Linda Millar |
Podemos
aducir sin miedo a equivocarnos que Kenneth Millar (Ross Macdonald) y Margaret
Millar (de soltera Margaret Ellis Sturm) fueron la pareja menos colaboradora de
entre las más célebres de la historia de la ficción criminal. Y no hay duda de
que las tensiones de su matrimonio, que se mantuvo longevo durante cuarenta y
cinco años y que incluyó la crianza de una hija, se vieron reflejadas en muchas
de las cincuenta y dos novelas que llegaron a producir en total. Los Millar
llegaron a confesarles a sus amigos que muchas de las mejores líneas de sus
pensamientos de ficción provenían de las discusiones mutuas que con asiduidad sostenían sobre los acontecimientos que rodearon
sus vidas.
Los Millar llegaron a sostener una
“competencia amistosa” que durante
muchos años les llevó a emparejar la fecha de
publicación de sus libros. Así, Kenneth fue el primero en imprimir
cuentos, poemas, reseñas y artículos para pagar la factura de maternidad del
hospital de su esposa allá por el treinta y nueve. Maggie, a su vez, fue la
primera en vender una novela de misterio “The Invisible Worm” –publicada en
francés bajo el título L´Invisible Ver- en el cuarenta y uno. Kenneth, por su
parte hizo lo propio en el cuarenta y cuatro con “The Dark Tunnel”.
Menos amistosas, sin embargo, fueron
las disputas que ambos sostuvieron sobre la forma de cómo educar a su hija.
Maggie estaba decidida a criar a Linda siguiendo los dictados del “conductismo”
que postulaba por que la niña obrara por su cuenta sin contar con el afecto de
los padres. Kenneth, por su parte, pensaba que esto era absurdo y dañino para
la menor. Los desacuerdos del matrimonio a veces se traslucían en enfrentamientos
físicos, algo que aportaba muy poco a la educación de la observadora Linda.
Con el paso de los años Linda se
sintió cada vez más fuera de lugar, más arrinconada en su casa. Sus padres
siempre estaban ocupados escribiendo y ella desempeñaba un lugar residual en
sus quehaceres. Los consejeros de la escuela primaria donde se instruía
advirtieron a Kenneth y Maggie sobre la inadaptación social de Linda. Era un
secreto a voces que esta se emborrachaba y mantenía relaciones sexuales de
forma frecuente. Sus padres no se dieron por enterados y esperaban que la
universidad fuera su salvación. Pero todo fue en vano. En 1956, Linda que
contaba dieciséis años por entonces, fue acusada de homicidio por un accidente
de tráfico con fuga en el que murió un peatón de cuarenta y tres años. Después
de tres meses de confinamiento en un hospital psiquiátrico y un intento de
suicidio fue declarada culpable por un tribunal de menores y puesta en libertad
condicional.
La familia se mudó a Menlo Park en
el condado de San Mateo, donde Linda completó la secundaria y fue aceptada en
la UC Davis. Sus padres regresaron a Santa Bárbara. Poco tiempo después, en el cincuenta
y nueve, Linda se mantuvo ausente del campus de la Davis durante ocho días, tiempo
en el que su padre la buscó con ayuda de
detectives privados hasta que dio con su paradero en Reno.
El resto de la vida de Linda se
desarrolló de forma relativamente tranquila. Llegó a casarse con un joven
estudiante de ingeniería que conoció en UCLA y tuvieron un hijo, pero su vida
quedó marcada para siempre por los acontecimientos de su adolescencia, traumas
estos que quedaron reflejados en las novelas de sus padres.
Linda murió en 1970 a la edad de treinta
y un años dejando un hijo de siete. Su muerte, como no podía ser de otro modo, causó un vacío emocional en Maggie y Kenneth.
Maggie dejó de escribir durante seis años, mientras Kenneth se lo tomó con más
filosofía y relajó la producción de sus novelas. Con el tiempo Margaret Millar
volvió a lo que conocía bien y produjo sus últimos libros a la vez que a Ross
Macdonal se le diagnosticaba la enfermedad de Alzheimer, motivo por el cual se
vio obligado a dejar de trabajar.
Macdonald y Millar imaginaron
sucesos espantosos durante su carrera literaria pero no es no es menos cierto
que también los soportaron, pagando un alto precio por la autenticidad de su
ficción, una ficción que nunca pudieron desligar de los avatares por los que se
condujo la vida de su única hija.
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La familia Millar hacia finales de los años 50 |
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