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«10 LIBROS Y SOLO 10 LIBROS»
Diez
años, 10 libros. Cada libro 30 capítulos, 300 capítulos en total. Cada uno
centrado en un mismo grupo de policías, todos ellos de mediana edad, poco
atractivos, pertenecientes al Departamento Nacional de Homicidios de Estocolmo.
El objetivo de cada entrega -éste al menos fue el propósito de los autores- reflejar los problemas sociales de la Suecia
de los años sesenta del siglo pasado. Para ello cada libro plantea una crítica
marxista de la sociedad de su tiempo.
Por
improbable que pueda parecer, las novelas de Sjöwall y Wahlöö se han convertido
en best-sellers internacionales, con más de 10 millones de copias vendidas. Hoy
son consideradas clásicos del género de
suspense, y han sido llevadas al cine y adaptadas a la televisión. Las
sucesivas generaciones de escritores noir han idolatrado a ambos novelistas y
hay quien piensa incluso que la pareja concibió la mejor serie criminal que jamás
se haya escrito; que sin ellos no existirían ni el John Rebus de Ian Rankin ni
el Kurt Wallander de Henning Mankell.
Sin
embargo, el caprichoso azar tuvo aquí su parte de culpa. Si no se hubieran
encontrado Maj Sjöwall y Per Wahlöö sus novelas no se hubieran materializado; y
si el juguetón Cupido no lo hubiese decidido así, sus libros no serían hoy tan
buenos como se considera que son. Un
hombre y una mujer, una pareja en definitiva, se sientan cada tarde a escribir.
La cena ha concluido y sus hijos ya están en la cama. Ella nunca ha escrito un
libro antes. Él es un autor publicado. Escriben toda la noche si es necesario. Cada
uno un capítulo. A la noche siguiente se intercambian los capítulos. La narración
va fluyendo de forma natural...
Cuando
Sjöwall y Wahlöö la llevaron a la práctica, la idea de que una novela policíaca
debía ofrecer un detective «creíble», con sus defectos incluidos, era nueva.
Hemos crecido tan acostumbrados a nuestros héroes ficticios, ya sea en los
libros como en la pantalla, que hemos pasado por alto que Martin Beck evolucionó
de hombre infelizmente casado -padre de dos jóvenes adolescentes- a divorciado y
en relaciones con una mujer soltera como lo haría hoy día cualquiera de
nuestros familiares o vecinos. Que además es un personaje propenso a los
resfriados y que a menudo sufre de dolencias y malestares físicos. Y que, para
colmo de males, es un ser humano con todos sus condicionantes.
Martin
Beck comparte el protagonismo con un grupo de colegas, igualmente «creíbles», todos varones. No hay
un héroe entre ellos. Todos, sin
excepción, poseen la facultad de cabrearse con los demás de la misma manera que
lo haría cualquier otra persona que haya trabajado en una oficina. Los ánimos
entre ellos se suelen exacerbar, sin embargo pasan más tiempo juntos del que
dedican a sus propias esposas.
Los
diez libros de la serie están centrados en una época en la que todo el mundo fumaba;
no había teléfonos móviles, o muestras de ADN, o internet. Están llenos de
direcciones suecas que nos resultan tan ajenas como impronunciables. Sin
embargo, tienen la cualidad de no pasar por anticuados o desagradables. Antes
al contrario, a pesar de que la acción es a menudo lenta, su lectura resulta atrayente.
Hacia el final de la serie, es cierto, el mensaje se vuelve algo intimidatorio –es
inevitable detectar que Wahlöö sabía que iba a morir, que el tiempo se le estaba
acabando- pero llegados a este punto el lector ya está suficientemente
enganchado y cualquier cosa es perdonable.
Entonces,
¿qué hace que estas novelas sean tan convincentes? Hay algo intrínsecamente respetable
en todas ellas, algo que tiene que ver con la investigación meticulosa y la
frágil humanidad de los personajes. En estas narraciones se muestran -dicen los
críticos- una relevancia y una atemporalidad que es la marca de clase de toda
buena ficción. El estilo, engañosamente simple, es a la vez escaso y dramático.
Un logro más que notable si se piensa que los libros fueron escritos por dos
personas.
Cuando
Maj Sjöwall y Per Wahlöö se conocieron en el verano de 1962 la atracción entre
ellos fue instantánea. Todo suena muy bohemio y muy «sueco». Wahlöö era nueve
años mayor que Sjöwall, casado y con una hija. Pelo grande, nariz grande, ojos
grandes, gran sonrisa. Fue miembro del Partido Comunista. Un ex reportero del
crimen, que había sido deportado de la España franquista. En el momento que se tropezó
con Sjöwall era un periodista político bien considerado. Sjöwall –a la vez periodista
y directora de arte- aparentaba tener menor edad de los 27 años que cargaba a
sus espaldas. Desprendía un aspecto juvenil y un rostro fresco.
