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LA VÍCTIMA (Somebody´s Done For) David Goodis TRADUCCIÓN: Floreal Mazía BRUGUERA - COSECHA ROJA |
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Esta obra, «La víctima», fue la última en la
carrera de David Goodis, el más sombrío de los escritores del llamado género
negro estadounidense. Fue a finales de los años 30 cuando el escritor de
Filadelfia comenzó a escribir la primera de sus 18 novelas, novelas que
reflejan su camino personal y los ámbitos por donde merodeó hasta su prematura
muerte. Al comienzo de la década de los cincuenta Goodis se trasladó a
Hollywood donde trabajó como guionista, para regresar con posterioridad a su
Filadelfia natal en lo que supuso un vagabundeo por los antros de los bajos
fondos de la ciudad. Ya en los años sesenta, y tras un dilatado período de
escritura casi ininterrumpida, entra en un silencio de años cuyo último gesto
es esta historia, «La víctima», compendio de todas sus obsesiones y pesadillas,
publicada póstumamente en enero de 1967. Goodis había estado escribiendo
prácticamente lo mismo desde el principio, una única y espesa novela contada
sin parar. Sólo restaba el cierre. Y el cierre es este «Somebody´s Done For», o
como la conocemos en español, «La víctima», nada más preciso para describirla.
En las novelas de Goodis la víctima no se
muestra al principio ni al final de la narración, en sus novelas la víctima ya
viene incorporada, «ya lo fue». La herida, el crimen, la marca de la desgracia
es anterior al comienzo de la narración; la novela se limita a narrar los
esfuerzos del pobre infeliz por dejar a un lado su carácter de «víctima», un
carácter que no es ocasional, ni fortuito, sino que forma parte de su ser, es
intrínseco a su personalidad. Si en las novelas de Goodis hay suspense, si hay
tensión, éstos vienen motivados por los esfuerzos del personaje por solucionar
su caótica situación. De ahí dimana el aliento trágico que desprende su obra,
esa dimensión existencialista, ese clima de lucha desigual contra un destino
que, por mucho que trate de evitarse, ya está escrito.
En «La víctima», curiosamente, no hay una
víctima. Lo novedoso y patético aquí es que todos los personajes –la joven Vera;
Thelma, su madre; Hebden, su padre; Gathridge; Renziger; (éstos tres últimos
expresidiarios fugados de una cárcel de alta seguridad), y hasta el publicista
Cattersby- participan de esa condición de víctima. Los personajes sobre todo
hablan, se amenazan, recelan unos de otros, ocasionalmente se golpean. La
tensión se manifiesta constantemente a flor de piel y las armas siempre están
preparadas para ser disparadas, mientras que aquellos van revelando su pasado,
poniendo al descubierto su herida, el motivo de su esclavitud. Al comienzo del
relato, Calvin Jander se halla al borde de la muerte por asfixia, desnudo, intentando
mantenerse a flote en las aguas del Delaware. Se encuentra allí por un
accidente fortuito ocurrido un sábado de pesca. La tormenta que se levantó
volcó su bote e inesperadamente se encontró realizando un enorme esfuerzo para
mantener la cabeza fuera del agua. Es un hombre común, un perdedor, un
personaje a secas, atrapado en aguas profundas. Las aguas de un destino que
nunca podrá deshacer. Su intento de huida es todo un gesto desesperado, el
símbolo de la impotencia.
Por allí pasan por casualidad en un bote
Hebden y Renziger, dos personajes duros e insensibles, que como mismo vienen se
van. No hay esperanza posible para un perdedor. No obstante, el pequeño regalo
de Renziger en forma de salvavidas permite a Jander llegar a la orilla, donde
es ayudado por Vera. Hay en Jander una potencia oculta que está esperando poder
manifestarse, que busca la oportunidad de liberarle de su cárcel particular.
Para Jander esa posibilidad tiene un nombre: Vera. Y a ese recuerdo se aferra. Jander
la conoció en un momento anterior de su vida cuando acudió con su jefe,
Cattersby, a un club nocturno donde Vera, promocionada en un gran cartel como
«La inimitable Vera», trabajaba de bailarina. Allí todo era color púrpura. No
hace falta decirlo, el color del dolor. «Además del piano y el bajo, la
orquesta tenía una flauta y un cuerno francés. Los hombres afinaron sus
instrumentos, y Jander vio que trabajaban sin partitura. Tocaban una especie de
jazz ultramoderno. No tenía melodía, y poco a poco se volvió sombrío y
finalmente lúgubre; el cuerno francés decía que no había esperanza y la flauta
gorjeaba una especie de delirio suplicante.» El deseo de alcanzar lo
inalcanzable es el peor de los sufrimientos. Y al final queda la herida, la
herida púrpura, el color de la magulladura, para describir la marca dejada en
él por Vera.
Y hablando de cárceles, las de Goodis son
múltiples. Una de las habituales es la prisión física, el lugar de acogida para
los criminales. De allí parten Hebden, Renziger y Gathridge en busca de la
libertad. Hebden condiciona la necesidad de huir a la posibilidad de hundirse
en el aislamiento opresivo que simboliza la institución familiar: «de la
prisión a la familia, es la consigna de Hebden». El propio Calvin Jander tiene
su cárcel particular. Vive con y por su madre viuda y una hermana divorciada a
quienes mantiene y soporta. «-Y entonces escuchó la voz de su hermana
parloteando, injuriándole, con algunos hipos que indicaban que había estado
bebiendo cerveza». Es obvio que la asfixia de Jander en el Delaware es una
manifestación simbólica de ese lazo social que lo tiene prisionero.
Nada es fácil en el mundo de Goodis. Cada
víctima tiene en él su cruz. «Este hombre se está destrozando. Y no puedes
decirle nada que le haga las cosas más llevaderas. Si lo intentaras le harías
un flaco favor. No quiere que le faciliten las cosas. Lleva un rótulo que dice
“penitente” y quiere estar a solas con él y hacer lo posible para llevarlo.» En
Goodis todo el estímulo reiterado y hondo termina convirtiéndose en dolor, un
dolor de color púrpura.
Goodis nunca fue considerado un escritor
“serio”. Tal vez por éso este hombre serio y melancólico decidió regresar a
Filadelfia en 1950, a sus 33 años, donde comenzó a ganarse la vida como
periodista y autor de novelas basura para los libros de bolsillo. Su vida nada
tiene que envidiar a la de sus personajes. En las 18 novelas que escribió el
tema absoluto es el fracaso. La mala suerte como entidad ontológica, la soledad
y la tristeza. «La víctima», como no
podía ser menos, no despertó en su momento ni una pizca de interés por este
solitario y amarrido escritor.
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