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viernes, 22 de diciembre de 2017

EL PEOR DE LOS TIEMPOS. (Alexis Ravelo)

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EL PEOR DE LOS TIEMPOS
Alexis Ravelo
EDITORIAL ALREVÉS, S. L.
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Cinco años después de su última aparición, el antihéroe protagonista de la saga noir de Alexis Ravelo se sumerge de nuevo en las callejuelas más sombrías de la isla, estimulado por una trama criminal de la que va a salir hecho una piltrafa y averiado en exceso. En «El peor de los tiempos», la quinta de Monroy, autor y protagonista, Ravelo y el propio Monroy, regresan más dolidos y menos compasivos que al principio de los tiempos. Después de cuatro entregas, con otros tantos crímenes y muchos laureles a cuesta, la producción de Ravelo no ha perdido un átomo de carácter. Lo cierto es que han transcurrido ya diez años desde aquellos «tres funerales» de los que Monroy escapó milagrosamente, y el exjefe de máquinas «aún sobrevive mirando con sonrisa cínica a los poderosos y metiéndose en asuntos que le vienen grandes».

Y tan grande le vienen estos asuntos que no le convienen, que después de desenredar tramas de corrupción empresarial, blanqueo de capitales y abusos multinacionales se enfrenta ahora, sin ningún recato, a un fenómeno en extremo molesto: la corrupción de menores, la prostitución y la misoginia. Y todo gracias a Pepiño Frades. Frades fue marino de la Mercante en la época en que Monroy hendía los mares, mancillado por el olor a salitre, la marea y el oleaje. Ambos compartieron buques y camarotes, y múltiples y disparatadas borracheras antes de terminar separándose por motivos que solo ellos conocen. Frades terminó afincándose en Fuerteventura donde formó familia con una discreta y rechoncha costurera del barrio de Escaleritas. Allí tuvieron dos hijas, Esther y Elvira, a las que Monroy aún recuerda de chiquillas. Hoy, veinte años después, la persona que se presenta en el Casablanca diciendo llamarse Frades, Pepiño Frades, es solo la sombra del Frades que Monroy conoció. Su rostro cadavérico y macilento no anuncia nada bueno.

Lo que Frades le propone a Monroy es la búsqueda de Elvira –la pequeña Viri-. Viri, que abandonó su domicilio familiar a los dieciocho años, emigró a la Gran Canaria con la idea de estudiar en una escuela de modelos, y no se la ha vuelto a ver más. Hoy, su padre, a las puertas de la muerte, desea despedirse de ella. O al menos, eso es lo que alega. El Mike Hammer de la calle Murga vuelve a tomar el toro por los cuernos, se entrevista con familiares, seguratas de discoteca, proxenetas y viejas prostitutas en un deseo de estrechar el círculo en torno a Elvira -Viri Foxy en internet-, hasta terminar recalando en los ambientes más arrabaleros y prostibularios de la isla.

En «El peor de los tiempos» nos echamos a la cara al Monroy más pesimista de toda la saga. Un halo de desesperanza planea sobre  la narración ya desde la primera página, cuando Casimiro, con el grasiento mando en la mano y los ojos clavados en la televisión, le suelta de sopetón a la cara a Juan el del Pescao que «coño, joder, siempre el mismo guineo, parece que todo el puto país esté apestando». Y es que durante los últimos años, y mientras estuvo ausente, Monroy llegó a pensar que el sistema había tocado fondo y que el país había iniciado una revolución social contra la corrupción y la injusticia. ¡Qué iluso! Fueron tiempos de esperanza y reforma, sí, pero tiempos inútiles a fin de cuentas, que lo fijaron en la convicción de que todo sigue igual. Hoy, escéptico y desengañado, apurando tranquilamente su cortado en el Casablanca y hojeando las informaciones de El País, reconoce que el mundo no ha cambiado, que «los poderosos siguen enfrascados en sus cosas de poderosos y los pobres en las suyas de pobres».

Ravelo siempre ha manifestado que no puede dejar de aprovechar el escaparate que le proporciona la literatura para manifestarse sobre situaciones que considera denunciables. «El peor de los tiempos» es una historia que, por la fluidez de su prosa, puede parecer sencilla de leer, pero no lo es tanto por el contenido que transmite. Es esta una historia dura y, en alguna de sus escenas, hasta desoladora. Dejemos expresarse al autor que, sin quizás, es quien mejor describe el producto: «Mis lectores de  novela negra saben que me interesa hablar de los delitos que dicen mucho de nosotros como sociedad. En esta novela hablo de la doble moral y de la violencia estructural que prevalece hacia la mujer, de las estrategias de corrupción de la juventud y de los mecanismos de coerción que se ejercen sobre las mujeres adolescentes, inmigrantes o en riesgo de exclusión». Y también se cuestiona sobre la prostitución: «Este es un tema que me preocupa mucho. Por un lado están las mujeres que ejercen la prostitución y quieren que se les reconozcan sus derechos y se cumpla con ellos, pero, por otro, también hay mucha violencia y mucha cosificación de la mujer. Es un tema complejísimo sobre el que hay que reflexionar y en el que confluyen muchísimas realidades ante las que no podemos establecer ningún dogma, pero sí que hay ciertas líneas morales que me niego a obviar.»

