IRÈNE (Travail soigné) Pierre Lemaitre TRADUCCIÓN: Juan Carlos Durán Romero ALFAGUARA, 2015 |
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Pierre
Lemaitre comienza con «Irène» su periplo por el mundo de la novela negra. «Irène» –originalmente
bautizada como “Travail soigné”- es una historia de violencias; una mezcla
alquímica de intensidades, policías y pérdidas; una novela homenaje; un libro
que solo es capaz de concebir un amante de la ficción criminal que posee la facultad
de ser un gran escritor. Una obra que no deja frío, que divierte y hace sufrir
a la vez. Lemaitre hace su entrada en lo que podría llamarse el «género negro
intelectual», con una frase aparentemente desechable -atribuida a Roland
Barthes- que reza: “El escritor es una persona que encadena citas quitando las
comillas”. Aisladas en una página en blanco al comienzo de la narración, estas
palabras flotan inocentemente en la mente del lector. Pero al final de la
novela pesan una tonelada. Ellas proporcionan la clave para
interpretar el esquema articulado por el escritor; un
esquema, basado en unos crímenes encadenados inspirados en novelas de éxito, que sirve al asesino para recrear el «¡crimen más hermoso!»:
- «La perfección de mi obra es haber escrito, por adelantado, el libro del crimen más hermoso... tras haber cometido los crímenes de los libros más hermosos.»
Pierre Lemaitre, enseñante de comunicación, considera su trabajo como un permanente «ejercicio de admiración por la literatura». Lemaitre se incorporó tarde a las letras, y lo hizo con esta novela, «Irène», en la que rinde homenaje a sus grandes maestros –Dumas, Balzac, Valéry, Claudel, Victor Hugo...- «Irène» marca, asimismo, el comienzo de su «aventura» policial. La puesta en escena sorprende hasta en el más mínimo detalle. Es una historia que transita por un itinerario difícil con una escritura agradable, inteligente y rica en matices. Es una obra que disecciona personajes y situaciones manteniendo un ritmo álgido, y que enfrenta a Camille Verhoeven, un «comandante de bolsillo» de la brigada de homicidios de la policía de París, con un bizarro asesino en serie provisto de una agenda literaria en la que figuran varias novelas clásicas. El suspense está presente hasta en las últimas frases y la apuesta literaria es radical y valiente.
«Irène»
fue publicada en 2006, cuando el escritor contaba 56 años, y de inmediato lo catapultó
a las primeras filas de la escritura criminal francesa. Su segunda novela –Alex-,
un relato de venganza salvaje, ganó el importante CWA Dagger concedido por The
Crime Writers’ Association. Todos estos galardones le llegaron a Lemaitre desde
el género negro, desde la marginalidad a la que esta familia literaria se ha
visto y se ve arrinconada, incluso en la Francia de las grandes oportunidades.
Y para muestra, remítanse a aquellos recelosos que cambiaron el semblante y pusieron
al descubierto su mejor sonrisa burlona cuando Lemaitre ganó el Premio Goncourt
por “Nos vemos allá arriba”.
«Irène»
pasa, sin solución de continuidad, de un comienzo trepidante a una conclusión
asombrosa. Las primeras imágenes del escenario del crimen, ubicado en un taller
reconvertido en vivienda sito en un baldío industrial de la periferia de París,
son extraordinarias por la conjugación de los elementos que conforman el cuadro.
Sadismo, violencia, crueldad, todo un cortejo de mujeres maltratadas y
asesinatos sangrientos.
Dos
mujeres han sido ejecutadas y “fileteadas” con tal ferocidad que los
especialistas forenses presentes en el lugar de los hechos, endurecidos en mil
batallas, tienen que abandonar su puesto y vomitar hasta las tripas. Cuando Verhoeben
se persona allí, se da de frente con un espectáculo que la peor de sus
pesadillas hubiese sido incapaz de inventar: dedos arrancados, charcos de
sangre coagulada, un insoportable olor a excrementos, sangre seca y entrañas
vacías. En el suelo yacen los restos de un cuerpo destripado y decapitado,
cuyas costillas rotas atraviesan la bolsa del estómago. Y a su lado un seno
cubierto de detritos -que ocultan innumerables marcas de mordedura- da fe de que
el cuerpo pertenecía a una mujer. Justo enfrente, sobre la cómoda, se encuentra
una cabeza con los ojos quemados. La cabeza de la segunda víctima ha sido
clavada en la pared por las mejillas. Han utilizado la sangre todavía líquida
del estómago de uno de los cuerpos para escribir, con chorreantes letras rojas
encima del revestimiento de falsa piel de vaca del cuarto de estar, las
palabras «HE VUELTO». La marca sangrienta ha sido realizada con un ramillete de
dedos cortados. Verhoeben necesita varios minutos para recuperarse de la
impresión. Le es imposible pensar mientras permanece en este escenario, porque
todo lo que ve es un desafío a su pensamiento...
La
escena parece un montaje. A medida que más crímenes salen a la luz los patrones
habituales asociados a asesinatos en serie no logran emerger. Sólo una huella
falsa, hecha con un sello de caucho, une estos hechos con otro que se remonta a
diecisiete meses atrás; un caso del que sólo un policía suicida habría podido
desear hacerse cargo, y que había hecho mucho ruido en su momento. Eso y... las herramientas utilizadas para llevarlos a
cabo. «Utilizó bastante material: al principio un taladro eléctrico, provisto
de una broca para hormigón de gran diámetro, ácido clorhídrico, una sierra
mecánica, una pistola de clavos, cuchillos y un mechero, informa el forense
encargado de las necropsias.»
La
trama se convierte, entonces, en una carrera desenfrenada contra el reloj, donde
las complicaciones en la vida personal y laboral de Verhoeben se multiplican,
su obsesión por dar caza al asesino se convierte en un desafío intelectual y su
relación con la prensa y con otros compañeros deriva en una pesadilla. La
novela tiene escenas muy violentas, tiene sorpresas, está escrita por alguien
que no parece encontrarse ante su primera narración. No hay tiempos muertos en
esta historia. Historia que consta de dos partes completamente desiguales; una
primera sumida en un ambiente de investigación donde el lector busca
comprender, juntar pistas y apelar a su lógica y una segunda, - intensa-, donde
uno se da de bofetadas con la realidad.
Lemaitre
utiliza sus gustos literarios, su pasión por escritores renombrados de la
novela criminal –Ellroy, Easton Ellis, Peace...- para dar forma a la trama,
pero nunca de manera enciclopédica sino con la naturalidad propia de alguien
que ama lo que hace. «Irène» es un canto de gloria a la literatura. «Cuando la
escribí traté de mezclar los autores que más me gustaban con las necesidades
propias de la historia. Eso no quiere decir que los autores que cito sean,
obligatoriamente, aquellos por los que profeso una mayor admiración sino
aquellos que cumplían con una doble misión: ser gente que me gustaba y que se
acomodaban a la historia que quería contar, en definitiva, lo que necesitaba.»
«Irène»
es una gran obra, una novela propia de un gran autor. Posee una prosa que produce
el efecto de una ráfaga de golpes, cortos y violentos, disparados
ininterrumpidamente al plexo solar. Su traductor, Juan Carlos Durán, encuentra
hábilmente el verbo justo, la voz tranquila de los momentos solemnes, el tono
cortante acorde a la fraseología del tipo duro, a la jerga policial y a la voz
rápida e incontenible que requiere la narración, para que ésta se desarrolle, a
pesar de la abundante brutalidad, precisa y metódica. «Irène» es un metrónomo
fijado en allegro furioso.
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