Ambos
provenían de un estrato social medio acomodado. El padre de Maj Sjöwall era director
de una cadena de hoteles y ella creció en el último piso de uno de ellos, en el
centro de Estocolmo. Su noción de la sociedad giraba en torno a la idea de que
ésta era muy parecida a un hotel de lujo, donde los invitados ricos acaparaban
el ático mientras el personal de la cocina debía conformarse con pelar patatas
en el sótano, y ésto, evidentemente, era malo de por si.
Durante
su adolescencia Sjöwall frecuentó bares y restaurantes en un momento en que las
mujeres jóvenes no solían realizar este tipo de actividades. A la edad de 21
años, cuando comenzaba su carrera como periodista, descubrió que se encontraba
embarazada de un hombre con quien ya había roto relaciones. Su padre trató de
obligarla a abortar. Un amigo de trabajo, 20 años mayor que ella, le sugirió la
idea de que se casaran. Después de que terminó este vínculo volvió a contraer
matrimonio, esta vez con otro hombre mayor que deseaba tener más hijos. Este
segundo matrimonio tampoco duró mucho. Lo cierto es que en el instante que
conoció a Wahlöö se encontraba ejerciendo de madre soltera, con una hija de
seis años de edad.
Wahlöö
recibió por ese entonces el encargo de escribir un libro, e iba a trabajar
todas las noches a una habitación de hotel cerca del bar que frecuentaba Sjöwall.
Suena increíblemente íntimo y clandestino. Pero así es el amor. Un año después Per
había dejado a su esposa y se había mudado a vivir junto a Sjöwall y su hija
Lena. Su primer hijo, Tetz, nació nueve meses más tarde.
Ambos
se cuestionaron la idea de escribir una serie de novelas sobre crímenes. Debatieron
sobre la literatura criminal que tanto admiraban, sobre escritores progresistas
como Dashiell Hammett, precursor del género negro, de quien Chandler señaló con
brillantez que “sacó el crimen del jarrón veneciano y lo arrojó de vuelta a la
calle”. El objetivo de Sjöwall y Wahlöö, sin embargo, no tenía nada que ver con
jarrones venecianos; iba más allá, era algo más subversivo que lo que había
pasado antes. Se dieron cuenta de que la gente gustaba de leer novela de crimen
y que a través de sus historias podían mostrar al lector que bajo la imagen
oficial de bienestar que exhalaba la Suecia de la época había otro estrato que
no olía tan bien, otro estrato de pobreza, criminalidad y barbarie. Se
plantearon mostrar al mundo que Suecia se dirigía hacia una sociedad
capitalista, fría e inhumana, donde los ricos se hacían más ricos por momentos
y los pobres más pobres. Planearon, pues, 10 libros y sólo 10 libros.
Siguieron
siete meses de minuciosa investigación que culminó con la elaboración de una geografía
exacta del escenario de sus relatos, donde todo debía encajar, desde las
distancias que Beck y su equipo tendrían que realizar hasta cuánto tiempo les
tomaría. Cada capítulo se trazó de antemano como un guion gráfico. Luego
escribieron todas las noches hasta que dieron por terminado el primer
manuscrito. «Roseanna» se vendió moderadamente bien y cosechó incluso buenas
críticas.
«Roseanna»
fue seguida por «El hombre que se esfumó» y por «El hombre del balcón», cada
una escrita en el escrupuloso plazo de 12 meses. Sus temas se ajustaban a la agenda informativa: la
pedofilia, los asesinos en serie, la industria del sexo, el suicidio.
Wahlöö
enfermó cuatro años antes de su muerte. En primer lugar, se quejó de una
inflamación. A continuación, los médicos dijeron que sus pulmones estaban
llenos de agua. Con el tiempo se dieron cuenta de que su páncreas se había
reventado. Murió en junio de 1975 a la edad de 49 años. La relación de la
pareja se había mantenido durante 13 años.
Hoy
Maj Sjöwall, a sus 80 años, todavía trabaja como escritora y traductora y aunque,
a diferencia de Rankin o Mankell, los libros que escribió con Wahlöö no la han
hecho rica, sí que tiene la satisfacción de ver como sus novelas siguen vivas
en la mente de sus lectores.
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Muy bueno el artículo, como siempre. Da gusto recordar todo esto y saber algunas cosas que no se tenían presentes.
ResponderEliminarLo comparto en twitter mañana @2davidgomez
Saludos
Gracias David por tu aliento.
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