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lunes, 29 de julio de 2024

EL CINE NEGRO - 2 Volúmenes (Víctor Arribas)

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Con una lujosa encuadernación en cartoné, las dimensiones adecuadas para que el producto luzca bajo el concepto y la estética que Notorious pretende, edulcorado con una gran profusión de fotografías de excelente calidad, a lo largo de cuatrocientas y tantas páginas, el “Cine Negro” de Víctor Arribas, en sus dos volúmenes, es un “lujo iconográfico” sobre el género, un deslumbrante viaje al noir que, como comenta Eduardo Torres-Dulce en el prólogo del segundo volumen, “combina el elixir de describir las vicisitudes de producción de la película con otra cosa que es impagable en cualquier libro, la pasión”. No caigan, amigos lectores, en el error de pensar que estamos ante una mera antología del género, el Cine Negro de Víctor Arribas va más allá; es un libro noir, un relato que comienza con la ambición incontrolable de Rico Bandello, el protagonista de la impagable “Little Caesar” de Burnett y concluye con las imágenes de un sucio canal de Tijuana, infectado por el tifus, al que se arroja Welles a las cinco de la mañana al rodar la muerte de Quinlan en “Touch of Evil”, “Sed de mal” para nosotros. Como dice German Areta en el prólogo del primer volumen, si Arribas recabara mi opinión sobre su trabajo, nada más fácil, me encanta.

El éxito de la novela negra durante los años 30 y la actualidad de los temas que trataba -con los gánsteres convertidos en portada diaria de los periódicos-, hizo que los productores de cine centraran sus miradas en este género. A ello contribuyeron también algunos rasgos de estos relatos: diálogos rápidos, incisivos y cortantes, narraciones fragmentadas y un retrato crítico de la sociedad norteamericana. Así, aunque la primera tendencia en surgir dentro de la novela negra fue la denominada “hard-boyled”, los primeros relatos que se llevaron al cine pertenecen a la corriente “crook story” (historias de delincuentes).  

Ya en los años 40, y a nivel literario, muchas de las historias prototípicas y gran parte de la ambientación del cine negro derivaba de la escuela de ficción policiaca harboiled, escuela que surgió en Estados Unidos durante la Gran Depresión. Black Mask fue una publicación por entregas estadounidense creada por H. L. Meincke en 1920, especializada en relatos turbios y amores efímeros, que acogió las extraordinarias historias de los incipientes Hammett, Chandler, Spillane, Woolrich, McCoy, Thompson, Cain, unos relatos que sirvieron de inspiración a un género que acumulaba la misma vitalidad que el western o el melodrama y que como estos iba a aceptar continuas renovaciones.

El Film Noir -término acuñado por el realismo francés- contempla historias de engaños y traiciones, de ansias y deseos ocultos, historias que reflejan el lado oculto del ser humano. Los personajes de estos relatos son nihilistas, existenciales y están condenados al fracaso. En toda historia negra el perdedor es impulsado por la codicia, la lujuria, la envidia o la alienación, todo ello en una espiral descendente que, inevitablemente, le absorbe y de la que no puede escapar. Al no encontrar salida a su personal carretera al infierno, solo le queda poner sus miras en una ciudad llamada Esperanza. Sin embargo, es su propia falta de moralidad la que ciegamente lo lleva a la ruina. El abuso y el homicidio, la perversión y depravación sexual, la ansiedad y la ambigüedad conforman la existencia de una persona alienada. Con una visión fatalista, los individuos de estas historias son presa de un mal endémico, en un sistema y en una sociedad donde los valores de la democracia, la ley, el orden y la justicia se han desmoronado. Las imágenes del noir están filmadas en claroscuro, son tenebrosas, claustrofóbicas, nocturnas y lluviosas. Lang, Wilder, Bogart, Cagney, Grahame, Tierney, Lupino, Lorre, MacMurray, Garfield, y tantos otros realizaron su trabajo sin ningún deseo de inmortalidad, tomando como base la literatura criminal o las páginas de sucesos y sin ser conscientes de estar contribuyendo a una de las mayores aportaciones al arte cinematográfico que ha dado los Estados Unidos, el Cine Negro con mayúsculas.  

Arribas, en lo que denomina “el amanecer del género” recoge las películas de gánsteres de los años 30, “Hampa Dorada”, “El enemigo público”, “Scarface”, “20.000 años en Sing Sing” entre otras, y señala el período comprendido entre 1941 y 1958 como el de irrupción, madurez y epílogo del género. Considera como la primera manifestación del film noir como estilo a “El halcón maltés” de John Huston con Humphrey Bogart y Mary Astor, basada en la obra homónima de Dashiell Hammett. Y como canto de cisne del género clásico, la última película realizada por Orson Welles en Estados Unidos, “Touch of Evil” (Sed de mal), uno de los films más incomprendidos de la historia del cine.

La temática y la estética del cine negro están claramente vinculadas al expresionismo alemán de principios del siglo XX que comprendía el teatro, la fotografía y la pintura hasta la escultura, la arquitectura y, por supuesto, la cinematografía. Su florecimiento en Estados Unidos se conjuntó con el exilio de muchos directores alemanes y europeos en general que formaban parte del movimiento expresionista, tales como Fritz Lang, Robert Siodmak y Michael Curtiz. Estos realizadores llevaron a Hollywood las nuevas técnicas de iluminación y un nuevo modo de acercamiento a la puesta en escena que pretendía ilustrar el estado psicológico de los personajes. Surgen así “El halcón maltés”, “El último refugio”, “La mujer del cuadro”, “Laura”, “Perdición”, “Que el cielo la juzgue”, “Forajidos”, “El cartero siempre llama dos veces”, “Gilda”, “El sueño eterno”, “El extraño amor de Martha Ivess”, “La dama de Shangai”, “La senda tenebrosa”, “Fuerza bruta”, “La ciudad desnuda”, “Al rojo vivo”, “El demonio de las armas”, “La jungla de asfalto”, “Los sobornados”, “Deseos humanos”, “Atraco perfecto” y tantas y tantas otras obras maestras del cine y del arte en general. El noir, como lo llamaron los franceses, es un cine de atmósfera, donde la trama es solo una escusa para sostener el carácter de los personajes, un cine lleno de oscuridad y erotismo en tiempos de censura, de réplicas punzantes y lecturas equívocas. Es sin duda uno de los géneros más apasionantes para todo aquel que, como bien define José Luis Garci, concibe el cine como una “vida de repuesto”.    

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jueves, 4 de julio de 2024

SOBRECUBIERTAS 1ª EDICIÓN: JAMES HADLEY CHASE (1)

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EL SECUESTRO DE MISS BLANDISH
(NO ORCHIDS FOR MISS BLANDISH)
JAMES HADLEY CHASE
HOWEL, SOSKIN, PUBLISHERS INC.
1939
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UN LOTO PARA MISS QUON
(A LOTUS FOR MISS QUON)
JAMES HADLEY CHASE
ROBERT HALE LIMITED
1961
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DEL PAPEL AL CELULOIDE (2): "IN A LONELY PLACE" (N. Ray)

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Los Ángeles de finales de los años cuarenta es una ciudad de promesas y prosperidad, excepto para el expiloto de aviones de combate Dix Steele, cuya existencia es un oasis de tedio en comparación con la “sensación de poder, euforia y libertad que le producía surcar los cielos en solitario”. Steele pasa las noches merodeando entre paradas de autobús vacías y playas en penumbra en busca de mujeres jóvenes y solitarias. Apenas tiene dinero y no ve ninguna salida a sus frustraciones. ¿Dónde ha quedado el sueño americano? Su vida da un giro inesperado cuando se reencuentra con su viejo compañero del ejército, Brub, que trabaja para la policía de la ciudad y que va tras la pista de un estrangulador de mujeres que lleva meses sembrando el terror en sus calles…

“En un lugar solitario” es un clásico de la época dorada de la novela negra, pero es también una obra avanzada a su tiempo, cuyo desenlace feminista trasciende los códigos habituales de un género en el que las mujeres solían verse relegadas a un papel testimonial o al rol de “femme fatale”.

El aburrimiento mundano de Dixon Steele adquiere un tono brutal y misógino de la mano de Humphrey Bogart en esta obra maestra del cine negro dirigida por Nicholas Ray, una adaptación del duro thriller de Dorothy B. Hughes, que cambia su historia y rehabilita al protagonista masculino a cambio de dotarlo de una fuerte dosis de pesimismo y derrota.

Bogart es Dixon Stelle, un guionista de Hollywood borracho y depresivo, cuya tendencia a la violencia y al odio hacia sí mismo se ve alimentada por unos buenos años de fracaso personal. Al igual que los directores, productores y actores con los que tropieza frecuentemente en los bares, sus mejores días datan de los tiempos previos a la Segunda Guerra Mundial. Una noche su agente le propone adaptar un bestseller estúpido y sin contenido y Seller acepta sin pensárselo dos veces. Mildred Atkinson (Martha Stewart) le comunica que conoce bien el libro y Stelle la invita a acudir a su casa a contarle el argumento. Habiendo establecido que sus motivos son caballerosos, la chica acepta.

Cualesquiera que fuesen las intenciones de Dix Stelle, estas se hacen trizas cuando se da de bruces con una vecina al acompañar a Mildred a cruzar el umbral en su camino de regreso a casa. Laurel Gray (Gloria Grahame) se regodea irónicamente de lo que interpreta como unos propósitos torpes y depredadores de Dix sobre esa pobre niña. Como no podía ser de otra forma, Dix cae rendido a los encantos de la hermosa y elegante Laurel, tanto es así que no siente ningún rubor en confesar la turbación que le produce su presencia: “Usted me incomoda”, acierta a afirmar al descubrir el rostro de la joven tras la puerta de su apartamento, en la que es, ciertamente, una de las escenas más deslumbrantes del personaje. Y cuando esa noche los acontecimientos toman un giro terrible para Mildred, Laurel salva a Dix de las sospechas de la policía facilitándole una coartada honesta y precisa. Ambos, Dix y Laurel, Laurel y Dix, comienzan a salir, pero la propensión de aquél a la violencia asusta a ésta y más cuando escucha de sus propios labios cómo una vez le rompió la nariz a su exnovia. ¿Será Stelle el asesino psicótico que acabó con la vida de a Mildred?

