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LOS TIPOS DUROS NO LEEN POESÍA Alexis Ravelo ANROART EDICONES, S. L. |
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«Los tipos duros no leen poesía» es una
demostración tangible de que ya en 2011, fecha de aparición de la novela,
Alexis Ravelo había alcanzado su plena
madurez literaria, se había despojado definitivamente y sin paliativo de su
condición de joven promesa. Los personajes que forman su universo particular,
toda una galería de antihéroes de papel que ha crecido a su sombra, tienen ya vida
propia y son seres creíbles, gente de la calle sin oportunidad que se dedica a
sobrevivir como buenamente puede en una ciudad tranquila donde pululan sin
permiso del escritor. Por ese entonces Monroy ya tiene condición, no es un extraño.
Gloria, a su vez, tiene carácter, paciente pero lo tiene. El Chapi y Dudú se han
ganado, asimismo, un lugar entre esa cáfila de desheredados de la fortuna que
pueblan las páginas del novelesco mundo de Ravelo y que tan bien representa a
las capas más pobres de nuestra sociedad. Así lo ejemplifica Casimiro, el dueño
del Casablanca donde ejerce de todo, y Matías, el vecino cascarrabias
consumidor compulsivo de películas de acción, y el burocrático comisario Déniz,
al que hay que darle todo destripado, y un sinfín de personajes más que han
pasado a ser como de la familia.
El Monroy curtido que nos tropezamos aquí
parece más filósofo que nunca. Sus reflexiones sobre la crisis («Mira Déniz no
me toques los huevos con lo de la crisis. Eso de la crisis es un rollo de
ricos. Para los que siempre hemos comido mierda, un poco más de mierda no
importa») son fruto de un hombre que es consciente de la posición que ocupa en
la sociedad, un hombre que sabe lo complicado que es situarse en la vida y lo
complicado que es prosperar, sobre todo cuando no se cuenta con la ayuda
conveniente: «No estaba limpio. Eso seguro. No podía estarlo porque nadie medra
tanto y tan rápidamente sin pisotear unos cuantos cráneos.»
«Estoy grabando esto porque van a matarme».
Con esta frase tajante y melodramática comienza «Los tipos duros no leen
poesía», la tercera entrega de la serie de Eladio Monroy, publicada como hemos
dicho allá en 2011 por Alexis Ravelo. Monroy, ese ex marinero violento,
sarcástico, maleducado y sentimental, aislado y herido ahora, se desangra en un
amplio salón de una casa perdida en el municipio de Mogán rodeado de cadáveres.
Una herida en su muslo tiene la culpa. Lo cierto es (para no entretenernos
mucho) que este hombre no escarmienta. De nuevo se encuentra metido en un lío
de cojones y, con una grabadora en la mano, se dispone a dejar una especie de
testamento. La historia comenzó días atrás cuando una sospechosa pareja
solicitó sus servicios para localizar una misteriosa cajita de madera...
Fueron Melania Escudero, viuda del empresario
Gustav Hossman, y su abogado Alfredo Suárez Smith, quienes solicitaron la ayuda
de Monroy para localizar esa misteriosa cajita que en su día perteneció al
padre de Melania y que éste ofreció a su yerno como regalo de bodas. Fue un
capricho del destino que la cajita de
marras apareciera, tras la muerte de Hossman, en posesión de Laura Jordán, la
amante del difunto. Lo que ya no sé si es un simple capricho del destino o si
se trata de un vicio adquirido es que Monroy se vea involucrado una vez sí y
otra también en asuntos turbios de los que termina saliendo siempre malparado.
La bola de nieve empieza a rodar cuando
Monroy pide ayuda a un amigo suyo experto en colarse en casas ajenas, un tal
José María Pérez Delgado,(más conocido como el Ministro), que aparece muerto en
la antigua explanada del jet foil unos días más tarde. No, no voy a destriparle
la historia a nadie. Nada más lejos de mi intención. Solo añadir que a partir
de ese momento Monroy comienza a tener problemas. ¡Vaya si va a tener
problemas!
Y hablando de problemas... cada vez que
Casimiro señala a Monroy cuando un desconocido hace su aparición en el
Casablanca cuestionándole su identidad no nos queda otra que prepararnos para
recibir un disgusto. De esto es consciente Casimiro, pero asimismo Gloria,
porque Monroy se lo ha demostrado a base de golpes, de cometidos para
delincuentes a los que es difícil encuadrar entre sayones insensibles o pobres
diablos meritorios de compunción. Y es que la podredumbre y la miseria se
esconden (no precisamente por vergüenza)
en cualquier rincón dejado de la mano de Dios de esta ciudad amable y a la vez
odiosa donde nos ha tocado vivir. Una ciudad por la que desfilan y se comunican
los supervivientes y los buscavidas que
el escritor recrea para deleite del lector. Da igual si se trata de un abogado
chapucero de una dama millonaria, o de un bribón que se dedica a blanquear
dinero sucio. La marginalidad no conoce lugar y condición, tanto existe en un
chalet de lujo como en un barco repleto de mejicanos que se dedican a cruzar el
océano para robar el dinero a un descuidero que se lo extrajo a otro que era
más ladrón todavía. Y si no lo creen, aquí está «Los tipos duros no leen
poesía» para demostrarlo.
Como no podía ser de otra forma la historia a
la que nos enfrentamos aquí es un hard boiled al más puro estilo americano, con
sus enigmas, vicios, golpes bajos, pesimismo social, cosas que no son lo que
parecen y muchísima mala leche, tanto en el argumento como en los diálogos,
como diría el propio escritor. Tanto es así que, para Gloria, Monroy se le
representa como un Mike Hammer justiciero y solitario que al contrario de éste
siempre termina descalabrado. Claro que, según sus propias palabras, «la
diferencia es que Mike Hammer era de papel y por eso no podían darle puñaladas.
Y si se las daban, nadie sufría ni tenía que cuidarlo en la clínica». Hecho,
este último, que ella tiene que padecer aventura tras aventura.
Ravelo tiene un arte especial para hacernos
creer que estamos ante una fábula cuando en realidad lo que nos está relatando
es un reportaje de la más cruda realidad. Ya nos previene, el muy pícaro, que
«los hechos y personajes que aparecen en esta novela pertenecen a la ficción y,
por tanto, los medios de comunicación citados jamás han publicado las noticias
que en ella se mencionan». Sin embargo, deja claro al final del libro que su
principal inspiración para el argumento de este relato fue la prensa y lo que
ésta en su día contó sobre tres casos judiciales que coparon las portadas de
los diarios. Cómo se las ingenió esta alma bendita para hacer coincidir estos
tres casos en una única proposición, es algo que sólo él conoce. Lo cierto es
que esto que se nos refiere aquí me retrotrae a la trama Gürtel, la
investigación que desarrolló la Fiscalía Anticorrupción sobre la financiación
ilegal del Partido Popular. Quizás esta manía mía de encontrarle justificación
a todo se deba al hecho de que Ravelo ya nos tiene advertido que «una ficción
que no habla en último término de la realidad, es una ficción inútil.»
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