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viernes, 23 de diciembre de 2022

HUÉRFANOS DE BROOKLYN (Jonathan Lethem)

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“Huérfanos de Brooklyn” (Motherless Brooklyn, 1999), de Jonathan Lethem comienza con un asesinato: Frank Minna, propietario de una agencia de mudanzas y posteriormente de detectives en el centro de Brooklyn, es tiroteado cerca de un contenedor de basura. Sam Spade decía en “El halcón maltés” que cuando matan a tu socio se espera que hagas algo. A Minna lo veneraban como a un dios sus cuatro detectives, cuatro huérfanos a quienes rescató del St. Vincent´s Home for Boys siendo adolescentes para dedicarlos al noble arte de la investigación. Veinte años atrás Minna desapareció después de que un martillo le destrozara la furgoneta y devolvió a los huérfanos a su orfandad. Reapareció dos años después con la agencia de mudanzas reconvertida en agencia ilegal de detectives, para asumir el riego de amparar sus huérfanos por segunda vez. Y a los “Minna Men” (“los cuatro de Minna”) les toca ahora descubrir quién liquidó a su jefe y por qué.

Lionel Esroog y Tony Vermonte, las dos luces más brillantes del grupo, toman la iniciativa en la investigación de forma tímida, retenidos por las sospechas mutuas. Al final, el más raro de los pupilos de Minna, Lionel Esrrog, será quien asuma el papel de  investigador; un Esrrog que padece un sinfín de tics nerviosos y a quien le salen las palabras de la boca de forma atropellada e incontrolable, al tiempo que sus manos no pueden evitar tocar impulsiva y compulsivamente todo lo que tiene cerca. Y es que Esroog, amigo lector, padece el síndrome de Gilles de la Tourette, una rara enfermedad nerviosa caracterizada por movimientos repetitivos y sonidos indeseados que no puede controlar.

Tony Vermonte lleva una vida complicada. Al tiempo que trata de enmascarar su conexión con los mafiosos Matricardi y Rockaforte  -Alphonso y Leonardo para los más allegados, dos ancianos de piel pálida y blanda que permanecen recluidos en un diorama del viejo Brooklyn-, mantiene una relación sexual con Julia, la viuda de Minna. Esroog siempre ha estado enamorado de ella, por lo que el romance de Tony le parece una traición. En “Huérfanos de Brooklyn”, como no podía ser de otra forma, no falta la femme fatale, la mujer imponente del paternal Minna, ya viuda y amargada después de quince años ejerciendo de ama de casa cabreada. “Soy heredera de una agencia de detectives ineptos y corruptos”, se lamenta. “¡Ineptos y correctos!, responde como un loro el cerebro del touréttico, prisionero del síndrome, poco antes de que lo rapten cuatro matones zen que todavía llevan los óvalos de color naranja fluorescente colgando de las gafas oscuras que usan como antifaces, donde se lee ¡6,99 dólares!. “Parecían un grupo de los que tocan en las bodas”, comenta con posterioridad y de forma jocosa el nuevo Marlowe.

La historia de la novela criminal está repleta de sabuesos con diversidad funcional: jorobados, tuertos, cojos, mancos y sordos. ¡Hasta perros detectives a lo Sherlock Holmes han tenido la oportunidad de deleitarnos con sus altas capacidades de observación! Jonathan Lethem  ha añadido a tan selecto elenco un touréttico. Si el Mike Hammer de turno  era duro, frío e impasible como el acero, Esrrog, el detective de “Huérfanos de Brooklyn” es delicado, todo gestos, manoteos, susurros, berridos y alharacas. Sus palabras incontroladas se precipitan fuera de la cornucopia de su cerebro haciéndole cosquillas a la realidad. Para Esroog la tensión de querer callar hace que callar sea en todo punto imposible: ¡Tourette es una mierda!

Es en estas parodias de novelas de detectives en las que Lethem deja patente su afición por el género, al tiempo que presenta una curiosa ambigüedad. El escritor es un devoto de la novelística policial, no nos cabe duda, pero uno que reconoce su cansancio. Cuando Esroog recibe un golpe en la cabeza con una pistola, el autor comenta: “Han sido tantos los detectives a los que han golpeado y han caído en extrañas oscuridades mareantes, tal la cantidad de vacíos surrealistas y no obstante no tengo ninguna contribución a esta dolorosa tradición”. Pero si seguimos leyendo, vemos que no es así: “Mi caída y mi ascensión a través de la oscuridad se caracterizaron únicamente por la nada, la vacuidad, la ausencia y el resentimiento porque fuera así. Salvo por los granos. Fue una nada granulada. Un desierto de granos”. Al reconocer la cualidad exagerada de la escena del “golpe de gracia” y desafiarse a sí mismo para superarla, el escritor establece un doble juego del que sale beneficiado el lector.

Lethem convierte el cerebro touréttico de Esroog en un personaje virtual que describe, con una solicitud casi paterna, los orígenes y mecanismos de sus tics: “El chico paliducho de trece años que fue ofrecido a Minna era propenso a taconeos, silbidos, chasquidos de lengua, guiños, giros rápidos de cabeza, caricias de pared, en fin, a todo menos a las declaraciones directas que tanto anhelaba su mente taurética”. Esroog recuerda como, cuando era niño, tomó a Charlie Chaplin y Buster Keaton como modelos: “echaban chispas ante cualquier agresión, pero conseguían mantener la boca cerrada y así esquivaban siempre el peligro”. Aprendió rápido la lección: silencio, oro, ¿entendido? Pues eso, entendido. Así que Esroog intentó mantener la lengua sujeta entre los dientes y, una y otra vez, se tragó las palabras como vómitos. Estos brebajes deliberadamente joyceanos compensan con creces lo que les falta de verosimilitud.

Para Minna y su equipo, Esroog es un ser “especial”. Pero el inescrutable jefe lo valora como un “engendro gratis”, la prueba de lo impredecible, dura y patética que es la vida; un modelo a escala de su propio corazón chiflado. Algo así como una broma andante, un ser ridículo, inverosímil e imperceptible. Así se presenta el propio Esroog al comienzo del relato: “Disfrázame y verás. Soy un voceador de feria, un subastador, un artista de perfomances del centro de la ciudad, un experto en lenguas ignotas, un senador borracho de maniobras dilatorias. Tengo el síndrome de Tourette”. Y a pesar de todo esto, Lionel Ersoog es también un tipo inteligente, un detective perspicaz y tenaz que está completamente decidido a llegar al fondo del asunto, y el fondo del asunto es, simple y llanamente, ¿por qué le dieron el pasaporte a Minna, cuando no tenía intención de viajar?

Bajo la apariencia de una novela de detectives, Lethem ha desarrollado aquí una historia de investigación penetrante que revela cómo la mente inconsciente no es racional, una novela policiaca sombría, un thriller en el que la claridad no emerge hasta la página final. “Huérfanos de Brooklyn” nos sumerge en la densa espesura de la mente humana, un lugar donde las palabras se dividen y se entrelazan en una maraña cada vez más profunda.  

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