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martes, 22 de diciembre de 2020

CARTHAGE (Joyce Carol Oates)

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En cierta ocasión Joyce Carol Oates describió su novela de 1996, “We Were the Mulvaneys” (Éramos los Mulvaneys), como “una investigación sobre la misteriosa y aparentemente autónoma vida de la familia... las alegrías, las tristezas, las bromas y el humor, el dolor compartido y el anhelo de libertad, simultáneo al anhelo de vida doméstica”. Todo un tratado sobre existencias complejas que se entrelazan entre sí. Casi diez años después, Carthage explora un territorio similar. Zeno Mayfield, conocido abogado y ex acalde de la ciudad de Carthage, en el condado de Beechum, al norte de Nueva York, y su protectora esposa Arlette se enfrentan a una avalancha insoportable de presiones cuando su hija Cressida desaparece después de una noche inusual en una taberna ruidosa frente al lago Wolf´s Head, taberna frecuentada por moteros y matones locales.

El 10 de julio de 2005, Cressida -que al igual que la Criseida de la mitología griega tiene 19 años, es delgada y de talla pequeña-, hija menor de Zeno Mayfield, desaparece en la reserva Forestal Nautauga. Cuando la comunidad de Carthage, en el estado de Nueva York, se une al padre en su frenética búsqueda descubre al sospechoso más inesperado. El cabo Brett Kincaitt, de veintidós años, también de Carthage, es identificado por algunos testigos como el acompañante la noche del 9 de julio de la joven desaparecida. Kincaitt -en realidad un buen tipo- ha regresado   moral y psíquicamente reventado de la contienda de Irak, hecho que deviene en el fin de su compromiso matrimonial con la hermana mayor de la desaparecida.

Sería un error profundizar más en una trama ya de por sí compleja, pero hay que decir que Carthage no es el thriller de suspense que parece a primera vista. No cabe duda que hay suspense: ¿Cressida se perdió en la Reserva -un desierto de bosques y lagos- o fue secuestrada, y de ser así, es Brett Kincaitt responsable de ello? ¿Por qué Kincaitt rompió su compromiso con la encantadora Juliet? Estas preguntas se convierten de inmediato en foco de especulación en una ciudad tan propensa al chismorreo como Carthage, pero quedan otras, aún más exclusivas, sin respuesta. ¿Por qué Cressida, la hija inteligente  y difícil de los Mayfield, recibió el nombre de la pérfida Criseida, la concubina del griego Agamenón, cuyo destino fue que al final de sus días “nadie la amaba ni se preocupaba por ella”, mientras que su hermana Juliet (¿o quizás deberíamos llamarla Briseida?) fue concebida como la más romántica de las heroínas, alta, morena y con una mirada especial que hacía  derretir al más pintado? ¿Y qué trataba de comunicarnos Cressida cuando creó esos dibujos a plumilla, inspirados en los trampantojos del artista neerlandés Maurits Cornelis Escher, en los que figuras humanoides con aspecto de monjes evolucionan a formas abstractas en las que es posible reconocer a los miembros de la familia Mayfield?   

La complejidad de la sociedad no es nada comparado con la complejidad del alma humana, defiende en todas y cada una de sus obras Joyce Carol Oates. Y para muestra, un botón. Cuando Zeno conoce por primera vez a su futuro yerno, Brett Kincaitt, queda desconcertado por el deseo ferviente que este sostiene de servir a su país. Prácticamente ningún hijo o hija de los líderes políticos del momento se alista en las fuerzas armadas. Ningún joven con educación universitaria lo hace. Ya en 2002 se podía adivinar que la guerra de Irak sería librada únicamente por la clase baja estadounidense. Mientras tanto Juliet, e incluso Cressida a pesar de su aparente cinismo, desarrollan vínculos ingenuos y a la vez afectivos hacia Kincaitt.

Carthage es una historia de hombres y mujeres cegados por la fe, la injusticia, el dolor, la desubicación, la venganza y el desamor. El perfil psicológico de los protagonistas, sus motivaciones, el rio gélido o abrasador que discurre dentro de cada uno de ellos es descrito admirablemente por Oates. El cambio focal -de víctimas a responsables y de responsables a mártires- es llevado con temple por la escritora. Y es que Oates tiene mucho talento. Son los suyos libros levantados a pulso, con personajes cincelados al detalle, personajes que se ven, se escuchan pero a los que una pantalla interior mantiene aislados. Oates, como artista creador, dispone sus peones con meticulosidad. Al matón y a su víctima. Sus causas y sus efectos. La historia de los acontecimientos y la de los fundamentos y renuncias. Y todo aquello que no logra alcanzar con talento lo suple con oficio. Toda una delicia adentrarse en el universo personal, inquietante y violento de este portento de la narrativa.

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