Bogart tenía 50 años cuando protagonizó la película y Grahame 27 y sin embargo la diferencia de edad entre ambos no se manifiesta tan relevante debido a la notable confianza, madurez y carisma de la Grahame. Ella es elegante, sexy y dueña de sí misma. A su vez, la actuación de Bogart es atrevida, se comporta de forma cínica e indiferente ante todo lo que hace referencia al asesinato de Mildred.

Cuando acude a cenar con su antiguo compañero del ejército Brub (Frank Lovejoy), convertido ahora en el policía que investiga el caso, ocurre algo espeluznante en la forma en que Steele idea (haciendo uso de su experiencia imaginativa y creativa) cómo se habría comportado el asesino con su víctima: “En mi imaginación he matado a decenas de personas”. El rostro de Bogart pierde toda su belleza -arruinada ésta a medida que se sobreexcita al evocar el asesinato-, se vuelve arrugado y sus dientes torcidos sobresalen espantosamente.

Como corresponde a una película sobre un guionista, la película es intrigantemente consciente de sí misma. Así, Nicholas Ray apuesta abiertamente por la ambigüedad. En el desenlace original que propuso, Steele acaba asesinando a Laurel después de un arrebato de furia. A continuación, termina su guion y es conducido a comisaría por el detective Brub. Ray no estaba convencido de este final y finalmente filmó el que todos conocemos, que encaja más con el estilo abierto de la película. Después de que Stelle tome conciencia de todas las sospechas de su amante y la ataque en un arrebato de furia, recibe una llamada en la que le comunican que el asesino ha sido capturado. La realidad es que ya no importa que Stelle no sea el asesino -para Dorothy B. Hughes lo es, para Nicholas Ray no-, lo único cierto es que la relación de la pareja ha sido destruida. Dix no puede soportar la falta de confianza de ella y Laurel no se ve con fuerzas para vivir con un hombre capaz de someterla a pruebas tan duras. Quizás Dix no lo hizo, pero este caso revela que es irremediablemente culpable de todo lo demás. Un seductor clásico del cine negro.

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jueves, 3 de agosto de 2023

DAVID GOODIS. MANUAL PARA PERDEDORES

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El hecho de que David Goodis no fuera un hombre muy sociable pudo deberse, en parte, al tipo de colectivos sobre los que escribió. Sus personajes tendían a vivir en el lado equivocado de la calle, a frecuentar barrios marginales y a ejercer oficios como el robo, si es que a esto se le puede llamar oficio. La sequedad de las novelas de Goodis proporcionó a los principales editores de la época una excusa para relegarlas, en su mayoría, a ediciones pulp, y su ficción casi había pasado al olvido cuando la Biblioteca de América se acordó de él en 1997. Ese año publicó una antología de novelas que habían servido de base al cine negro y en ellas se incluyó “Down There”, traducida al español como “Disparen sobre el pianista”, publicada en 1956, y que sirvió de base a la película de Francois Truffaut. Del mismo modo, la Biblioteca catalogó como “noir” otras cinco novelas de Goodis: “La luna en el arroyo”, “Dark Passage”, conocida aquí como “La senda tenebrosa”, “Calle sin retorno”, “El anochecer” y “The Burglar”. El rasgo distintivo de todas ellas era el convencimiento de que los humanos están seriamente dañados, incluso atrapados por su herencia y el medio que les rodea.

Nacido en 1917 en el seno de una familia judía, Goodis creció en un barrio de clase media de Filadelfia y se graduó en la Universidad de Temple, donde se especializó en periodismo. A pesar de su educación, una combinación de etnicidad y temperamento le permitió simpatizar con los trabajadores pobres, los injustamente acusados, los fugitivos y los criminales. El extravagantemente prolífico Goodis comenzó tecleando para publicaciones pulp, de las que cobraba por palabras, cada vez con un seudónimo distinto para no dejar rastro de su propio fracaso. Entretanto, tuvo su momento de gloria, incluida la publicación en tapa dura y la venta de derechos al cine. Después de que su novela de 1946 “Dark Passage” fuera comprada por la Warner Bross y llevada al celuloide con Humphrey Bogart en el papel de protagonista, Goodis se mudó a Hollywood, donde llegó a ganar semanalmente con sus guiones 2.000 dólares de la época. Fiestas glamurosas de las que quedaron algunas fotos con smoking, un casamiento tormentoso y el contrato con la Warner que nunca fue renovado, fue su cosecha de esa época. Esa misma novela, “Dark Passage” acusó Goodis, fue la base no reconocida del drama televisivo de la década de los 60, “El Fugitivo”, lo que le llevó a demandar a United Artist por daños y perjuicios. La demanda terminó en un acuerdo, pero para cuando este se confirmó ya Goodis había muerto de un derrame cerebral a los 49 años.

Regresar a su casa fue un fracaso del que nunca se recuperó, fue un fracaso que impregnaría sus novelas, publicadas llenas de erratas, sin ningún cuidado editorial, en papel barato. En ellas su propio fantasma se le asomó al espejo. Ciudades gélidas, personajes perdidos, que huyen a ninguna parte, sin deseos ni esperanzas. Goodis sabía tanto sobre desesperación y tristeza que su vida adquirió las connotaciones más negativas de sus personajes, convirtiéndose en un espectro que cada vez naufragaba más en arrecifes que no tuvieron la más mínima piedad de un genio demasiado olvidado.

