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Nacida el 10 de agosto de 1904 en Kansas City
(Missouri), Dorothy B. Hughes –de soltera Dorothy Belle Flanagan-
sustituyó su apellido –Flanagan- cuando se casó con Lewis Hughes en 1932. Hughes
fue una escritora norteamericana que ejerció de poeta y crítica literaria, así
como de profesional de la ficción criminalística, y que pasa por ser autora de
catorce novelas negras y un libro de poemas. Hughes se doctoró en periodismo en
la Universidad de Missouri en 1924 y escribió para los diarios «Los
Angeles Times», el «New
York Herald Tribune», y
durante cuarenta años «The Albuquerque Tribune». Sus primeras novelas fueron demostraciones patrióticas
de la problemática nazi y la degradación europea, pero a mediados de los años
cuarenta su novelística, sin abandonar la panorámica de la raza en el oeste de
Estados Unidos, bebió de la fuente policial. Así, su quinta novela, «The
Blackbirder», publicada en 1943, sigue las peripecias de un refugiado de la
Francia ocupada por los territorios de Arizona, donde vive protegido por una
familia de indios de Tesuque. (Tesuque es un lugar ubicado en el condado de
Santa Fe, en el estado de Nuevo México. Hughes vivió en Santa Fe durante
la mayor parte de su vida). “Ride the
Pink Horse”, publicada en 1946, que fue llevada al cine y protagonizada
por Robert Montgomery, se desarrolla durante la fiesta de tres días que
conmemora la reconquista española de nuevo México en 1692. Al año siguiente vio
la luz la que hoy se considera su obra más famosa, «In a Lonely Place» (En un
lugar solitario), germen de la película de Nicholas Ray protagonizada por
Humphrey Bogart; un retrato psicológicamente complejo de un asesino en Los
Ángeles. Hughes dejó a un lado la escritura para cuidar a su familia en
1952 y regresó en 1963 con «The
Expendable Man». Fue ésta su última obra de ficción.
Dorothy B. Hughes eligió un reto diferente al
de cualquier otra escritora de su tiempo: el de una mujer blanca que cuenta
historias de y desde los puntos de vista de los psicóticos, las mujeres negras,
los hombres españoles, los nativos americanos, los músicos de jazz, las mujeres
de moda, los soldados, los médicos... Sus libros fueron ampliamente elogiados por
la atmósfera de miedo y suspense que crean y, paradójicamente, criticados en el
momento de su edición, como ocurrió cuando el New York Times comentó de «The Fallen Sparrow» (1942): “crea
un conflicto de situaciones que va más allá del esquema de la novela policíaca”.
La realidad es que el crimen nunca fue algo que interesase a Hughes; para ella «el mal» consistía en ser intolerante
con los demás. Con sus poderes poéticos para la descripción, Hughes hizo del
mal una enfermedad de la mente y un paisaje que se debe vigilar.
«In a Lonely
Place» (1947) estableció
un modelo para cientos de escritores posteriores, anticipándose incluso a «El asesino dentro de mí» (1952) de
Jim Thompson, a la hora de ubicar al lector dentro de la cabeza febril de un
asesino. Pero, a diferencia de Thompson y muchos escritores posteriores,
Hughes dirigió su mirada hacia el interior sólo para luego redirigirla hacia el exterior. Ella poseía una mente abierta,
no sólo sobre la naturaleza de los delitos sexuales, sino también sobre el complicado
medio ambiente de la América posterior a la Segunda Guerra Mundial. Hughes
insinuó su intención desde el principio, llamando a su asesino, con un guiño de
complicidad, Dixon «Dix» Steele. Veterano de la Segunda Guerra Mundial,
donde sirvió como piloto de combate -quizás la más glamorosa de las ocupaciones
militares-, Dix es un guionista del montón; débil, neurótico,
desilusionado, amargado, inestable y violento. Con fama de
conflictivo, tiene que afrontar la difícil tarea de adaptar al cine un libro de
nula calidad literaria. Casualmente se entera de que Mildred, la chica del
guardarropa del bar que frecuenta, ha leído la obra en cuestión. Decide
entonces llevársela a su casa para que le cuente el argumento. Pero, a la
mañana siguiente, el detective Brub Nicolai se presenta en ella y le comunica
que Mildred ha sido asesinada, convirtiéndose Steele en el principal
sospechoso. Poco después, durante el interrogatorio al que le somete la
policía, Steele conocerá a su vecina -Laurel Gray-, una mujer muy atractiva que
acaba de salir de una experiencia fallida de vida en pareja. Laurel asiste
a la policía, en calidad de testigo, al admitir que “vigila” de vez en cuando
la ventana de Steele ya que siente una “curiosa atracción por él”. La sospecha
y la incertidumbre sobre si Steele tuvo algo que ver con el asesinato de
Mildred pesarán sobre esta relación, así como sobre el resto de los
acontecimientos de la novela. Dix Steele es quizás el más solitario de todos los
personajes de Hughes. Un héroe que tras regresar de la guerra es incapaz
de encajar de nuevo en la sociedad estadounidense de la posguerra y, sin nadie
en quien confiar, sin terapia ni ayuda, y aparentemente sin ningún
reconocimiento como el que otros hombres como él han sido capaces de lograr,
desciende al asesinato y la misoginia, y vagabundea por las noches de Los Ángeles en
busca de víctimas. La guerra y la barbarie que Stelle ha presenciado en
Europa lo han reducido a la condición de sociópata. Se ha convertido en
aquello contra lo que luchó y que es el tema principal de casi todas las
novelas de Hughes.
