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La
muerte del escritor británico James Hadley Chase, ocurrida en Corseux-sur-Vevey
(Suiza) el 6 de febrero de 1985,
a los 78 años, puso fin a una misteriosa leyenda, o al menos éso creemos.
Durante sus últimos años Chase vivió totalmente aislado de admiradores y
periodistas; todo un complejo sistema de vigilancia se levantó alrededor de su residencia
en la citada localidad suiza. Quienes le trataron en los últimos momentos de su
vida aseguran que ésta se redujo a una permanencia inamovible y continua frente
a su mesa de trabajo. La prensa llegó incluso a teorizar sobre la posibilidad
de que sus últimas novelas fueran obra de otra persona y que su presunta muerte
hubiese sido convenientemente ocultada.
Las
leyendas en torno a Chase proliferaron en el pasado a borbollones como si poseyesen
la virtud de regenerarse cual cabeza de hidra. Hay quien llegó a sostener que
el autor formaba parte de la cuadrilla de escritores norteamericanos asentados
en la élite de la novela negra. El propio James Hadley Chase había contribuido
a alimentar tal especulación en sus inicios literarios. Su célebre «No hay
orquídeas para Miss Blamdish» surgió en el verano de 1938, tomando como
reflexión el «Santuario» de William Faulkner, y como báculo una serie de mapas
detallados y un diccionario de términos norteamericanos.
James
Hadley Chase no solo domicilió gran parte de sus novelas en Estados Unidos sino
que llegó a imitar con maestría el estilo de los más entendidos escritores
norteamericanos de serie negra. Su
atrevimiento estilístico y su dependencia temática fueron tan grandes que
algunos de los más afamados maestros norteamericanos del género llegaron a
verlo con malos ojos. James M. Cain,
autor de «El cartero siempre llama dos veces», lo denunció por plagio y,
lo que es peor, le ganó el pleito. Asimismo en 1943, el autor de novela negra
anglo-americano Raymond Chandler declaró que Chase había incluido secciones
completas de sus trabajos en «No hay orquídeas para Miss Blandish». El editor
de Chase en Londres, Hamish Hamilton, obligó a éste a publicar una disculpa en
The Bookseller.
Chase,
con un ritmo de escritura casi febril y una habilidad poco frecuente para
mezclar humor y violencia, fue siempre un escritor notable pero nunca un
artista. Su escritura, despojada y directa, tiende a acercarse más al estilo de
Dashiell Hammett que al de Raymond Chandler.
En
las historias de Chase el protagonista trata de adquirir un estado de bienestar
cometiendo un crimen, un fraude o un robo. Sin embargo, el proyecto suele fallar
degenerando a su vez en un homicidio y su
posterior investigación y creándose una situación en la cual el personaje llega
al convencimiento de que nunca tuvo la más mínima oportunidad de saldar sus
problemas. Las mujeres que callejean por sus novelas pueden, sin el menor
remordimiento, ser calificadas de fatales -hermosas, inteligentes y
traicioneras son capaces de matar sin piedad si tienen que ocultar un crimen-.
Los argumentos de sus obras envuelven a familias disfuncionales, y el final
suele justificar el título del libro. Unas veces, el autor teje simplemente un
típico armazón de suspense, pero otras, logra caracterizaciones notablemente
sólidas de los personajes, caracterizaciones que conducen la trama a senderos bucólicos
y románticos.
Junto
con «No hay orquídeas para Miss Blamdish», hay que incluir entre las obras más exclusivas
y seductoras de James Hadley Chase la dramática historia de amor «Eva», novela escrita
en 1945. En ella, Eva Marlow narra en primera persona el camino de
autodestrucción que recorre Clive Thurston desde que se conocen, y la posterior
caída de aquél desde los altares de la fama hasta los terrenos pantanosos del
alcoholismo, el juego, los celos, el engaño y la mezquindad.
En
el terreno literario cabe evocar aquellas novelas que combinan la consideración
hacia los escritores norteamericanos considerados «duros» con los hallazgos
poéticos del autor, léase «Una corona para tu entierro» (1940), «Con las mujeres
nunca se sabe» (1949) y «Un loto para Miss Quon» (1961).
Dos
de los adjetivos que mejor se adaptan al estilo de Chase, la «crueldad» y la «doblez»
emulsionan en los momentos de mayor
brillantez del novelista y generan románticas delicadezas y auténticos
testimonios sociales. No cabe
duda que, si alguien llegó a acercarse sin rubor a las formas externas de la
novela negra norteamericana, ése fue Hadley Chase, y ahí radica la auténtica
razón de su éxito y de su leyenda.
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