CORTAFUEGOS (Brandvägg) Henning Mankell TRADUCCIÓN: Carmen Montes Cano TUSQUETS EDITORES, S. A., Marzo 2014 |
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Dos muchachas -dos niñas en realidad, de 19 y 14 años-,
Sonja Hökberg y Eva Persson, tras tomar un par de cervezas en un restaurante
especializado en la venta de pizzas, deciden pedir un taxi. Eva toma
asiento junto al conductor y Sonja detrás. En las afueras de la ciudad hacen
que el taxista se detenga con el pretexto de que Eva desea sentarse en el
asiento trasero con su amiga. Tan pronto como la operación de aparcar
concluye Sonja golpea al taxista en la cabeza con un martillo y Eva, que aún continúa
en la parte delantera, lo apuñala en el pecho con un largo cuchillo de cocina. En
el ulterior interrogatorio a que son sometidas por la policía las chicas se
confiesan culpables de inmediato, compartiendo la responsabilidad del delito, y
aduciendo la necesidad de dinero como móvil. Ambas se manifiestan altamente agresivas pero indiferentes, disociadas en grado
sumo de la realidad que acaban de vivir. Su falta de responsabilidad es
desconcertante. Sonja se niega a hablar a menos que se le facilite un
«chicle» y parece realmente desconcertada ante la negativa de permitirle
volver a casa. Por su parte Eva golpea a su madre en el rostro con gran
crueldad. -¡Saca de aquí a esta vieja! ¡No quiero verla más!- Mataron a alguien
¿y qué? Kurt Wallander no alcanza a comprender los motivos que las llevaron a
ambas a cometer semejante atrocidad. “Necesitábamos dinero”, éso es todo. La
mayor de las chicas, Sonja, huye de la comisaría en un momento de descuido, para ser hallada más tarde
carbonizada, probablemente tras haber sido asesinada, en una central eléctrica
a las afueras de Ystad. Tras este suceso Eva modifica su declaración y se
retracta de su primera confesión.
«Cortafuegos» es un "cuento de hadas
desagradable", que se desarrolla a partir de la muerte de un taxista y que
permite «saborear» masivos delitos informáticos, indescifrables conspiraciones
políticas y grotescos asesinatos; acontecimientos todos ellos firmemente atesorados
en el espacio reducido de una novela de misterio genérica, en el ámbito que
todos habitamos -para Wallander, en el gótico remanso provincial de la Escania
sueca, tan familiar y desconocida a la vez-.
El mundo de Wallander -como es ya habitual- es triste e
insufrible y está dominado por una formidable cuota de miedos y oscuridad. El
personaje se ve constantemente abatido no sólo por los crímenes con los que debe
apechugar, sino por el desencanto que le produce su propia vida. Malhumorado,
se medica a sí mismo contra la gripe. Su auto se cae a pedazos mientras él
se pregunta si alguna vez va a tener tiempo para hacer algo al respecto. Su
padre está muerto, su hija es mayor de edad y vive su propia vida, su único
amigo se plantea un futuro lejos de Suecia. Su preocupación porque el
departamento de policía decida deshacerse de él no remite. «No puedo
seguir llevando esta vida -se dijo irritado-. Tengo cincuenta años, pero me
siento un anciano sin fuerzas.» Sin saber cómo ni por qué se ve redactando un
anuncio para las columnas personales del periódico local de Ystad, en el que
solicita compañía: «Agente de policía de cincuenta años, separado, una hija
mayor, busca conocer a alguien con quien pasar el rato cuando se tercie. Ha de
ser una mujer guapa, tener buen tipo y poseer cualidades eróticas. Enviar
respuesta a “Perro viejo”».
En «Cortafuegos» Wallander se presenta tan sólo como
siempre y a la vez tan confundido como siempre, preocupado en extremo por el
estado del mundo que le rodea. «Creo que no tengo ni idea de qué es lo que
estoy presenciando, en realidad. Lo que sí sé es que éste es un país marcado
por el desarraigo y herido por su propia vulnerabilidad.» Esta es la razón
que nos lleva a identificarnos con el personaje, un personaje que nos recuerda
constantemente que el mundo se nos ha ido de las manos. Su confusión es
sin más un reflejo de la nuestra.
Igualmente humano y alejado de cualquier
especialización, su método de investigación nos libera de las complejidades técnicas
y del erotismo tedioso que durante años ha acompañado al thriller
estadounidense. Su conocimiento de las armas de fuego no alcanza más allá
de las consecuencias de su uso. Tampoco sabe nada de coches. E
incluso ahora, en medio de una investigación que gira en torno a los
ordenadores, éstos le son totalmente ajenos. Son piezas de
mobiliario. En lugar de buscar el interruptor de encendido para rastrear
la evidencia en su interior recurre a levantar el teclado con cuidado para ver
si alguien ha dejado algo interesante debajo. Los describe como “grandes”
o “pequeños”, como si de un simple armario se tratara.
Las desventajas que presenta seguir una investigación
a través de los ojos de un personaje como Wallander son obvias. La penumbra en
la que éste se mueve puede deprimir al lector más animoso. Si a esto
añadimos el tono pesadamente sueco (aquí aliviado por una traducción más
enérgica de lo habitual) conseguimos que la narración se vuelva propensa a una
especie de agresividad pasiva. Pero a pesar de esto, el realismo de «Cortafuegos»
no tiene la suficiente capacidad para reducir el placer que proporciona la lectura
de la obra de Henning Mankell.
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