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MIENTRAS SEAMOS JÓVENES José Luis Correa ALBA EDITORIAL |
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Ricardo Blanco no es nuevo en estas lides de
la investigación. Ricardo Blanco forma ya parte de la imaginería de la novela
negra española por derecho propio desde que allá por 2003 se dio a conocer en
«Quince días de noviembre». A partir de entonces hemos tenido ocasión de
disfrutarlo en ocho entregas más de la saga, todas ellas publicadas por Alba
editorial. El título de ésta que traemos a colación hoy, la octava de la serie,
forma parte del himno universitario “Gaudeamus Igitur” (Alegrémonos pues,
mientras seamos jóvenes. Tras la divertida juventud, tras la incómoda vejez,
nos recibirá la tierra.) y se inicia con el descubrimiento del cuerpo sin vida
de una estudiante italiana de doctorado en la Universidad de Las Palmas de Gran
Canaria y la detención de su supuesto asesino, un profesor de patología animal con
dedicación en la facultad de Veterinaria de dicha Universidad.
Las casualidades de la vida hicieron que la
presentación de «Mientras seamos jóvenes» tuviera que ser cancelada en su
momento. El día anterior fue encontrado el cuerpo sin vida de una alumna de la
universidad. Había sido asesinada en su propio domicilio a base de recibir
severos golpes en la cabeza. El hecho mantiene similitudes notables con la
descripción que Correa hace del
asesinato de su protagonista. «¿Opiniones y conjeturas? Tal vez. Sim embargo,
existía un hecho crudo y objetivo. El de una muchacha muerta en el zaguán de su
piso, en la calle Montevideo. La cabeza reventada contra el cuarto escalón. La
falda por la cintura. Las bragas alrededor del tobillo derecho. Los ojos
entreabiertos. Y una mueca de horror imposible de olvidar.» La asonancia entre
la realidad y la ficción, no podía ser de otra forma, afectó en grado sumo a las
emociones del escritor.
La novela comienza con una entrevista en la
cárcel del Salto del Negro, en la capital grancanaria, entre Jorge del Amo, asesino
inconfeso de la estudiante italiana Paola Bortolucci, y Ricardo Blanco, un
detective a la antigua usanza, un tipo duro y sentimental, sesentón pero con el
espíritu del mejor Marlowe, bogartiano él, amante del jazz, que se presenta
como un ser ingenioso, solitario y tremendamente cáustico. En ella Del Amo
declara haber sido objeto de una encerrona, detrás de la cual intuye la sombra
proyectada por alguien que quiere joderlo bien jodido. Paola había desembarcado
en la isla a principios de septiembre con el comienzo del curso, recomendada
por prestigiosos profesores de Sicilia. Sus relaciones con Del Amo comenzaron
antes de Navidad, quizás generadas por el subidón que le proporcionaba a éste
el hecho de que una mujer joven se hubiera fijado en él. A medida que se
adentra en la investigación, Blanco no se siente seguro de que su cliente
merezca el tiempo que le dedica para librarlo de una condena que todos dan por
segura. No en vano a Del Amo le acompaña una fama de arrogante, de maltratador y mujeriego, que hace que a Blanco no
le caiga bien. «No me caía bien. Me jodía reconocerlo pero Jorge del Amo no me
caía bien. Desde la primera vez que lo vi en aquella habitación desabrida del
salto del Negro hubo algo en él que no me convenció.»
«Mientras seamos jóvenes» es una novela que
discurre sin diálogos, lo que no implica que no los haya. Es el cuentista, en
este caso el propio detective, el que nos los deja entrever en una narración en
primera persona, con una prosa ágil y dinámica, un lenguaje poético y directo a
la emoción, unos personajes solitarios y complejos, el tema recurrente de la
muerte y la visión socarrona del mundo, algo muy característico del personaje
de estas tierras, ya presente en las novelas costumbristas de Galdós. En su
«Carta a Pepe Carvalho» Correa lo deja bien claro: «¿Y qué me dices del humor?
Sin duda es algo que tiene que ver con éso de la comida. A los parientes del
norte les da acidez, a nosotros socarronería. Por eso ellos tienen ese rictus
malhumorado y tieso, por éso sostienen la filosofía del amargado. Nosotros no,
querido Pepe. Nosotros nos tomamos la vida de otra forma. Nos sabemos igual de
perdedores, igual de mortales que ellos pero sobrevivimos a nuestra mortalidad
con grandes dosis de humor. Nos encogemos de humor. Y sonreímos.»
La violencia de género, las intrigas
académicas, los conflictos generacionales, la inmigración, la xenofobia, la
lentitud de la justicia y la burocracia, se dan la mano en una obra que es, además
de una novela negra, una reflexión sobre la actualidad (la local y la de otras
latitudes) y un tratado sobre el miedo, la venganza y el odio. Según
palabras del propio Correa: «el escritor
siempre trata de reflejar el alma humana, la bondad y la maldad, y los
maltratos. Un tema éste delicado porque afecta a la vida cotidiana y doméstica
y el inductor es alguien cercano, de tu propia familia, no un enemigo externo.»
A José Luis Correa le cuesta reconocerse como
escritor de novela negra, él sólo se reconoce como escritor. Y tiene motivos
para ello, no en vano su carrera de novelista se ha visto refrendada con
importantes distinciones, como el premio Benito Pérez Armas, en Santa Cruz de
Tenerife, 2000, el Ciudad de Telde, en Las Palmas de Gran Canaria en 2002 y el
Vargas Llosa, en Murcia, también en 2002. «Muchos amigos consideran que mi
novela no es negra, que es medio gris... Puede ser. Lo que está claro es que mi
ritmo narrativo se acerca mucho más al bolero que a una trama de puñalada tras
puñalada.» Lo cierto es que las novelas de Correa tienen carácter, son propias
de un novelista que goza de un gran dominio de los recursos narrativos, que
orienta hacia la caracterización de los personajes. La descripción del espacio
es ejemplar. No se puede negar que «Mientras
seamos jóvenes» es un magnífico friso de los lugares, las gentes y los
entresijos de Las Palmas de Gran Canaria. «A mí Las Palmas me ha parecido
siempre una ciudad muy literaria. Aparte de mi amor por ella, entiendo que aquí
se vive, se muere, se ama, se siente uno solo, en compañía, se disfruta, se
hiere como en cualquier lugar del mundo. Mis personajes no podrían vivir en
otro lugar. Piensan y viven como isleños y es natural que vivan aquí.»
José Luis Correa se confiesa un vago. La
documentación le produce urticaria (según sus propias palabras) porque le
requiere mucho tiempo y a él, como a todo escritor, lo que le gusta es
escribir...
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