---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
EL LIBRO DE LAS PRUEBAS (The Book of Evidence) John Banville TRADUCCIÓN: Horacio González Trejo EDITORIAL ALFAGUARA |
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
«El libro de las pruebas» es una meditación
elegantemente escrita y, por momentos, oscuramente cómica sobre el mal y la
culpa. Frederick Chales St. John Vanderveld Montgomery, un profesor
universitario de estadística, se encuentra en la trena por asesinato y listo para contar su historia.
Su relato comienza describiendo las condiciones de la prisión, una prisión a la
que él llama hogar, mostrando su experiencia como animal capturado: «Deberían
dejar pasar a las masas para que me viesen: el devorador de la muchacha,
esbelto y peligroso, andando de aquí para allá en mi jaula, mientras mis
terribles ojos verdes parpadean más allá de los barrotes...». Montgomery dibuja
los ruidos y olores de la cárcel pero se niega a hablar de la oscuridad a la
que tanto él como sus compañeros de cautiverio se ven sometidos. Freddie (así
es conocido en su pequeño círculo familiar) describe su vida con Daphne, su
esposa, en una isla mediterránea instantes antes de regresar a Irlanda. Una
vida de lujo que deja a las claras que está viviendo más allá de sus
posibilidades. Allí (¿Ibiza? ¿Isquia? ¿Acaso Mikonos?) conoce a un traficante
de drogas que responde al nombre de Randolph y Freddie le extorsiona con un
préstamo bajo la amenaza de revelar sus actividades criminales. Randolph obtiene
el dinero de un tal Aguirre, un usurero. Sin embargo, Freddy no paga el
préstamo y recibe en contrapartida un paquete por correo, cuidadosamente
envuelto en papel de estraza, con la oreja de Randolph. Una amenaza de Aguirre,
sin duda. «Quien la hubiera sajado había hecho una chapuza y, a juzgar por el
borde dentado, había utilizado algo semejante a un cuchillo para cortar pan.
Doloroso». Con su esposa e hijo retenidos como rehenes, Freddie regresa a
Irlanda para recaudar el dinero que debe a Aguirre y así obtener la seguridad
de su familia.
Ya en Irlanda Freddie se pone en contacto con
su madre, Dolly, en Coolgrange y entabla una conversación incómoda con ella,
algo que pronto deriva en pelea. Freddie queda sorprendido de la relación
íntima que su madre mantiene con una joven veinteañera, Joanne, una joven que aquella
tiene contratada como moza de cuadra de unos ponis originaros de los montes de
Connemara, unas bestias feísimas que adquirió con la renta que le proporcionó
la venta de la colección de cuadros de su marido, cuadros que Freddie esperaba rentar
para liquidar la deuda con Aguirre. Dolly había traspasado las cuadros a un tal
Helmut Behrens, un conocedor de arte. Y hacia su casa se dirige Freddie en
busca de su destino...
Las referencias a ilustres predecesores son
innegables en «El libro de las pruebas». Así el Meursault de «L´Étranger» -la primera novela de Albert Camus publicada
allá por 1942-, un ser indiferente a la realidad por resultarle absurda e
inabordable, también se vio involucrado –como Freddie- en un asesinato sin
sentido, un asesinato que ni la avaricia ni la envidia llegan a justificar, un
asesinato accidental como el que quizás todos incubamos dentro. Al igual que
Meursault, Freddie se siente un extraño en este mundo y no encuentra las
respuestas apropiadas que justifiquen su existencia. La vida no tiene ningún
sentido fuera de uno mismo, la confianza en fuerzas externas le produce una
sensación de caída al abismo de lo incierto. Para Freddie y personas como él la
búsqueda de la felicidad no se halla en la confianza depositada en una sociedad
cuyos mecanismos y leyes son desconocidos para el individuo, la felicidad se
encuentra en uno mismo, en la seguridad de la propia existencia, en la
conciencia de existir. Un ser así, un ser como Freddie, jamás se manifestará
contra su ajusticiamiento ni mostrará sentimiento alguno de injusticia,
arrepentimiento o lástima. La pasividad y el escepticismo frente a todo y a
todos guía su comportamiento, su vida está marcada por un sentido apático de la
existencia y aún de su propia muerte. «La comunidad humana... ¿cuándo formé parte de esa tribu?».
El espíritu oscuro del Raskolnikov de Fiódor Dostoievski -el joven estudiante
de San Petesburgo protagonista de Crimen y Castigo, que decide asesinar a una
anciana usurera por considerarla un ser humano inútil para la sociedad, un
piojo que sólo puede entorpecer a quienes le rodean-, también impregna la
confesión de Freddie: «Me sentí como el héroe lúgubre en una novela rusa».
Freddie es todo un personaje, un ser
cohibido y observador, un sujeto que
devora sin mesura la ginebra de su amigo Charlie y el excelente burdeos de su
finado padre. Una figura medrosa que odia a los perros y desea a su esposa
Daphne en la misma medida que a la mejor amiga de ésta, Anna. Es rencoroso y
propenso a burlarse de todo y de todos: «Estaba avergonzado. No puedo
explicarlo. Es decir, podría. Pero no lo haré». Tiene destellos de humor
sardónico, especialmente en las que escenas de enfrentamiento directo con su
madre, escenas que le provocan un «ardor de estómago filial». En su afán de
culpar de todos sus males a su madre, se queja: «¿Es de extrañar que haya
acabado en la cárcel?». Bajo el escrutinio de Freddie el concepto del mal se
evapora, para él la maldad es solo una palabra: «Me pregunto si es posible que
la cosa misma –la maldad- no exista, si esas palabras extraordinariamente
difusas e imprecisas no son más que un ardid, una especie de compleja cobertura
del hecho de que no hay nada».
Para capturar el espectro completo de
los estados de ánimo lunáticos de Freddie Montgomery, John Banville se apoya en
una prosa flexible y fluida. El escritor es un «pintor literario» de paisajes.
La pieza central de la novela es el asesinato de la criada, una joya horrible
que es transmitida por Banville con una precisión lapidaria: «Al darle el
primer golpe esperaba oír el chasquido duro y definido del acero sobre el
hueso, pero fue más parecido a machacar barro o masilla endurecida... Pensé que
bastaría con un buen intento, pero como demostraría la autopsia, tenía el
cráneo extraordinariamente fuerte». Y como siempre en Freddie el humor alivia
la negrura: «Se llevó una mano a la cabeza en el preciso momento en que volvía
a atizarla y cuando el martillo le dio en la sien sus dedos estaban en medio,
oí que uno crujía, hice una mueca de desagrado y estuve a punto de pedirle
disculpas». El asesinato fue solo un desencadenamiento de la ira primaria. No
hubo plan: «la maté porque podía». Banville apostó que sería capaz de escribir
una historia fascinante sobre un monstruo, y simplemente lo ha conseguido.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario