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En los años dorados del Hollywood de
las grandes estrellas, cuando transcurre
el segundo cuarto del pasado siglo, hay quien se
gana la vida fotografiando cadáveres; reproduciendo en papel fotográfico
agujeros de bala, perfiles de tiza con restos humanos en su interior, asientos
traseros de automóviles ocupados por occisos, camas de alquiler habitadas por
personas que dormitan el sueño eterno, desiertos donde sólo aflora el despojo
humano. Putthuff, Oliver, Pross, Driver, Watson o el misterioso P. B., son
algunos de estos retratistas de la muerte. Cuando ellos evocan gráficamente un asesinato
no se permiten hacer concesiones al dolor personal, ni a la intimidad, ni a los
sentimientos.
El trabajo que con evidente afán
artístico desarrollan aquellos fotógrafos forenses del Departamento de Policía
de Los Ángeles no consigue interesar a nadie durante décadas. Abandonado al
polvo en cajas de cartón tras las paredes del Centro de Registros de la ciudad
de Los Ángeles, semejante florilegio
de imágenes de asesinatos, balaceras
y atracos a bancos es desnudado en 2001 por el fotógrafo Merrick Morton en
colaboración con el teniente John Thomas. Al descubierto quedan más de un
millón de imágenes -las más antiguas están fechadas en 1925- con el marbete de
la División de Investigaciones Especiales. En otras palabras, el laboratorio criminalístico más
antiguo de EEUU.
Merrick Morton, oficial del Cuerpo en la
reserva, trama una exposición para su propia galería y gracias a un permiso
especial sin precedentes logra acceder al gigantesco
archivo de recuerdos en 'noir', puro ambiente chandleriano. Y ante
nuestros ojos desfila hoy, de forma expresiva, la noche, la daga, el odio y la
muerte, la historia vívida del crimen… en blanco y negro.
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