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TIEMPOS DE HIELO (Temps glaciaires) Fred Vargas TRADUCCIÓN: Anne-Hélène Suárez Girard EDICIONES SIRUELA, S. A. |
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¡Cuidado, porque estamos a punto de vernos
rebotados desde el Círculo Polar Ártico hasta Robespierre! Cuatro años
después de la publicación de «El
ejército furioso», Fred Vargas regresa con «Tiempos de
hielo», una de esas grandes novelas a las que ella nos tiene acostumbrados. ¿Cómo
consigue esta mujer involucrarnos en semejantes enredos?... ése es su secreto.
Y lo cierto es que siempre resulta eficaz. Y sin necesidad de irse por las
ramas.
Nos reencontramos aquí con la brigada
criminal del decimotercer distrito de París. Con el extraño y poco
convencional Adrien Danglard, el mayor consumidor académico de vino blanco, al
igual que con la rolliza Violette Retancourt, un acorazado rubio capaz de
arrasar con todo. Con el pirenaico Veyrenc, un individuo de pelo bicolor
que ejerce de poeta convencido. Con Voisenet, un especialista en peces de agua
dulce. Con Mercadet, un enfermo de narcolepsia, cuya adicción al sueño lo
empuja a largas horas de ausencia... Y, por supuesto, con el asocial y
asilvestrado comisario Adamsberg, pequeño personaje de color marrón, que basa
todos sus juicios en el instinto; un soñador irracional que toma decisiones
incomprensibles para sus hombres. En «Tiempos de hielo», Adamsberg -Jean-Baptiste-
se enfrenta a un doble suicidio, a dos víctimas hermanadas por un símbolo
garabateado cerca del cadáver, una especie de “H” tachada por dos trazos
irregulares. Éste es sólo el comienzo de una gran historia, que se extiende a
una pequeña y salvaje isla islandesa antes de enfrentar a nuestros oficiales de
policía nada menos que a ¡las grandes figuras de la Revolución Francesa!
Alice Gauthier, una respetable profesora de
matemáticas, aparece en su bañera con las venas abiertas, en lo que
aparentemente pasa por ser un suicidio. Sin embargo, una semana antes, la
Sra. Gauthier había tratado de enviar una carta a un cierto Amédée Masfauré,
pero cuando tuvo el buzón frente a sí se le nubló la vista y cayó derrumbada en
brazos de una mujer de rojo. Ésta, tras darle siete vueltas a lo que pensaba
hacer, depositó la carta en el pequeño receptáculo amarillo. El comisionado
Bourlin, del distrito 15 de París, menciona esta muerte a su colega el
Comisario Adamsberg. De hecho, uno de los acólitos del comisario, el
comandante Danglard, es requerido para que aporte algo de luz sobre una señal
misteriosa que aparece grabada en el lateral blanco del tocador anejo a la
bañera de la muerta. Se trata de dos líneas verticales, y entre éstas, dos
transversales superpuestas, una línea cóncava y una barra central oblicua.
El comisionado Bourlin, acompañado de
Adamsberg, visita a Amédée Masfauré, destinatario de la carta de Alice
Gauthier. Éste vive en Haras de la Madeleine, en el municipio de
Sombrevert, donde su padre, Henri Masfauré, acaba de suicidarse muy pocos días antes de un tiro en la boca. Y,
para no ser menos, el mismo signo que el encontrado en el baño de la Sra.
Gauthier aparece mellado en el cuero de la carpeta de la oficina del muerto.
Posteriores investigaciones llevan al descubrimiento que Amédée Masfauré se
reunió con la Sra. Gauthier, en casa de ésta, el día anterior a su muerte. Allí
fue puesto al corriente de las circunstancias que concurrieron en el
fallecimiento de su madre, una década antes. Alice Gauthier formaba parte
de una expedición a Islandia, que involucró a Marie-Adelaide, madre de Amédée, a
su padre, Henry, y al secretario de éste, Víctor, cuyo apellido es, sospechosamente,
Masfauré...
En este viaje un legionario -Eric Courtelin-
y Marie-Adelaide Masfauré fueron asesinados por un desconocido que aterrorizó,
sin motivo aparente, a los demás excursionistas. Hasta el punto de que nadie
ha abierto la boca acerca de lo que sucedió durante ésta insólita expedición a
una isla de Islandia, la isla de Grímsey, donde lograron sobrevivir gracias a la
caza de focas realizada por el desconocido... Para más inri, un tercer cadáver,
el de Jean Breuguel, es encontrado en su apartamento en el distrito 15 de
París. En su biblioteca aparecen tres nuevos libros sobre Islandia. Y sobre
un pedestal de la cocina, grabado a punta de cuchillo, el mismo signo
misterioso...
Adamsberg recibe una carta del Presidente de
la «Asociación de Estudios de los Escritos de Maximilien Robespierre», un
tal François Château, invitándole a una reunión secreta. La tal asociación organiza
congresos donde sus militantes, disfrazados con atuendos de la época
revolucionaria, reconstruyen las sesiones más memorables de la Asamblea
Constituyente y la Convención, en una atmósfera revolucionaria. Los ex-turistas
irlandeses de una década atrás, que tienen tendencia a desaparecer uno tras
otro como en una novela de Agatha Christie, de repente aparecen en una lista de
miembros de esta misteriosa asociación, como militantes de base,
lista enviada a la policía por el Presidente bajo la apariencia de un
conspirador, como en una novela de Alejandro Dumas.
Como ya sabemos de ocasiones anteriores Fred
Vargas no se detiene ante nada para divertirse y entretener al lector. Esta
mujer tiene una imaginación de raíz fabulosa y ama las pistas falsas. En sus
historias recurre a los vampiros, o al hueso del corazón de un ciervo, ese fetiche
de hechicera que también figuraba entre los mejunjes brujeriles de la
Celestina, o, ya en «Tiempos de hielo», a la inteligencia vigilante
de la piedra que otorga la vida eterna. El amante de la novela negra que pone
el pie por primera vez en el particular mundo de Vargas, muy alejado de los
cánones leales al género, probablemente tendrá problemas para «poner allí sus
crías». Lo cierto es que para recrear historias repletas de fantásticas
leyendas Vargas no tiene igual. Ayer fue la “mesnada" Hellequin” en «El ejército furioso», esta vez el “afturganga”,
una especie de muerto viviente que habita en la isla del Zorro, frente a las
costas islandesas. En resumen, hay algo que no se puede negar: ¡Vargas, que
lleva publicando novelas de detectives durante
casi treinta años, está en plena forma!
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