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LA ÚLTIMA TUMBA Alexis Ravelo EDITORIAL EDAF, S. L. U. |
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Ya no es algo novedoso asociar el nombre de
Alexis Ravelo al de competencia literaria y «La última tumba» es una prueba
asaz elocuente. La novela es un ejercicio de consolidación literaria, una
demostración palmaria de que el autor ha alcanzado un grado de madurez notable.
Ravelo es un escritor que hace literatura más allá del género, un escritor que ha
crecido con el tiempo y con cada obra nueva. Un novelista que no decepciona.
Tras bordarlo en «La estrategia del pequinés»,
una historia callejera ambientada en la isla de Gran Canaria, Ravelo ahora deslumbra con «La última tumba», una novela que
le sirvió en 2013 para hacerse con el XVII Premio Ciudad de Getafe, un galardón
más que merecido. Un trofeo que le ha aportado prestigio y que se encuentra muy
alejado de cualquier componenda editorial ideada para propiciar la venta
posterior del libro.
Adrián Miranda Gil ejerce de drogodependiente
y chapero en el momento en que es acusado de la muerte por asesinato de Diego
Jiménez Darias -asesor de un importante político regional-, cuyo cadáver es
descubierto un lunes de junio de 1988 en el salón, revuelto y desordenado, de
su casa de Santa Brígida. Después del juicio celebrado en Las Palmas en 1991,
Adrián es condenado a veintinueve años de prisión. En 2011, tras cumplir veinte
años entre rejas, Adrián afronta su libertad condicional como un preso modelo,
desintoxicado y centrado en la rehabilitación. Cuando lo metieron en el trullo
las cosas se compraban con pesetas y se podía fumar en lugares públicos. Hoy
hay que calcular en euros y tener en cuenta la prohibición de fumar en
cualquier sitio. La ciudad ha cambiado tanto en esos años que algunas cosas le
producen miedo. Cuando entró en la prisión de Salto del Negro dejó atrás un
mundo y el que se le presenta ante sus ojos ahora no se le parece en nada. Todo
es nuevo. Nada ha cambiado.
Cuando Adrián Miranda sale de la cárcel tras
cumplir veinte años de condena por un asesinato que no cometió un solo
pensamiento ocupa su mente: la venganza.
Adrián busca el quién y el por qué. Lo mejor de la novela -todo sea dicho- es
la búsqueda de las respuestas. «Eso sí, antes de cargarme a Felo (porque me lo
voy a cargar, eso está claro), hay un por qué importante: por qué me jodió.» Es
ésta una búsqueda que Adrián acomete con prudencia. Comienza a trabajar en la
tienda de comestibles de su hermano, alquila un piso, no bebe, no se mete en
líos, cuida sus pasos y no comete errores. Es meticuloso y calculador. «La
cuestión es no apresurarse. Mantener la serenidad. Fingir que me estoy
reinsertando, rehabilitando, socializando, estabilizando, equilibrando. Que lo
pasado, pasado está, que no quiero volver a meterme en problemas.» Con lo que
Adrián no cuenta es con que su acusación y condena no son fruto de un error
judicial sino de una conspiración en la que él ha sido elegido como cabeza de
turco.
«La última tumba» es, más allá de una deriva
sangrienta de los gestos y los pensamientos, una larga confesión, un camino
hacia la propia libertad, la de Adrián Miranda Gil, un personaje que, tras
pasarse veinte años en la cárcel por un crimen del que es inocente, traslada al
papel todo el odio que acumula dentro y la necesidad de llevar a cabo su propia
justicia. «Ahora estoy en la calle y puedo ir y venir, pero no soy libre. No lo
seré hasta que haga lo que tengo que hacer, que es acabar con ellos.» Surge así
una novela, émulo de un diario personal, narrada en primera persona y cargada
de pensamientos y monólogos interiores, en la que destaca el pulso narrativo
del autor, un pulso que no tiembla a la hora de vivir una muerte o recrear una
ejecución.
«La última tumba» palpita en la dualidad errátil
entre el bien y el mal, la ficción (lo negro) y la realidad. Ambos mundos
tienen mucho en común, la ficción es la cara oculta de la realidad. Así lo
reconoce el propio autor cuando declara: «Toda mi obra está dominada por una
serie de temas que aparecen, creo, en casi todos mis libros: la diferencia
entre realidad y apariencia, la injusticia, la violencia entendida como el Mal
absoluto, la presencia de la muerte, la esperanza, la fe. Esos temas aparecen
en todas mis novelas y libros de relatos, y se despliegan en diferentes esferas,
dependiendo del tipo de texto: la psicológica, la social, la ontológica, la
política. Luego hay pequeñas obsesiones, pequeños guiños metaliterarios que
aparecen aquí y allá y unen, al azar, unas obras con otras.» Así, el propio
Adrián tiene dos caras, encarna dos personalidades: el drogadicto furioso,
iracundo y descerebrado que ingresa en la cárcel y el hombre reflexivo que sale
de allí veinte años más tarde, desenganchado y estudioso. Los dos se enfrentan
interiormente, y los dos exigen venganza. Adrián es un canalla, pero a la vez
es inocente. Simula haberse rehabilitado pero en secreto trama su desquite. No
sé si Ravelo tuvo en mientes al Lou Ford de Jim Thompson y su tozuda migraña a
la hora de crear su personaje pero ambos tienen mucho en común. Ambos, bajo una
apariencia afable, esconden un asesino en lactancia.
El ejercicio del autor de contraponer dos
mundos, el acaudalado, el rico, el de la prosapia social frente al de los
pobres y desprotegidos no hace más que confirmar las palabras del propio autor.
Ravelo define a los linajes de manera muy gráfica: «Willy era éso: el puente
que prolongaba el maridaje entre los viejos zánganos y los nuevos poderosos; el
ejemplo viviente de que las castas de la opresión se prolongan solamente si son
capaces de inventar nuevos mecanismos de control del poder, cada vez más sutiles,
más ocultos. De vez en cuando, para fingir que el sistema es justo, que
funciona, que tiene sus garantías y es democrático, trincan a alguno de ellos
con las manos pringadas, normalmente por la denuncia de otro que es de su mismo
palo; pero la Ley siempre es más lenta, más torpe y está menos interesada en
llevar al talego a estos hijos de la gran puta que a los cuatro miserables que
sobreviven a base de vender mandanga o dar tirones.»
«La última tumba» es una novela adictiva y
realista, dura y tierna a la vez, que presume de un ritmo trepidante y unos
personajes bien construidos y, ¿cómo no?, es fresca, con esa frescura que
aporta el empleo del lenguaje canario manejado con gran maestría por el autor.
No soy quien para recomendar una novela (cada cual soporta sus gustos con su
propio estoicismo) pero, de seguro, los que se aventuren a abrir las puertas de
«La última tumba» no se van a arrepentir. Debo confesar que es ésta una
«recomendación con truco», no es aleatoria. Estoy convencido que aquellos que
se atrevan a introducir la nariz en sus páginas van a disfrutarla tanto como lo
he hecho yo.
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