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LA MUJER OCULTA (The Kept Woman) Karin Slaughter TRADUCCIÓN: Victoria Horrillo Ledesma HARPERCOLLINS IBÉRICA, S. A. |
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Will Trent no daba señales de vida desde 2013
(téngase en cuenta que esta novela vio la luz en 2016), un tiempo que ha
empleado Karin Slaughter para recrear un par de libros independientes. En este
último y, posiblemente, mejor relato de la serie hasta la fecha, la escritora
entrelaza una historia macabra con las misteriosas relaciones de pareja de uno
de sus personajes más atractivos, el agente del Georgia Bureau of Investigation
(el GBI) Will Trent.
Cuando se descubre el cuerpo sin vida
(asesinado sin ningún género de duda) de un varón cercano a la sesentena en un
solar en obras de Atlanta el Georgia Bureau of Investigation se hace cargo del
caso. Caso que adquiere el carácter de peligroso cuando el cadáver es
identificado como el de un expolicía, un detective de primera con querencia a
la corrupción. El edificio donde ha tenido lugar el crimen, un club nocturno en
construcción, pertenece a un poderoso grupo inversor que cuenta entre sus
miembros con Marcus Rippy, una estrella del baloncesto de alto perfil. Como no
podía ser de otra forma Trent y Rippy compartieron en tiempos pretéritos una
aventura conjunta, seis meses de investigación que culminaron con la reputación
intacta del genio de la canasta. Ahora va a suceder, ¡oh casualidad!, que esta
lumbrera del balón redondo, este «chico malo», se encuentra relacionado con la
muerte del expolicía.
La víctima del asesinato, Dale Harding, es hallado
con el extremo puntiagudo del pomo de una puerta incrustado en su tráquea. El
gran volumen de sangre encontrado en la escena del crimen hace pensar en otra
víctima, víctima que no ha dejado, al margen de su sangre, rastro alguno. La
médica forense Sara Linton cree que a la pobre mujer (porque de una mujer se
trata) no le queda mucho tiempo de vida. Trent y su equipo se ven forzados a
encontrarla antes de que sea demasiado
tarde.
Will Trent, agente del Georgia Bureau of
Investigation, es un personaje complejo, henchido de cicatrices tanto físicas como
emocionales, un disléxico de nacimiento que tiene que codificar por colores
cada informe que lee. A lo largo de los siete libros anteriores (este completa
la octava entrega) Slaughter insinuó ya los primeros traumas de Trent quien fue
abandonado de pequeño y creció en un orfanato. Su problemática relación con su
sádica esposa Angie Polaski y su inestable romance con la forense Sara Linton
son los ingredientes básicos de una historia enredada y no apta para cardíacos.
La estrella del libro es, sin embargo, Angie
Polaski, la conflictiva esposa de Will Trent. Polaski ha estado presente en la
vida de su esposo desde siempre pero nunca antes se nos había permitido
conocerla tan a fondo como sucede aquí. «Angie Polaski no había dejado de
entrar y salir de la vida de Will como un mosquito desde que tenía once años.
Se habían criado juntos en el Hogar Infantil de Atlanta y ambos habían
sobrevivido a los malos tratos, el abandono, la negligencia y la tortura». De
todos los sufrimientos que puede argumentar Trent en su vida ninguno es comparable
al tormento por el que le ha hecho pasar la Polaski. Es esta una mujer mezquina,
retorcida, cruel y vengativa, todo un
dechado de virtudes. Todo un personaje al fin... pero un personaje que ha
formado parte de la vida de Trent durante treinta años. Y eso es mucho tiempo.
Eso es toda una vida.
«El momento más peligroso para una mujer maltratada es aquél en
que intenta abandonar a su acosador». Vale la pena citar este pasaje de «La
mujer oculta» para mostrar las distintas formas en que Slaughter retrata el
abuso de mujeres y niños y su condena y desprecio por la existencia de estos
comportamientos.
El concepto de «violencia de género» da nombre a un problema que
hasta no hace mucho era considerado un asunto de familia que no debía
trascender de puertas para afuera. Hoy es un problema que traspasa fronteras y
que está presente en la mayor parte de los países del mundo.
La violencia no es innata, no es algo consustancial al género
humano, si así lo fuera todas las personas serían violentas o todas practicarían
la violencia de la misma manera. Los maltratadores son selectivos en el
ejercicio de la violencia lo que demuestra que son capaces de controlarse en
cualquier otra situación. «Me sacó de casa de mi madre a rastras, tirándome del
pelo. Estuvo a punto de matarme de una paliza. Me metió en un arcón y me tuvo
encerrada en el garaje».
El problema de la «violencia de género» va más allá de cualquier planteamiento
numeral. Además de ser una cuestión de derechos humanos y de salud pública conjuga
manifestaciones culturales y visiones institucionales y hay que abordarla desde
la desigualdad entre hombres y mujeres. Si es cierto que cada vez es mayor el
rechazo ante situaciones de este tipo no lo es menos que cada vez la violencia
hacia la mujer es más hábil y encubierta. «Me pega. Me viola. Me obliga a
suplicarle que siga haciéndolo. Y después tengo que pedirle perdón por haberle
hecho perder el control. Me obliga a darle las gracias cuando me permite ir a
tomarme un puto café o llevar a mi hijo a jugar con sus amigos».
No es este el sitio ni el momento adecuado para abordar un tema
tan espinoso en la medida que merece. Pero no puedo dejar pasar la ocasión para
afirmar rotundamente que la violencia hacia las mujeres es un atentado contra
los derechos humanos, contra la integridad y la salud de las personas y el
desarrollo de las naciones y el mundo. No es menester decir que se hace
imprescindible una reflexión profunda sobre la forma en que los individuos, las
instituciones y la cultura en general, deben abordar el tema de la construcción,
reproducción y comprensión de la violencia en términos generales y
particularmente la ejercida hacia las mujeres.
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