EL GRAN SUEÑO DE ORO (The Big Gold Dream) Chester Himes TRADUCCIÓN : Axel Alonso Valle EDICIONES AKAL, S. A., 2010 |
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¡La
fe es una roca! ¡Es como un sueño de oro macizo! Así se expresaba Sweet Prophet
Brown, un predicador local, ante el reluciente mar blanco que formaban sus
seguidores congregados sobre el asfalto, frente a las deterioradas fachadas de
ladrillo de la calle 117, a la espera del multitudinario bautizo de masas que
allí se iba a llevar a cabo. Gente de piel negra, café y mulata abarrotaba las
aceras, se apiñaba en las ventanas de los edificios, se apretujaba en los
malolientes portales, se agarraba a los postes de las farolas y se subía a los
cubos de la basura para ver la actuación de tan fabuloso personaje. Entre los
conversos, Alberta Wright, vestida con su ceñido uniforme blanco de empleada
doméstica, miraba con adoración
el rostro negro de Sweet Prophet. Alberta se sentía en éxtasis, y tal delirio
resultaba contagioso. Había depositado su confianza en el Señor y Éste le había
correspondido con un sueño millonario de 36.000 dólares. Cuando los fieles
diáconos que sujetaban las mangueras antiincendios abrieron las espitas para
dar comienzo al bautizo, los conversos entraron en un arrebato incontrolable.
Bailaban, chillaban, gritaban y gemían, llevados por la emoción. Cantaban,
rezaban y jadeaban y se ahogaban en un exultante frenesí. Las lágrimas bajaban
a chorros por el estoico rostro de una anciana desdentada. «Aprisa, Dios,
llévame mientras soy pura –rogó.»
Cuando
Alberta dio enérgicos y largos tragos al agua de la botella bendecida por el
profeta, se apoderó de ella un alborozado ardor. « ¡Le tengo dentro de mí!
Tengo a Dios dentro de mí. Puedo sentirle en mi tripa.» De pronto las caras en
su campo de visión se volvieron borrosas; los ojos comenzaron a salírsele de
las órbitas y se le formaron perlas de sudor en toda la cara. Después se
bamboleó y cayó al suelo, quedando tendida sobre la calzada mojada, de la que
había comenzado a emanar vapor.
Durante
el período de tiempo que Alberta Wright permanece oficialmente muerta, varios
buscavidas se sitúan tras la pista de sus 36.000 dólares: Sugar Stonewall, el
«hombre» actual de Alberta; un navajero llamado Susie, y Dummy, un ex-peso
pesado sordomudo, «soplón» de la policía y aspirante a chulo de poca monta. El
judío Abie Finkelstein, especulador mobiliario, primero, y Rufus Wright, marido
de Alberta -a quién ésta no ha visto en casi un año- después, son asesinados. Los
problemas no hacen sino comenzar para los maleantes y el trabajo se acumula
para Coffin Ed y Grave Digger.
Himes
fue un profesional tenaz, un hombre que siempre hizo su trabajo y que siempre
tuvo una perspectiva aguda de la sociedad. Todo lo que escribió tiene un sello
indiscutible, y sus novelas sobre Harlem son un género literario en sí mismas. Su
voz singular, la exacta economía de imágenes y descripciones, la correcta
adecuación de sus caracterizaciones y la velocidad que imprimía a sus relatos
son constantes en su narrativa.
En
«El gran sueño de oro» Chester Himes se reitera en su imagen de Harlem –más
bien, de su respuesta a Harlem- como un lugar mísero, sombrío, condenado a la
violencia y al crimen, donde la gente más honrada debe ir provista de una
navaja para protegerse de los maleantes. Cuchillos y pistolas son objetos corrientes,
en un lugar donde el asesinato es un acto frecuente y muchas veces llevado a
cabo sin justificación alguna. Harlem es un paraíso para los drogadictos,
chivatos, putas, chulos, timadores y estafadores, que se valen de la inocencia y
la ignorancia de sus semejantes para su provecho personal. El «Profeta» encarna
una figura recurrente en la novelística de Himes, la figura del embaucador, aquél
cuyo negocio es «pescar a los pecadores», y que se aprovecha de la devoción
religiosa de los demás para amasar una fortuna personal considerable. El caso
de Sweet Prophet es aún más ofensivo si se tiene en cuenta que recurre incluso
al hipnotismo para sablear a sus fieles.
Aunque
las novelas de Harlem se desarrollan claramente en la línea de la novela
policíaca moderna establecida por Hammett y Chandler, nunca fueron auténticas
obras de género. Cumplían muy pocos de los requisitos tradicionales y se fueron
alejando cada vez más de las ideas preconcebidas sobre la novela negra. En las
primeras entregas se resolvían algunos crímenes, pero hay un movimiento
progresivo hacia el disfrute de la propia escena -de Harlem- como vehículo para
retratar a los personajes y a la sociedad. Así, en «El gran sueño de oro», Chester
Himes sorprende por su profundo conocimiento de los bajos fondos y de los
negocios clandestinos, tráfico éste que abarca las loterías ilegales -de cuyo
funcionamiento ofrece una detallada descripción- y las diversas técnicas de los
carteristas y otros rateros, amén de la viva estampa, explícita y realista, que
desarrolla del mundo de la droga -opio, marihuana y alcohol-.
Las
novelas de Chester Bomar Himes sobre «Harlem» poseen una fuerza obvia. Emocionan
enormemente al tiempo que envuelven por completo. Se significan por su gran
contenido social, personal y simbólico. Ocultan en sus páginas una tragedia
humana desoladora plagada de un fuerte humor popular. Cierto es que, a lo largo
de los años, la narración ha sido acusada de carecer de orden, pero es en ese
desorden precisamente donde radica su punto fuerte.
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