LA LLAVE DE CRISTAL (The Glass Key) Dashiell Hammett) TRADUCCIÓN: Luis murillo Fort RBA EDITORES, Junio 2015 |
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Ned
Beaumond no es un detective privado; al menos, no como los hemos conocido hasta
ahora. Ned Beaumond es un «parásito político», un inveterado fumador, un jugador
compulsivo y un avezado bebedor de whisky de centeno. Es un aventurero que
posee una enfermiza debilidad por el dinero y las mujeres. A su vez es alto, de
planta erecta, delgado, con ojos oscuros y diáfanos y luce un probado bigote. A
todo esto hay que añadir que es un obseso del honor personal; más de un
bromista ha sugerido que él es, en muchos sentidos, el mismísimo Hammett y,
probablemente, no anden completamente desencaminados quienes así piensen.
Puede
que no sea muy lúcido, pero Beaumont, sin duda, comparte más de uno de los atributos
de los demás héroes de Hammett (y del mismísimo Hammett en persona), entre
ellos y quizás el más importante, un sentido estricto de la lealtad. Así como
el «Agente de la Continental» está sometido a las disposiciones de la Agencia
de Detectives en la que trabaja, y Sam Spade no duda en vengar la muerte de su
compañero Miles Archer (a pesar de que no le guardaba mucha simpatía), también
Beaumond es capaz de arriesgar su propio cuello en nombre de la amistad. Para exculpar
a su amigo Paul Madvig -un político corrupto- de un cargo de asesinato, Ned
llega al extremo de tomarse la justicia por su mano. En el trasfondo de la
novela subyace una rica reflexión sobre la subsistencia de la amistad en el
inframundo del hampa.
Es
año de elecciones en una ciudad cualquiera estadounidense geográficamente cercana a Nueva York, y
algunos pueden perderlo todo, incluso la vida. Cuando el poder, los intereses
personales y el dinero entran en juego no tarda en aflorar el lado más oscuro
del ser humano. Una noche cualquiera de un día cualquiera, en fecha no muy anterior
a los comicios electorales, poco antes de las diez y media, Ned Beaumont
encuentra en China Street, sin proponérselo, el cuerpo sin vida de Taylor
Henry, de veintiséis años, hijo del senador Ralph Bancroft Henry. El senador es
un hombre sin escrúpulos al que únicamente le interesa hacerse con las
elecciones:
- —Afortunadamente— prosiguió Beaumont—, el senador no nos dará mucho que hacer. No se preocupa por nada, ni aun por usted ni por el hijo muerto; lo único que le interesa es ser reelegido, y sabe que sin Paul no lo conseguirá.
La
muerte de Taylor se debió –según posteriores investigaciones forenses- a la
fractura de cráneo y la conmoción cerebral resultantes del impacto de su nuca
con el canto del bordillo de la acera, tras haber sido golpeado en la frente
con una porra u otro instrumento romo. Paul Madvin, de cuarenta y cinco años,
alto como Beaumont pero con unos veinte kilos más, de facciones marcadas y
cutis rubicundo, apoya al senador Henry en las elecciones, y desea casarse con
su hija Janet, motivo por el que se cuestiona cómo frustrar la investigación que
el fiscal pretende seguir. Beaumont, por el contrario, quiere «hundir» al
senador Henry, a quien considera un político corrupto.
Beaumont
acude a la ciudad de Nueva York con poderes de la fiscalía de Baltimore para arrestar
a Bernie Despain -un fullero estafador, presunto responsable de la muerte de
Taylor Henry-, y al tiempo cobrar una deuda de juego que asciende a 3.200
dólares que Despain mantiene con él. Mientras sus investigaciones en Nueva
York transcurren por la vía de las
borracheras y las peleas, alguien envía una carta al fiscal del distrito de la
ciudad y condado y al propio Beaumond, dando a entender que Madvig es el asesino. Las sospechas de Baumond se
centran en la hija del propio Madvig –Opal-, que era novia de Taylor Henry en
vida.
