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MALOS TIEMPOS Juan Madrid ALIANZA EDITORIAL S. A. |
«Malos tiempos» es una recopilación de
crímenes espeluznantes –ocho, en concreto- ambientados en aquella España negra,
violenta y atrasada de finales de siglo, recogida en esta obra por Juan Madrid
en forma de cuentos. Cuentos que en las manos del escritor son un ingenioso
ejercicio literario, una forma voraz de expresión y de denuncia social. Juan
Madrid recrea aquí, con agilidad, agudeza e ingenio, un escenario novelado de
la realidad que nos distingue.
La familia Izquierdo vivió en Puerto Hurraco
-una pequeña aldea extremeña- rodeada de ruidos. Una barahúnda sorda y
persistente que habitó sus cabezas desde que su madre muriera convertida en
yesca, en carbón retorcido, un aciago verano de 1984. Los cinco hermanos
Izquierdo vivieron animados por la idea de la venganza contra los Cabanillas, una
venganza gestada a lo largo de los años desde que sus vecinos osaron usurparle
las tierras en 1959. El Amadeo
Cabanillas se pasó entonces de sus confines y aró dos metros adentro las
tierras de los Izquierdo con las pretensiones de que aquellas lindes no eran
justas. A partir de entonces Jerónimo Izquierdo dejó su vida en la cárcel por
el asesinato de Amadeo a quien cosió a cuchilladas en 1961, y esto no lo
olvidaron nunca sus hermanos. La mañana de un fatídico domingo de agosto los
dos hermanos Izquierdo sobrevivientes, Emilio y Antonio, con el cuerpo forrado
por trescientos cartuchos del calibre 70 se dispusieron a acabar con una aldea
de doscientos habitantes, una aldea que en su errática imaginación siempre
estuvo confabulada con los Cabanillas.
La «gordi» vivió en Almansa y cuando murió se
la llevaron al cementerio en una caja blanca con muchas coronas, acompañada de una
comitiva de gente llorosa. Su madre, doña Rosa, y dos amigas de esta, doña
Mariángeles y su hermana doña Mercedes, creyeron que la «gordi» tenía el «malo»
en el cuerpo. Y, claro, se lo quisieron sacar con los rezos, el aceite, las
estampitas y todas esas cosas propias de
una sociedad atrasada y tremebunda como la nuestra. También intentaron
sacárselo con las manos. Y no vea usted la cantidad de tripas que extrajeron.
¡Ocho metros nada menos! Amén del estómago, el hígado, los riñones, el
páncreas, el bazo y por último el aparato urinario-reproductor. Todo esto se lo
sacaron a la «gordi» por el culo, escarbando con las manos. Pero, ¡ay!, el
«malo» es un ser tímido y juguetón y en ningún momento se dejó ver.
A principios de diciembre de un lejano ya
1990, en una alquería ganadera en la localidad murciana de Cieza limítrofe con
la provincia de Albacete, tres muchachos decidieron tentar vaquillas. Para ello
se dirigieron de madrugada a la propiedad de un tal Sandoval. Aquella noche de
luna llena los tres jóvenes fueron sorprendidos por los dos hijos del peón de
la finca que la emprendieron a tiros con los furtivos, dándoles muerte. Aquella
noche del 1 de diciembre no se encontraron trastos de torear por ningún sitio.
¿A qué fueron entonces aquellos muchachos a la finca Charco Lejano? ¿Por qué
los mataron? El caso es que ahora mismo nadie lo sabe, excepto sus protagonistas
más directos...
Santiago San Juan García enterró entre agosto
del 85 y finales del 87 los cadáveres de dos prostitutas en el sótano del mesón
«El Lobo Feroz», sito en la calle Luciente del término municipal de Madrid. San
Juan regentaba el local que por entonces era propiedad del subcomisario de
policía Eduardo Morales, amante de su madre. Tres años después, los nuevos
arrendatarios del establecimiento descubrieron las tumbas al efectuar arreglos
en su interior. Los servicios de una tercera prostituta, Araceli Gómez Parra,
que ejercía su profesión en la calle de La Cruz, fueron solicitados por
Santiago San Juan quince días después de la muerte de su madre, y ya en el
mesón la Araceli se lo tropezó encima con el cuchillo del jamón en la mano. Y
es que Santiago sentía una aversión errática por las mujeres desde que tuvo
conocimiento que su madre llegaba a casa, borracha, una noche sí y otra también
después de alternar con golfos y señoritos. Así y todo, lo peor no fue eso. Lo
peor fueron las peleas. La madre llamando a su padre maricón, diciéndole que
ella necesitaba un macho. Por eso Santiago se aferraba de vez en cuando al
cuchillo del jamón y...