En “Disparen sobre el pianista”, Eddie Webster Lynn, aferrado a su viejo piano, malvive tocando en un tugurio de mala muerte de Filadelfia. Tras de sí ha dejado una prometedora carrera como concertista, una preciosa esposa y una vida llena de proyectos e ilusiones. Los sucios callejones de la ciudad le han convertido en un ser vacío, mientras aún intenta huir de algo que truncó una existencia que jamás volverá.

Goodis es un novelista de una intensidad casi hipnótica que, a veces, puede llegar a ser divertido. En “La luna en el arroyo” de 1953, un matón con boca, algo no muy común, mantiene a raya a su volátil hijastra lanzando amenazas del calibre de “Habla de nuevo y te abofetearé tan fuerte que atravesarás la pared”. “La luna en el arroyo” pone al descubierto la tensión naturalista que acompaña la ficción de Goodis. El protagonista, William Kerrigan, de origen humilde, se resiste a lo que apunta a ser una apasionante historia de amor porque cree que una brecha demasiado grande lo separa de Loretta, una belleza de clase media que lo adora. Kerrigan se siente como si estuviera sentenciado a una vida de perspectivas limitadas, algo que tiene muchas trazas de ser verdad excepto porque el autor de este juicio de valor es el propio Kerrigan. Tan complejo es el retrato que hace Goodis del personaje, que al lector le cuesta decidir si la inclinación de Kerrigan al despreciar a Loretta refleja en verdad sabiduría o masoquismo.

En “Dark Passage” o “La senda tenebrosa”, como ustedes prefieran, Vincent Parry, un convicto injustamente acusado de asesinar a su esposa, escapa de prisión y es acogido por Irene Jansen, una rica socialité interesada en su caso, que se empeña en limpiar su nombre. Con la ayuda de un taxista, Parry consigue los servicios de un cirujano plástico y cambia de cara, lo que le permite esquivar a las autoridades y encontrar al verdadero asesino de su esposa.

Estas novelas de Goodis se encuentran en el extremo opuesto del espectro del subgénero de misterio acogedor. Sin embargo, la violencia a la que Goodis somete a sus personajes nunca es gratuita. En la historia más dolorosa de todas, “Calle sin retorno”, un famoso cantante pierde su medio de vida, su voz dorada, a manos de un par de matones que lo engañan a instancias del marido de la cantante con quien mantiene una aventura. Está en manos de la víctima detener la paliza, todo lo que tiene que hacer es prometer que nunca volverá a ver a su enamorada, pero, se niega a mentir. Su nombre es Whitey. Es tal el repaso que recibe que su cabello se vuelve blanco de la noche a la mañana. Whitey es un héroe prototípico del noir: un hombre que mantiene su integridad frente a personas para quienes la palabra no significa nada y paga un precio terrible por ello.

Un lustro después de su muerte las novelas de Goodis serían traducidas en Francia, captando la atención de Camus, Boris Vian y Sartre. En el 60, Francois Truffauf rodaría “Disparen sobre el pianista” y, en el 89, Samuel Fuller haría lo propio con “Calle sin retorno”. Demasiado tarde. Como el mismo Goodis escribiera en una de sus páginas “Hay personas que estén donde estén, y hagan lo que hagan, llevan consigo la mala suerte”. 

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lunes, 31 de julio de 2023

EL DESTRIPADOR DE HOLLYWOOD

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EL DESTRIPADOR DE HOLLYWOOD: 
CUANDO LA REALIDAD SUPERA A LA FICCIÓN

La estudiante de la escuela de moda y estríper a tiempo parcial Ashley Ellerin, de 22 años, vivía en un encantador bungalow amarillo en un vecindario justo detrás del famoso Grauman´s Chinese Theatre en Hollywood Boulevard. La noche del 21 de febrero de 2001, tenía pensado ir a una fiesta y con posterioridad acudir a la entrega de los premios Grammy. Pero no acudió... 

Su compañero de cita, Ashton Kutcher, en vista de que Ashley no daba señales de vida, se acercó a su casa. Las luces estaban encendidas y su BMW estacionado en el camino de entrada. Llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta. Cuando iba a irse, se asomó a una ventana y vio algo extraño, un rastro de manchas rojas en la alfombra que conducía a su dormitorio. Pensó simplemente que era vino derramado.

Este vino derramado, concluirán los fiscales con posterioridad, fue consecuencia de un brutal apuñalamiento y del trabajo minucioso de Michael Gargiulo, un asesino en serie cuyos crímenes abarcan dos estados y 15 años de laboriosa investigación. En Los Ángeles, Gargiulo se ha ganado por méritos propios el sobrenombre de “Destripador de Hollywood”.

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Ahora, más de 20 años después de que los fiscales certificaran que Gargiulo apuñaló a Ashley 47 veces (¡han oído bien, 47 veces!), en su dormitorio, ya ha sido juzgado y condenado a muerte. Ha sido sentenciado por dos cargos de asesinato y un cargo de intento de asesinato en un ataque de 2008 a una tercera mujer, que, según la policía, logró defenderse y conservar la vida. A miles de kilómetros de distancia, en el condado de Cook en Chicago, también se espera que Gargiulo, de 45 años, sea juzgado por la muerte a puñaladas en 1993 de una chica de 18 años, quien se cree fue su primera víctima.

Entre 1993 y 2008, se sospecha que Gargiulo se aprovechó de mujeres jóvenes y, usó su trabajo de reparador de aire acondicionado para acceder a sus hogares y emboscarlas en medio de la noche.

En el juicio que se celebró en mayo de 2021, los fiscales demostraron que, en todos los casos, Gargiulo vivía en el mismo vecindario que sus víctimas; en algunos de ellos, incluso, al otro lado de la calle. Durante 15 años estuvo observando, esperando la oportunidad para atacar a las mujeres con un cuchillo de carnicero.

La escalofriante saga de crímenes de Gargiulo comenzó en Glenview, en el estado de Illinois (Chicago), la mañana del 14 de agosto de 1993, cuando el padre de Tricia Pacaccio salió al porche con una taza de café y vio dos zapatillas blancas de tenis donde no debían estar. Se derrumbó cuando observó el resto de la imagen: su hija yacía sin vida y ensangrentada en el escalón de la puerta, todavía con las llaves de la casa en la mano.

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Durante años la policía tuvo dificultades para encontrar pruebas físicas o sospechosos prometedores para este crimen. Pero un nombre se repetía en sus investigaciones, el de Michael Gargiulo, que tenía por entonces 17 años y vivía al final de la calle.

Conocido por su mal carácter, Gargiulo salía con el hermano de Tricia y había estado en su casa en varias ocasiones. Pero después de la muerte de la Pacaccio su comportamiento comenzó a volverse extraño. Aunque no era un amigo cercano, comenzó a comprarle regalos a los padres de ella: flores para la Sra. Pacaccio, Diane, y una camiseta para su padre, Rick. Llegó incluso al extremo de culpar a un amigo del asesinato, cuando fue interrogado por la policía, pero luego se retractó.

La única acusación seria contra Gargiulo llegó una década después, en 2003, cuando la ciencia moderna pudo confirmar que el ADN detectado en las uñas de Tricia Pacaccio coincidía con el de Gargiulo. Por aquel entonces Ashey Ellerin ya llevaba más de dos años muerta.  

La policía cree que el asesino huyó a Los Ángeles allá por 1999, cuando se dio cuenta que las autoridades de Illinois lo estaban investigando muy de cerca por la muerte de la Pacaccio. Se mudó, ¡oh casualidad!, al mismo vecindario que Ellerin, y un día soleado se presentó mientras esta intentaba arreglar una llanta pinchada. Se ofreció a ayudarla, y aclaró que era reparador de aire acondicionado y calefacción, por si ella y su compañera de curso necesitaban hacer uso de sus servicios. Y ¡vaya si lo hicieron!

Cuanto más aparecía Gargiulo por cuestiones de mantenimiento, más amistoso se volvía con Ashley, tanto es así que se presentó sin previa invitación a una fiesta que ella había organizado. Al sujeto le gustaba emocionarla con sus historias, en su mayoría inventadas, de su vida glamorosa como boxeador profesional, de las películas en las que había actuado y de la ocasión en que se electrocutó en el trabajo. Incluso, ¡vaya desfachatez!, de como las autoridades de Chicago lo estaban investigando por un asesinato.

Mientras la policía de Los Ángeles investiga a Gargiulo sucede algo extraño. Sus compañeros de Chicago se interesan por si sus colegas de Los Ángeles pueden obtener ADN de un hombre de la zona llamado Michael Gargiulo, una persona de interés en el asesinato de Tricia Pacaccio. En ese momento se contrastan ambas historias y resulta que el tipo de ataque en ambos asesinatos había sido igual, el tipo de víctima similar, asimismo la forma y el método de ataque, todo parecía coincidir, de tal forma que la policía creía ya tener a su hombre.

Sin embargo, incluso cuando la muestra de ADN que la policía de Los Ángeles obtuvo de Gargiulo coincidía con el ADN encontrado en las uñas de Tricia Pacaccio, las autoridades de Chicago sintieron que no tenían pruebas suficientes para acusar a Gargiulo. Y dado que no existían evidencias físicas en la escena del crimen de Ellerin, tampoco se le podía acusar de este. La Oficina del Fiscal del estado del Condado de Cook alegó que era posible que el ADN de Gargiulo hubiera llegado a los dedos de Tricia de forma casual.

Entretanto, Gargiulo atacó brutalmente a dos mujeres más, matando a María Bruno, de 32 años, en el Monte, California, en 2005, e hiriendo gravemente a Michelle Murphy, de 27 años, en Santa Mónica en 2008. Ambas fueron emboscadas en medio de la noche mientras dormían. Y ambas, ¡como no podía ser de otra forma!, vivían directamente frente a Gargiulo, quien las podía observar a través de sus ventanas cuando estas las tenían abiertas.

María Bruno, madre de cuatro hijos, fue apuñalada 17 veces en medio de la noche, en diciembre de 2005. Se encontró un botín médico de color azul justo en la acera de su casa, aunque pasarían tres años hasta que la policía encontrara el otro.

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La historia no se pudo encaminar hasta que Michelle Murphy, la única superviviente, luchó hasta la extenuación por su vida una noche de abril de 2008. Se despertó con un cuchillo clavado en el pecho, Empezó a agarrarlo y el cuchillo respondió cortando sus manos. Sangraba por una herida en su brazo derecho, otra en el hombro y una tercera en el torso. Pero en medio de la lucha, su atacante se cortó. Michelle aprovechó la ocasión, levantó las rodillas hasta el pecho y usó los pies para catapultar a su agresor fuera de la cama. Este cayó hacia atrás. Y, ¡oh sorpresa!, volteándose para irse, dijo: “Lo siento”.

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El rastro de sangre que Gargiulo dejó al salir fue su perdición. Fue identificado como el presunto asesino y arrestado con cargos de intento de asesinato en junio de 2008. La policía de El Monte, ante las similitudes con el ataque a María Bruno, retomó la investigación y descubrió que, efectivamente, Gargiulo vivía enfrente. Encontraron el segundo botín azul en el ático de su apartamento, desocupado desde entonces. En septiembre de 2008, la policía lo acusó formalmente de los asesinatos de María Bruno y Ashley Ellerin. Sin embargo, pasarían otros tres años hasta que los fiscales del condado de Cook acusaran a Gargiulo de matar a Tricia Pacaccio, allá por 1993.

Michael Gargiulo, un psicópata sin escrúpulos, fue condenado en Los Ángeles, en agosto de 2019, a la pena capital por el asesinato en 2001 de Aslhey Ellerin, de 22 años, y en 2005, de María Bruno, de 32. También fue declarado culpable del intento de asesinato de Michelle Murphy, quien fue brutalmente atacada en su apartamento de Santa Mónica en 2008. ¿La sentencia? Condena a muerte. ¿Aplicable? Improbable, ya que desde 2006 este estado, la meca de Hollywood, no ejecuta a ninguno de sus presos. Sea como fuere, hoy, Tricia Pacaccio, Ashley Ellerin, María Bruno y Michelle Murphy tiene la justicia que merecen. 

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domingo, 30 de julio de 2023

EL REINO (Jo Nesbø)

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En lo alto de una montaña, allá en los páramos de Noruega, hay un viejo caserón habitado por un hombre solitario. Se llama Roy, es experto en pájaros, gestiona la gasolinera del pueblo y en cada casa corre un rumor sobre él. Su vida gris se reabre cuando Carl, su hermano pequeño, regresa de su aventura universitaria. No se ven desde que se fue a estudiar a Estados Unidos, hace ya unos quince años, tras la muerte trágica de sus padres. “¿Cuántas cartas, mensajes y correos electrónicos habíamos intercambiado en todos estos años? No muchos. ¿Sin embargo, había pasado un solo día sin que pensara en Carl?”

No es necesario ser budista para reconocer el karma que afecta a los Opgard, Roy y Carl. Kurt Olsen, el sheriff de la ciudad de Os está convencido que estos dos personajillos, estos dos queridos muchachos (no hay que olvidar que sus padres murieron siendo ambos adolescentes cuando el Cadillac DeVille, un modelo de 1979 del cabeza de familia, decidió por su cuenta y riesgo hacer prácticas de vuelo por un acantilado) son dos intrigantes confabuladores. Kurt Olsen se parece cada vez más a Sigmund Olsen, su padre, el antiguo policía; no cabe duda que tiene buena cabeza para las tácticas de juego. Olsen, el agente Kurt Olsen, tiene por supuesto razón, de algo le vale su capacidad de investigación sobre este par de sociópatas a los que conoce de viejo.    

El narrador de la historia, a veces divertido, a veces inquietantemente indiferente, a veces incluso, enfurecido, es Roy, el hermano mayor, un mecánico experimentado que dirige la gasolinera de Os y su pequeña tienda anexa. Algunas personas en la ciudad piensan que Roy está enamorado de su hermano menor, al que protege de los matones y otros aldeanos molestos. Sin embargo, pronto se hace evidente que este incesto no consensuado que pone en marcha una cadena de acontecimientos cada vez más desagradables es de tipo diferente.

Si bien el daño emocional está en el corazón de la novela, el cambio social es lo que mantiene en marcha la saga de la familia Opgard. Una nueva autopista amenaza con eludir la ciudad y dejarla    arrinconada. El proyecto existe desde hace mucho, pero hasta la fecha la orografía ha salvado a sus habitantes. Como hay que horadar las montañas para hacer un túnel, la obra resulta demasiado costosa. Pero el túnel está al caer y todos los que viven del tráfico que atraviesa el pueblo lo van a pasar mal. Es Carl, quien regresa de su experiencia universitaria en Minnesota y de una carrera en bienes raíces en Toronto, quien concibe un plan para salvar la economía de Os. Quiere construir un hotel balneario de 200 habitaciones en plena montaña pelada y su idea es financiar el proyecto poniendo como aval la propiedad de los aldeanos locales... “No estamos engañando a nadie, Roy, pero no hace falta que proclamemos a los cuatro vientos que los hermanos Opgard se adjudicarán los primeros millones. Así que... ¿Quieres el dinero para tu gasolinera o no?” Esto huele a podrido. Si piensas mal, seguro que aciertas.