«El peor de los tiempos» se alimenta del medio social en el que se desarrolla la trama. Estamos, no lo olvidemos, en la época de la superficialidad, del narcisismo y las selfies, aquella en que la imagen se ha banalizado en extremo. La época de la documentación obsesiva, de las redes sociales, los blogs y los grandes repositorios colectivos de archivos compartidos. La época de la desafección política y la regulación del desempeño de la mujer en la sociedad y en el matrimonio. Y esta realidad se manifiesta en las incoherencias de Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad abierta y a la vez oprimida, desordenada y moderna, plagada de estratos sociales. «La ciudad de los ángeles en chándal y las ratas en corbata. La ciudad de la luz y los despojos». Una ciudad con casi cuatrocientas mil almas, que la contemplan y la padecen a un tiempo. Con escenarios tan dispares como el mirador del Atlante, en la carretera del norte, o las terrazas de la avenida de Las Canteras y el vetusto hotel Madrid, allí donde se alojó Franco en julio del 36 antes de pasar a joderle la vida al país durante cuarenta años. Todo un muestrario de contrastes, que se exterioriza en la personalidad del protagonista, en la personalidad de Monroy. Y es que «En los libros de Eladio Monroy, lo que mejor describe la ciudad no es un espacio o una calle, sino el carácter de Eladio, este personaje es la ciudad.»
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domingo, 3 de diciembre de 2017

MALOS TIEMPOS. (Juan Madrid)

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MALOS TIEMPOS
Juan Madrid
ALIANZA EDITORIAL S. A.
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«Malos tiempos» es una recopilación de crímenes espeluznantes –ocho, en concreto- ambientados en aquella España negra, violenta y atrasada de finales de siglo, recogida en esta obra por Juan Madrid en forma de cuentos. Cuentos que en las manos del escritor son un ingenioso ejercicio literario, una forma voraz de expresión y de denuncia social. Juan Madrid recrea aquí, con agilidad, agudeza e ingenio, un escenario novelado de la realidad que nos distingue.

La familia Izquierdo vivió en Puerto Hurraco -una pequeña aldea extremeña- rodeada de ruidos. Una barahúnda sorda y persistente que habitó sus cabezas desde que su madre muriera convertida en yesca, en carbón retorcido, un aciago verano de 1984. Los cinco hermanos Izquierdo vivieron animados por la idea de la venganza contra los Cabanillas, una venganza gestada a lo largo de los años desde que sus vecinos osaron usurparle las tierras en 1959.  El Amadeo Cabanillas se pasó entonces de sus confines y aró dos metros adentro las tierras de los Izquierdo con las pretensiones de que aquellas lindes no eran justas. A partir de entonces Jerónimo Izquierdo dejó su vida en la cárcel por el asesinato de Amadeo a quien cosió a cuchilladas en 1961, y esto no lo olvidaron nunca sus hermanos. La mañana de un fatídico domingo de agosto los dos hermanos Izquierdo sobrevivientes, Emilio y Antonio, con el cuerpo forrado por trescientos cartuchos del calibre 70 se dispusieron a acabar con una aldea de doscientos habitantes, una aldea que en su errática imaginación siempre estuvo confabulada con los Cabanillas.

La «gordi» vivió en Almansa y cuando murió se la llevaron al cementerio en una caja blanca con muchas coronas, acompañada de una comitiva de gente llorosa. Su madre, doña Rosa, y dos amigas de esta, doña Mariángeles y su hermana doña Mercedes, creyeron que la «gordi» tenía el «malo» en el cuerpo. Y, claro, se lo quisieron sacar con los rezos, el aceite, las estampitas y todas  esas cosas propias de una sociedad atrasada y tremebunda como la nuestra. También intentaron sacárselo con las manos. Y no vea usted la cantidad de tripas que extrajeron. ¡Ocho metros nada menos! Amén del estómago, el hígado, los riñones, el páncreas, el bazo y por último el aparato urinario-reproductor. Todo esto se lo sacaron a la «gordi» por el culo, escarbando con las manos. Pero, ¡ay!, el «malo» es un ser tímido y juguetón y en ningún momento se dejó ver.

