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El
término “novela negra” hace alusión a
una rama de la novela policial que se consagra a los conflictos, a la crisis y
a la corrupción, ya sea a nivel social o individual. El término es una consecuencia
postrera, -a través de la Série Noire francesa-, de una serie de novelas
policíacas americanas en la tradición y el concepto del cine negro, que es
esencialmente un género cinematográfico de los años 1940 y 50. La mayoría
de los críticos definen la “ficción noir”, esencialmente en términos
psicológicos, como oscuridad y desesperación existencial, dictamen que lo acerca
más al territorio de Edgar Allen Poe o de Franz Kafka que a las películas de
gángsters del cine negro.
La
ficción noir nace en las revistas pulp americanas de los años 1920 y 30, de la
mano de escritores como Caroll John Dally, Dashiell Hammett o Raymond Chandler
y se convierte en un importante soporte de la ficción en rústica de los años
1940 y 50. No existe, en principio, una clara distinción entre la oscura
cosmovisión negativista de novela negra y el pragmatismo cínico de lo que se conoce
posteriormente como la escuela “hardboiled”. Es más, en la práctica hay
una gran cantidad de coincidencias. Ambos géneros se desarrollan a través
de las revistas pulp, especialmente Black Mask, una publicación que comienza su
recorrido allá por 1920.
Black
Mask ve la luz como una revista convencional histórico-detectivesca, pero
rápidamente se convierte en una plataforma que sirve de base para un nuevo modelo
de novela negra. La década de 1920 es una época de corrupción política
desenfrenada en los EE. UU., donde el crimen organizado campa a sus anchas, y
donde las leyes de prohibición conducen a las principales bandas criminales a extorsionar a muchas instituciones, desde
los gobiernos locales, a las empresas y a las fuerzas del orden. El desplome de
Wall Street de 1929 lleva a la población al estado de pobreza y desilusión de
la Gran Depresión, mientras que una creciente ola de activismo sindical es reprimida
brutalmente por medios violentos.
No
es de extrañar, por tanto, que esta nueva novela negra encuentre abonado el
terreno para sus propósitos, que no son otros que recoger el gansterismo urbano,
la corrupción y la privación de la sociedad y manifestar que la brecha entre
ricos y pobres es mucho más importante que la brecha entre los transgresores y los
respetuosos de la ley. Su tarea no es tanto la resolución de puzles sobre
crímenes ingeniosos cuanto la descripción con palabras de lo que es visible en
las calles.
La
figura clave en el nuevo género es Dashiell Hammett, cuyos relatos cortos aparecen
en la revista Black Mask a principios de 1920. Hammett sirve en la Primera
Guerra Mundial, donde contrae una tuberculosis que lo atormenta durante el resto
de su vida. Trabaja durante varios años como agente de la Agencia de
Detectives Pinkerton y allí adquiere una experiencia directa de la realidad de
la delincuencia, el dinero y el poder.
Una
de las primeras historias cortas de Hammett, “Nightmare Town” (Ciudad de pesadilla, 1924), describe
una ciudad donde el asesinato constituye el denominador común y la policía es
cómplice en el encubrimiento y en la detención de personas inocentes. Nos enfrentamos
a toda una población que trabaja en una misma dirección; una enrevesada
tapadera para una operación de contrabando nacional ejecutada desde una fábrica
de alcohol indetectable, así como para una estafa de seguros que implica a
cientos de ciudadanos inexistentes. Hombres de los que nunca se ha tenido noticia
pasan exámenes médicos, contratan un seguro y después son asesinados sobre el
papel o sustituyen a algún otro que ha muerto de verdad. Toda una maquinaria capaz
de forzar cualquier acuerdo interesado. Una ciudad donde la policía, el
gobierno local y los negociantes ejercen de criminales profesionales. Las
únicas almas que no profesan la delincuencia son aquellas personas inocentes
encerradas en la cárcel.
A
finales de los años 1920 y comienzos de los años 30, Hammett publica cinco narraciones
que cambian la novela negra para siempre. En la primera, “Red Harvest”
(Cosecha roja, 1929), el director responsable de los dos periódicos de la
ciudad minera de Personville, hijo del magnate fundador de la ciudad, se pone
en contacto con un detective de San Francisco para que acuda en su ayuda, pero
cuando éste llega a la ciudad el periodista es asesinado. En el curso de la
investigación del crimen el detective averigua que cuatro matones, con la
complicidad del magnate, dominan la ciudad. El millonario contrata al detective
para “limpiar” Personville y cuando se pone al descubierto que su hijo muere
asesinado por celos y no por los matones pretende que el detective deja la
investigación, pero el agente no da marcha atrás y consigue enfrentar a los
cuatro mafiosos para que se aniquilen entre sí. “The Maltese Falcon” (El
halcón maltés, 1941) y “The Glass Key” (La llave de cristal, 1931) son exámenes
amargos y sarcásticos de la traición, el deseo y el poder del dinero. Años
más tarde, allá por el otoño de 1944, Raymond Chandler comenta en un artículo en
la revista "Atlantic Monthly", dirigida en ese entonces por
Charles Morton, que “Hammett sacó el crimen del jarrón veneciano y lo arrojó al
callejón; no necesita seguir ahí para siempre, pero fue una buena idea ...
Hammett devolvió el crimen a la clase de gente que lo hace por un motivo, no solo
para proporcionar un cadáver; y con los medios a mano, no con pistolas de duelo
talladas a mano, curare o peces tropicales. Llevó al papel a esa gente tal como
es, y la hizo hablar y pensar en la lengua que usa habitualmente con esos
propósitos... Fue parco, frugal, duro, pero hizo una y otra vez lo que solo los
mejores escritores pueden hacer. Escribió escenas que parecía como si nunca
hubieran sido escritas antes”. Dashiell Hammett transforma la historia de detectives
en un procedimiento de investigación social.
En
1953, el senador Joe McCarthy interroga a Hammett sobre sus puntos de vista
políticos. Le pregunta si ve apropiado que un gobierno que combate el
comunismo deba tener libros de comunistas conocidos como Hammett en los
estantes de sus bibliotecas. Hammett responde: “Bueno, creo que -por
supuesto, no lo sé- que si yo estuviera combatiendo el comunismo, no creo que que
dejara que la gente leyese libro alguno”. Dashiell Hammett escribe sus novelas a
mediados de la década de 1930. Quizás los escritores noir que le siguen expresen
en sus escritos lo que él tan bien expresa en sus silencios.
En
los años 1930 y 40, el desarrollo de la novela negra hardboiled se entrelaza
con lo que finalmente adquiere el nombre de “noir”: la literatura de la
desesperación, la paranoia y la alienación. En cierto modo, el término “noir”
ofrece mayor seguridad a aquellos autores y cineastas que desean pasar
inadvertidos como críticos del capitalismo estadounidense. Pero también
permite que los juicios y comentarios que Hammett realiza de la sociedad se lleven
a otras áreas: el matrimonio, la sexualidad, la imaginación creativa, el sueño
americano, y las tensiones de la vida urbana.
Los
novelistas clásicos noir de la época llevan a las páginas de sus relatos la
desilusión, el miedo y el dolor. James M. Cain, en 1934, con su novela “The Postman Always Rings Twice” (El
cartero siempre llama dos veces), contrasta las aspiraciones mundanas de un
joven ingenuo, que asesina al marido de su amante, con la opinión de la prensa,
que llega a crear una leyenda con todo lo que rodea a su juicio, proporcionando
un modelo para la novela existencialista. La escalofriante novela de
Horace McCoy “They Shoot Horses, Don't
They? (¿Acaso no matan a
los caballos?, 1935) retrata a jóvenes física y espiritualmente destruidos
en los maratones de baile de los años 1930.
Un
alcohólico solitario llamado Cornell Woolrich escribe una serie de novelas de
suspense acerca de la obsesión, los celos y la paranoia. En “Deadline at
Dawn” (El plazo expira al amanecer, 1944), Ruth Coleman llega a Nueva York,
como tantas otras jóvenes, dispuesta a conquistar la fama y la riqueza. Pero la
ciudad es una enemiga implacable que tritura entre sus garras a aquellos que
son inmoderadamente frágiles y no saben domeñarla. Ruth sólo conoce una
presencia amiga en toda la ciudad: la esfera de un reloj que marca benévolo el
final de sus días desencantados. ¿Será este reloj suficiente ayuda para
resolver un crimen en unas pocas horas y evitar que la más mortal de las
trampas se cierre inexorable sobre ella?
En
la novela de John Franklin Bardin “The Last of Philip Banter” (El final de Philip Banter, 1947) la narración
comienza cuando su protagonista se encuentra en su oficina un documento
profético que parece haber escrito él mismo, aunque no recuerda ni cómo ni
cuándo. Lo más increíble es que la «confesión» detalla toda una serie de
acontecimientos que, sorprendentemente, empiezan a cumplirse, punto por punto,
a la noche siguiente. Todo ello le lleva a un colapso esquizofrénico cuando realmente
está manipulado por personas que quieren volverlo loco con el fin de apropiarse
de su dinero.
La
ficción noir de la década de 1950 continúa trenzando lo personal y lo político,
mientras que la sombra de la guerra fría da una nueva intensidad a las
preocupaciones del género. Jim Thompson en “The Killer Inside Me” (El asesino
dentro de mí, 1952) retrata a un ayudante del sheriff de una pequeña ciudad en
Texas que, bajo una apariencia afable y calmosa, esconde un asesino velado que,
a partir de su relación con una prostituta, desata un atroz impulso homicida. La
novela del propio Thompson “The Getaway” (La huida, 1954), es la clásica
historia de un atraco a un banco que ha salido terriblemente mal; donde los más
pequeños errores tienen consecuencias catastróficas y las lealtades cambiantes
conducen a traiciones y caos.
No
podemos dejar fuera de los escritores clásicos noir a David Goodis, quien muere
en un hospital mental en el 49, y cuya ficción gira en torno a temas que
dominan su corta vida. Sus primeras novelas son pesadillas existenciales
sobre personas que tratan de escapar al castigo por crímenes de los que son
inocentes. A principios de la década de 1950, Goodis está asentado en un patrón
de escritura muy bien dirigido, novelas desesperados sobre personas atrapadas
en la malla de la injusticia y el abuso.
“Calle
sin retorno” (1954) cuenta la historia de un borracho que trata de encontrar
una botella de whisky. Se ve atrapado en problemas locales y termina
ayudando a la policía a acabar con el control que una viciosa pandilla ejerce sobre
el distrito, en un afán de enfrentar sus propios demonios y expiar sus errores
del pasado. El jefe de la policía le pregunta cómo le pueden
pagar. Él solamente pide una botella de whisky.
La
imagen del hombre solitario, desamparado, que se siente insignificante para el
resto de la humanidad es un elemento recurrente de la “ficción noir”. El poco
vestigio de humanidad que desprende su persona surge de su voz de rebeldía. Son
seres que apuestan a un proyecto de vida que depende exclusivamente de ellos.
No existe en sus perspectivas una idea de un dios que los sustente espiritualmente.
Ofrecen la imagen clásica del existencialista, que prefiere abandonarse,
renunciar y dejarse arrastrar por las circunstancias.
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