Petros Márkaris nació en Estambul en 1937, de
padre armenio y madre griega. Obtuvo la ciudadanía después de la caída de la
Dictadura de los Coroneles, allá por 1974. Márkaris cuenta que la idea de la gestación
del comisario Jaritos -un desilusionado policía ateniense que le sirve de fundamento
para hacer crítica de la sociedad griega actual- le surgió después de estar escribiendo durante varios años guiones de la
serie televisiva “Anatomía de un crímen”. Para el propio Márkaris la idea de
Jaritos fue una sorpresa: «Como
fui por largo tiempo un activista de izquierda, no tenía ninguna simpatía por
los policías. En Grecia, habían sido sinónimo de fascistas... Pero de pronto,
por primera vez, caí en la cuenta que esos pobres policías son pequeños
burgueses, que tienen los mismos sueños de que sus hijos puedan estudiar para
convertirse en doctores o abogados. Así se comenzó a desarrollar esta
construcción: un crimen y una historia familiar contadas paralelamente».
Un viejo profesor universitario, Kléarjos Rapsanis, ministro de Reordenación Administrativa, ha sido envenenado con una tarta. De todos es conocida la bulimia que padecía Rapsanis. De todos es conocida su obesidad, una humanidad que le llevó a hacerse acreedor al sobrenombre de “Oliver”, en memoria de Oliver Hardy, aquél cómico orondo que hizo pareja cinematográfica con Laurel a principios del siglo pasado. El asesinato de este profesor de Derecho es el punto de partida de un enredo policial que va complicándose a medida que avanza la investigación.
Escrita, como ya es costumbre en Márkaris, en primera persona, “Universidad para asesinos” ofrece al lector la oportunidad de conocer la realidad social, política y económica de la Grecia del momento a través de los juicios de valor de Kostas Jaritos, “El escarabajo”, una persona meticulosa en su trabajo y condescendiente en su vida privada. Un personaje que ha traspasado fronteras y adquirido reconocimiento internacional.
La sensación que queda una vez concluida la lectura de “Universidad para asesinos” se resume en una palabra: “desconcierto”. Con el transcurrir de los acontecimientos el interés de la narración va decayendo. A mitad de la novela todo se hace predecible. La trama no se sostiene. Jaritos parece no tener idea de nada en lo concerniente al caso y sus pesquisas van adquiriendo forma en base a lo que le cuentan sus ayudantes, incluso a lo que en un momento determinado le comenta una periodista. Aquí no hay complejos procedimientos, ni sesudas cavilaciones. No hay subtramas que deriven hacia la principal ni sospechosos que devienen en inocentes. Los argumentos se hacen poco creíbles. Y así todo desemboca en un final pobre en recursos. Algo que sorprende en un escritor, Márkaris, que ha llevado al género negro griego a sus más altas cotas.
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