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Vera Louise Caspary nació en Chicago un 13 de
noviembre de 1899. Su madre, Julia (de soltera Cohen), contaba ya más de
cuarenta años cuando ella nació y tenía otros tres hijos mayores; su padre,
Paul, laboraba en el departamento comercial de una tienda. Pertenecían ambos a una familia secular de inmigrantes
judíos de segunda generación. Caspary decidió convertirse en escritora cuando
siendo aún niña conoció a la tía de un amigo, una autora publicada.
Después de su graduación en la escuela
secundaria, en 1917, Caspary decidió renunciar
a la universidad y buscar trabajo. Su padre la inscribió en un curso de
seis meses en una escuela de negocios, y en enero de 1918, encontró acomodo
como taquígrafa. Pasó por una serie de ocupaciones de baja categoría, en busca
de una en la que pudiera escribir en lugar de tomar dictado de las personas con
mala gramática. Cuando hubo ahorrado lo suficiente, renunció a este cometido
con el fin de quedarse en casa y escribir “algo significativo”. El
resultado fue una novela que nunca publicó.
En el momento que murió su padre, en 1924,
Caspary contaba con el pleno apoyo de su madre, que estaba impresionada al ver
como su hija podía ganar dinero con sólo golpear las teclas de una máquina de
escribir. Pero los ingresos procedentes de la escritura de Caspary eran apenas
suficientes para mantenerse a sí misma y a su madre, así que a mediados de la década
de 1920 aceptó un trabajo en la ciudad de Nueva York, como redactora para el «Dance Lovers Magazine´s». Tomó
un estudio en Greenwich Village, y se deleitó en la vida bohemia. Allí
conoció a su amigo de toda la vida y colaborador, Samuel Ornitz, entonces
editor de «Radio Lovers Magazine». Una
vez más dejó su trabajo para escribir su propio material, y así nació su
primera novela «Ladies and Gents», que
no sería publicada hasta dos años más tarde. Mientras vivía
en Greenwich Village se inspiró para escribir «The White Girl», publicada en enero de 1929.
En marzo de 1933, un editor de la Fox se
interesó por su trabajo. Caspary pasó ese verano en Hollywood, escribiendo para
la Fox y trabajando en una obra de teatro con Samuel Ornitz. Al poco
tiempo había vendido tres historias a los estudios y conseguido un contrato de
quinientos dólares a la semana.
Caspary nunca se encontró en una posición
desahogada cuando llegó la «Gran Depresión». A otros, sin embargo, les fue peor. Mientras, ella, con aire de
culpabilidad, observaba como gran parte de la población se hundía en la
miseria. En esos momentos se interesó por las causas socialistas y se unió
al Partido Comunista bajo un alias. Una de las últimas cosas que su madre hizo
antes de morir fue regañarla por asociarse con los rojos. En abril de 1939,
Caspary usó las ganancias de la venta de una de sus historias para viajar a
Rusia, en un intento de confirmar sus creencias. Sin embargo el pacto de Stalin
con Hitler terminó por desilusionar a muchos miembros del Partido,
incluyendo a la propia Caspary. Ella renunció a su afiliación, y siguió ayudando
con dinero para apoyar las causas proletarias.
Cuando en junio de 1941 Alemania atacó a
Rusia Caspary comenzó a interesarse por la ficción criminal, pero, en lugar de
producir una historia original para la gran pantalla, se animó a convertirla en
una novela. Ésta fue terminada en octubre y cuando Estados Unidos declaró
la guerra a Alemania y Japón, a principios de diciembre, Caspary se despidió de
los estudios cinematográficos y volvió feliz a su proyecto literario. Fue
durante la Navidad de 1941, cuando ella escribiría “The End” en la última página
de «Laura».
El psico-thriller «Laura» es una
historia detectivesca de tono perfecto que maneja magistralmente los tropos del
género para explorar la clase social, el crimen y la política sexual. Los
giros de la trama son ingeniosos, los personajes dibujados por una mano
experta, y el estilo de la prosa de Caspary tan refinado como el mejor de
Raymond Chandler. Contada desde el punto de vista de múltiples narradores,
el argumento gira en torno al brutal asesinato de Laura Hunt, una ejecutiva de
publicidad de gran éxito, querida y respetada por todos. Durante el
proceso de investigación, el adusto detective Mark McPherson termina
enamorándose de una mujer muerta. Apoyándose en una narración de
perspectivas múltiples, Caspary conduce al lector por callejones oscuros, a
través de las amenazas y los riesgos a los que debe enfrentarse una mujer en su
trayecto por un mundo poblado de hombres.
Caspary terminó indignada con la
caracterización que, en la versión cinematográfica, un todavía desconocido Otto
Preminger realizó de Laura, diseñándola como como una inocente criatura cuyo
poder residía en su atractivo con los hombres. Preminger llamó a la Laura
de Caspary “una nulidad sin sexo”. Para ella, sin embargo, la Laura que recreó
Gene Tierney fue más notable por su magnificencia que por sus otros encantos.
“Mi Laura sabía amar, disfrutó de más de un amante y lo hizo
vigorosamente”. El pleito culminó, décadas después, en una infame pelea a
gritos entre el director y la escritora en el Stork Club.
En 1942 Caspary ocupó su tiempo, con George
Sklar, en una dramatización de «Laura», y mientras esperaba por algún
trabajo significativo procedente de la Oficina de Información de Guerra trató
de unirse al ejército, pero fue rechazada. Ella acababa de conocer a su
futuro marido, el productor de cine austriaco Isadore “IGEE” Goldsmith. Aunque
el éxito de «Laura» había quintuplicado su salario, Caspary era
infeliz en Hollywood sin “IGEE”, así que interrumpió sus labores en la
redacción de una nueva novela y se trasladó a Londres hacia el final de la
guerra para estar con él. A pesar de su situación y de tener una esposa
anterior abandonada mucho tiempo en Inglaterra, en 1948 “IGEE” estaba ansioso
por casarse con Caspary. Después de tres años de separación física de su
ex-esposa, “IGEE” obtuvo el divorcio ese mismo año por motivos de
abandono. Mientras se gestionó el asunto del divorcio, “IGEE” visitó a su
hijo en Suiza y, estando allí, compró a Caspary un pequeño chalet en los
alrededores de Annecy. Después de vivir juntos durante siete años, a la
edad de cincuenta, Caspary se casó con “IGEE”, el amor de su vida, y distribuyó
su tiempo entre Europa y California.
El Hollywood de 1951 fue un campo de cultivo
para el «Comité de Actividades Antiestadounidenses», organización que
propició una rabiosa investigación anticomunista que enfrentó entre sí a los
residentes de la meca del cine. “IGEE” y Caspary se disponían a partir
para Europa, cuando aparecieron citados en la lista negra de dicha organización. Siguiendo
el consejo de un abogado la pareja abandonó el país tan pronto como le fue posible. Se
quedaron en Europa, “IGEE” transitando de un estudio a otro, tratando de
financiar nuevos proyectos o rehacer los antiguos y Caspary escribiendo una
comedia musical, «Wedding in
Paris». Fue mientras trabajaban en Austria cuando Caspary tuvo
conocimiento que había sido añadida a la lista negra. La pareja regresó a
Hollywood a principios de enero de 1954, pero se encontró con que el clima en
la ciudad había empeorado, habiendo pasado de frío a gélido. Después de
seis meses de residencia abandonaron de nuevo el país. En 1956, Caspary e “IGEE”
regresaron de nuevo a Hollywood cuando el Comité finalmente había perdido
interés en sus actividades. Un trabajo la estaba esperando; un viejo
amigo de Sol Siegel había adquirido los derechos del libro «Les Girls», y
estaba ansioso porque ella la adaptara a la gran pantalla. Sin embargo la «Metro
Goldwin Mayer» no estaba dispuesta a emplearla, a menos que escribiera una
carta en la que se pronunciara sobre su no pertenencia al Partido Comunista. Bajo
coacción Caspary claudicó y escribió la carta.
La pareja distribuyó su tiempo entre
Hollywood y Europa. Caspary ya no podía trabajar con la intensidad y el fervor
de su juventud, pero todavía lo necesita para ganarse la vida y pagar sus
deudas. Ella incluso rompió un voto de veinte años y realizó un trabajo con
el siempre irascible Harry Cohn para «Columbia Pictures». Volvió a
trabajar en una idea que había comenzado en Austria y que había sido rechazada
en Londres, y para su sorpresa la «20th Century Fox» le ofreció 150.000
dólares por ella. La querían para Marilyn Monroe. El acuerdo se
realizó, el contrato se firmó y se envió el primer pago, pero la película nunca
se llevó a cabo.
La agradable sensación de ser financieramente
seguros por primera vez en mucho tiempo se perdió cuando a “IGEE” le fue
diagnosticado un cáncer de pulmón. Entre las cirugías y los ataques propios
de la enfermedad, la pareja viajó a Grecia, Las Vegas, Nueva Inglaterra y todos
aquellos lugares que había tenido intención de visitar en el pasado. “IGEE”
murió en 1964 mientras se encontraban en Vermont.
Caspary volvió a Nueva York después de la
muerte de su esposo, donde publicó ocho libros más. Hacia el final de su
carrera, había escrito dieciocho novelas, innumerables historias, obras de
teatro, guiones, y los tratamientos para veinte y cuatro películas, entre ellas
«Carta a tres esposas» (1949) de Joseph Mankiewicz, «La gardenia azul» (1953)
de Fritz Lang, y «Les Girls» (1957) de George Cukor. Ella es, sin embargo,
más recordada por su vinculación con «Laura», la inmortal película noir de 1944
dirigida por Otto Preminger y basada en su novela homónima.
Tras el éxito de «Laura», Caspary escribió más noir,
incluyendo «Bedelia» (1945). «Bedelia» retrata la personalidad de un
ama de casa frustrada que se convierte en una figura amenazadora, atrapada e
insatisfecha y que deviene en psicótica. Como en gran parte de la obra de
Caspary -que transmite la idea de que algo no funciona en las relaciones entre
los sexos- «Bedelia» hace hincapié en la necesidad y el derecho de la
mujer a la independencia intelectual y financiera. El tema recurrente de
Caspary, ya sea en una novela de misterio, drama o comedia musical, fue la
mujer trabajadora y su derecho a llevar su propia vida, a ser independiente. En
su autobiografía, «Los secretos de los adultos», publicada en 1979 por McGraw
Hill, la Sra. Caspary escribió: «Este ha sido el siglo de la mujer, y me
felicito a mí misma por haber formado parte del proceso». «Para los que vengan
después de nosotros puede resultar más fácil de afirmar la independencia de la
mujer, pero se perderán la gran aventura de haber nacido en este siglo de
cambios».
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