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TRES FUNERALES PARA ELADIO MONROY Alexis Ravelo ANROART EDICIONES |
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Durante la
última década, al tiempo que Eladio Monroy se ha abierto un hueco en el mundo
noir, el prestigio de Alexis Ravelo ha crecido en paralelo. Y es que su obra no
ha pasado desapercibida para el gran público. No es cuestión baladí el hecho de
haber recibido el elogio crítico de autores ya consolidados y ser considerado
hoy como uno de los narradores canarios más prometedores de su generación. Sus
méritos están ahí: en 2013 se hizo con el XVII Premio de Novela Negra Ciudad de
Getafe por «La última tumba» y en 2014 con el XXVII Dashiell Hammett de Gijón por
«La estrategia del pequinés», dos de los más afamados galardones del género
concedidos en España.
Cada día, a
media mañana, el tuerto Casimiro, ya calvo y entrado en años, abre las puertas
de su bar Casablanca en León y Castillo y comienza a recibir a los habituales. Casimiro
es un barman para todo: dependiente, cocinero, limpiador y... zapeador
compulsivo. Entre esos habituales que frecuentan el Casablanca se encuentran Roquito,
Juan el del Pescado, El Chapi y, ¡cómo no!, Eladio Monroy. Monroy traspasa
puntualmente la entrada del bar, día tras día, sobre las once y media, con el
periódico bajo el brazo y su necesidad de cafeína a cuesta. Monroy fue años
atrás jefe de máquinas en la marina mercante y sobrevive gracias a su pensión y
a sus trapicheos, unos trapicheos que rozan el límite de la legalidad. En esta
ocasión es el Chapi quien le propone uno más, un negocio bien remunerado, un
bisnes irrechazable. «Mira, esta tarde llamas a Gerardo a ese teléfono, porque
viene un tío de Madrid, que es representante o no sé qué ocho cuartos y viene a
hacer un negocio, pero ni conoce ésto ni se fía demasiado... El tipo va a estar
aquí un día o así. Tú lo recoges en el aeropuerto, lo llevas en coche a hacer
sus gestiones, te pasas el día por ahí con él y lo acompañas otra vez al
aeropuerto. Y te ganas veinte billetes.» Solo que la cosa no resulta tan fácil
como la propone el Chapi. Monroy tiene que vérselas con dos detectives de poca
monta y con un antiguo policía hoy encargado de las tareas de supervisión en
una empresa de seguridad privada.
Las
desgracias de Monroy no terminan aquí. Como cabía esperar nada le sale bien. Ana Mari, su exmujer le requiere con premura
para hacer efectivo el pago de una extorsión que está recibiendo del encargado
de una agencia de servicios de compañía. Los hábitos sexuales de su ex y su
actual marido, una especie de «millonario de manual sacado de una novela
policíaca de los años treinta», son al parecer un «poco excéntricos». Tan
excéntricos que les llevan a contratar a una joven eslovena para recrear sus
fantasías sexuales. A pesar del servicio y la vigilancia los de la agencia se
cuelan en la casa que el político posee en San José del Álamo y colocan
videocámaras que graban las escenas de cama con todo lujo de detalles. Como
consecuencia de ello surge un vídeo subidito de tono. Y la extorsión no se hace
esperar. «Paco volvió a llamarme. Me dijo que podíamos llegar a un arreglo, por
un módico precio. De entrada pidió dos mil euros.»
Monroy
parece el hombre perfecto para este tipo de trabajo, pero como suele suceder
siempre la cosa se complica y se ve enredado en una oscura y peligrosa trama de
sexo que hará peligrar su seguridad y la de quienes le rodean. «Al parecer
Roque, había estado pescando y volvía hacia casa, desde la avenida. Al cruzar,
un cabrón le echó el coche encima y lo levantó por los aires. Parece que ni
siquiera se había parado para ver si estaba vivo o muerto. Seguro que iba
borracho, el hijo de puta.»
Es Eladio
Monroy uno de esos personajes que dejan huella, de esos que te acompañan durante
un buen trecho después de haber cerrado su libro. De esos que te vienen a la
memoria cuando paseas por determinadas calles de la ciudad capitalina de Las
Palmas de Gran Canaria. Porque es allí, en la calle Murga, donde vive. Allí en
el Casablanca donde parlotea su lengua canaria y allí, en la isla, donde lleva
a cabo esos trapicheos que rozan el margen de la legalidad. La ciudad es potencialmente
subjetiva en la literatura y cualquiera de ellas, (hasta Las Palmas de Gran
Canaria, una ciudad luminosa y amable, quizás la ciudad menos hardboiled del
mundo), puede llegar a adaptarse y convertirse en una ciudad negra. Salvo
contadas ocasiones Alexis Ravelo siempre ha familiarizado sus escritos con el
paisaje de Gran Canaria. En sus descripciones recrea lugares y ambientes
reales, y es así como Monroy despierta al tiempo que la ciudad con el ruido de
los camiones de la basura, las cubas municipales, los vehículos de
desinfección, los taxis vacíos, las guaguas, los camiones de reparto... Es así como el mediodía ardiente y ruidoso de la
calle León y Castillo le cae encima mientras se dirige a la Plaza de la Feria
con dirección a su casa de la calle Murga. Así como recorre la Avenida
Marítima, la Playa de las Alcaravaneras, el Club Náutico y la Base Naval con
dirección al hotel Reina Isabel, en la Playa de las Canteras, mientras responde
a las preguntas del visitante que siente curiosidad por todo lo que ve. «Pues
tenía usted razón –dijo cuando pasaban por la zona del Muelle Deportivo y el
sol chocaba contra la superficie del mar entre los yates y rebotaba hacia sus
ojos con su alegría desbordante-: es una ciudad bonita.» Como cita el autor al final del libro
«cualquier ciudad es buena para una novela negra... pero da la casualidad que
Eladio Monroy vive en Las Palmas. Que se le va a hacer.»
Ravelo
maneja como nadie el lenguaje de la calle, un lenguaje que puebla unos diálogos
que evocan a esos clásicos del hardboiled que él tanto admira, un lenguaje que
no se deleita en detalles salvo cuando tiene que describir uno de esos parajes
donde se desarrolla la acción y donde la estrechez moral y material adquiere su
real gravedad.
La reflexión
ética y social nunca ha dejado de estar presente en la novela de Ravelo. «No
falta aspecto crítico en la novela negra española, pero sí es verdad que los
que más venden no están en esa onda. El problema es que a veces tendemos a
aburguesarnos por las necesidades del mercado y yo escribo para sacar al lector
de la zona de confort.» El autor nunca ha ocultado su intención frente a la
literatura: generar preguntas, que la gente se cuestione cómo está organizado
el mundo. «Te das cuenta de que un canalla no se diferencia en muchos
sentimientos de ti, en muchas sensaciones. Me interesa que el lector se
inquiete.» Viva, pues, esa inquietud que
es capaz de generar tan buena literatura.
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