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LA COSTILLA DE ADÁN (La costola di Adamo) Antonio Manzini TRADUCCIÓN: Regina López Muñoz y Julia Osuna Aguilar SALAMANDRA BLACK |
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En vía Brocherel 22, en la ciudad de Aosta, Irina, lituana de
nacimiento ella y en relaciones con el «seguidor del Profeta» Ahmed, originario
de las templadas tierras de Egipto, abre la puerta del apartamento 11 para
entrar en casa de los Baudo donde trabaja como empleada doméstica. En el interior de la vivienda algo no
funciona bien; por la cocina parece haber pasado un tornado y el dormitorio, a
su vez, está irreconocible. La
mujer huye y, angustiada, grita en la calle alertando de la presencia de un ladrón. Posteriormente, con la llegada de la
policía, se produce el macabro hallazgo: en una habitación oscura, Ester Baudo,
una mujer cercana al otoño de su vida, aparece con una cuerda de las de tender
la ropa alrededor del cuello, suspendida de la lámpara del techo. A primera vista todo apunta a un
suicidio, pero algo anda mal; las
joyas han desaparecido y en la penumbra se extienden las secuelas de lo que en
apariencia ha sido un robo violento. El subjefe Schiavone, un personaje que goza de mal humor, irritable,
transgresor al límite, pero con un sentido de la justicia muy propio, que hace
caso omiso de los procedimientos con el fin de alcanzar su objetivo, se resiste
a la tentación de creer lo evidente. Una sucesión de coincidencias y diferencias, así como
la ambigüedad de algunos personajes, transforman poco a poco la imagen de lo
que, en principio, aparenta ser un robo en una espesa niebla de misterios.
En la investigación subsiguiente Schiavone mete las narices en
la vida de Esther Baudo, en sus amistades, en su monótono matrimonio con
Patrick, representante de artículos deportivos, y llega a un paso de la verdad. Y cuando ya empezamos a pensar
que el caso está listo para sentencia, el subjefe Schiavone, Rocco, nos
sorprende de nuevo con un final fuera de lo esperado. Manzini ha escrito
–innecesario es decirlo- una historia original y adictiva que mantiene los ojos
pegados a las páginas y aviva la curiosidad por averiguar quién es el
responsable del delito y de qué aviesos mecanismos se ha valido.
En «La
costilla de Adán» todo gira alrededor de la nieve, que incluso en marzo, no ha
parado de caer. «Había llovido toda la noche y las gotas de aguanieve habían
martilleado la ciudad hasta las dos de la madrugada. Luego la temperatura había
descendido varios grados y claudicado ante la nieve, que cayó en pequeños copos
hasta las seis, cubriendo calzadas y aceras.» La vida en esta estación de
policía es un castigo para Schiavone; aquí se ve obligado a entablar relaciones con unos
colegas
ineficientes –baste evocar al dúo de policías más torpe, incompetente y
tronchante que ha dado la novela policíaca, D´Intino y Deruta-, con jóvenes
ladrones, con mujeres hermosas –la agradable y eficaz agente Caterina Rispoli y
la exuberante Nora, su compañera de cama-, con malos esposos, celosos y
posesivos y con amigos fieles –el alto Sebastiano y el flaco y nervioso Furio-.
En esta novela
los conocimientos sobre el subjefe se acentúan; como un superhéroe de cómic,
con un sentido de la justicia obsoleto, Schiavone muestra su debilidad más
palmaria: el recuerdo de su difunta esposa Marina, que murió en unas circunstancias que poco a poco a lo
largo de las novelas, quizás, Antonio
Manzini nos lleve a descubrir. Ella es un trauma que lo sigue atormentando cinco años
después de su muerte. Esta carga es como una losa que aplasta sus esperanzas.
Marina regresa cada noche para charlar con él, con una copa de vino en la mano,
y haciendo gala del bloc donde anota la palabra del día.
La novela, «La costilla
de Adán», explora el poder de la relación hombre-mujer y la
solidaridad femenina; un retrato
inusual, uno de los peores males de la actualidad, «porque mientras el número
de casos de feminicidio no se resuelva, nunca podremos considerar a nuestra
sociedad como civilizada.» Los altos niveles de asesinatos de mujeres que
se registran en la mayoría de las sociedades modernas, se deben a la violencia
extrema ejercida por los hombres en contra de esas mujeres y niñas, situación
que muchas veces culmina con la muerte de las víctimas. En la mayoría de los
casos, estas sacrificadas presentan signos de tortura, mutilaciones,
quemaduras, ensañamiento, todo ello producto de las vejaciones y violencia
sexual de las cuales son objeto, muchas de las veces causadas después de la
muerte. Los motivos que llevan a la violencia de género y al femicidio están íntimamente relacionados con la discriminación de género. La propuesta de Manzini sobre este tema no es sólo
nueva e interesante, es sobre todo eficaz, porque realmente ahonda en el
problema y logra descubrir sus posibles raíces.
«En sólo dos novelas, Antonio Manzini ha hecho del subjefe de
policía Rocco Schiavone un personaje inolvidable y que crea adicción»,
dice Corriere della Sera en la sinopsis de esta novela por la que ha apostado
salamandra Black. Pero que el gracejo del individuo, su devaluada
voluptuosidad, su estilo no les confundan. Nos encontramos ante un personaje
difícil, con una peculiar visión de la realidad, que a su modo ama su trabajo,
una labor en la que es brillante y que constituye prácticamente lo único que le
exime de la negligencia y la paranoia. Lean, si no, este fragmento de «La
costilla de Adán»:
«Pero para comprender el egoísmo, la rabia o la locura, Rocco debía
meterse en el papel, como hacen los buenos actores antes de interpretar un
personaje. Y, para meterse en el papel, debía entrar en la cabeza enferma de
esa gente, enfundarse en su piel cochambrosa, mimetizarse y bajar a las cloacas
para buscar con una antorcha la parte más indigna e inmunda del ser humano. Y
debía permanecer agazapado ahí, en la cloaca, en la ciénaga, hasta que el
culpable, el malnacido, se ponía a tiro. Después ya podía salir de nuevo a la
superficie y lavarse. El problema es que tardaba días, a veces meses, en
quitarse toda esa mugre. Y siempre se le quedaba una parte adherida a la piel.»
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