LA LEONA BLANCA (Den vita lejoninnan) Henning Mankell TRADUCCIÓN: Carmen Montes Cano TUSQUETS, Marzo 2014 |
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El prólogo de la novela nos sitúa en la Sudáfrica de 1918, y nos relata la historia del nacimiento de “La Hermandad”, asociación que ve la luz con el único y primordial objetivo de defender a los bóeres y restaurar su propio orgullo frente a los ingleses. La comunidad bóer está formada por familias distinguidas de holandeses inmigrantes, llegados a Sudáfrica en busca del paraíso perdido allá por el año 1680, huyendo de las persecuciones religiosas que asolan su país. Con el paso de los años el poder de La Hermandad sobre los sectores más influyentes de la sociedad sudafricana es casi absoluto. Hasta que, a finales de 1970, disminuye de forma drástica entre otras causas por la descomposición interna del “aparheid” a causa de su propia inconsistencia congénita. En 1990, Nelson Mandela, es puesto en libertad después de haber pasado treinta años en Robben Island como preso político. Su liberación es interpretada por los bóeres como una declaración de guerra solapada pero indiscutible a la vez que se tacha al presidente De Klerk de traidor.
El prólogo de la novela nos sitúa en la Sudáfrica de 1918, y nos relata la historia del nacimiento de “La Hermandad”, asociación que ve la luz con el único y primordial objetivo de defender a los bóeres y restaurar su propio orgullo frente a los ingleses. La comunidad bóer está formada por familias distinguidas de holandeses inmigrantes, llegados a Sudáfrica en busca del paraíso perdido allá por el año 1680, huyendo de las persecuciones religiosas que asolan su país. Con el paso de los años el poder de La Hermandad sobre los sectores más influyentes de la sociedad sudafricana es casi absoluto. Hasta que, a finales de 1970, disminuye de forma drástica entre otras causas por la descomposición interna del “aparheid” a causa de su propia inconsistencia congénita. En 1990, Nelson Mandela, es puesto en libertad después de haber pasado treinta años en Robben Island como preso político. Su liberación es interpretada por los bóeres como una declaración de guerra solapada pero indiscutible a la vez que se tacha al presidente De Klerk de traidor.
El
24 de abril de 1992 la corredora de fincas Louise Akerblom, casada y con dos
hijas, visita una casa en el bosque de Krageholm con el objeto de gestionar su
venta. La desorientación geográfica la lleva a una propiedad cercana donde es “obsequiada”
con un tiro a bocajarro en mitad de la frente. Las primeras investigaciones policiales no consiguen avanzar en
la medida adecuada, hasta que la explosión repentina de la casa deja como
pruebas el dedo amputado de un hombre de color, un equipo de transmisión por radio de fabricación
rusa y los restos de una pistola de origen sudafricano. La fortuna, más que cualquier otro factor, facilita el descubrimiento del coche de la víctima, oculto en las aguas cenagosas de un pantano, y su cadáver, abandonado en las profundidades de un pozo. La desazón de Wallander ante tal rompecabezas es de tal vastedad que le lleva a expresarse en los siguientes términos: “Tengo miedo. Como si el dedo negro me
estuviese señalando a mí. Creo que no reúno los requisitos necesarios para
comprender el alcance de este asunto”.
Anatoli
Konovalenko, ex agente de la KGB, comparte sus funciones de asesino a sueldo
con las de miembro de una organización sudafricana de bóeres cuyo jefe es Jan
Kleyn. Kleyn es un fanático militante de la oposición fascita de los bóeres, de
cuya dirección es integrante destacado. Konavolenko recibe la misión de
adiestrar en Suecia a otro asesino, un sudafricano negro nominado Victor
Mabasha, con la misión de matar a un importante personaje de la política sudafricana,
Nelson Mandela. El adiestramiento de Mabasha se desarrolla
de forma tranquila en una propiedad perdida en la inmensidad de los boscajes
suecos cuando Louise Akerblom tiene la mala suerte de equivocarse de dirección
en la carretera y se convierte en un testigo incómodo para los opositores sudafricanos.
A
partir de este momento la novela entra en una desenfrenada sucesión de
acontecimientos, donde acción y cambio de escenario se conjugan en primera
persona, alternando trepidantes capítulos en la primaveral Suecia con otros más
flemáticos, de dictámenes y toma de
decisiones, en la ardiente Sudáfrica. La palabra la toma, en tales momentos, la
policía de Ystad, la de Estocolmo, la Interpol o el fiscal especial Georg
Scheepers en Ciudad del Cabo. A lo largo de la narración Mankell engasta ciertas
dosis de sensibilidad a través de la espiritualidad africana, (“Los espíritus son parte de la familia
–explicó Mabasha-. Son nuestros antepasados, que velan por nosotros. Viven como
miembros invisibles de la familia. A los espíritus no les gusta que los
expulsen de una tierra que les ha pertenecido durante siglos”) y de los estados de ánimo de sus personajes.
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