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domingo, 1 de octubre de 2017

LOS TIPOS DUROS NO LEEN POESÍA. (Alexis Ravelo)

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LOS TIPOS DUROS NO LEEN POESÍA
Alexis Ravelo
ANROART EDICONES, S. L.
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«Los tipos duros no leen poesía» es una demostración tangible de que ya en 2011, fecha de aparición de la novela, Alexis Ravelo  había alcanzado su plena madurez literaria, se había despojado definitivamente y sin paliativo de su condición de joven promesa. Los personajes que forman su universo particular, toda una galería de antihéroes de papel que ha crecido a su sombra, tienen ya vida propia y son seres creíbles, gente de la calle sin oportunidad que se dedica a sobrevivir como buenamente puede en una ciudad tranquila donde pululan sin permiso del escritor. Por ese entonces Monroy ya tiene condición, no es un extraño. Gloria, a su vez, tiene carácter, paciente pero lo tiene. El Chapi y Dudú se han ganado, asimismo, un lugar entre esa cáfila de desheredados de la fortuna que pueblan las páginas del novelesco mundo de Ravelo y que tan bien representa a las capas más pobres de nuestra sociedad. Así lo ejemplifica Casimiro, el dueño del Casablanca donde ejerce de todo, y Matías, el vecino cascarrabias consumidor compulsivo de películas de acción, y el burocrático comisario Déniz, al que hay que darle todo destripado, y un sinfín de personajes más que han pasado a ser como de la familia.

El Monroy curtido que nos tropezamos aquí parece más filósofo que nunca. Sus reflexiones sobre la crisis («Mira Déniz no me toques los huevos con lo de la crisis. Eso de la crisis es un rollo de ricos. Para los que siempre hemos comido mierda, un poco más de mierda no importa») son fruto de un hombre que es consciente de la posición que ocupa en la sociedad, un hombre que sabe lo complicado que es situarse en la vida y lo complicado que es prosperar, sobre todo cuando no se cuenta con la ayuda conveniente: «No estaba limpio. Eso seguro. No podía estarlo porque nadie medra tanto y tan rápidamente sin pisotear unos cuantos cráneos.» 

«Estoy grabando esto porque van a matarme». Con esta frase tajante y melodramática comienza «Los tipos duros no leen poesía», la tercera entrega de la serie de Eladio Monroy, publicada como hemos dicho allá en 2011 por Alexis Ravelo. Monroy, ese ex marinero violento, sarcástico, maleducado y sentimental, aislado y herido ahora, se desangra en un amplio salón de una casa perdida en el municipio de Mogán rodeado de cadáveres. Una herida en su muslo tiene la culpa. Lo cierto es (para no entretenernos mucho) que este hombre no escarmienta. De nuevo se encuentra metido en un lío de cojones y, con una grabadora en la mano, se dispone a dejar una especie de testamento. La historia comenzó días atrás cuando una sospechosa pareja solicitó sus servicios para localizar una misteriosa cajita de madera...

Fueron Melania Escudero, viuda del empresario Gustav Hossman, y su abogado Alfredo Suárez Smith, quienes solicitaron la ayuda de Monroy para localizar esa misteriosa cajita que en su día perteneció al padre de Melania y que éste ofreció a su yerno como regalo de bodas. Fue un capricho del destino que la cajita de marras apareciera, tras la muerte de Hossman, en posesión de Laura Jordán, la amante del difunto. Lo que ya no sé si es un simple capricho del destino o si se trata de un vicio adquirido es que Monroy se vea involucrado una vez sí y otra también en asuntos turbios de los que termina saliendo siempre malparado.

La bola de nieve empieza a rodar cuando Monroy pide ayuda a un amigo suyo experto en colarse en casas ajenas, un tal José María Pérez Delgado,(más conocido como el Ministro), que aparece muerto en la antigua explanada del jet foil unos días más tarde. No, no voy a destriparle la historia a nadie. Nada más lejos de mi intención. Solo añadir que a partir de ese momento Monroy comienza a tener problemas. ¡Vaya si va a tener problemas!   
    
Y hablando de problemas... cada vez que Casimiro señala a Monroy cuando un desconocido hace su aparición en el Casablanca cuestionándole su identidad no nos queda otra que prepararnos para recibir un disgusto. De esto es consciente Casimiro, pero asimismo Gloria, porque Monroy se lo ha demostrado a base de golpes, de cometidos para delincuentes a los que es difícil encuadrar entre sayones insensibles o pobres diablos meritorios de compunción. Y es que la podredumbre y la miseria se esconden  (no precisamente por vergüenza) en cualquier rincón dejado de la mano de Dios de esta ciudad amable y a la vez odiosa donde nos ha tocado vivir. Una ciudad por la que desfilan y se comunican  los supervivientes y los buscavidas que el escritor recrea para deleite del lector. Da igual si se trata de un abogado chapucero de una dama millonaria, o de un bribón que se dedica a blanquear dinero sucio. La marginalidad no conoce lugar y condición, tanto existe en un chalet de lujo como en un barco repleto de mejicanos que se dedican a cruzar el océano para robar el dinero a un descuidero que se lo extrajo a otro que era más ladrón todavía. Y si no lo creen, aquí está «Los tipos duros no leen poesía» para demostrarlo.

Como no podía ser de otra forma la historia a la que nos enfrentamos aquí es un hard boiled al más puro estilo americano, con sus enigmas, vicios, golpes bajos, pesimismo social, cosas que no son lo que parecen y muchísima mala leche, tanto en el argumento como en los diálogos, como diría el propio escritor. Tanto es así que, para Gloria, Monroy se le representa como un Mike Hammer justiciero y solitario que al contrario de éste siempre termina descalabrado. Claro que, según sus propias palabras, «la diferencia es que Mike Hammer era de papel y por eso no podían darle puñaladas. Y si se las daban, nadie sufría ni tenía que cuidarlo en la clínica». Hecho, este último, que ella tiene que padecer aventura tras aventura.

Ravelo tiene un arte especial para hacernos creer que estamos ante una fábula cuando en realidad lo que nos está relatando es un reportaje de la más cruda realidad. Ya nos previene, el muy pícaro, que «los hechos y personajes que aparecen en esta novela pertenecen a la ficción y, por tanto, los medios de comunicación citados jamás han publicado las noticias que en ella se mencionan». Sin embargo, deja claro al final del libro que su principal inspiración para el argumento de este relato fue la prensa y lo que ésta en su día contó sobre tres casos judiciales que coparon las portadas de los diarios. Cómo se las ingenió esta alma bendita para hacer coincidir estos tres casos en una única proposición, es algo que sólo él conoce. Lo cierto es que esto que se nos refiere aquí me retrotrae a la trama Gürtel, la investigación que desarrolló la Fiscalía Anticorrupción sobre la financiación ilegal del Partido Popular. Quizás esta manía mía de encontrarle justificación a todo se deba al hecho de que Ravelo ya nos tiene advertido que «una ficción que no habla en último término de la realidad, es una ficción inútil.»
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