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EL ÁNGEL (L'Angelo) Sandrone Dazieri TRADUCCIÓN: Xavier González Rovira ALFAGUARA |
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Sandrone Dazieri retornó a las librerías italianas en 2016 de la mano de
Mondadori, tras su éxito “No está solo”, con un electrizante thriller: “El
Ángel”. Es esta una novela de múltiples capas, compleja, llena de giros y
vueltas y satisfactoriamente oscura. “El Ángel” supone, asimismo, el regreso de
la pareja formada por Colomba Caselli y Dante Torre, dos personajes que luchan
contra sus propios demonios mientras resuelven crímenes extremadamente
desagradables. En esta ocasión el gambito de apertura de la jugada es el vagón
de primera clase de un tren procedente de Milán, una especie de barco fantasma
en misterioso trato con las sombras. A las doce menos diez de la noche el tren
entró en la estación Termini de Roma y descargó en el andén número 7 una
cincuentena de pasajeros. Del coche de lujo, del vagón de primera clase,
extrañamente, no salió nadie. Todos los pasajeros fueron encontrados muertos.
Aunque todo apunta a un ataque terrorista e ISIS reivindica la autoría a través
de un video, Colomba prefiere pedir consejo a Dante Torre, a quien no dirige la
palabra desde hace meses. Torre es la única persona capaz de ver lo que nadie
más es capaz siquiera de imaginar.
La subcomisaria Caselli, que acaba de reincorporarse al servicio tras su
último caso, es quien se encarga de evaluar la masacre. «Se trataba de una
mujer que se había reincorporado al servicio después de una larga convalecencia
y de una serie de contratiempos que habían sido objeto de debate durante meses
en todos los talk shows. Se llamaba Colomba Caselli y, más adelante, alguien
consideró que su llegada había sido un golpe de suerte. Ella no.» Las sospechas
recaen inmediatamente sobre los de siempre: los musulmanes. Se suceden unas
cuantas redadas a varias mezquitas locales hasta que Dante empieza a
sospechar que tal vez el Estado Islámico
no es del todo culpable. Lo que la pareja descubre mientras viaja por Alemania,
adonde la han conducido las últimas pesquisas, es que la verdadera responsable
de tal locura es Giltiné, una especie de ángel vengador, una malvada tan
antológica como metafísica, un ser diseñado para matar que va dejando las
huellas dactilares de la Stasi y el KGB allí por donde pisa. «Musta estaba en
lo cierto, realmente es un ángel. Sólo que se trata de un tipo peculiar: el
Ángel de la muerte.» No va muy desencaminada esta afirmación, no en vano Giltiné
es el nombre de la diosa de la muerte en
la mitología lituana. Una mujer que disfruta inyectando jeringas llenas de
mescalina y psilocibina en los ojos de sus víctimas. Una joya diseñada a la medida
para el caso.
El dúo ideado por Dazieri tiene su química, por lo excéntrico de uno, una
excentricidad que roza lo esperpéntico, y la mesura de la otra. Dante y Colomba
son dos personajes heridos e insobornables. Él, un héroe frágil y a la vez
inteligente, claustrofóbico, adicto al café y a las pastillas (el primero lo
toma de todos los gustos y colores, las segundas a destajo), un personaje que
ha pisado el infierno y conoce la maldad del alma humana con todo lujo de detalles.
Ella, al contrario, una heroína fuerte y testaruda, respetada dentro del cuerpo
de policía y que aún conserva las huellas del
Desastre. Puede que esta pareja no ofrezca muchas esperanzas en cuanto a la
ficción pero no es menos cierto que el escritor ha sabido cogerle el pulso.
Así que, de nuevo Dante y Colomba, un crimen horrendo y una frase que
puede hacer historia: “La muerte llegó a Roma a las doce menos diez de la
noche”... Y luego un entramado de conspiraciones sazonado a ritmo de thriller. Dazieri
no da tregua, encargándose de que siempre haya un foco de acción abierto con
objeto de atraer la atención del lector. El escritor se vale de su profesión de
guionista y utiliza imágenes de impacto visual que le permiten economizar en
descripciones.
Estoy convencido que los
amantes de las novelas sobre asesinatos despiadados y violencia sin límite lo
pasarán en grande con este libro, muy alejado de las historias de Brunetti y
Montalbano. Aquí el ritmo marca con su frenética
acción la necesidad de mantener al lector en un estado de continua ansiedad y
reforzar así la duda del misterio y la promesa de un desenlace brillante y
colorido. El resultado, no podía ser de otra forma, es que se cae en lo
excesivo. Hay demasiado caos y el conjunto comienza a perder pie. No queda
claro quien supera a quien, si la realidad a la ficción o al contrario. Existe,
o así me lo parece, una alteración desequilibrada de la acción por el mero
hecho de exagerar. Pero (todo en esta vida tiene un pero) el escritor
lo tiene claro: «Lo que intento hacer en los libros es hablar de mis dudas, no
dar respuestas.»
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