No hay duda que hay personas encantadoras en los pueblos montañosos de Noruega, pero la gente de Os forma, en general, un grupo triste. Chismosos, borrachos, picapleitos, ególatras, amantes celosos, pirómanos y personas dispuestas a empujar a un hombre honesto por un acantilado para guardar un secreto.

El noir escandinavo es famoso por recrear abundantes escenas sangrientas y, aunque en “El Reino” no faltan (se llega al extremo de cortar el cuero cabelludo a un hombre y colocar su cabello sobre la cabeza de otra persona para disfrazar su identidad), la mayor parte de lo espantoso aquí es de carácter psicológico. Se establece un tejemaneje espectacular entre Roy, Carl y Shannon, la esposa que Carl trae a Os desde Canadá, que no presagia nada bueno. “Por primera vez desde que había entrado miré a Shannon de arriba abajo. Llevaba un gran albornoz blanco, el cabello aún húmedo; se había duchado después de otra noche de ruidosa gimnasia en la cama. Tapada como iba siempre con jerséis y pantalones negros, nunca le había visto enseñar tanto, pero ahora veía que la piel de las esbeltas pantorrillas y el escote del albornoz era tan blanca e inmaculada como la de su rostro”. Todo ello, como no podía ser de otra manera, contribuye a que Roy no tarde en enamorarse perdidamente de su cuñada, y ella no le va a la zaga. Sus citas se vuelven salvajes y tensas.

La mayoría de los personajes de Nesbo están atormentados por la culpa. Roy se dice a sí mismo que un “robo menor, un rechazo trivial, nunca se superan. Son como bultos en el cuerpo que se encapsulan, pero aún pueden doler en los días fríos, y algunas noches de repente comienzan a palpitar”.  Por el contrario, Carl está menos preocupado por su conciencia. “Cuando se trata de vender almas -dice-, siempre es posible encontrar un mercado de compradores”.

¿Por qué los lectores como usted, como yo, aceptamos perder el tiempo ocupándonos de esta gente tan horrible? Los escritores como Nesbo tienen una habilidad especial para inculcar en sus malhechores la humanidad suficiente para que sigamos esperando que, si no son capaces de arrepentirse, al menos reconozcan su escoria moral. O podría ser que, siendo nosotros mismos moralmente imperfectos, somos tan ilusos como para esperar que se salgan con la suya. En cualquiera de los casos, este tipo de personajes -piénsese en el Tom Ripley de Patricia Highsmith, uno de los villanos más fascinantes de la novela policial- siempre han estado muy cercanos al lector. Y es que, a veces, el arte provoca respuestas emocionales y morales contrarias a las que experimentaríamos en la vida real.

Los budistas y muchos presbiterianos podrían haberle indicado hace ya tiempo, amigo lector, que “El Reino” solo podía terminar de una manera y la mayoría de ustedes encontrará en el final de Nesbo un alivio y, ¿por qué no?, una buena carga de decepción. 

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viernes, 28 de julio de 2023

NO ES PAÍS PARA VIEJOS (Cormac McCarthy)

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La ficción policiaca estadounidense más sobresaliente gira en torno a una pequeña cantidad de ingredientes. Tan restringidos son que podemos resumirlos en dos: mucha tentación y muy poca cabeza. Demasiados personajillos débiles y canallas y muy pocos héroes fornidos y justos. Y sobre todo ello, libertad; libertad y espacio. Libertad para tomar malas decisiones y espacio para salir por patas cuando la cosa pinta mal. La novela negra estadounidense es sustancialmente pesimista -en oposición a la novela de detectives que, muy al contrario, es optimista-, no trata sobre el funcionamiento de la justicia humana sino sobre el dominio del tiempo inhumano. Tal como fue imaginado y, con posterioridad, definido por Chandler, Cain, Thompson y todos sus colegas de bolsillo.

 

“No es país para viejos” de Cormac McCarthy es una variación de esta ortodoxia noir, una variación que no sorprende en absoluto a cualquier purista del género, aunque en principio el libro desorienta. Y es que, allí donde unos ven épica y heroísmo y enraízan en la cultura popular la noción del western como una aventura esencialmente americana, el viejo McCarthy ofrece una visión descarnada y tétrica de la realidad, donde la muerte siempre está presente. Después de cosechar elevadas críticas de prensa y público, McCarthy se encontró tan a gusto en sus propios laureles que uno no se explica por qué volvió a tomar la pluma. Aclamado por elevar el western de un divertimento pop a un estadio superior, el autor de la “Trilogía de la frontera”, podría simplemente haber vegetado de éxito.

Pero no, la mente juguetona de McCarthy decidió divertirse un poco y, con una expresión lingüística altamente elegante y capaz de hacer hablar hasta las piedras, premiarnos con una narración lista para ser tentada por el cine; una narración que avanza vertiginosa y descontrolada como el fuego, porque el deseo del autor no es adentrarse en nuevos senderos sino trillar los ya conocidos.

En pleno desierto, en una jurisdicción al oeste de Texas, opera -por decir algo- el Sheriff Bell, un vejete venerable e indolente, veterano de la Segunda Guerra Mundial, para quien hacer cumplir la ley de forma virulenta es menos importante que mantener la paz, descuidada e indiferentemente. Bell es un perro guardián, no un perro de ataque, que se contenta con dormitar hasta que los malhechores no le dan otra opción que morder. Bell, el Bell soñador y reflexivo de esta historia, ha pisoteado tanto terreno pedregoso en esta vida como para tener que preocuparse ahora por la sensibilidad de aquellos que se sienten a salvo en sus mullidos sillones. Satanás existe -piensa Bell-, el mundo está cada vez peor y Dios está demasiado ocupado en otros asuntos como para fijar la atención en unos pobres diablos perdidos en la inmensidad del desierto.       

La melancólica mirada de Bell en su soñador deambular alrededor de sus propios fantasmas –su cobardía en el frente, su constante  remordimiento por haber condenado a un chico a la silla eléctrica, su desencanto ante un mundo que se derrumba por momentos- se ve nublada cuando Llewelyn Moss, un cazador de antílopes, veterano de la guerra de Vietnam, descubre por casualidad la sangrienta escena de una carnicería entre narcos en la localidad de Piedras Negras del Estado de Cohauila, en la frontera de Texas y Nuevo Méjico. Entre cuerpos mutilados y paquetes de heroína, Moss se da de bruces con un maletín repleto de dinero en efectivo y, más humano que nunca, arroja su alma al pozo de las tentaciones inclinándose para recogerlo. Dos millones de dólares y el intento de salir adelante con ganancias mal habidas, ¡una pésima combinación! A partir de ese momento comienza una violenta carrera por escapar de los que quieren darle caza. La única cuestión que queda en el aire es cuánto tiempo durará esta y cuántos inocentes perecerán con él. La teología de la serpiente y el escorpión de McCarthy no ofrece a sus personajes segundas oportunidades y da a entender que las primeras nunca existieron. Moss sale corriendo con la masa en las manos como alma que lleva el diablo, como quien no tiene otra opción. Al igual que los demonios que le persiguen. Y como no podía ser de otra forma, el tráfico de drogas de quien derivó el dinero también forma parte del cortejo.   

A veces la novela raya en la caricatura, es tan incesantemente dura que amenaza con vaporizarse. Unas lacónicas oraciones simplificadas delinean la espeluznante acción, punto por punto como en un manual, desde los tiroteos en las calles principales de las pequeñas ciudades hasta el agonizante vendaje de las heridas de bala en las oscuras habitaciones de los moteles, enumerando cada disparo y graficando cada emboscada, como si la violencia fuera un proceso industrial, seco y mecánico. Los estados de ánimo de los personajes se disuelven en su comportamiento, que consiste en huir, luchar y poco más. Las mujeres implicadas en la trama están prestas a llorar y a suplicar explicaciones del caos que los hombres que lo han desatado se niegan a dar, en parte por caballerosidad de la vieja escuela, pero sobre todo porque no tienen ninguna respuesta que ofrecer. Lo único que son capaces de ofertar es violencia y armas cargadas, armas que, ¡oh sorpresa!, parecen dispararse por propia voluntad.

El diálogo en la narrativa de McCarthy es lacónico, minimalista en extremo, seco, sin adornos, sin aderezos, cada pregunta, cada aseveración, semeja un mazazo. Chigurh, Anton Chigurh, el principal villano del cuento, mercenario a sueldo de los capos del cartel, lanza los impactos más virulentos. Sólo que los suyos, hacen daño de verdad. Es un psicópata concienzudo y vigilante que hace honor a su mala salud mental. Se ha purgado de todos los escrúpulos para deambular sin problema por el mundo. Cuando tiene dudas, y Chigurh rara vez las tiene, le dispara a alguien a bocajarro o le perfora la cabeza con un instrumento neumático diseñado para sacrificar ganado. Lleva esta herramienta atada al cuerpo como si fuera una prótesis y la historia no ofrece dudas sobre quien lleva las de ganar cuando semejante matón se enfrenta a seres no tan bien equipados.      

Tal esperpento siniestro podría resultar ridículo si Mccarthy no lo mantuviera en continuo movimiento. El tal Chigurh es un genio del mando, ¡un maestro vamos!, es capaz de cambiar de pantalla y de situación cada dos páginas. Conflictos tan claustrofóbicos como una pelea de gallos en una trastienda los resuelve con una certeza mecanicista que satisface el amor bruto de su cerebro por la acción pasando por alto sus centros emocionales. La cena, pues, señores, está servida y al igual que Bell, solo podemos sentarnos y observar el horror, no influir en su resultado. Se ha dado cuerda al reloj, se ha tirado la llave, y la historia no terminará hasta que las manecillas marquen la medianoche. Tic, tac, tic, tac...  Sólo me resta poner en antecedentes que el libro deja una sensación de desaliento, la sensación de que no hay esperanza alguna.  

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miércoles, 18 de enero de 2023

SOBRECUBIERTAS 1ª EDICIÓN: ROSS MACDONALD (1)

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LA PISCINA DE LOS AHOGADOS
(THE DROWNING POOL)
ROSS MACDONALD
ALFRED A. KNOPF INC.
1950
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LA FORMA EN QUE ALGUNOS MUEREN
(THE WAY SOME PEOPLE DIE)
ROSS MACDONALD
ALFRED A. KNOPF INC.
1951
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