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El «noir» es el ejemplo perfecto de como una
forma de literatura popular, denostada a veces ésta como «paraliteratura», es
capaz de alcanzar la categoría de «clásico». Las tiendas de videos dedican
estantes enteros al cine negro. La familia negro- criminal celebra
encuentros anuales, donde se llevan a cabo reflexiones e intercambios sobre la
actualidad del género. A nadie, medianamente afín a la lectura, le pasan
desapercibidos títulos como «Perdición», «El cartero siempre llama dos veces» o
«La jungla de asfalto». Dramaturgos, poetas y artistas crean hoy personajes y
escenas noir, cada vez con mayor placer. Novelistas como Dashiell Hammett,
James M. Cain y Jim Thompson han tomado por asalto las bibliotecas más respetadas
del país.
Las mejores series de la televisión aún
mantienen vivas las tradiciones noir: ciudades corruptas, agentes de la ley tan
cínicos como los criminales que persiguen, personas movidas por la codicia -dinero,
poder, sexo-, y una sensación generalizada de que todo el mundo esconde sus
motivos y nada es lo que parece. «Ley y orden», creada por Dick Wolf, con
sus más de 400 capítulos y 20 temporadas de emisión en EE. UU., ha entrado a
formar parte de la inmortalidad de la ficción televisiva. Las historias de
corrupción de «The Wire», una serie centrada en el tráfico de drogas, hacen su
visión amena y necesaria. George Pelecanos, uno de los mejores novelistas
noir contemporáneos, participó en 2002 como guionista de esta serie, para luego
convertirse en productor de la misma. También colaboró como guionista en la
serie el afamado escritor Dennis Lehane, cuya película para la gran pantalla «Mystic
River» significó su momento más álgido.
En la década de los 80 la pequeña editorial
americana «Black Lizard», especializada en el redescubrimiento de los clásicos
olvidados de la ficción negra, comenzó la reedición de novelas de los años 40 y
50 en todo su esplendor pulp: así surgieron pequeños volúmenes en papel fino
con las cubiertas estilizadas, que parecían decir: "Soy un pedazo de
recuerdo de los bajos fondos. Creo que nos vamos a entender bien”.
En 1990, la también americana «Random House»
compró la vendimia de «Black Lizard», y sus primeras reediciones fueron
lujosas y elegantes. Con el tiempo, «Random House» ha reeditado una
selección mucho más extensa de estos libros en sus formatos originales.
Parece que el «noir» lo está “reventando”
todo. Pero ¿por qué ahora? El género negro despegó a finales de los
40, y su edad de oro coincidió con los primeros 10 años de la guerra fría entre
EE.UU. y Rusia. Su reaparición no es accidental. «Noir» es sinónimo de crítica
al poder. El género opera sobre la premisa de Balzac de que “toda gran fortuna
es el resultado de un gran crimen”. Poder y dinero son apetecibles, no en vano en
ellos se sustenta el gobierno. No lo es tanto, sin embargo, la forma de
alcanzarlos. El «noir» ofrece una realidad alternativa, momentos de verdadera
pasión, un código del honor sombrío y la necesidad de libertad en medio de tanta
corrupción. Por momentos, el «noir» ofrece una posibilidad de subversión.
El «noir» fue una idea original de los
Estados Unidos, aunque la denominación pueda deberse a los franceses, y la
mayoría de los creadores del cine negro clásico –novelistas, guionistas,
directores y camarógrafos- fueron hombres. Las mujeres, siempre seductoras
y a veces malvadas, fueron sus misteriosos y oscuros objetos de deseo. No nos
debe sorprender entonces que las escritoras de la generación de 1970 se recrearan
en la creación de detectives femeninas con la integridad cínica de los hombres
clásicos.
Hoy la presencia de la mujer en el «noir»
está en alza. Algunos de los mejores escritores del género son mujeres, y
provienen de fuera de los Estados Unidos. Sin duda, las mujeres nunca habían escrito
tanta novela negra como en la actualidad y, sobre todo, la habían
protagonizado, ya fuera en el papel de detectives o en el de asesinas. Y así, no es de extrañar que en el mundo
anglosajón se hable ya de una variante del género: el «femicrime». Al margen de cualquier etiqueta, lo cierto es que el
género negro siempre ha tratado de demostrar que la codicia y el caos se
encuentran muy cercanos a la empresa y a los políticos que votamos. Las
mejores escritoras han añadido «la familia» a esta lista. Y si los escritores
masculinos han explorado el amor por la violencia, las mujeres tratan ahora de
explorar la violencia del amor.
Denise Mina llegó a
la novela negra después de una infancia contradictoria. Nacida en Glasgow
en 1966, de padre ingeniero en la industria petrolera, vivió en toda Europa
hasta los 16 años, antes de ir a un internado en Perthshire y otras escuelas en
Londres, París y Amsterdam. A través de amigos de sus padres en el
servicio diplomático, asistió con frecuencia a fiestas infantiles en casas de
los embajadores. “Aunque mis padres pertenecían a la clase trabajadora mi
educación fue de clase media, así que siempre tuve la extraña sensación de ser
una privilegiada”.
