CORRE, HOMBRE, CORRE (Run Man Run) Chester Himes TRADUCCIÓN: Axel Alonso Valle EDICIONES AKAL, S. A. 2012 |
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Transcurre
una gélida noche invernal cuando Matt Walker, un amargado y solitario policía,
deambulaba por las calles de Nueva York en avanzado estado de ebriedad sin
recordar apenas dónde ha abandonado su auto. El alcohol lo ha transformado en
un violento salvaje y cuando se tropieza con unos mozos de color, empleados de
una cafetería, los acusa de haber participado en el robo del vehículo. La
pistola con silenciador que sostiene en su mano es suficiente para poner
nervioso a cualquiera, no obstante el gordo Sam intenta hacerle razonar
ofreciéndole café y una ración de pollo frito. Walker simplemente se lo quita
de en medio sin más disquisiciones ofertándole tres disparos en la barriga
hasta que logra expulsar las tripas. La profunda borrachera que soporta Walker
se le disipa completamente y comienza a ver claro. La comprensión de lo que ha
hecho explota en su interior como una carga de dinamita, y es que lo mató solo
porque «estaba allí cuando no debía haberlo estado». Pero esos resquemores de
conciencia se transforman en cuanto el policía se deshace del segundo negro y
no consigue matar a Jimmy, el tercero y último testigo, por unas pequeñas
complicaciones de última hora; no obstante lo deja malherido tras un impacto de
bala que no da enteramente en el blanco -¿o quizás debería decir en el negro?-.
Jimmy es un joven estudiante de derecho y trabajador nocturno en la cafetería Schmidt
& Schindler y acaba de ser testigo del asesinato de sus dos compañeros. Jimmy
acusa a Walker de homicidio, sin embargo no encuentra quien le crea. Incluso su
persona más allegada -amante, cantante y vecina a un tiempo- Linda Lou Collins,
no logra ver la verdad en sus ojos.
«Corre,
hombre, corre» ofrece maravillosos ejemplo de la sombría prosa de Himes, a
veces un poco macabra. Al principio de la historia cuando Walker liquida a su
primera víctima, Fat Sam deja caer los pollos que sostiene en la mano y que
resbalan uno a uno por sus flácidos dedos, al tiempo que una densa y fría salsa
de pavo baña su cabello al dar contra el suelo. «Maldita sea mi suerte -piensa
Walker-. Pobre cabrón. Muerto en la salsa que tanto le gustaba.»
Al
igual que su obra, la realidad de Himes está llena de contradicciones e
incertidumbres, de giros repentinos, de puñaladas de violencia y centros
oscuros en el corazón de la luz. La vida de Himes es tan fascinante como su
ficción y a pesar de su aparente diversidad ambas parecen singularmente
vinculadas. La imagen que nos ha llegado del escritor es que no fue un hombre
fácil de tratar a pesar de que los filtros del tiempo han tamizado algo esa percepción.
Hay tantas cosas en su deambular mundano, conoció tantos lugares, a tantas personas,
llevó una existencia tan intensa, que su narrativa transmite una estampa de la
sociedad demasiado exagerada. De su mano degustamos los espacios del hampa, los
bares de jazz y blues llenos de tabaco y alcohol, y la música, sobre todo la música.
«Música exclusiva de los cantantes negros, que se encuentra a medio camino
entre soprano y contralto, ronca en los graves y quejumbrosa en los agudos y
que posee esa manera lastimera de tomar aire entre un golpe de voz y otro».
Himes
poseía un conocimiento único del lado oscuro de la naturaleza humana y de la
influencia corruptora del racismo. Creía en la brutalidad básica del hombre y,
sobre todo, en sus primeras obras valoraba en demasía la impotencia del individuo
frente a las circunstancias. Himes retuvo esta perspectiva a lo largo de su
carrera, tal vez porque evolucionó a partir de su propia experiencia.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario