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LAS FLORES NO SANGRAN Alexis Ravelo EDITORIAL ALREVÉS |
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Es muy complicado encontrar un plan más
absurdo que el de secuestrar a la hija de un poderoso empresario en una isla
tan pequeña como Gran Canaria, una isla, como toda aquella que se precie,
rodeada de agua por todas partes. Un secuestro exprés en Gran Canaria: el plan
criminal más estúpido del mundo. Sin embargo esa es la movida que propone Eusebio
el Zurdo a sus colegas. El Zurdo ejerce de chófer particular para Isidro Padrón
Afonso, el gran hombre, el Yunque de Tafira, el que se puso las botas con la
importación de carne, el que fundó Islocasa y ahora, junto a su amigo Marcos
Perera, el Martillo de Tejeda, mete las narices en todo aquello que huela a
negocio, sobre todo a negocio «podrido». Ese que deja dinero. El Zurdo tiene
conocimiento de primera mano (no en vano ejerce como su chófer particular) de
los trapos sucios que se trae entre manos Padrón con un ruso que se pasea por
ahí sin nombre. Unos cambalaches que cada tres meses le reportan al tal Padrón
una pasta calentita que entra sin esfuerzo alguno y de la que se llevan (el
Yunque y el Martillo) una nada despreciable comisión. Un dinero que proviene de
la compra de drogas, sexo, armas o cualquier otra inmundicia y que ellos no
tienen más que lavar.
Una licenciatura, un máster, tres idiomas,
alta capacidad en relaciones Internacionales e hija del todopoderoso empresario
y mafioso local Isidro Padrón. Ésa es Diana Padrón Castellano. Una fruta muy
apetecible. Sobre todo para quien no tiene nada que perder y sí mucho que
ganar. Una fruta que pretenden el Marqués y su compañera Lola, el Salvaje y el
Flipao, unos pobres diablos acostumbrados a timos cortos y a trabajos rápidos
que no dan mucho beneficio y para quienes la proposición del Zurdo de raptar a
Diana y pedir como rescate la pasta que Padrón recibe cada tres meses por
blanquear el dinero del Ruso colma todas sus aspiraciones.
No es mi propósito arruinarles la lectura de
esta novela pero no descubro nada nuevo si les digo que la empresa no termina
bien. Cuando los planes nacen torcidos... Y es que ya desde la página de
apertura Ravelo nos suelta así de pronto y sin anestesia lo siguiente: «Ahora
que las cosas se van aclarando, ahora que todos los muertos tienen nombre y él
comienza a entender cómo, por qué y, sobre todo, quién mató a quién, Serrano se
pregunta algo que nadie le ha pedido que averigüe y que no acabará constando en
los expedientes... ¿cuándo se había iniciado realmente la cadena de hechos que
había finalizado con todas aquellas muertes absurdas?» Pues bien, eso es lo que
ustedes van a descubrir si deciden meter sus narices en una aventura que
respira coraje, compasión y hasta violencia pero que también es capaz de
arrancarles una sonrisa, aunque sólo sea de conmiseración por este grupo de fracasados
con un plan estúpido y a los que todo les viene grande.
«Las flores no sangran» es un relato rico en
expresiones que alterna con eficiencia la narración de los hechos con el
interrogatorio policial a Marcos Perera dos semanas después de que aquellos
estallen. Ravelo ha conseguido aquí compilar lo mejor de su mundo en una novela
que es una geografía literaria del señorío, la miseria, la ambición y las bajas
pasiones.
La empatía hacia sus personajes, la tensión
derivada de un ritmo impecable, la concurrencia
con su sentido de la justicia social y la zozobra derivada del modo en que el
autor refleja como la realidad puede auparse a lomos de la existencia de un
grupo de individuos derrotados son algunos de los secretos que sostienen el
éxito de Ravelo. Tales virtudes reinciden en «Las flores no sangran», una
novela que remonta la memoria hacia «La estrategia del pequinés», aquella con
la que el escritor alcanzó el Hammett, y que al igual que todas sus obras es
singular e irrepetible. Y es que los relatos de Ravelo están presentados con
una sencillez no exenta de estilo, algo a lo que aspira todo escritor. Ya
señalaba al respecto Chandler con gran acierto
que «lo más durable en lo que se escribe es el estilo, y el estilo es la más
valiosa inversión que puede hacer un escritor con su tiempo».
La novela negra posee como ningún otro género
literario el inmenso poder y la prodigiosa capacidad de describir con gran
realismo los males de nuestro tiempo. No es, por supuesto, el único camino para
acercarse a esa realidad, pero tiene sus ventajas. Y esas ventajas las sabe
explotar eficientemente Alexis Ravelo. Ravelo debió de pensar cuando decidió
inmiscuirse en estos menesteres que no hay que trasladarse muy lejos para
retratar la inmundicia que nos rodea y así no para en mientes a la hora de
situar a sus golfos y perdedores en su Gran Canaria natal. Una Gran Canaria que
él conoce en profundidad, no en vano, como digo, nació aquí. Y no solo nació
aquí sino que maneja como nadie el lenguaje de la calle, un lenguaje que
redunda en unos diálogos impecables que recuerdan a los clásicos del hard
boiled americano, aquellos que pueblan las novelas de Hammett y Chandler, de
Thompson y Woolrich.
Pienso que el camino recorrido por
Alexis Ravelo no ha debido de resultarle nada fácil. Lo cierto es que dedicarse
a esto sabiendo que la literatura canaria es la gran marginada dentro del
contexto cultural del estado español tiene sus riesgos. Si por un lado el mar
ya aísla, el escritor canario es víctima del desconocimiento y de un injusto
menosprecio, un desconocimiento y un menosprecio que se palpan tanto dentro
como fuera del archipiélago. Sin embargo, lo cierto es que en los últimos años
los escritores canarios se han decantado por situar la acción de sus relatos
aquí, en las islas, pese a la adversidad geográfica y al silencio de algunos
medios de comunicación. Así, pues, lo logrado por Alexis Ravelo tiene un mérito
añadido, y de justicia es reconocérselo.
Querría terminar con las palabras que se
recogen en la contraportada del libro y que rezan así: «Mézclese este meollo
con ron canario (y si es de Arucas, mejor), agítese bien y el lector tendrá
como resultado un bebedizo torrencial, explosivo y tronchante de efectos
balsámicos». Así pues, amigos, pasen, lean y disfruten.
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