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LA SOLEDAD DEL MÁNAGER Manuel Vázquez Montalbán EDITORIAL PLANETA, S. A. |
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¿Qué objetivos persigue un agente de la CIA
sentado junto a una ventanilla del Boeing de la línea regular Las Vegas-San
Francisco? Lo cierto es que allí Carvalho conoce a un catalán, Antonio Jaumá. Éste
es un ejecutivo exitoso y eficiente de un conglomerado multinacional, la Petnay,
que se encuentra ante la disyuntiva que le dictan sus principios y su trabajo. Jaumá
opera entre dos mundos que trata de conjugar lo mejor que puede: productividad
y plusvalía frente a intereses sindicales y militancias pretéritas. «Por una
parte la gentuza de arriba. Por otra la presión de los trabajadores». «Jaumá es
delgado, nada alto, con tez de judío sefardita, nariz de vendedor de
antigüedades de Estambul, ojos oscuros y brillantes de una cierta
implacabilidad, con una calvicie de pasillo entre colinas de pelo negro y
crespo». Años después, cuando Carvalho ejerce ya de detective, recibe la visita
de un personaje entrado en la cuarentena, pero de rostro joven, que le trae el
encargo de parte de la viuda de Jaumá de investigar su extraño asesinato, un
asesinato que se interpreta como un ajuste de cuentas derivado de su afición a
las mujeres de los bajos fondos. «Le pegaron un tiro por la espalda a la altura
del corazón. Un tiro perfecto. Luego tiraron el cadáver entre la maleza, cerca
de Vich, y allí estuvo según el forense pocas horas, las de una madrugada.»
Carvalho se adentra así en un caso que tiene
toda la pinta de ser más político que personal y que le lleva a ser partícipe
de los tiempos revueltos que se vivían por entonces en aquella España marcada
por la Transición. Corre el año 1977 y Carvalho observa desencantado como la
oligarquía económica, en tiempos no muy lejanos franquista, ahora democrática
porque toca, se adueña del miedo; miedo a la extrema derecha y sus asesinatos
de abogados laboralistas, y miedo a la extrema izquierda y a sus manifestaciones
en las Ramblas, a los «GRAPO», a «ETA», y todo para intentar perpetuarse en el
poder con una nueva etiqueta, la de «centroderecha». «Anochecidas las Ramblas,
Carvalho empezó a captar los síntomas de que se acercaban las algaradas
cotidianas. La policía de la Brigada Especial Antidisturbios había empezado a
tomar posiciones según un ritual de perpetuo estado de sitio. Jóvenes
contraculturales apolíticos y jóvenes contraculturales políticos divorciaban
sus grupos. En cualquier momento podía aparecer un comando de ultraderecha
actuando como provocador y por las aceras se deslizaban los militantes de ese y
aquel partido en busca de sus sedes ya legales, sin ganas de verse mezclados en
la inmediata trifulca, dispuestos a no verse desmontados de un porrazo del
recién adquirido caballo de la legalidad y la respetabilidad histórica.»
«La soledad del mánager» es una declaración explícita,
a partir de la lucha ideológica, del desencanto posmodernista con el nuevo
orden. Es evidente que tras la muerte del dictador el eje de discusión ha
cambiado, las categorías culturales sostenidas por los distintos compartimientos
de la sociedad no son las mismas que las de las décadas pasadas. La crítica de
la cultura de militancia en las organizaciones populares y el encarecimiento de
la democracia y los derechos civiles han establecido nuevos ejes administrativos,
los cuales han generado una temporalización y un desencanto de los grandes
modelos políticos. Así como «Tatuaje» sirve a fines de establecer el paradigma
del personaje, –Carvalho-, en sus trazos básicos que luego se irán
desarrollando a lo largo de toda la saga, «La soledad del mánager» sirve para
asentar las bases del desencanto que orbita alrededor del universo en el que se
mueve la figura creada por VM. Ese desencanto social deviene de la sensación
agridulce dejada por cuarenta años de dictadura. Vázquez Montalbán pretende dar
solución a la incógnita revolucionaria que evidenciaba la España de entonces. Aquellos
que lucharon activamente contra el régimen, se presentan ahora, una vez
terminado el período dictatorial e iniciado el camino hacia la democracia, en
posiciones antagónicas, como vencedores y vencidos: Viedma y Villaseca por un
lado y por el otro Argemí y Fontanillas. Éstos últimos representan el abandono
radical de los ideales del grupo. Biedma en su entrevista con Carvalho llega a
tenuar con resignación la imagen de éstos: «simplemente fueron consecuentes con
su origen e interés social y volvieron al seno de la burguesía para hacerse un
lugar, el mejor posible.»
Y entre todos ellos zancajea Carvalho, una
figura que actúa como filtro de la realidad, un «vidrio óptico», un cronista de
lo posmoderno, que se mueve a distintos niveles sociales sirviendo como enlace
entre los diversos sectores económicos. Un personaje que establece la
diferencia dentro de la comunidad y sus miembros a través de la única vía que
le permite el desencanto posmodernista: su ambiguo punto de vista en principio
y la resolución formal del caso en última instancia. Y, sin embargo, antes de
llegar a ésta posición Carvalho «disfrutó» de ambos mundos. Su militancia
comunista y su pasado como agente de la «CIA» aglutinan dos polos antagónicos
de la historia del siglo XX. No pertenecer en la actualidad a ninguno, haber
abandonado ambas veredas, le sitúa en una posición de privilegio a la hora de
sancionar la realidad que se presenta ante sus ojos.
A pesar de su escepticismo Pepe Carvalho se
posiciona del lado de los vencidos. Vázquez Montalbán muestra así, a través de
su creación, el desencanto postfranquista, la decepción con una sociedad que no
fue capaz en su momento de repudiar de forma inequívoca los cuarenta años
anteriores de su historia. Una sociedad que dejó de lado los ideales de la
modernidad y que no ofreció revolución alguna. Una sociedad corrompida, con
gente de doble cara, de manipuladores profesionales al servicio del poder
establecido. «Creas la sensación de que el poder no controla la situación y de
que el sistema político no sirve para garantizar el orden... casi siempre en
favor del propio poder, que así obtiene coartadas y cheques en blanco para
hacer lo que le pasa por los cojones y como le pasa por los cojones.»
«La soledad del mánager» supone un manifiesto
del desencanto general que en términos político-ideológicos padeció la sociedad
posfranquista y que culmina en la dolorosa imposibilidad de salvación social
ideada en la cúspide artística de la serie que representa la siguiente entrega,
«Los mares del Sur».
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