LA HIJA DEL TIEMPO (The Daughter of Time) Josephine Tey TRADUCCIÓN: Efrén del Valle RBA, 2012 |
La verdad es hija del tiempo,
no de la autoridad.
SIR FRANCIS BACON
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Anatomía de un crimen histórico
Josephine Tey es el seudónimo de la escritora escocesa Elizabeth Mackintosh, nacida en la localidad escocesa de Inverness el 25 de julio de 1896 y fallecida en Escocia, el 3 de febrero de 1952, a los 55 años de edad. Entre sus obras, elogiadas por crítica y público, cabe destacar "La hija del tiempo", declarada en 1990 la mejor novela de misterio de la historia por la Asociación de Escritores de Misterio británica. Es autora también de una docena de piezas teatrales, escritas bajo un seudónimo distinto: Gordon Daviot.
Alan Grant, inspector de Scotland Yard, pasa largas y tediosas horas de convalecencia en la cama de un hospital tras haber sufrido el grotesco y humillante percance de ser engullido por una trampilla en el momento en que lleva a cabo la persecución de un maleante. Su abulia se desvanece cuando su amiga Marta Hallar, actriz de teatro, le propone “perfeccionar su mente” adivinando el carácter de una persona a través de la contemplación de su imagen. El grabado que concentra su atención es la figura de Ricardo III, a quien la historia ha ilustrado como un ser físicamente deforme -ostenta una joroba y luce un brazo paralizado- y que detenta un carácter cruel y maquiavélico, (el reciente descubrimiento de sus restos revela que su esqueleto presenta una fortísima "esclerosis", origen de dificultades al caminar y de deformidad en la postura). Ricardo III, usurpa el trono a su sobrino, a quien ejecuta junto a su hermano menor, tras el fallecimiento del rey Enrique IV. Su muerte en la batalla de Bosworth, trae como consecuencia el fin del linaje de los Plantagenet así como el de la Guerra de las Dos Rosas.
El
trono de Inglaterra ha estado en poder de los Lancaster durante tres
generaciones. El descontento popular anida en lo más recóndito del corazón del
hombre de la calle. El tercer duque de York, Ricardo Plantagenet, es un ser
capaz, sensible, influyente y bien dotado; un príncipe espléndido, heredero de
Ricardo II por derechos de consanguinidad. En Ricardo están depositadas todas
las esperanzas del pueblo inglés. Sin embargo su intento por acceder al trono
termina con su derrota en la batalla de Wakefield. Su cabeza -junto a la de su
hermano y la de su hijo Edmundo- cercenada y tocada con una burlona corona de
papel, es clavada en la puerta Micklegate de York. Cuando se apaga el tumulto y
el griterío, el trono de Inglaterra está en poder de su hijo Eduardo IV, que ha
luchado a su lado en la desdichada batalla. Es coronado rey en la abadía de
Westminster.
Ricardo
es el menor de los nueve hijos que el duque de York tiene con su esposa Cecilia
Neville. Los lugares de nacimiento de los hermanos son prueba fehaciente del
carácter viajero de Cecilia. Ana, la primogénita, nace en Fotheringhay; Enrique
–quien muere siendo un bebé- en Hatfield; Eduardo en Ruán, al igual que Edmundo
e Isabel; Margarita en Fotheringhay; Juan –muerto a temprana edad- en Neath;
Jorge en Dublín y Ricardo en Fotheringhay. A la edad de trece años, Ricardo
escolta durante cinco soleados y angustiosos días de julio, el cortejo que
contiene los restos mortales de su padre y su hermano Edmundo desde Yorkshire
hasta Northamptonsshire.
Después
de salir vencedor en la batalla de Bosworth, Enrique presenta ante el
Parlamento inglés un proyecto de ley, en el que vierte todo tipo de acusaciones
contra Ricardo III, toda una maraña de incriminaciones que abarca desde la
crueldad hasta la tiranía, sin hacer la más mínima mención del asesinato de los
dos hijos primogénitos de Eduardo IV. ¿Acaso éstos no han fallecido cuando su
tío Ricardo pierde la vida en el campo de batalla de Boswoth? ¿Cómo es posible,
si tal es la disposición, que la historia haga responsable a Ricardo de sus
muertes? La investigación de Alan Grant, que se desarrolla de forma paralela en
las vertientes histórica y policial, y que cuenta con la ayuda del estudiante
estadounidense Brent Carradine, plantea una serie de “dudas razonables” que conforman
el núcleo de esta inusitada novela, a la vez compleja, emocional e inteligente,
que sondea hechos acaecidos cinco siglos atrás y pasa por ser un clásico de la
literatura negra.
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