BAJO LA MANO SANGRIENTA Val McDermid TRADUCCIÓN: V. M. García de Isusi R.B.A., abril de 1914 |
Lloyd Allen, uno de los pacientes más inestables del Bradfiel Moor, hospital de alta seguridad donde se amontonan todos los locos que son demasiado peligrosos como para andar libres por ahí, ha conseguido evitar todas las dosis de medicamentos que los enfermeros le han suministrado. En su irreflexivo deambular por el hospital con un hacha a cuestas se interpone el doctor Tony Hill. Tras su encuentro con Allen, lo único que Hill es capaz de percibir es un tajo rojo y un destello de metal pulido, acompañados de una explosión de dolor en la pierna.
En el hospital Bradfield Cross, Hill coincide con Robbie Bishop, futbolista del Bradfield Victoria, ídolo de multitudes, a quien en pleno apogeo de sus facultades físicas le diagnostican una enfermedad derivada de la ingestión de una extraña toxina. La administración de antibióticos y asteroides no hace más que complicar un caso que termina con el fallecimiento del deportista. Las investigaciones de Carol Jordan, a pie de campo, y de Tony Hill, desde la cama del hospital, no dan los resultados esperados con la rapidez oportuna.
De forma paralela a estos acontecimientos se desarrolla la historia de Yousef Aziz, varón de raza árabe, radical en sus posicionamientos ante la sociedad y que dedica su tiempo libre a fabricar triperóxido de triacetona, un inestable y potente explosivo. Aziz quiere a su familia, sabe que van a dudar de él por lo que se propone hacer, pero la situación es incontrovertible. Tan incontrovertible como que el fin de semana, durante el desarrollo del partido de fútbol que el Bradfield juega en casa, la bomba situada por Aziz en un pequeño recinto del estadio Victoria Park hace explosión. Humo; polvo; cemento hecho trizas; hierros retorcidos; cuerpos yacentes en posturas grotescas; muertos, muchos de ellos sin extremidades; sangre; una auténtica carnicería. ¿Se trata de un acto terrorista?. ¿Es una venganza personal?. ¿O es toda una declaración de intenciones?. El exsuperintendente Tom Cross es el primero en acudir en ayuda de las víctimas, ajeno a su propia tragedia. Horas después muere en el hospital, en condiciones similares al futbolista Robbie Bishop, por ingestión de una toxina.
Val
McDermid trata de aunar en su obra su capacidad para urdir y resolver intrigas
con un talento innato para explotar los aspectos más intrigantes de la condición
humana. La escritora pertenece a un grupo de autores que emerge en los años 80
bajo el nombre de “Tartan noir”,
término creado por James Ellroy para definir la pujante y bizarra novela negra
escocesa, con Ian Runkin y Peter Robinson a la cabeza. Su peculiaridad
narrativa descansa en la construcción de personajes que no solo luchan contra
el crimen, sino “contra sus propios demonios internos”. “En la novela negra trato diferentes temas, el
amor, la amistad, la confianza y la mentira, todo aderezado con suspense.
Personalmente, mi estilo narrativo consiste en imponer, desde el principio, una
gran presión psicológica al
lector, porque no hay mejor manera de coaccionarle que poner a un muerto en
mitad de una sala llena de gente”, afirma la escritora.
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