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No hay dudas respecto a que los escritores de
ficción criminal han producido algunas de las mejores y más perdurables obras
de la literatura del siglo XX y, ¿por qué no?, del XXI. Fue con la ficción
criminal que la literatura alcanzó a comienzos del pasado siglo un grado sumo
de elocuencia y colorido.
James M. Cain, escritor «hardboiled» por
excelencia, llegó a afirmar en su momento que desconocía el significado del
término. Así, pues, para lograr entendernos con claridad comencemos por definir
de qué estamos hablando. Las historias «harboileds» se refieren esencialmente a
aquellas en las que el investigador privado, (PI, acrónimo de «Private
Investigator»), adopta el papel de héroe, aunque aquí de forma incongruente no tengamos
más remedio que aceptar que Cain nunca escribió una novela policial. Las
historias «hardboileds» son historias realistas, de una crudeza inusual desde
el punto de vista que aquellos personajes que obtienen una licencia de
investigador privado son contratados para resolver crímenes, y eso es algo que
va más allá de lo que el vicario de un pequeño pueblo escondido de Escocia,
investigador de salón éste, podría decir. Los «PI» son personajes solitarios,
al igual que los viejos pistoleros del Oeste. Tienen un código del honor y la
justicia que raya la ilegalidad, pero un código que a fin de cuentas es moral. Son
personajes que pueden ser amenazados o golpeados pero no por ello renuncian a
un caso ni traicionan a su cliente. Son individuos enfrentados a las
organizaciones políticas y a los criminales corruptos y, además, prevalecen,
porque son fieles a sí mismos y a su código.
La novela «harboiled» tiene restricciones más
estrictas que las que sufre una monja de clausura a lo largo de su vida
religiosa. Generalmente escrita en primera persona, la historia «harboiled»
suele comenzar con la llegada a la destartalada oficina de un sabueso de una
mujer joven con un paquete de problemas bajo el brazo. La policía no puede o no
quiere ayudarla y la situación suele ser tan sensible que la investigación se
debe llevar en el más absoluto de los secretos. El investigador acepta el caso.
Se entrevista con personas y pone el pasado de su cliente patas arriba. En el
momento en que concluye la investigación son varios los cadáveres que reposan
sobre el mármol de la morgue, al tiempo que el investigador pone al descubierto
al culpable y continúa con su solitaria vida a la espera de otro cliente que le
haga revivir lo ya vivido con anterioridad.
El detective «hardboiled» vio la luz en las
páginas de la revista pulp «Black Mask» a principios de 1920, debido a la pluma
de Carroll John Daly, quien creó el prototipo del investigador privado
harboiled en la figura de «Race Williams», un matón duro donde los haya, que
mantuvo su popularidad durante más de una década. Las directrices de Daly
fueron retomadas por Samuel Dashiell Hammett, quien aportó talento al género,
dándole credenciales literarias. «El agente de la Continental» apareció en numerosos
cuentos de Hammett y en sus dos primeras novelas, «Cosecha roja» y «La
maldición de los Dain», antes de que aquél creara al mítico «Sam Spade» en «El
halcón maltés». Ésta sigue siendo, en muchos sentidos, la última gran novela de
detectives impresa en la memoria de la gente, gracias a la magistral
interpretación para la gran pantalla realizada por Humphrey Bogard.
El testigo de Hammett lo recogió Raymond
Chandler con su inmortal «Philip Marlowe», que emergió con «The Big Sleep» y se
mantuvo en primera línea durante ocho novelas más. Chandler fue un escritor
cuyo uso del símil y la metáfora nunca han sido igualados. Es unos de los
magníficos de la literatura del siglo XX. Cuando Ross Macdonald decidió
escribir sus novelas sobre el investigador privado «Lew Archer» intentó emular
a Chandlerd en la medida de lo posible. Mediante la adición de la psicología
freudiana a la mezcla, dio a sus novelas una profundidad rara vez conseguida.
Mickey Spillane, con su héroe «Mike Hammer»,
acaparó la popularidad en EE.UU. durante una década. Spillane fue un escritor
vilipendiado por la crítica por sus conservadores puntos de vista políticos,
pero sus lectores supieron ver su claridad literaria y así se convirtió en un
gran favorito para el gran público.
Entre otros escritores sobresalientes de este
período hay que destacar a Erle Stanley Gardner, cuyo «Perry Mason» vendió más
de 100 millones de ejemplares; Howard Browne, también conocido bajo el
pseudónimo de John Evans; Harol P. Masur, creador del investigador «Jordan
Scott»; Thomas B. Dewey, y su popular estrella, el investigador privado «Mac»;
Jonathan Latimer, conocido a partir de una serie de novelas protagonizadas por
el detective «William Crane», en las que presenta una mezcla de hardboiled y
comedia de enredo; William Campbell Gault, ganador del Edgar en 1952 por su
primera novela «Don´t Cry for My»; Frederick Nebel, autor de las series
policiales: «Kennedy & MacBride», «Dick Donahue» y «Jack Cardigan»; Paul
Cain, quien llegó a escribir diecisiete cuentos para Black Mask y está
considerado un punto de referencia en la ficción pulp; Raoul Whitfield,
conocido por sus historias sobre «Jo Gar» y por último, George V. Higgins, cuya
novela «Los amigos de Eddie Coyle», -la primera de un total de veintisiete-, lo
catapultó a la fama.
Hasta ahora hemos hablado de investigadores
privados, pero la realidad es que la prosa hardboiled también ha sido empleada
por destacados escritores de suspense. Para ello no hay más que evocar el
nombre de Cornell Woolrich. Asimismo, lo fue por escritores de novela negra que
contaron sus historias desde el punto de vista del criminal, como James M.
Cain, Jim Thompson, W. R. Burnett, David Goodis y Richard Stak -alias de Donald
E. Westlake-, y por aquellos, como Ed McBain, Ed Dee, Stephen Solomita y Robert
Daley, que crearon novelas policiales.
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