El caso de «la vidente asesinada» ocurrió en
Madrid, allá por 1988, y despertó de inmediato la atención de la prensa. La tal
vidente se llamaba Blanca Álvarez Rendueles, era viuda de un sargento de
infantería y estaba en posesión de una pensión de 30.000 pesetas de las de
aquel entonces. A las cinco de la tarde de un 23 de agosto, Blanca fue
encontrada despatarrada en la bañera de su modesto apartamento con veinticuatro
golpes en la cabeza, golpes asestados por un almirez de bronce de cuarenta
centímetros. Sin embargo la muerte no se la causó este artilugio, por extraño
que parezca, sino que fue consecuencia de los cortes ocasionados en venas y
tendones de ambas muñecas por un cuchillo de cocina de quince centímetros. A mediados
de octubre del mismo año fue detenida, como presunta autora de los hechos,
Rosario Muñoz Blanco quien había sido identificada por el portero del edificio
donde vivía la vidente asesinada y por un taxista que la había transportado a
las cercanías de su domicilio. La vista del juicio se celebró dos años después,
sin que se pudiera demostrar la culpabilidad de la acusada.
Un caluroso día de verano de 1980, en la
localidad sevillana de Dos Hermanas, cinco personas fueron asesinadas en el cortijo
los Guindos, a cuatro kilómetros del pueblo, cortijo este propiedad de los
marqueses de la Vega. A las cuatro y media de la tarde una columna de humo
procedente de un almiar descubrió la matanza. Juana Muñoz, esposa del capataz,
apareció con la cabeza destrozada tras haber sido golpeada con una pieza de
acero. El tractorista Ramón Padilla alcanzó la muerte de un disparo en el pecho
y otro en la espalda, y José Fernández y su esposa Asunción Pedala fueron
encontrados quemados en lo alto de un pajar. El capataz, Manuel Cepeda, fue
considerado autor de los hechos hasta que su cadáver apareció a los tres días y
la autopsia demostró que fue el primero en morir. El crimen de los Guindos fue
un asesinato complicado, lleno de matices, que no habría sido difícil de
resolver si hubiera ocurrido en una gran ciudad con toda clase de medios para
la investigación, pero en Dos Hermanas, un pueblecito despreocupado, con un
pequeño cuartel de la Guardia Civil, resultó casi imposible recrear lo
ocurrido.
A las tres de la tarde del 4 de diciembre de
1985 la Guardia Civil de la localidad onubense de Punta Umbría procedió a la
detención de Julio Sánchez Moreno como presunto autor de la muerte por asfixia
de la niña de nueve años Esperanza Rodríguez Gómez, quien fue hallada el 2 de
noviembre, maniatada y sin vida, en una vivienda deshabitada propiedad de sus
padres. Julio Moreno trabajaba como portero de noche durante la época estival
en el hotel El Parador, de Punta Umbría, propiedad de la familia de la pequeña.
Esperanza Rodríguez era una niña cuando desapareció pero su cuerpo y su
temperamento no se correspondían con su edad. Era seria, arisca, resuelta y
fuerte y gustaba de jugar con los niños. Adoraba el colegio y presumía de ser
buena estudiante. El día que desapareció faltó sorpresivamente al centro
escolar. Esa decisión de ausentarse fue el gran secreto que se llevó a la
tumba...
Tres disparos a bocajarro acabaron con la
vida de los marqueses de Urquijo la madrugada del 1 de agosto de 1980. Ríos de
tinta han corrido desde entonces. Manuel de la Sierra y Torres y su esposa
María Lourdes Urquijo Morenés, matrimonio de rancio abolengo, fueron asesinados
a sangre fría mientras dormían en su chalé de la zona residencial de
Somosaguas, en la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón. Desde el primer
momento se descartó el suicidio y tomó fuerza la tesis de una venganza personal,
posiblemente a sueldo. Sólo apareció roto un cristal en la planta baja de la
residencia, lo que hizo pensar a la policía que los asaltantes conocían la
vivienda. La policía cercó a varios sospechosos, entre ellos a Rafael Escobedo,
marido de Miriam de la Sierra, hija mayor de los marqueses. En 1983 se inició
el juicio para esclarecer el caso, pero los informes y testigos lo hacieron
imposible. Las casi cuatro décadas transcurridas desde entonces no han sido
suficientes para despejar las dudas, después de que dos de las tres personas involucradas
en el crimen hayan muerto y Javier Anastasio –el encubridor de Rafael Escobedo-
haya regresado recientemente a Madrid, tras años de paradero desconocido, al
prescribir los delitos. En la actualidad la autoría del crimen continúa siendo
un misterio.
La narrativa de Juan Madrid es rotunda, rica
en diálogos y ágil en su desarrollo. Juan Madrid siempre ha tenido un arte especial
para atrapar el hedor inmundo de la miseria humana y convertirlo en algo real
como nosotros mismos. Madrid es capaz de acercarnos a todo aquello que nos es
ajeno por naturaleza, para que lo vivamos en nuestras propias carnes,
soportándolo a veces con arcadas de bilis. Sus escritos están llenos de dolor,
de finales agónicos e inesperados, de solución sin solución, así como de una
negrura indescriptible. La vida misma, la condición humana, en suma.
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