La
base política de Madvig comienza a fragmentarse cuando se niega a soltar a uno
de sus seguidores –Tim Ivans-, quien descansa en una celda de la cárcel
municipal, detenido y sin fianza, a la espera de ser juzgado por homicidio tras
arrollar «accidentalmente» a Norman West ocasionándole la muerte. El hermano de
Tim Ivans -Walt- acude al jefe de la mafia local, Shad O'Rory, con la solicitud
de que elimine a Francis –a su vez hermano de Norman y testigo del homicidio de
Tim-. Beaumont tiene conocimiento del asesinato de Francis West a su regreso de
Nueva York, mientras lee un periódico en un taxi que lo conduce de la estación
a Randall Avenue. Madvig declara la guerra a O'Rory –decide aplicarle lo que él
llama «el tratamiento del torpedo»-, mientras O´Rory le ofrece 10.000 dólares a
Beaumont para que acuda al periódico local –el «Observer»- y les ponga al tanto
de todas las trapisondas en las que se encuentra metido Madving. Beaumont se
niega y se despierta en cautiverio en una habitación lúgubre, donde es golpeado
continuamente, dando lugar a algunas de las escenas más inhumanas de la
narración.
Hammett
consideró «La llave de cristal» su mejor libro, y, más tarde, Ross Macdonald
coincidió en la misma opinión. Hammett posee una manera de narrar que tiene
mucho en común con el cine, donde los capítulos se suceden como si de
diferentes fotogramas cinematográficos se tratase y donde solo conocemos
aquello que tiene que ver con la acción principal, aquello que al escritor le
interesa que sepamos, suprimiéndose cualquier preámbulo y todo análisis que pueda
llevarnos a juzgar antes de tiempo tanto a los personajes como a la situación
descrita.
Las
páginas de «La llave de cristal» nos transportan al mundo que cohabita detrás
de la realidad; un mundo en el que la violencia es la llave perfecta para
llegar al poder, allí donde la corrupción está presente en cada estamento de la
sociedad; un mundo en el que la dignidad humana se pisotea de forma continua. Un
universo que está a caballo entre el honor personal y la corrupción, entre la
oportunidad y la fatalidad, y todo ello a pesar de que nos tropecemos con la
figura de un detective con un código de valores muy personal que sabe cuál es el
lugar que ocupa en este cosmos, y con personas cuyo deseo es despertar del sueño
americano.
«La
llave de cristal» tematiza la pérdida de suerte, al igual que algunas novelas
posteriores a la Gran Depresión, tales como «El cartero siempre llama dos veces»
(1934), de James M. Cain, y «Acaso no matan a los caballos? (1935), de Horace
McCoy. En este universo, la supervivencia puede estar influenciada por la razón
y la capacidad, pero es sobre todo resultado de la suerte: «El problema es
perder, perder y perder. ¿Lo entiendes Paul? Es superior a mí. Y luego cuando
ya pensaba que había dejado atrás el gafe, va ese granuja y me la juega»,
comenta Beaumont. Corren tiempos difíciles en lo económico, tiempos que han
reducido a los hombres a lo más esencial. Y
cuando la suerte, por mera casualidad, detiene la vista en una persona, su
mutación se hace notoria: «Al bajar del tren que lo había llevado de vuelta de
Nueva York, Ned Beaumont era un hombre alto, de porte erguido y ojos diáfanos.
Solo sus pectorales planos podían ser indicio de alguna debilidad
constitucional. Tanto de color como de rasgos, su cara se veía saludable. Su
zancada era larga y elástica.»
«La
llave de cristal» fue publicada por Hammett, en cuatro entregas en la revista
Black Mask, entre marzo y julio de 1930, poco después del éxito obtenido con «El
halcón maltés», y fue recibida sin excesivo entusiasmo por parte de la crítica.
Sin embargo hoy, está considerada como su mejor obra. La acción, movida por la
crueldad, la fuerza bruta y el instinto criminal, es en extremo violenta; sin
embargo, los comportamientos desinteresados y los sentimientos nobles, aunque
apenas presentidos, están latentes a lo largo de todo el relato. Bajo la crudeza
y el sarcasmo exteriores, el sutil arte narrativo de Hammett consigue devolver
toda su complejidad y ambigüedad a las motivaciones y caracteres humanos. La
esperanza no se ha perdido del todo...
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