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EL PEOR DE LOS TIEMPOS Alexis Ravelo EDITORIAL ALREVÉS, S. L. |
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Cinco años después de su última aparición, el
antihéroe protagonista de la saga noir de Alexis Ravelo se sumerge de nuevo en
las callejuelas más sombrías de la isla, estimulado por una trama criminal de
la que va a salir hecho una piltrafa y averiado en exceso. En «El peor de los
tiempos», la quinta de Monroy, autor y protagonista, Ravelo y el propio Monroy,
regresan más dolidos y menos compasivos que al principio de los tiempos. Después
de cuatro entregas, con otros tantos crímenes y muchos laureles a cuesta, la
producción de Ravelo no ha perdido un átomo de carácter. Lo cierto es que han
transcurrido ya diez años desde aquellos «tres funerales» de los que Monroy
escapó milagrosamente, y el exjefe de máquinas «aún sobrevive mirando con
sonrisa cínica a los poderosos y metiéndose en asuntos que le vienen grandes».
Y tan grande le vienen estos asuntos que no
le convienen, que después de desenredar tramas de corrupción empresarial,
blanqueo de capitales y abusos multinacionales se enfrenta ahora, sin ningún
recato, a un fenómeno en extremo molesto: la corrupción de menores, la
prostitución y la misoginia. Y todo gracias a Pepiño Frades. Frades fue marino
de la Mercante en la época en que Monroy hendía los mares, mancillado por el olor
a salitre, la marea y el oleaje. Ambos compartieron buques y camarotes, y
múltiples y disparatadas borracheras antes de terminar separándose por motivos
que solo ellos conocen. Frades terminó afincándose en Fuerteventura donde formó
familia con una discreta y rechoncha costurera del barrio de Escaleritas. Allí
tuvieron dos hijas, Esther y Elvira, a las que Monroy aún recuerda de
chiquillas. Hoy, veinte años después, la persona que se presenta en el
Casablanca diciendo llamarse Frades, Pepiño Frades, es solo la sombra del
Frades que Monroy conoció. Su rostro cadavérico y macilento no anuncia nada
bueno.
Lo que Frades le propone a Monroy es la
búsqueda de Elvira –la pequeña Viri-. Viri, que abandonó su domicilio familiar
a los dieciocho años, emigró a la Gran Canaria con la idea de estudiar en una
escuela de modelos, y no se la ha vuelto a ver más. Hoy, su padre, a las
puertas de la muerte, desea despedirse de ella. O al menos, eso es lo que
alega. El Mike Hammer de la calle Murga vuelve a tomar el toro por los cuernos,
se entrevista con familiares, seguratas de discoteca, proxenetas y viejas
prostitutas en un deseo de estrechar el círculo en torno a Elvira -Viri Foxy en
internet-, hasta terminar recalando en los ambientes más arrabaleros y
prostibularios de la isla.
En «El peor de los tiempos» nos echamos a la
cara al Monroy más pesimista de toda la saga. Un halo de desesperanza planea
sobre la narración ya desde la primera
página, cuando Casimiro, con el grasiento mando en la mano y los ojos clavados
en la televisión, le suelta de sopetón a la cara a Juan el del Pescao que
«coño, joder, siempre el mismo guineo, parece que todo el puto país esté
apestando». Y es que durante los últimos años, y mientras estuvo ausente,
Monroy llegó a pensar que el sistema había tocado fondo y que el país había
iniciado una revolución social contra la corrupción y la injusticia. ¡Qué
iluso! Fueron tiempos de esperanza y reforma, sí, pero tiempos inútiles a fin
de cuentas, que lo fijaron en la convicción de que todo sigue igual. Hoy, escéptico
y desengañado, apurando tranquilamente su cortado en el Casablanca y hojeando
las informaciones de El País, reconoce que el mundo no ha cambiado, que «los
poderosos siguen enfrascados en sus cosas de poderosos y los pobres en las
suyas de pobres».
Ravelo siempre ha manifestado que no puede
dejar de aprovechar el escaparate que le proporciona la literatura para
manifestarse sobre situaciones que considera denunciables. «El peor de los
tiempos» es una historia que, por la fluidez de su prosa, puede parecer
sencilla de leer, pero no lo es tanto por el contenido que transmite. Es esta
una historia dura y, en alguna de sus escenas, hasta desoladora. Dejemos
expresarse al autor que, sin quizás, es quien mejor describe el producto: «Mis
lectores de novela negra saben que me
interesa hablar de los delitos que dicen mucho de nosotros como sociedad. En
esta novela hablo de la doble moral y de la violencia estructural que prevalece
hacia la mujer, de las estrategias de corrupción de la juventud y de los
mecanismos de coerción que se ejercen sobre las mujeres adolescentes,
inmigrantes o en riesgo de exclusión». Y también se cuestiona sobre la
prostitución: «Este es un tema que me preocupa mucho. Por un lado están las
mujeres que ejercen la prostitución y quieren que se les reconozcan sus
derechos y se cumpla con ellos, pero, por otro, también hay mucha violencia y
mucha cosificación de la mujer. Es un tema complejísimo sobre el que hay que
reflexionar y en el que confluyen muchísimas realidades ante las que no podemos
establecer ningún dogma, pero sí que hay ciertas líneas morales que me niego a
obviar.»
«El peor de los tiempos» se alimenta del medio
social en el que se desarrolla la trama. Estamos, no lo olvidemos, en la época de la
superficialidad, del narcisismo y las selfies, aquella en que la imagen se ha
banalizado en extremo. La época de la documentación obsesiva, de las redes
sociales, los blogs y los grandes repositorios colectivos de archivos compartidos.
La época de la desafección política y la regulación del desempeño de la mujer
en la sociedad y en el matrimonio. Y esta realidad se manifiesta en las incoherencias
de Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad abierta y a la vez oprimida, desordenada
y moderna, plagada de estratos sociales. «La ciudad de los ángeles en chándal y
las ratas en corbata. La ciudad de la luz y los despojos». Una ciudad con casi
cuatrocientas mil almas, que la contemplan y la padecen a un tiempo. Con
escenarios tan dispares como el mirador del Atlante, en la carretera del norte,
o las terrazas de la avenida de Las Canteras y el vetusto hotel Madrid, allí
donde se alojó Franco en julio del 36 antes de pasar a joderle la vida al país durante cuarenta años. Todo un
muestrario de contrastes, que se exterioriza en la personalidad del
protagonista, en la personalidad de Monroy. Y es que «En los libros de Eladio
Monroy, lo que mejor describe la ciudad no es un espacio o una calle, sino el
carácter de Eladio, este personaje es la ciudad.»
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