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Schirmer fue un soldado prusiano que en 1806 sobrevivió a la batalla de
Eylau, una de las más sangrientas y terribles de Napoleón. Herido en un brazo llegó
a pensar que Dios le había enviado una
señal y que todas las medidas drásticas que se viera obligado a tomar a fin de
conservar la vida gozarían de la aprobación divina. Así pues, decidió desertar.
Su vagabundeo tras la batalla le llevó a una zona habitada por polacos que
formaba parte del reino de Prusia. Allí, en una granja mísera y mal cuidada, dio
con una familia formada por padre e hija. Schirmer permaneció en la granja ocho
meses y tras emigrar a Mühlhausen tuvo, con María Dutka, dos hijos. Tras la
muerte de esta volvió a casarse y su segunda esposa le dio diez hijos más. Murió
siendo un hombre respetado y próspero.
Lavater, Powell y Sistrom es -en el momento que se desarrolla nuestra
historia- un reconocido bufete de Filadelfia, uno de los más importantes de
Estados Unidos. Para esta firma labora George Carey cuando, sin comérselo ni
bebérselo, le endosan el caso Schneider Johnson. ¿Qué es el caso Schneider
Johnson? Pues uno de esos asuntos de dudosa seriedad ante el cual un abogado
pagaría por mantenerse al margen, una historia de heredero de fortuna fingido en
los años anteriores a la guerra.
¿Qué relación guarda el caso Schneider con la historia del sargento
Schrimer? Pues bien, todo parece claro si tenemos en cuenta que Schrimer llegó
a cambiar su apellido por el de Schneider por cuestiones de seguridad -no
olvidemos que fue un desertor del ejército prusiano- y si, asimismo,
contemplamos que Amelia Schneider, una anciana senil de ochenta y un años que
falleció en Pensilvania en 1918, dejó un legado de tres millones en
obligaciones que había heredado de su hermano Martin Schneider, un magnate de
las bebidas refrescantes. Como pueden deducir fácilmente, Martin y su hermana
Amelia eran hijos de Schrimer –con posterioridad y por la gracia de Dios,
Schneider- y los tres millones en obligaciones eran un pastel muy apetecible para
todo aquel que estuviese en condiciones de degustarlo. Y, ¡cómo no!, ¿a quién
creen ustedes que le encargaron la misión de servirlo?
¡Chiquito marrón! George no podía imaginar siquiera qué clase de negocio pretendía
hacer Lavander, Powell y Sistrom con la resurrección de un cadáver tan
manifiesto. Pero mucho menos podía figurarse la angustia que le depararía a él semejante
muerto.
...al oir aquello a George se le cayó el alma a los pies, ¡más de dos
toneladas de documentos empaquetados en papel impermeable y que disponían de un
espacio del suelo al techo del archivo!... ¿Ha terminado con la O señor Carey?
¡Cinco semanas y sólo había revisado la mitad de los expedientes! ¿Qué me diría
de un viajecito a Europa, señor Carey?... Y es que las penalidades para George
solo acababan de empezar.
Acompañado de una inefable intérprete -la señorita Kolin, María Kolin-, una
serbia que trasiega los coñacs de ocho en ocho-, George se ve obligado a
atravesar toda la Europa de la posguerra en ruinas, de Alemania a Grecia, a la
búsqueda del misterioso heredero de Martin Schneider, un fabricante de
refrescos gasificados, y de Amelia, su excéntrica hermana, una vieja chocha que
tuvo la ocurrencia de esconder en vida tres millones de dólares de la época debajo
de su colchón. George deberá vérselas con mercenarios, ladrones, políticos de
dudosa moralidad, criminales y otras piezas de mal vivir con el inocente fin de
entregar a su legítimo propietario una fortuna que parece que nadie quiere.
Y todo ello gracias a la sin par imaginación de Eric Ambler –el autor de
esta pequeña joya-, un escritor que comenzó su carrera a principio de los 30 y
no tardó mucho en ganarse la reputación de novelista de suspense de
extraordinaria profundidad y originalidad. A menudo se le acredita como el padre
de la novela de espionaje moderna y John Le Carré le describió una vez como “la
fuente de la que todos bebemos”.
La primera obra de Ambler se publicó en 1936 y, a medida que crecía su
reputación como novelista, se dedicó a escribir a tiempo completo. Se mudó a
Hollywood en 1957 y durante sus once años allí puso en papel el guion de
algunas películas memorables, incluyendo “A Night to Remember” y “The Cruel Sea”,
que le valieron una nominación al Oscar.
Unos personajes humanizados, una buena prosa, una inteligente intriga y su
británico sentido del humor, fueron los ingredientes que conjugó Ambler para acceder a un estilo de escritura
inimitable y único. Sus paladines eran seres normales, llenos de escepticismo,
que en muchas ocasiones se veían ejerciendo de espías sin siquiera pretenderlo,
antihéroes forzados a sufrir las consecuencias de unos hechos que les superaban
con mucho. Personajes, en fin, de la pinta de George Carey, un leguleyo con
mala potra que tiene la desgracia de toparse con el espíritu burlón de una
anciana chocha y enredadora que lo hace recorrer media Europa en compañía de
una serbia achispada a la búsqueda de un heredero que no parece querer heredar.
¡No se lo pierdan!
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