Los relatos de Hughes se desarrollaron en su
totalidad dentro del ámbito de los Estados Unidos. Su preocupación estuvo
íntimamente ligada a la situación internacional, y su sensibilidad fue más
europea que americana. De hecho, es difícil pensar en otro escritor
contemporáneo estadounidense -hombre o mujer- tan preocupado por el
empeoramiento de la realidad internacional y el acercamiento al fascismo como
ella, exceptuando tal vez a Hemingway y Dos Passos.
Hughes fue, y sigue siendo, una desconocida
para los seguidores de la novela negra tradicional. No obstante, su obra merece
ser leída más ampliamente. Ella fue una escritora de transición. Su figura
representó un alejamiento del hard-boiled clásico; de las novelas de ritmo
frenético de Cain, Hammett y Chandler, que dominaron la década de los 30, en
una búsqueda incómoda de la sensibilidad de la década de los 40. Su
trabajo está más en concordancia con los escritores británicos de la época,
tales como Graham Greene o Eric Ambler, -de hecho, su novela de 1942 «The Fallen Sparrow», está dedicada a
Ambler-, una armonía que reconoció abiertamente en todas sus entrevistas.
Hughes se vio influenciada por una amplia gama
de géneros en la década de los 40. Ella estuvo originalmente preocupada
por la poesía, lo que sin duda contribuyó a que su prosa fuera altamente lírica. La
calidad de su escritura fue lo suficientemente buena para compensar sus frecuentes
fallos de coherencia narrativa. En la lectura de Hughes es imposible descartar
imágenes tomadas del expresionismo alemán, también presente en la obra de otros
muchos europeos emigrados a Hollywood: todas esas calles oscuras, donde los
hombres invisibles acechan en las sombras... Otras influencias contemporáneas
presentes en su obra fueron el realismo poético francés, con sus héroes
condenados y sus amores imposibles, y el existencialismo del absurdo. A
pesar de vivir al otro lado del Atlántico, Hughes, mejor que cualquier otro
escritor estadounidense de la época, fue capaz de captar la vaga inquietud y el
inminente cataclismo del momento.
Sus novelas fueron redactadas un tanto
apresuradamente, con giros de última hora y cambios de carácter, aunque el
sentido y el olor de los últimos años de la guerra y sus secuelas inmediatas, están
siempre presentes. Pero eso es, con todo, menos importante que lo que nos ofreció
de forma persistente: un cierto estado de ánimo, la sensación de terror, de ser
cazado o perseguido por fuerzas invisibles.
Una novela de Dorothy B. Hughes es siempre «una
persecución». Es rara la vez que la narración comienza por el principio de
los hechos; invariablemente el lector se incorpora a la trama en algún momento futuro.
Ella apenas necesita tiempo para “sembrar” la trama; todo lo contario, los grandes
giros y hechos cruciales caen sobre nosotros en momentos aleatorios. Cuando
la acción se ralentiza, cuando se requiere una motivación, Hughes es capaz de
incorporar una en que nos mete de nuevo en la trama. «In a Lonely Place» puede ser la más estructurada
que sus novelas, aunque todavía adolece de cierto grado de improvisación. Sin
embargo Hughes se las arregla para «mantenernos dentro de ella», a veces con un
poco de miedo, de vez en cuando con un poco de desconcierto, pero siempre, al dar
la vuelta a la página, permanecemos envueltos en la atmósfera sin igual que
ella crea.
En última instancia, las novelas de Hughes
gozaron del privilegio de esta «atmósfera inigualable» que planea sobre la
trama, por lo que Hollywood la reclamó y, a menudo, trató de potenciar ese
ambiente con argumentos más fuertes. Esto cambió después de la
guerra: En «In a Lonely Place» nos
tropezamos con un Dix Steele dotado de una más complejidad y una conflictividad
interna superior a la de los personajes de sus novelas anteriores. Quizás
sea debido a una mayor experiencia de Hughes como escritora (en esos momentos,
1946, ya había publicado nueve novelas). Pero también hay que considerar que la
inmediatez de la guerra ya había pasado, y el sentido de urgencia, la necesidad
de transmitir «miedo» se había erosionado. De cualquier manera, Hughes merece
ser recordada como una «maestra de la atmósfera» capaz de capturar los estados
de ánimo intangibles de la época y, al hacerlo, mostrar vívidamente el lado
oscuro de la década de 1940.
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