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Si
la Gran Depresión fue uno de los principales puntos de inflexión en la historia
de los Estados Unidos, este período de incertidumbre también fue propicio para
el nacimiento de una literatura cruda e intensa que toma prestada la oscuridad
de la crisis en la que se encontraba sumido el país en esos momentos. Al igual
que hicieron en su día Steinbeck, Hemingway, Faulkner y F. Scott Fitzgerald,
Horace McCoy toma su pluma para escriturar sobre los males de su generación,
convirtiéndose así en novelista desde 1930. Una inclinación por la oscuridad le
acompaña en toda su obra y que McCoy debe, tanto al depresivo contexto de la
época, como a una infancia difícil que forjó su desilusionado temperamento.
Autor
de numerosos libros de referencia centrados en escenarios concisos, el escritor
trabajó con Tay Garnett para el guion de «Ruedas de fuego» en 1950. Garnett
dirigió unos años atrás «El cartero siempre llama dos veces» (1946), obra
maestra cinematográfica basada en el libro de James M. Cain, que contó con el
protagonismo de John Garfield, Lana Turner y Cecil Kellaway. «Ruedas de fuego» es
una película singular, que representa el ascenso y caída de un campeón de patinaje,
interpretado por Mickey Rooney, y que le valió a Marilyn Monroe para hacer una
de su primera aparición en la gran pantalla.
Nativo
de Tennessee, Horace McCoy se crio en la pequeña ciudad de Pegram, donde las
perspectivas laborales eran restringidas y las ocupaciones escasas. Mientras
que algunos pueden llegar a pensar que McCoy llevaba el blues en sus venas
porque Tennessee es el lugar de nacimiento de esta modalidad musical, la
realidad es menos poética.
Criado
en el seno de una familia pobre, se enfrenta a la crudeza de la vida desde una
edad muy temprana y entiende rápidamente que sólo puede depositar su confianza
en sí mismo. Desde la edad de 12 años dejó la escuela para trabajar como
vendedor de periódicos; un trabajo precario, que sin embargo le permite pasar
largas horas en contacto con la gente, observando el comportamiento de unos y
cuestionando el pensamiento de otros. Fue
éste un elemento decisivo en su futura carrera como novelista, porque McCoy recurre
a sus primeras observaciones para dar un auténtico realismo a sus historias.
Unos años más tarde, cuando aún era un adolescente y residía en Nashville, desempeña
pequeños trabajos -mecánico, vendedor ambulante e incluso taxista- mientras
sueña con un futuro más prometedor.
Adulto
antes de tiempo debido a la dureza de su vida diaria, Horace McCoy madura totalmente
al unirse a las filas del ejército en 1917. Apenas apagadas las velas de la
tarta de su vigésimo cumpleaños se arroja contra el enemigo a los mandos de un
bombardero y es distinguido con la Cruz de Guerra por una misión aérea sobre
Francia. Sin embargo, a pesar de este honor militar, la contienda le afectó
profundamente. Después de la Primera Guerra Mundial, se muda a Dallas (Texas) y
se las arregla para ser contratado como reportero deportivo por un periódico
local.
Otra
cuesta arriba en su vida civil, ya que esto no es sólo su primer empleo sino
que representa, sobre todo, su primer contacto con la escritura. Durante diez
años, se aprovechó de sus artículos -aunque el periodismo deportivo no transite
por los mismos senderos que la escritura de ficción- para dar forma a su estilo
literario. Es a finales de 1920 cuando, finalmente, decide ganarse la vida con
la literatura, publicando varios de sus trabajos de bajo costo en las revistas
de la época, una tendencia dominante durante la primera mitad del siglo XX,
cuando los famosos «pulps» eran legión.
Pero
la crisis económica de 1929 arrasa con todo, sumiendo a Horace McCoy en el desempleo,
como a millones de otros tantos estadounidenses. Después de haber experimentado
los horrores de la pobreza en el pasado, vio como la mala situación laboral del
país le obligaba a volver al punto de partida, siendo trabajador estacional, servidor y guardaespaldas. Decidido
a recuperar el control de su destino, McCoy se une al creciente éxodo hacia el
oeste, hace sus maletas, y se planta en Los Ángeles en 1931. Hollywood le trae
buena suerte y gracias al cine se las arregla para volver al sendero de la
escritura, convirtiéndose en un escritor cuyo brío impresiona.
Sus
primeros guiones le ayudan a hacerse un nombre en el medio, pero la novela que
lo llevará al estrellato la publicó en 1935 -« ¿Acaso no matan a los caballos? »
(They Shoot Horses, Don't They?)-, una narración que mantiene la atención de la
crítica en su trabajo. En las novelas de
Horace McCoy, la violencia se genera siempre desde una situación de degradación
económica; la denuncia de esta situación le causó dificultades para la
publicación de su siguiente obra -«No Pockets in a Shroud» (Los sudarios no
tienen bolsillos, 1937) - que apareció inicialmente en Inglaterra y que no fue
publicada en Estados Unidos hasta 1948.
McCoy
cultivó una pluma corrosiva que fascinó a sus lectores y a los espectadores de
las películas en las que colaboró en la redacción del guion. Con el paso de los
años es rechazado por una audiencia popular que mantiene su desconfianza en el
sueño americano y se ve paulatinamente sumido en la indiferencia general; sin
embargo hoy su nombre irradia con luz propia a través de su obra literaria y
cinematográfica.
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