LA BANDA DE LOS MUSULMANES (The Real Cool Killers) Chester Himes TRADUCCIÓN: Axel Alonso Valle EDICIONES AKAL, S. A., 2010 |
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Los
clientes de color del Dew Drop Inn de Harlem, entre la calle 129 y Lenox
Avenue, se estaban divirtiendo como nunca una fría y despejada noche de
octubre. Solo había una nota discordante en este ambiente festivo. Un hombre
blanco estaba de pie en mitad de la barra y los miraba con una diversión
cargada de cinismo. Cuando la música paró una voz áspera dijo por encima de las
jadeantes risas: «M’apetece tajarle’l cuello a algún blanco hijoputa.» Las
risas pararon y la sala quedó en silencio. El hombre que había hablado era un
peso gallo, bajito y escuálido, que blandía una navaja semiautomática en su
mano derecha. Pese a las excusas del hombre blanco el hombrecillo de la navaja
le soltó un tajo en el cuello que le cortó limpiamente la corbata roja justo
por debajo del nudo. El alboroto trajo consigo la participación del gigantesco
barman -Big Smiley-, quien fue obsequiado con un sajo en el brazo, cuyos
músculos se abrieron como el mar Rojo al tiempo que la sangre salía a chorros.
Big Smiley se echó hacia atrás y metió la mano bajo la barra, de la que extrajo
un hacha corta de bombero. El golpe cruzado que recibió el hombre de la navaja le
seccionó el brazo justo por debajo del codo. El brazo, con la navaja agarrada,
voló por los aires, salpicando de gotas a los espectadores, aterrizó sobre el
suelo y se perdió bajo una mesa. El hombrecillo vio a Big Smiley echando hacia
atrás el hacha de mango rojo para darle un nuevo hachazo. «¡’Spera, bigardo
hijoputa, qu’encuentre mi brazo!. Tié mi navaja´n la mano.»
La acción de “La banda de los
musulmanes” se desarrolla en una sola noche, y detalla la investigación del
asesinato de un «blanco hijoputa» –evidentemente, no era su noche- perseguido
fuera del Dew Drop Inn de Harlem por un asaltante armado con un revólver. Sonny
Pickens había estado fumando cigarrillos de marihuana y estaba totalmente
colocado cuando salió a la acera del Dew Drop. «¡Eh, tú! –gritó-. Tu eres el
tío que ha’stao tirándose a mi mujé.» (Posteriormente,
cuando los efluvios de la marihuana comienzan a desaparecer y las cosas se
complican para él, reconoce: «Cómo’s posible que perdiera la cabeza por mi
mujé, si ni siquiera tengo»). Cuando Grave Digger Jones y Coffin Ed Johnson
llegan a la escena del crimen, la resolución del caso parece sencilla...
-¡En fila! –dijo Grave Digger.
-¡Recuento! –contestó Coffin
Ed.
...pero todo se va complicando
por momentos. Coffin Ed mata de un disparo en el corazón a un joven miembro de
la banda de los Musulmanes Molones por arrojarle agua de colonia a la cara,
-«Solo’s perfume», gritó el árabe alarmado- confundido ante la idea de que
pudiera ser de nuevo ácido, como ya le sucediera en su anterior aventura. El
muerto mantenía relaciones con su hija Sugartit -una negra de piel chocolate y
huesos finos- quien también pertenece a la citada banda. Para más inri, el
sospechoso, Sonny Pickens, (un
negro acharolado a quien el jefe de la banda de los Molones le espeta a la cara
sin compasión: «Colega, mira qu’eres negro. Cuando eras un bebé tu madre debía
pintarte la boca con tiza pa sabé onde poné la teta»), aprovecha la confusión
para escapar. Cuando su arma es encontrada resulta ser de fogueo. La pregunta
surge por si sola: ¿quién ha matado al hombre blanco de Harlem?
Bienvenidos a Harlem.
Bienvenidos al gran baile de esta noche. El Apollo Theatre, revestido con el
solaz de la nostalgia, ondea sus oriflamas al viento y abre sus añosas puertas
para hacerles partícipes del recuerdo de aquella época célebre del guetto negro
por antonomasia de la Nueva York del siglo pasado. Harlem baila cada noche en
las páginas de las novelas de Chester Himes. Del exotismo de lo prohibido que
se desprende de la lectura de sus obras destila la atmósfera decadente, la
violencia y el acibarado humor negro que le hicieron famoso. Toda una ristra de
personajes estereotipados, desde policías blancos matones y descaradamente
racistas, hasta negros entrados en carnes de piel lustrosa de ébano, pasando
por mulatos achaparrados de revestimiento claro, le esperan ansiosos para ejecutar
ante usted el papel que les ha tocado representar en esta parodia burlesca de
la vida que es la ficción negra.
- «Una mujer saltó de su asiento frente a una mesa como si la música la hubiera pinchado con chinchetas. Era una mujer negra y delgada con un vestido de punto rosa y medias rojas de seda. Se subió la falda y empezó a bailar con ímpetu como si estuviera intentando sacudirse las chinchetas una a una. Su ánimo resultaba contagioso. Otras mujeres bajaron de un salto de sus taburetes y se unieron al baile. Los clientes se rieron y dieron voces y comenzaron también a moverse. El pasillo entre la barra y las mesas se convirtió en una tormenta de cuerpos en movimiento.»
La cultura afroamericana y,
sobre todo su música, se puso de moda en Harlem allá por los años cincuenta del
pasado siglo. Con el paso del tiempo el barrio fue degenerando hasta que llegó
a convertirse en el mítico paraje saturado de incertidumbres y peligros del que se guarda memoria. En sus
calles ruidosas y en sus casas ruinosas, los habitantes de aquél Harlem veían con
tono sarcástico y fatalista, como la cruda realidad diaria les aporreaba de
frente. Pero una y otra vez, cada noche, trataban de embriagarse de música,
alcohol y placeres sexuales para escapar, aunque sólo fuera por un instante, de
esa penumbra neblinosa que la América de las oportunidades había creados para
ellos.
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