Eventualmente,
asistió a la universidad para estudiar Derecho, pero entretanto se le ocurrió
la idea de «Garnethill». Desde el primer momento concibió la obra como una
trilogía, en parte porque la historia era demasiado extensa como para encajarla
en una novela y en parte porque le gustaba el tríptico en la historia del
arte. La trilogía -las otras dos novelas son «Exile» (2001) y «Resolution» (2002)-, recreada en Glasgow, cuenta
las desventuras de -¡cómo no!- una mujer, Maureen O'Donnell, ex paciente
psiquiátrica que arrastra tras de sí la experiencia personal de sobrevivir a
los abusos sexuales de su padre, de sobrellevar a una madre alcohólica y a dos
hermanas que se niegan a creer que fue maltratada de niña.
Glasgow es también la ciudad «noir» de Louise
Welsh. Welsh, nacida en 1965 en Londres, reside en la actualidad en Glasgow. Al
igual que Mina, tuvo una infancia itinerante debido al trabajo de su padre como
representante de ventas. “Debido a que nos trasladábamos con mucha
frecuencia, no poseía muchos libros, así que confiaba en que las bibliotecas me
solucionaran el problema. Soy una apasionada de las bibliotecas. Una de las
primeras cosas que hacía al llegar a cualquier lugar era encontrar la
biblioteca local y registrarme en ella”.
Welsh se matriculó en la Universidad de Glasgow,
donde estudió Historia. Después estableció una librería de segunda mano en una pequeña
calle de Glasgow. Ésto, aparte de husmear en las casas de las personas
cuando iba a recoger los libros, le facilitó pasar sus días leyendo.
A pesar de que los narradores de sus novelas
son masculinos, sus libros dan expresión a las voces femeninas. En «The Cutting
Room», un vendedor de libros de segunda mano, Rilke, descubre las fotos de una
mujer joven, y sus investigaciones le llevan a recrear el submundo del tráfico
sexual y la pornografía en Glasgow.
Dos de los mejores novelistas «neo-noirs» de
la actualidad son japonesas: Miyuki Miyabe y Natsuo Kirino. La literatura
japonesa va mucho más allá de lo que nos sugieren los estereotipos y estas dos
novelistas ponen sobre la mesa la cruda realidad de este país, lleno de
desigualdades sociales.
Miyuki Miyabe nació en Tokio en 1960. Se
graduó de la Escuela Secundaria «Sumigadawa» y empezó a escribir ficción en
1983, mientras trabajaba para un bufete de abogados. En 1984 se matriculó
en los cursos de escritura creativa que ofrecía la editorial japonesa «Kodansha»,
cuya subsidiaria, «Kodansha International», publica en la actualidad gran parte
de la literatura japonesa en lengua inglesa. Poco después, renunció a su
trabajo en el bufete para centrarse en su escritura.
En 1992, publicó Miyabe la aclamada novela
negra «Kasha», -para nosotros «La
sombra del Kasha»-, que le valió el prestigioso premio «Yamamoto Shgor». La
historia comienza cuando una hermosa joven –una mujer, sí- desaparece en Tokio y
su prometido pide ayuda a su tío, un inspector de policía, con la esperanza de encontrarla.
El detective no tarda en averiguar que la joven no es quien dice ser, y que oculta
un oscuro pasado. Su búsqueda lo llevará a recorrer las ciudades más
importantes de Japón y sumergirse de lleno en el peligroso submundo financiero
donde las deudas astronómicas y la Yakuza empujan a las personas a la desesperación
e incluso al suicidio.
La Sra Kirino, por su parte, comenzó su
carrera en 1984 escribiendo novelas románticas. Sin embargo, este
género no es muy popular en Japón, por lo que se concentró en la novela
policíaca y de misterio, labor que empezó a llevar a cabo en la década de los
90. Ella es famosa principalmente por su obra «Out», por la cual recibió
el «Premio de escritores de misterio de Japón», el galardón más alto del país
en lo que literatura de misterio respecta, y fue nominada en 2004 al «Edgar»
americano.
En «Out», Masako, Kuniko, Yoshie y Yayoi –cuatro
mujeres, ellas- trabajan en el turno de noche de una fábrica de comida
preparada de los suburbios de Tokio. Todas tienen graves problemas tanto económicos
como familiares y se manejan en una atmósfera desfavorable e inhóspita. El caso
de Yayoi desemboca en el asesinato de su marido cuando éste la agrede
físicamente. Masako la ayudará a deshacerse del cuerpo, desagradable tarea para
la que contarán con la ayuda de las otras dos compañeras de trabajo, Kuniko y
Yoshie. Juntas descuartizarán el cadáver y lo dispersarán por varios puntos de
Tokio.
Como podemos apreciar, en la literatura negra
protagonizada por mujeres hay crímenes de todo tipo, pero en general a ellas
les interesa más el engranaje que lleva a una persona a cometer un asesinato o
a ser víctima de él, que el detalle de «cómo» se producen los hechos; se hace
más incidencia en el factor psicológico y humano. No es que las mujeres sean
menos crueles que los hombres, simplemente cabe concluir que «su mal es más
sutil».
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