---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Henning
Mankell murió el pasado 5 de octubre en
Gotemburgo (en el sur de Suecia) a la edad de 67 años –había nacido el 3 de
febrero de 1948- después de haber compartido sus últimos años de vida con un
cáncer del que tuvo conocimiento el año pasado. Su padre, Ivar Mankell, fue juez, y su abuelo, también
llamado Henning Mankell, compositor y pianista. Mankell redefinió Suecia
como una sociedad ficticia e indeseable en si misma, y se apropió de ese
carácter de territorio peligroso para ubicar en él a sus personajes
novelísticos. Retomó la
tradición sueca ya existente desde los tiempos de Sjöwall y Wahlöö de considerar
a la escritura criminal como un soporte donde apoyar una crítica social de
izquierdas y le dio reconocimiento internacional, valiéndose para ello del melancólico y
solitario detective Kurt Wallander.
La
naturaleza de su literatura queda cumplidamente expuesta en la primera novela
de la serie de Wallander, «Asesinos sin rostro, (1991)», cuando el detective se
encuentra en la escena de un crimen y piensa en su propia esposa, que lo ha abandonado,
al tiempo que se pregunta por dónde empezar. «Un asesinato bestial,
pensó. Y si tenemos mala suerte hasta puede llegar a ser un doble
asesinato».
Existen
detectives literarios de edad madura, que gestaron su carrera en tiempo
presente y pasado y que llegaron a someterse a su futuro –considérese el Martin
Beck de Sjöwall y Wahlöö- pero, y sin quizás, Wallander fue el ejemplo más natural
y, probablemente, el más exitoso de todos. Apareció por primera vez cuando
Suecia se distanciaba ya de la utopía optimista de los años 1960 y 70, de
manera que la corrupción y el deterioro físico y psíquico del héroe encontraron
eco en la corrupción y el deterioro de la sociedad que le rodeaba. Wallander se
abrió paso a través de la melancolía que le era inherente en un viaje a través
de la probidad que le resultó sumamente exitoso. Después de un comienzo incierto,
las 10 novelas vinculadas a su persona (más un volumen de cuentos y un relato
centrado en la figura de su hija Linda) se vendieron a millones en varios
idiomas. A medida que la serie fue avanzando el personaje fue volviéndose más desgraciado:
“Cada vez que llegaba a casa por la noche después de un día de trabajo
estresante y deprimente, recordaba que en otro tiempo había vivido allí con una
familia. Ahora los muebles lo miraban como acusándolo de deserción”, se
reprochó con amargura en su última novela, «El hombre inquieto, (2009)».
Mankell
nunca fue un hombre frustrado a pesar de que su infancia no resultó fácil. Si
algo caracterizó su vida fue su desmedida inquietud y la gran dosis de energía
que le acompañó hasta la hora de su muerte. Prueba de la gran capacidad vital de
la que hizo gala anida en el hecho de que a los dieciséis años decidiera abandonar la escuela para
enrolarse en un barco mercante. Mankell nació en Estocolmo, hijo de
un juez, Ivar, cuya esposa, Ingrid, les abandonó a ambos al año siguiente de su
nacimiento. Ivar se trasladó con sus hijos a Sveg, en el condado de
Jämtlands Iän, un pequeño pueblo del municipio de Härjedalen, donde vivieron hasta
que Mankell cumplió los 13 años, momento en el que se mudaron a Borås, una
ciudad menos aburrida a las afueras de Gotemburgo, a unos cientos de millas al
sur.
En
aquellos años Henning leía intensamente. Su desmesura le llevó a crearse
una madre imaginaria para reemplazar a aquella que lo había abandonado. «Trabajo
mejor cuando la imaginación es tan valiosa como la realidad», fue su
justificación a este confortable hecho. Él siempre recordó su infancia como un
tiempo sumamente feliz, y la Suecia de finales de los años 50 y
principios de los 60 como un lugar paradisíaco para un niño de su edad. Después
de tres años en Borås, ya con 16 de edad, abandonó la escuela y se fue de casa,
trasladándose primero a París y luego a la mar, donde desarrolló labores en un
carguero. En 1966 regresó de nuevo a París donde llevó una vida bohemia,
decidido a convertirse en escritor. Tomó parte en los movimientos que desembocaron
en la revuelta estudiantil del 68, para luego regresar a Suecia y trabajar como
tramoyista en Estocolmo. Allí escribió su primera obra, sobre el
colonialismo sueco. En 1973, publicó una novela sobre el movimiento obrero
y voló a África con los ingresos obtenidos de su venta. El
continente africano se convirtió en un segundo hogar para él, y pasó gran parte
de su vida allí, siendo fundador y luego ejecutor de un teatro en Mozambique
desde 1986 en adelante.
Desde
una temprana edad se interesó de lleno por la política de izquierdas. Después
de regresar de París, donde como quedó dicho participó en las manifestaciones
del 68, y ya instalado en Estocolmo, se
manifestó contra la guerra de Vietnam y el sistema universitario, y pasó gran
parte de los años 70 en Noruega muy cercano a un grupo maoísta al que
pertenecía su pareja de entonces.
Sin
embargo fue África la que llegó a hacerle apreciar las desigualdades del mundo e
intensificar su repulsión por las mismas. Hizo campaña contra el sida y
las minas antipersona -cada año
más de veintiséis mil seres humanos mueren o sufren traumáticas mutilaciones
debido a las explosiones de estas armas-, también contra las drogas
generadoras del sida al tiempo que alentó un proyecto sobre el recuerdo de los fallecidos. «África
me ha enseñado que hay un enorme sufrimiento innecesario en la humanidad. Enseñar
a todos los niños del mundo a leer y escribir no costaría más de lo que la
sociedad occidental gasta en comida para perros», llegó a comentar.
La
mayor parte de su vida laboral se dividió entre la novela y el teatro. Henning
Mankell fue un escritor prolífico, llegando a publicar hasta tres novelas al
año. Su obra puede ser acusada de irregular pero no hay duda de la pasión
que se esconde detrás de ella. Wallander vio la luz después del regreso de
Mankell de una larga estancia en Mozambique, cuando comprobó que Suecia se
había convertido en un país mucho más racista que en los años 60, tiempo aquél
en que los inmigrantes prácticamente no existían. La mayoría de sus libros
se encuentran estrechamente ligados a las convenciones progresistas y
reformadoras de la Suecia del siglo 20. En su mundo siempre fue posible
encontrar una sociedad más abierta y honesta de la que a él se le ofrecía, así
como Maj Sjöwall y Per Wahlöö la encontraron en la Unión Soviética de
su tiempo.
El
éxito mundial cosechado con Wallander no frenó la producción literaria de
Mankell. Antes al contrario la impulsó con más energía. Entre su capital
se encuentra una trilogía, «El secreto del fuego», (Eldens Hemlighet, 2007)»,
centrada en las desventuras de una niña mozambiqueña de 12 años, Sofía, que
tuvo la desgracia de perder ambas piernas al pisar una mina terrestre. Asimismo
dio vida a una novela, «El chino, (Kinesen, 2008)» en la que un fotógrafo descubre a toda una familia
de 19 miembros asesinada en una aldea sueca, víctimas todos ellos de un personaje asiático, y todo como como
venganza por el trato dado por los antepasados de aquellos a los suyos en los EE.UU. en el siglo XIX.
Mankell
fue un hombre comprometido con la época que le tocó vivir. Sus inquietudes
sociales le condujeron a tomar partido por la causa palestina en el conflicto
que este pueblo mantiene con los israelíes desde comienzos del siglo XX. En
2010 se enroló en uno de los barcos que intentaron romper el bloqueo de Gaza, llegando
a ser capturado por los comandos israelíes. Su celo le llevó a comparar a Israel
con Sudáfrica, afirmando que se estaba gestando en la zona un nuevo apartheid. En
años posteriores advirtió que las tecnologías digitales se están utilizando
para hacer que el individuo sea cada vez más transparente, mientras que los
gobiernos y las empresas pueden operar entre bambalinas a su libre albedrío.
Utilizó
parte de su fortuna para obras de caridad. Favoreció a las aldeas de niños
menesterosos en Mozambique; propició un premio teatral en Suecia y otro,
para fomentar la escritura, en el norte del país, donde había pasado gran parte
de su infancia. Sveg cuenta con un museo construido en su honor. Compró
una casa en las afueras de la ciudad y la donó para uso y disfrute de
escritores y dramaturgos necesitados de un lugar digno donde trabajar.
El
cáncer ha sido la última de sus experiencias a la que no ha logrado sobrevivir
físicamente, sin embargo su recuerdo,
tanto humano como literario, está ahí, gravitando sobre la mente de todos
aquellos que tengan a bien interesarse por su obra.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario