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James Mallahan Cain, nacido en 1892 y
fallecido en 1997, está considerado como el poeta del “asesinato
sensacionalista”. Después de Dashiell Hammett y Raymond Chandler es el escritor
que más se identifica con las historias urbanas de violencia, sexo y dinero que
caracterizaron tanto el cine como la ficción popular en la década de los
veinte, treinta e incluso cuarenta en los Estados Unidos. Sin embargo a
diferencia de Hammett y Chandler, Cain no centró su atención en la consoladora
figura del detective que pone una gota de orden en todo el caos urbano. Sus
novelas están relatadas desde la perspectiva de los actores centrales, unos
personajes confusos, ignorantes y demasiado corruptibles en sus dramas de
traición y asesinato. Sus dos primeras novelas, “El cartero siempre llama dos
veces” y “Double Indemnity” están narradas por hombres destruidos por mujeres
fatales y ambas se convirtieron en películas de incalculable éxito.
En 1941, Cain publicó “Mildred Pierce”, su
primera novela centrada en una protagonista femenina. Ya en 1945 fue llevada al
celuloide protagonizada por Joan Crawford, en su única actuación ganadora de un
Oscar de la Academia, como una madre sobreprotectora que intenta encubrir a una
hija homicida. Esta versión de “Mildred Pierce” es hoy una pieza clásica del
cine negro, pero su trama y su tono difieren marcadamente de la novela, una
historia más “realista” sobre una mujer divorciada que intenta criar a sus
hijas en una época tan difícil como fue la de la Gran Depresión en California.
En 1931, cuando la inseguridad y la miseria
se transmitían a golpe de pandemia, un ama de casa de clase media de los
suburbios de Los Ángeles, Mildred Pierce, con un don especial para la cocina, pone
de patitas en la calle a su cada vez más perezoso y mujeriego marido, Bert, y
consigue trabajo como camarera para mantener a sus dos hijas. Posteriormente,
Mildred, construye un próspero negocio de restaurantes y tiene una apasionada
aventura con un rico playboy llamado Monty, con quien finalmente contrae
matrimonio. Al final de la historia, Mildred lo pierde todo debido a su
abrumador amor por su pretensiosa, narcisista y engañosa hija mayor, Veda.
Lo curioso del asunto es que la novela no
culpa exactamente a Veda; en todo caso, la disculpa. Los propios deseos de
Mildred están decididamente enfrentados: los dos hombres con los que se casa
provienen de estratos sociales más altos que el de ella, ambos se sienten por
encima del trabajo manual que ella realiza. Debido a la depresión, ambos
terminan sin un duro en el bolsillo. A Mildred le molesta ayudarlos, pero le
gusta el poder que esto le otorga sobre ellos; igualmente le desagrada su
superioridad, digamos que fingida, y sobre todo quiere poder compartirla. Veda puede ser una solución, alguien
a quien arrimarse. Pero Veda no es de fiar, Veda es una víbora...
Considere usted, amigo lector, estas oraciones,
en las que Cain incluye un mundo de juicios sobre los valores de sus
personajes: “Mildred adoraba a Veda, por su apariencia, su promesa de talento y
su esnobismo, que insinuaba cosas superiores a su propia naturaleza”. Y esta
otra, “Pero Veda adoraba a su padre, por sus modales grandiosos y maneras
finas, y si él desdeñaba el trabajo lucrativo, ella estaba orgullosa de él por
ello”. Cain es muy claro acerca de Vera: “Había nacido en una forma de vida que
incluía gusto, modales, pero sobre todo un vivaz distanciamiento del dinero”.
De lo que Vera no llegó a darse cuenta nunca fue precisamente de esto último,
de que todas estas cosas descansan precisamente en el dinero.
Cain llegó a manifestar que veía a Mildred
como una “víctima de la depresión, una venal ama de casa estadounidense que no
sabía que estaba usando a los hombres, pero
se imaginaba a sí misma bastante noble”. Lo cierto es que la Mildred que creó
Cain no es meramente inmoral, y si nunca es noble, a menudo sí es admirable, decidida,
fuerte y segura de sí misma, así como lo suficientemente independiente para
prescindir de la aprobación de todos, excepto de la de sus hijas. Mildred es
una madre devota, pero ama a Veda de una manera que Cain considera “antinatural, un poco enfermiza.” Cain opina
que Mildred es vulgar e insípida, atractiva pero nunca hermosa. La Mildred de
Cain es una víctima de la traición de los que ama; pero ella elige amarlos, y así
es humillada por su propio esnobismo, codicia y egoísmo. Se muestra
orgullosamente desafiante sobre sus propios orígenes sociales, rechaza la
pretensión de Veda y se muestra furiosa con Monty por tratarla como una criada,
pero también aspira a la riqueza y tiene sueños nebulosos de grandeza para su
hija, imaginando vagamente cualquier tipo de éxito artístico.
“Mildred Pierce” está impulsada por el
resentimiento de clase, la economía sexual y el chantaje emocional que Veda,
eventualmente, trasmuta en chantaje literal. Lo que Mildred hace en formas
socialmente aceptables (casarse con aspiraciones de mejora persiguiendo así el
éxito social y material), Veda lo lleva a extremos obscenos. Mildred exige
devoluciones emocionales, incluida una necesidad de afecto físico por parte de
su hija -ya adulta- y constantemente trata de controlar sus decisiones,
exigiendo el amor y el respeto que no obtiene de los hombres. Aspiraciones
estas muy lógicas si Veda no fuera tan repelente...
Al final de la trama el climax se vuelve
apresurado, inexplicable y absurdo y todo depende de que Veda, cual Cenicienta,
derive en una talentosa cantante de ópera en unas pocas semanas. Y como esto es
ficción y en la ficción todo es posible, Veda transmuta en una gran soprano. Y
de repente su talento se convierte en la razón de su crueldad. En un discurso
maravillosamente desquiciado, un profesor de música italiano –un tal Treviso,
Carlo Treviso- trata de explicarle a Mildred (quien le ha preguntado si está
insinuando que su hija es una víbora), que de eso nada: “una viborita joven, en
todo caso”. Él responde: “No, es una soprano ligera, que es mucho peor. Una
viborita joven es capaz de querer a su mamá y hacer lo que su papá le dice,
pero una soprano ligera no puede querer a nadie más que a sí misma. Es una hija
del diablo, mucho peor que todas las víboras del mundo. Señora, no se meta con
ella”. La inadecuación tautológica de esta explicación resume perfectamente la
opinión de Cain sobre Veda.
La fábula de Cain que comienza como realismo
social y desciende a un melodrama gótico surrealista, es la historia
arquetípica de la competencia sexual entre generaciones de mujeres, en la que
Cain no termina de decidir si simpatizar con la madre, que alguna vez fue
deseable pero que envejece, o con la hermosa, talentosa y poderosa hija. Al
final decide convertir a Veda en una serpiente, una perra, en una soprano
ligera. “Una soprano ligera”, una voz de poca sonoridad y con graves
limitados... si al menos la hubiera definido como una soprano lírica, todo este
lío podría haberse evitado.
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