuya única relación con el mundo criminal fue un trabajo esporádico de dos meses al lado de un sabueso de segunda fila, se tropiece de pronto con una pistola en la sien y logre mantener la calma diciéndose a sí misma que el personajillo que tiene frente a sí no es un violador, que éstos actúan de otra manera? ¿Cómo rayos lo sabe si nunca ha sido víctima de violación alguna ni ha llegado a investigar un delito de este tipo...?

Quizás, y esto lo explique todo, yo tuve la osadía de acceder a la serie por el «El lado oscuro» que proponía Andreu Martín, una novela ésta sin fisuras con un excesivo e incómodo realismo que engancha al lector desde la primera línea, un producto redondo, sin más. Hay en él humor e ironía, escenas de riesgo físico y de sexo explícito. Una novela que convence... 
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sábado, 7 de abril de 2018

TARDE, MAL Y NUNCA. (Carlos Zanón)

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TARDE, MAL Y NUNCA
Carlos Zanón
RBA LIBROS, S.A.
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En «Tarde, mal y nunca», su segunda novela, Zanón hace gala de uno de sus mejores recursos: su habilidad para narrar historias de perdedores, de gente acabada, de gente gris, de gente que habita esos barrios populosos y marginales que pueblan su Barcelona natal, allí donde la estrechez se abre paso a empujones. En este caso le tocó el turno a Epi, un ser inestable y olvidado que no encontró mejor manera de darse a conocer que reventándole la cabeza a martillazos a su colega Tanveer Hussein, un marroquí de ojos turbios aficionado a las putas. Epi no quiso escandalizar al mundo con su gesta, ni siquiera llamar la atención de nadie. Es más, se diría que lo hizo todo con reservada delicadeza. Sólo que lo hizo, ¡y vaya si lo hizo! Le dio con todas sus fuerzas, con los ojos cerrados. De refilón en la clavícula en un primer momento y de lleno en plena cabeza para rematarlo. Su objetivo, el objetivo de Epi, ese que siempre  parece justificarlo todo, fue tan sencillo como la vida misma. Su objetivo no fue otro que el de recuperar a la mujer que se le escapaba entre las manos. Recuperar a Tiffany Brissette, la mujer de su vida.

Esta es, pues, la historia de Epi Dalmau y su hermano Alex, hijos ambos de un padre profesor de instituto, quien, un mal  día, aburrido de la vida, terminó por mandarse a mudar, y de una madre que, por pena o angustia o vaya usted a saber por qué, anegó sus días mucho antes de morir. También es la historia de una chica peruana, Tiffany Brissette, una mujer fatal de cejas tatuadas de azul, que tuvo la desgracia de cruzar su vida con la de un esquizofrénico sin diagnosticar. Es la historia de su hijo de soltera, Percy, Percy José, un colegial inocente con un nombre extravagante. En definitiva es la historia de un barrio de gente pobre, de un barrio con un bar, un bar de barrio, un bar de los de toda la vida, regentado por un viejo que mata las horas atizando el plasma con el mando a distancia. Un bar de esos en que «las ensaladillas rusas, los pulpos y los huevos languidecen bajo una superficie de cristal como cadáveres en su nicho». Un bar que frecuenta un africano que arregla todos los males. Y un paquistaní sonriente y medio borracho a quien Alá, Yavhé o vaya usted a saber quién situó en el lugar inadecuado en el momento menos oportuno y al que, por el simple hecho de existir, le endilgan un asesinato sin comerlo ni beberlo.

Despiadada, irracional e impactante, «Tarde, mal y nunca» se adentra en los ambientes marginales y recónditos de la Barcelona de los barrios para mostrarnos unos personajes con pocas luces y al límite de su existencia. Unos personajes acantonados en lugares ignotos donde se relacionan con lo más oscuro de la sociedad, allí donde privan las drogas, la violencia y la prostitución. Zanón no pone nombres reales a estos escenarios supuestos... porque, como él mismo dice, «da igual dónde, aunque tenía en mente la zona de Collblanc, limítrofe con Hospitalet, donde vivía uno de mis mejores amigos a los veinte años. Tenía en la cabeza aquella calle, Ventura Plaja, y un bar que llevaba un tal Ayala, un ex boxeador loco por el ajedrez. Él siempre me decía que tenía que probar el boxeo. Un trozo de su cráneo se hundía...» Lo cierto es que mientras se lee a Zanón uno se imagina vecino de ese barrio, vive los fracasos de los demás y es que... «Si uno pasa mucho tiempo en la selva conoce y distingue el silencio que siempre hace presagiar lo peor. En el barrio pasa lo mismo. En las tiendas y entre la gente se respira cuándo la calle está nerviosa o dormida. Es la pulsión que recuerda que debajo del asfalto y de los paneles de cemento, bajo los aparcamientos subterráneos y las mil y una historias encerradas tras cada puerta, permanece la esencia viva de la tierra, el fuego y el agua. Como un ángel negro de la memoria, casi todas las cosas que se cuentan o pasan tienen un eco en las paredes del barrio. Historias viejas, mitos, refranes, mandamientos, amenazas coléricas, consejos publicitarios».  

Epi y su hermano Alex, los dos Dalmau, uno loco y asesino y otro un esquizofrénico que oye voces dentro de su cabeza e imagina la silueta del Pato Donald en la puerta del vecino, algo así como «Cristo sobre las aguas» que diría su madre. Ambos criados en un barrio popular de Barcelona y dejados de la mano de Dios tras la muerte de la vieja, subsistiendo de la pensión y la ayuda familiar que les proporciona la falsificación de la fe de vida de esta. Dos criaturas abocadas al fracaso en una novela corta e intensa, llena de pequeños detalles, descripciones y frases de barrio. «La cabeza se llena de imágenes. De ellos con su padre a cambiar cromos en el Mercat de San Antoni, o aquella vez en la escuela que Epi se partió la cara en su defensa y también aquella otra en la que él no lo hizo y permaneció escondido en la clase, a oscuras, esperando a que pasara la pelea. Recordó las peleas que le había hecho a su madre con respecto a su hermano pequeño y a ésta, joven y bonita, yendo a buscarles al colegio o secándoles el pelo con una toalla rosa que olía a jabón. Aquellas películas que veían los cuatro juntos los sábados por la noche riéndose hasta morir.»

Crítica social, retrato costumbrista, violencia física, delito, muerto, investigación, acción a raudales y un contundente estilo narrativo, para bordar una dura historia, una historia fatalista  en la que todos pierden. Y todo ello con la marca «Zanón», una marca de calidad indudable.    
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