---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
AL SUR DEL PARAÍSO (South of Heaven) Jim Thompson TRADUCCIÓN: Beatriz Pottecher EDICIONES JÚCAR |
«Al sur del paraíso» es la única novela de
Jim Thompson desde «Aquí y ahora» narrada en primera persona por un protagonista
que no es un criminal. «Al sur del paraíso» recrea las experiencias de Thompson
como «polvorilla» en 1927 quien, siempre delante de la cuadrilla de montadores,
ayudaba a despejar el camino hacia el golfo con una perforadora de roca y
dinamita para la construcción del oleoducto de la Texas Company en dirección a
Port Arthur.
Huérfano a causa de un trágico accidente a
los dieciséis años, -sus abuelos, «mis únicos parientes vivos», estallaron bajo
una carga explosiva al dinamitar una roca- Tommy Burwell, un aspirante a poeta y novelista convertido en
vagabundo de los yacimientos, es un chico duro que ha llevado una existencia
precaria de trabajos sin futuro desde hace años, un hijo pródigo de veintiún
años de camino a los cuarenta: «...un golpe enérgico con la culata puede tener
un efecto aleccionador sobre un joven de veintiún años y el que había recibido
yo me había arrebatado algo de descaro... Era un trotamundos, un jornalero, un
jugador de pacotilla, un hombre que desperdiciaba su vida en un desierto. Éso
era ahora. Éso es lo que seguiría siendo dentro de otros veintiún años si es
que conseguía vivir tanto...» Los trabajadores de los oleoductos tenían
reputación de ser menos educados que otros jornaleros de la industria del
petróleo. Mal pagado, y sin oportunidad de ascenso laboral, cualquiera capaz de
doblar los riñones y con cierta tolerancia al dolor físico podía aspirar a
trabajador en la construcción de un oleoducto. En «Al sur del paraíso» Thompson
cataloga a sus hermanos del oleoducto como, «presidiarios, hospicianos,
vagabundos...»
Burwell y su vagabundo compañero y mentor Four
Trey Whithey, un tosco jugador de dados, están dispuestos a trabajar como dinamiteros en la nueva cañería que se construye a través de
las llanuras desiertas de Far West Texas. Ellos son conscientes que se
encuentran ante una forma peligrosa de ganarse la vida. Los accidentes son
considerables y las muertes escalofriantes proliferan.
Cuando Carol, una chiquilla manuda y baja, de
ésas en que las partes son mayores que el todo, aparece siguiendo la caravana
de los trabajadores, Tommy se enamora de ella casi de inmediato. No hay
ofertas de empleo para las mujeres en los trabajos del oleoducto, pero Carol
sabe algunas cosas que podrían hacer que los trabajadores se mantengan a flote,
un arreglo éste que Tommy no puede soportar por mucho tiempo.
Más que seguir una estructura novelesca, las
ácidas memorias de «Al sur del paraíso»
van enlazando relatos episódicos. La mayoría de ellos explotan anécdotas de los
yacimientos. Los trabajadores filtran etanol y se divierten amotinándose
achispadamente cuando la empresa les adelanta alcohol en vez de cheques el día
de cobro. Realmente había bastante ley y orden alrededor de estos campos de
trabajo. No de un tipo oficial, pero si de la clase de ley que se obtiene con
la culata de un rifle. Budd Lassen, delegado del sheriff de un pueblo perdido
del Lejano Oeste de Texas, colindante a las obras del oleoducto, es contratado
temporalmente unas cuantas semanas o meses con la sana intención de hacer pasar
un mal rato a la gente. Y así, hace saltar en mil pedazos la cabeza de Fruit
Jar, un amigo de Burwell, cuando éste pretende abandonar una gasolinera sin
pagar el combustible. Cuando el cadáver de Lassen es hallado cerca del
campamento, -la pala de una excavadora le había caído encima, abierta en dos,
cortándolo virtualmente en dos mitades y aplastándolo contra el suelo-, Burwell
es acusado de asesinato y recluido en la cárcel de Matacora, capital del
condado. Los tres hermanos Long, extrañamente confabulados con Carol,
testifican a favor de Burwell, empeñados en que no vaya a la cárcel.
A pesar del certero autoanálisis que hace de
sí mismo tras ser liberado, Burwell vuelve a trabajar en la construcción de la
gran cañería de petróleo, esta vez realizando trabajos mucho más duros. Es
destinado a «montar el tablero mormónico». Era éste el trabajo más asqueroso
del oleoducto. El trabajo más vil del mundo. Consistía en sostener un tablero
de casi un metro ochenta de largo y quizá noventa centímetros de fondo,
infernalmente pesado, por un mango de arado situado en cada extremo, al tiempo
que el cable que lo unía a un tractor se tensaba haciéndole verter su pesada
carga de relleno en una zanja. También participó Burwell en la «cuadrilla del
lubricante». Había tres hombres en esta brigada, uno se situaba a cada extremo
de la zanja y sostenía la punta de una especie de hamaca, atada con una vuelta
alrededor del conducto, al tiempo que un tercero vertía la grasa en ese
delantal. Este último tenía que situarse justo encima del conducto. «Durante el
tiempo que estuve con el lubricante mi rostro se quemó tanto que la piel se me
caía a tiras.»
Tommy Burwell permanece al margen de toda
violencia y engaño. No es un mártir (en un determinado momento se ve obligado a
rebanarle el pescuezo a un hombre para salvar a Carol), pero conserva las
características del héroe: sencillo, puro y fiel.
«Al sur del paraíso», como gran parte de la
prosa producida por Thompson a finales de los veinte y primeros treinta,
pertenece al género de la literatura «hobo»: baladas, folklore, relatos y
autobiografías de trotamundos. Desarraigado, desdeñoso con la autoridad y
situado al margen de los paradigmas del éxito y el fracaso el vagabundo
aventurero estableció un código de dureza norteamericana que antecede a
Hemingway y a Hammett. El sardónico y autosuficiente «hobo», enterrado en
tierra de forma anónima, es el predecesor de posteriores y más agresivos
marginados que irían apareciendo en la ficción proletaria y criminal. «Él cogió
al muerto por la cabeza y yo por los pies. Lo bajamos a la zanja, extendiéndole
boca abajo contra el caño. Volvimos a subir, nos agarramos al tablero mormónico
y le hicimos señales al conductor del tractor... El tablero se movió hacia adelante, empujando su enorme
carga de tierra a la zanja, enterrando bajo ella el cuerpo de Otto Cooper.»
Hombres y máquinas perdiéndose en la
distancia. Una larga línea de hombres
quemados por el sol, el resplandor de sus palas lanzando destellos, las
gigantescas excavadoras balanceándose adelante y atrás, los martillos
neumáticos brincando y trepidando al moler la dura roca. . . «Preparad los
salvavidas. El oleoducto se aproxima. ¡Alguien lo va a lamentar!» En el futuro
Thompson les contaría a sus amigos que los campos petrolíferos le habían dejado
con un profundo odio hacia los insectos y un temor perpetuo a ser enterrado
vivo.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario