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LA MÁSCARA DE RIPLEY. (Ripley Under Ground) Patricia Highsmith TRADUCCIÓN: Jordi Beltrán ANAGRAMA (Colección Compactos) |
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La segunda entrega de la serie Ripley –«La máscara
de Ripley», Ripley Under Ground, (1970)-
retoma la vida de Tom (como Highsmith siempre le llama), seis años más tarde de
los acontecimientos acaecidos en su primera entrega. Ripley es un joven de unos 30 años,
guapo, encantador y casado con Heloise, una hermosa y rica heredera francesa. Ambos viven en una gran villa -Belle
Ombre- situada en un pueblo cercano a París; villa que fue entregada como
regalo de boda por el padre de Heloise - Jacques Plisson- millonario y dueño de
una empresa farmacéutica. Tom dedica su tiempo a la jardinería, la pintura, a viajar,
la música, la poesía y a mejorar su francés. Heloise tiene un estipendio de su padre, y Tom tiene
la herencia de Dickie Greenleaf, –recuérdese que, en «El talento de Mr.
Ripley», Tom asesina a Greenleaf, asume su identidad y hereda su
testamento-, pero además Tom se beneficia de
unos ingresos derivados de su diez por ciento en la empresa Derwatt Ltd, empresa
dedicada a la explotación de las pinturas de Philip Derwatt, un pintor en alza.
Pero este porcentaje en la Derwatt Ltd. esconde una lucrativa
estafa que considera la venta de cuadros falsificados. Un americano –Thomas
Murchison-, coleccionista retirado y poseedor de un Derwatt, se presenta en
Londres con «la muy sana intención» de demostrar que su cuadro es una
falsificación. Las dos personas que dirigen la galería de Londres donde venden
las pinturas falsas, socios de Tom, son un manojo de nervios. Sólo Tom es capaz
de ver una salida a la catástrofe que se avecina.
A Tom no le gusta el asesinato, pero la gente sigue obligándolo a matar. Highsmith
nos lo hace ver con los ojos de Tom: «¿Al tanto de qué?, se preguntó. ¿Se
trataba de la Derwatt Ltd.? ¿Y por qué tenían que advertirle a él
precisamente?» se cuestiona Tom en el
primer capítulo del libro. A quien se adentre en la lectura de las
primeras páginas de «La máscara de Ripley» y desconozca la trama de la primera
novela, ha de resultarle difícil asimilar que este joven simpático, de buen
gusto, sea capaz de matar a nadie. Pero
sin el dominio de «este arte», y su falta de escrúpulos para llevarlo a cabo, Ripley
no sería Ripley.
No hay nada
que discutir sobre los asesinatos. Todo
el que abre una novela de Ripley sabe, desde el principio, que Tom es un
asesino. Esa es la grandeza que
encubren los libros de Mrs. Highsmith: el contraste entre el exterior brillante
de Tom y su oscuridad interior. El
placer perverso del lector adquiere dimensiones extraordinarias al ver cómo
éste burla la ley, y se convierte en cómplice de los interminables giros y
vueltas que da su persona, de sus rabias repentinas y de su perfecta amoralidad.
«La máscara de Ripley» tiene dos puntos dramáticos
culminantes, cada uno de ellos cimentado
en un asesinato. En el primero,
Tom mata a un hombre en su bodega -le golpea en la cabeza con una botella de Château
Margaux, un vino francés de leyenda-. El
problema se presenta a la hora de sacar el cadáver de la casa, con varios huéspedes
yendo y viniendo a su antojo y un ama de llaves francesa trajinando todo el día
por ella.
Las peripecias de Tom con el cuerpo del difunto en
su sótano se convierten en la más negra de las comedias. Su angustia finaliza
–éso al menos piensa él- cuando un agotado Ripley entierra, con morbosa
satisfacción, el cuerpo de su víctima en una tumba que ha excavado con
nocturnidad y alevosía en un bosque cercano a su casa: «Una vez más Tom tiró de
las cuerdas que sujetaban la envoltura del cuerpo. El cadáver cayó en el
interior de la fosa con un golpe sordo que a Tom le pareció una música
deliciosa. La tarea de echar paletadas de tierra sobre el cuerpo le resultó
otro placer.»
Por el contrario, el segundo asesinato carece de
cualquier atisbo de comedia. Esta
vez, Tom deshecha esconder el cuerpo. Ya tuvo suficiente con su primera
aventura. Su inquebrantable crueldad le lleva a
la profanación monstruosa del cadáver. Quiere que lo localicen
irreconocible, y para colmo se encuentra en el campo, sin las herramientas precisas
para llevar a cabo su ocultamiento. Compra
un poco de gasolina y trata de incinerar el cuerpo, -la “cosa”, como él la
llama-, pero al final solo consigue ennegrecerlo, no calcinarlo. «Al volver la
vista a la pira, la halló negra, rodeada de rojas ascuas. Las atizó hacia el
centro. El cuerpo seguía siendo un cuerpo, Como incineración, había sido un
fracaso.» Por último hace uso de una pala. Con ella rompe el cráneo al cadáver,
y con un par de nuevos golpes consigue desprender la mandíbula. Luego raspa la
cintura con la pala para arrancar un
pedazo de carne, que deposita en la maleta, con objeto de utilizarla
para sus ulteriores propósitos.
La destrucción del cuerpo, contado con todo lujo de
detalles, es tan salvaje, tan sorprendente, que cualquier lector, por muy mezquinos que sean sus sentimientos, no
puede permanecer impasible ante tal atrocidad. El encantador y urbano Tom Ripley se presenta
ante los ojos de aquél como una auténtica bestia. Aquí, como en tantas otras partes de la
novela, Highsmith se deleita frotando ante nuestras narices los horrores que se
encuentran latentes bajo la capa de barniz de la civilización. No hay
nadie como ella para éso, es una auténtica artista, con unos dones literarios
tan excepcionales como la rabia que la llevó a escribir ficción.
Highsmith quedó muy satisfecha
con «La máscara de Ripley», (tengo que reconocer que prefiero el título original, «Ripley
Under Ground», Ripley bajo
tierra), y es fácil
comprender por qué. Ese desquiciado vértigo, esa madurez en la farsa, esa sala
grotesca de espejos, que plantea el libro, con la imitación de la obra de
Derwatt por parte de Bernard y la suplantación de la personalidad del propio
Derwatt por la de Ripley, hace recordar la estafa a la que Tom sometió a Dickie
Greenleaf en «El talento de Mr. Ripley». (Derwatt, Dickie... ¿es una
coincidencia que ambos nombres comienzan con “D”...?). Mrs. Highsmith teje
una intrincada red de mentiras en «La
máscara de Ripley», red que se ve reforzada con un poco de suerte,
«la suerte literal del diablo». Y, ¡cómo no!, hará lo mismo en el próximo libro
de la serie. Como agasajo a una
excepcional novela -éste «Ripley
Under Ground»- la tercera entrega, –«El juego de Ripley»-, es aún
mejor...
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