A principios de diciembre de un lejano ya 1990, en una alquería ganadera en la localidad murciana de Cieza limítrofe con la provincia de Albacete, tres muchachos decidieron tentar vaquillas. Para ello se dirigieron de madrugada a la propiedad de un tal Sandoval. Aquella noche de luna llena los tres jóvenes fueron sorprendidos por los dos hijos del peón de la finca que la emprendieron a tiros con los furtivos, dándoles muerte. Aquella noche del 1 de diciembre no se encontraron trastos de torear por ningún sitio. ¿A qué fueron entonces aquellos muchachos a la finca Charco Lejano? ¿Por qué los mataron? El caso es que ahora mismo nadie lo sabe, excepto sus protagonistas más directos...

Santiago San Juan García enterró entre agosto del 85 y finales del 87 los cadáveres de dos prostitutas en el sótano del mesón «El Lobo Feroz», sito en la calle Luciente del término municipal de Madrid. San Juan regentaba el local que por entonces era propiedad del subcomisario de policía Eduardo Morales, amante de su madre. Tres años después, los nuevos arrendatarios del establecimiento descubrieron las tumbas al efectuar arreglos en su interior. Los servicios de una tercera prostituta, Araceli Gómez Parra, que ejercía su profesión en la calle de La Cruz, fueron solicitados por Santiago San Juan quince días después de la muerte de su madre, y ya en el mesón la Araceli se lo tropezó encima con el cuchillo del jamón en la mano. Y es que Santiago sentía una aversión errática por las mujeres desde que tuvo conocimiento que su madre llegaba a casa, borracha, una noche sí y otra también después de alternar con golfos y señoritos. Así y todo, lo peor no fue eso. Lo peor fueron las peleas. La madre llamando a su padre maricón, diciéndole que ella necesitaba un macho. Por eso Santiago se aferraba de vez en cuando al cuchillo del jamón y...  

El caso de «la vidente asesinada» ocurrió en Madrid, allá por 1988, y despertó de inmediato la atención de la prensa. La tal vidente se llamaba Blanca Álvarez Rendueles, era viuda de un sargento de infantería y estaba en posesión de una pensión de 30.000 pesetas de las de aquel entonces. A las cinco de la tarde de un 23 de agosto, Blanca fue encontrada despatarrada en la bañera de su modesto apartamento con veinticuatro golpes en la cabeza, golpes asestados por un almirez de bronce de cuarenta centímetros. Sin embargo la muerte no se la causó este artilugio, por extraño que parezca, sino que fue consecuencia de los cortes ocasionados en venas y tendones de ambas muñecas por un cuchillo de cocina de quince centímetros. A mediados de octubre del mismo año fue detenida, como presunta autora de los hechos, Rosario Muñoz Blanco quien había sido identificada por el portero del edificio donde vivía la vidente asesinada y por un taxista que la había transportado a las cercanías de su domicilio. La vista del juicio se celebró dos años después, sin que se pudiera demostrar la culpabilidad de la acusada.

Un caluroso día de verano de 1980, en la localidad sevillana de Dos Hermanas, cinco personas fueron asesinadas en el cortijo los Guindos, a cuatro kilómetros del pueblo, cortijo este propiedad de los marqueses de la Vega. A las cuatro y media de la tarde una columna de humo procedente de un almiar descubrió la matanza. Juana Muñoz, esposa del capataz, apareció con la cabeza destrozada tras haber sido golpeada con una pieza de acero. El tractorista Ramón Padilla alcanzó la muerte de un disparo en el pecho y otro en la espalda, y José Fernández y su esposa Asunción Pedala fueron encontrados quemados en lo alto de un pajar. El capataz, Manuel Cepeda, fue considerado autor de los hechos hasta que su cadáver apareció a los tres días y la autopsia demostró que fue el primero en morir. El crimen de los Guindos fue un asesinato complicado, lleno de matices, que no habría sido difícil de resolver si hubiera ocurrido en una gran ciudad con toda clase de medios para la investigación, pero en Dos Hermanas, un pueblecito despreocupado, con un pequeño cuartel de la Guardia Civil, resultó casi imposible recrear lo ocurrido.

A las tres de la tarde del 4 de diciembre de 1985 la Guardia Civil de la localidad onubense de Punta Umbría procedió a la detención de Julio Sánchez Moreno como presunto autor de la muerte por asfixia de la niña de nueve años Esperanza Rodríguez Gómez, quien fue hallada el 2 de noviembre, maniatada y sin vida, en una vivienda deshabitada propiedad de sus padres. Julio Moreno trabajaba como portero de noche durante la época estival en el hotel El Parador, de Punta Umbría, propiedad de la familia de la pequeña. Esperanza Rodríguez era una niña cuando desapareció pero su cuerpo y su temperamento no se correspondían con su edad. Era seria, arisca, resuelta y fuerte y gustaba de jugar con los niños. Adoraba el colegio y presumía de ser buena estudiante. El día que desapareció faltó sorpresivamente al centro escolar. Esa decisión de ausentarse fue el gran secreto que se llevó a la tumba...

Tres disparos a bocajarro acabaron con la vida de los marqueses de Urquijo la madrugada del 1 de agosto de 1980. Ríos de tinta han corrido desde entonces. Manuel de la Sierra y Torres y su esposa María Lourdes Urquijo Morenés, matrimonio de rancio abolengo, fueron asesinados a sangre fría mientras dormían en su chalé de la zona residencial de Somosaguas, en la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón. Desde el primer momento se descartó el suicidio y tomó fuerza la tesis de una venganza personal, posiblemente a sueldo. Sólo apareció roto un cristal en la planta baja de la residencia, lo que hizo pensar a la policía que los asaltantes conocían la vivienda. La policía cercó a varios sospechosos, entre ellos a Rafael Escobedo, marido de Miriam de la Sierra, hija mayor de los marqueses. En 1983 se inició el juicio para esclarecer el caso, pero los informes y testigos lo hacieron imposible. Las casi cuatro décadas transcurridas desde entonces no han sido suficientes para despejar las dudas, después de que dos de las tres personas involucradas en el crimen hayan muerto y Javier Anastasio –el encubridor de Rafael Escobedo- haya regresado recientemente a Madrid, tras años de paradero desconocido, al prescribir los delitos. En la actualidad la autoría del crimen continúa siendo un misterio.

La narrativa de Juan Madrid es rotunda, rica en diálogos y ágil en su desarrollo. Juan Madrid siempre ha tenido un arte especial para atrapar el hedor inmundo de la miseria humana y convertirlo en algo real como nosotros mismos. Madrid es capaz de acercarnos a todo aquello que nos es ajeno por naturaleza, para que lo vivamos en nuestras propias carnes, soportándolo a veces con arcadas de bilis. Sus escritos están llenos de dolor, de finales agónicos e inesperados, de solución sin solución, así como de una negrura indescriptible. La vida misma, la condición humana, en suma.
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domingo, 19 de noviembre de 2017

POLICÍA. (Jo Nesbø)

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POLICÍA (politi)
Jo Nesbo
TRADUCCIÓN: Carmen Montes Cano
PENGUIN RANDOM HOUSE GRUPO EDITORIAL, S.A.U.
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«Policía» es una de las historia más oscuras y perturbadoras de Nesbø, la historia de un asesino en serie con gusto por lo macabro, un asesino que celebra el aniversario de cada uno de sus asesinatos atrayendo a un detective de policía a una horrible muerte en el mismo escenario del crimen que el oficial no pudo resolver en su día. Sus ejecuciones son extremadamente precisas, obras de una mente calculadora. La tensión y los escalofríos se palpan en este thriller desgarrador, pero los elementos narrativos claves provienen de la obra anterior del autor, que evidentemente el lector debe manejar a la hora de abordar la lectura de esta novela.

¿Dónde se encuentra Harry Hole? Ésa es la gran pregunta que los lectores de «Policía» se van a estar formulando, sin la menor duda, durante muchas páginas. Porque lo cierto es que el autor los mantiene a oscuras sobre el paradero de su héroe hasta muy avanzada la novela. Harry Hole, el rebelde detective de Oslo que recibió una bala en «Fantasma» -su anterior aventura-, obviamente debe estar muerto, o en coma, o recuperándose en los brazos de su amada, o quién sabe si su espíritu no estará revoloteando en el presente sobre las cabezas del selecto grupo de policías que están llevando a cabo su propia investigación clandestina sobre los asesinatos de policías. Decir que Nesbø toma riesgos audaces con nuestra paciencia es subestimar el asunto. Por otra parte, sacar a Hole a la luz no va a ser nada fácil, la operación va a requerir un movimiento audaz en extremo. Y es ya avanzada la mitad del libro cuando tiene a bien hacer su aparición el conflictivo alcohólico noruego. Mientras Harry Hole está fuera de combate, un asesino despiadado recorre las calles de Oslo matando a oficiales de policía. El primero en morir se siente atormentado por un caso que no pudo resolver; la segunda víctima no pudo rastrear al hombre que violó y torturó a una niña años atrás. Los sacrificados mueren en circunstancias y lugares muy similares a los de los crímenes en que se vieron involucrados años atrás.

Erlend Vennesla, antiguo polizonte, perteneció durante muchos años a la policía judicial. Ya retirado, dedica las noches a recorrer en bicicleta los campos anejos a Oslo, campos rodeados de granjas, de sembrados y de bosques densos atravesados por senderos que se pierden en la oscuridad. Una de esas noches, Erlend ve una luz que se enciende ante él. Y cegado por ella acude a su encuentro sólo para reconocer que no debería haberlo hecho. Que no debería haberse quitado el casco. Que la mayoría de los casos de muerte de ciclistas... El descubrimiento del segundo cuerpo ocurre durante un viaje nocturno a una cabaña de esquí desierta, un viaje realizado por el empleado de un hotel cuya mente se encuentra en otra parte cuando se da de frente con un descubrimiento horrible.

Cuando finalmente nos tropezamos con Hole, ya traspuesta la mitad de la novela, éste se encuentra realizando labores educativas en la academia policial de Oslo. Su vida y su equilibrio mental se encuentran tan tensos como siempre, y en lo referente al alcoholismo todo parece encontrarse bajo control. Los problemas, sin embargo, le rondan como las moscas. Presa de una estudiante con una estabilidad emocional supina, es acusado de violación. Nesbo aprovecha la circunstancia para  manifestar su preocupación por la justicia y la culpabilidad policial. Y Hole, ¡cómo no!, con su ya consabida carga de autorreproche, es el vehículo perfecto para tal cometido. A partir de entonces, los niveles de violencia en la novela se desarrollan y las situaciones sexuales acaloradas se recrudecen. Es en esos momentos cuando el detective de Nesbø sufre sus encuentros más traumáticos, con sentimientos sexuales desesperados y, a la vez, vergonzosos.

Los restantes compañeros de Hole se encuentran igualmente erráticos: Gunnar Hagen -el cabecilla del equipo-, choca de forma frustrante con el nuevo jefe de policía Mikael Bellman; la inspectora de Delitos Violentos Katrine Bratt, cuyo estado mental ha cambiado con el paso de los años de maníaco-depresivo a bipolar hasta estabilizarse en algo parecido a sano, se mantiene en su sitio gracias a unas pastillitas de color rosa que se ve obligada a tomar con asiduidad; Bjorn Holm, el oficial forense, sigue sin tener nada importante que decir; Ståle Aune, el psicólogo de modales apacibles que echa de menos la adrenalina de ayudar a perseguir a los monstruosos criminales de Hole, se da de frente con un paciente poco recomendable y, Beate Lønn, -la brillante conductora de la policía científica-, poseedora de un giro fusiforme sobrehumano capaz de garantizar un reconocimiento facial instantáneo, incluso si alguien altera su aspecto con cirugía plástica, pues... ¿qué decir de Beate Lønn?   

Nesbø siempre ha tenido una debilidad especial por los locos y sus métodos grotescos de asesinato. A pesar de que aún no ha superado al demonio que trajo a la vida en «El muñeco de nieve», el violador y asesino de esta historia –el Matarife de Policías- se le acerca bastante. En las novelas de Nesbø los asesinatos son horribles, aterradores y sangrientos. Son algo fuera de lo imaginable. No es fácil asumir la cremación de una niña ya difunta a manos de un padre con rasgos de esquizofrenia paranoide. «Es una niña. La han debido empapar en algo, hay botellas vacías de alcohol en la barra... Está carbonizada. Y atada a la tubería del agua... Tiene algo alrededor del cuello. Parece el candado de una bicicleta.» Lo cierto es que en la literatura de Nesbø todo es posible. Desde la atmósfera asfixiante de una guarida de drogas, hasta las reacciones auditivas de un detective que cree haber oído algo o la forma en que dos amigos de la infancia todavía bailan, tanto profesional como personalmente, uno alrededor de otro. Los poderes descriptivos de Nesbo no tienen límite.

Si usted ha tenido la oportunidad y la paciencia de digerir las nueve novelas anteriores del inspector Harry Hole, no debería extrañarle el estilo de escritura pirotécnica de Nesbø. Pero lo cierto es que la lectura de una nueva novela de este antiguo economista y agente de bolsa noruego nunca deja de sorprender. Después de todo, «Policía» le enseñará a ver un electrodoméstico desde un punto de vista que nunca podría haber imaginado...
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miércoles, 25 de octubre de 2017

LA VÍSPERA DE CASI TODO. (Víctor del Árbol)

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LA VÍSPERA DE CASI TODO
Víctor del Árbol
EDICIONES DESTINO
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En Málaga, allá por el verano de 2007, un asesino de niñas secuestra, viola y mata a la que será su última víctima, Amanda Malher. Tres años después, la rica heredera Eva Mahler -estrella de las revistas del corazón y madre de la difunta- abandona su casa huyendo de sus propios fantasmas. Germinal Ibarra es un policía que tuvo su momento de gloria cuando resolvió el sonado caso del asesinato de la pequeña hija de los Malher, hecho este que lo llevó a convertirse en el héroe que nunca quiso ser. Hoy, Germinal es un policía desencantado al que persiguen los rumores ajenos y su propia conciencia. Ibarra vive recluido con su familia en su Coruña natal, donde busca refugio y remedio a su desesperanza y donde trata de disimular el silencio del ambiente con los ruidos que genera su propia cabeza. Su mujer Carmela, una aficionada a la pintura a quien conoció a principio de los setenta en París, y su hijo Samuel, que padece el síndrome de Williams, una enfermedad que le obliga a tolerar un rostro singular, son su única compañía. «Gnomo», «adefesio», «monstruo», son algunas de las mofas que provoca el aspecto de Samuel. «A veces, Ibarra imagina que saca a su hijo de la cama para llevarlo al bosque y poner fin al sufrimiento de ambos», pero esta idea le aterra. Su aparente tranquilidad, la simulada tranquilidad de Germinal Ibarra, se trunca la noche que lo reclama una mujer ingresada en el hospital local afectada de graves contusiones derivadas de una gran violencia. En ese momento un cúmulo de historias ya olvidadas comienza a encaminarlo hacia un final desconocido.

Todos los personajes de Víctor del Árbol cargan un pretérito imperfecto a sus espaldas. Unos son artistas y otros enfermos, y no por ser dolientes dejan de gozar de inclinaciones musicales, fotográficas e incluso cinematográficas. El infanticida en serie que regenta la vieja filmoteca local es un nostálgico algo loco  del cine de la edad de oro, que posee una colección de bobinas en su apartamento. Películas y documentales que jamás se han visionado en sala. Greta Garbo y Fredric March, ella como Anna Karennina y él como Vronski, se miran para verse (permítaseme este pequeño atraco al autor), cada sábado, bajo la atenta mirada de Eva Malher y su hija Amanda. A Eva Malher, por cierto, se le notan los hombres: figurines, tarambanas, pretendientes de cuarta, angustiados intelectuales, niños con cuerpo de hombre, todos ellos a la espera, suplicando y exigiendo algo de ella. Germinal Ibarra, un policía cincuentón y depresivo que no olvida su ascenso tres años atrás, es consciente de los enunciados remedados para responder a las entrevistas y los apretones de manos. Es cierto que sus conciudadanos lo querían, que reconocían sentirse seguros con alguien como él. Hoy, lo odian. Así, sin más. Nadie tiene (ni le importa) conocimiento de su pasado, de la existencia de un padre guerrillero antifranquista  preso durante años antes de terminar sus días en un manicomio. Nadie es consciente de que en su infancia Germinal fue violado por un loco durante la visita a un hospital. A otros, sin embargo, les fue peor. Es el caso de Mauricio Luján, quien soportó prisión en su Argentina natal por el asesinato de dos policías uniformados adscritos a la Junta Militar, y que hoy vive en Punta Caliente, un pueblecito gallego de la Costa da Morte, cuidando de su único nieto huérfano.  

El transcurrir de «La víspera de casi todo» es calmoso, pausado. Todo aquí se cuece a ritmo lento, hasta el punto de que incluso en los momentos violentos hay que prestar oído al ambiente: «el zumbido de las moscas era una canción macabra». Una niña de diez años desaparece sin dejar rastro alguno y una familia entera arde viva en su casa, pero todo transcurre de forma natural, engalanado con los poemas de Juan Gelman, Luis Benítez o Picardo, con las letras de Thomas Mann, Zola y Borges y con las imágenes de Gauguin y Vermeer. Por doquier se respira un rancio ambiente argentino, un ambiente aliñado con la música de Yupanqui, Mercedes Sosa y Víctor Heredia y los libros de Cortázar, María Elena Walsh, Galeano y Griselda Gambaro. Todo con un gusto exquisito.

La historia se hace espesa cuando el escritor se adentra en los misterios del “proceso” de mediados del pasado siglo, con sus torturas, ejecuciones y desaparecidos. Y con la posterior y consecuente inmigración a la Alemania de la posguerra en busca de un futuro por descubrir, al encuentro de negocios suntuosos y oportunidades para los más espabilados y preparados. Hacia allí se dirigieron Mauricio Luján, su novia la Pecosa, y su amigo del alma Oliverio Pelegrini, para terminar hastiados, ocupando sus ratos libres en un bar apestoso en Dusseldorf adonde acudían en los momentos libres que les dejaba su trabajo en la fábrica de Mercedes. Luján y Pellegrini residen en España tratando de conjugar un pasado lleno de dolor, un pasado que los mantuvo unidos y que hoy los separa sin remisión. Y es que todos los personajes de Del Árbol, españoles o argentinos, con omisión de su edad y condición, terminan hablando el mismo idioma. Todos tratan de huir de su destino sin darse cuenta que se dirigen a él. Todos acaban regresando a la tierra donde nacieron, al encuentro de sus montañas, de sus ríos, de sus recuerdos. Porque «morirse en tierra extraña es morirse para nada».

«La víspera de casi todo» es una novela de misterios criminales con un fantasma que habita en un faro y un escultor que trabaja el fango con una pericia solo equiparable a aquella con la que su abuela trabajó el metal. Y una conexión entre ambos, espectro y tallista, que va más allá de lo sensorial. Es esta una novela repleta de sencillez, con una forma de narrar que abruma. Aquí no hay investigación, aquí los crímenes son tan espeluznantes que cuesta creerse que fueran cometidos. Es esta una narración con olores a mar y a salitre. Una novela que habla de amor, dolor y muerte. Una novela en la que un pasado demasiado presente y su huella toman el protagonismo. Una narración con una gran profundidad psicológica, una fuerte intensidad emocional, grandes pasiones y tormentas sentimentales que desbordan y perturban. En definitiva una obra concebida por un escritor a quien la crítica francesa ha definido como un estilista del dolor. Y los franceses saben bien de esto.
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jueves, 12 de octubre de 2017

MORIR DESPACIO. (Alexis Ravelo)

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MORIR DESPACIO
Alexis Ravelo
MERCURIO EDITORIAL
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Tomando como base las andanzas de un acomodado empresario grancanario sin formación académica alguna, creado a sí mismo, dueño de una gran empresa de seguridad -empresa que tanto vigila edificios públicos como gestiona comedores escolares-, y que mantiene buenas relaciones con todas las opciones políticas con peso en las instituciones públicas, Ravelo crea una historia que refleja lo que ya es un parecer manifiesto en Canarias y que ha pasado a convertirse en una enfermedad cardinal de la política isleña del momento. Y es el hecho de que la estrecha relación entre el mundo político y empresarial ha alcanzado un estado de complacencia tal que le permite a ambos mundos compartir intereses comunes y nutrirse mutuamente. Un contubernio este en el que participan tanto los líderes de los partidos políticos con poder manifiesto como los grandes empresarios canarios y los directores de los medios de comunicación de masas.

La muerte de Víctor Barroso, hijo menor de un gestor financiero jubilado en un supuesto suicidio ocurrido en extrañas circunstancias, es el detonante que mueve a Eladio Monroy a salir de un estado de laxitud, que dura ya dos años desde su última aventura, con el objetivo de tranquilizar el alma revuelta con sospechas insustanciales sobre el óbito de su hijo del patriarca de los Barroso. Un vistazo es lo que propone Ernesto Barroso a Monroy. Un simple vistazo. Sólo que los vistazos de Monroy van ineludiblemente acompañados de artejos, cuchillos y cacharrería de fuego real. Y suelen acabar como el rosario de la aurora.

Al ya fenecido Víctor Barroso se unen la periodista Maite Díaz Caballero, empleada en un periódico digital, y el sindicalista Bruno Márquez, ambos fallecidos en instantes temporales muy cercanos al primero, y ambos relacionados con una investigación sobre las supuestas actividades laborales y no por ello menos ilegales del empresario grancanario Marcial Navarro, un magnate de los de armas tomar convertido en una especie de Vito Corleone de la malicia insular. Un personaje, este, que medra a la sombra de un político sin escrúpulos afincado en Madrid y que es impune a la ley como lo demuestra el hecho de haberse construido una piscina en su chalé de Tafira, allí por donde con anterioridad  transitaba un camino real.

Personas de dudosa reputación enfundadas en trajes de Giorgio Armani, periodistas conchabados con poderosos empresarios y varios muertos en extrañas circunstancias conforman el cóctel explosivo que nos propone Alexis Ravelo en esta cuarta aventura del ex marino Eladio Monroy. Una entrega que se mantiene fiel a la serie y no defrauda en absoluto. Suspense, racionalidad y una reconstrucción objetiva de lo frecuente, de lo acostumbrado, de lo que nos es familiar. Y lo frecuente, lo acostumbrado y lo familiar en esta novela no es otra cosa que el espacio. La geografía social de esta ciudad y de esta isla que pisamos a diario. Un escenario que actúa como un ente vivo, biológico, que responde a una realidad social y política que no tiene nada que envidiar a la que se estila en otras latitudes. Una actualidad  que conecta con el presente, signado por políticas de recortes, crisis social y económica y protestas ciudadanas.

El género negro «es la novela del día a día», eso, al menos, es lo que manifiesta Ravelo y tanto es así que llega a apostillar que «todos los argumentos de la serie de Eladio Monroy, aunque son ficticios y están novelados, surgieron de alguna noticia periodística». No son, pues, invención del escritor todos esos empresarios que arborecen a la sombra de políticos sin escrúpulos, amparados por los medios de comunicación que les son afines y les hacen el juego. Las Palmas de Gran Canaria no se caracteriza precisamente por su demasía en crímenes violentos pero sí existe la «delincuencia de cuello blanco», según las palabras del propio escritor. Sí que existen corruptelas y tratos de favor. Sí que hay una relación ceñida entre la clase política y la empresarial, que se manifiesta en una disposición a favorecer determinados intereses inversionistas a costa de otros que conciernen a sectores más amplios de la población.  
   
La alternancia entre realidad y ficción es uno de los asuntos fundamentales de la novela negra. Comenta Alexis Ravelo que «la novela negra es un vehículo de análisis de la sociedad, porque crea incomodidad y nos hace reflexionar sobre nuestra propia realidad». Ravelo sabe de lo que escribe. Sus numerosos y bien preciados galardones le han permitido acumular la suficiente información para que sus novelas ofrezcan pinceladas bastantes reales de cómo se mueven los delincuentes y el oscuro mundo del crimen. Pero también, como ciudadano de a pie, Alexis Ravelo es conocedor de todas aquellas cuestiones que nos afecta más directamente: la crisis económica, el desempleo, las miserias del pequeño empresario y las reformas laborales. Todo esto y más lo refleja en «Morir despacio». Y es que Eladio Monroy es el vehículo del que se sirve Ravelo para denunciar los males de nuestra sociedad.
En «Morir despacio» va a encontrar usted, no lo dude, una literatura dinámica, espontánea y amena -algo que viene caracterizando la obra de este escritor desde sus comienzos- y asimismo un producto sin censuras, una historia que afronta los problemas sociales cara a cara, directa y críticamente, una narración que involucra a un personaje, Eladio Monroy, honesto a capa y espada, eso sí desconfiado, descreído y desvergonzado como él solo, pero comprometido con su propia realidad, alguien a quien, a poco que se lo permitan sus atrevidas y desusadas actividades, podemos tropezarnos en cualquier manifestación ciudadana que transite las calles de esta ciudad.
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domingo, 1 de octubre de 2017

LOS TIPOS DUROS NO LEEN POESÍA. (Alexis Ravelo)

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LOS TIPOS DUROS NO LEEN POESÍA
Alexis Ravelo
ANROART EDICONES, S. L.
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«Los tipos duros no leen poesía» es una demostración tangible de que ya en 2011, fecha de aparición de la novela, Alexis Ravelo  había alcanzado su plena madurez literaria, se había despojado definitivamente y sin paliativo de su condición de joven promesa. Los personajes que forman su universo particular, toda una galería de antihéroes de papel que ha crecido a su sombra, tienen ya vida propia y son seres creíbles, gente de la calle sin oportunidad que se dedica a sobrevivir como buenamente puede en una ciudad tranquila donde pululan sin permiso del escritor. Por ese entonces Monroy ya tiene condición, no es un extraño. Gloria, a su vez, tiene carácter, paciente pero lo tiene. El Chapi y Dudú se han ganado, asimismo, un lugar entre esa cáfila de desheredados de la fortuna que pueblan las páginas del novelesco mundo de Ravelo y que tan bien representa a las capas más pobres de nuestra sociedad. Así lo ejemplifica Casimiro, el dueño del Casablanca donde ejerce de todo, y Matías, el vecino cascarrabias consumidor compulsivo de películas de acción, y el burocrático comisario Déniz, al que hay que darle todo destripado, y un sinfín de personajes más que han pasado a ser como de la familia.

El Monroy curtido que nos tropezamos aquí parece más filósofo que nunca. Sus reflexiones sobre la crisis («Mira Déniz no me toques los huevos con lo de la crisis. Eso de la crisis es un rollo de ricos. Para los que siempre hemos comido mierda, un poco más de mierda no importa») son fruto de un hombre que es consciente de la posición que ocupa en la sociedad, un hombre que sabe lo complicado que es situarse en la vida y lo complicado que es prosperar, sobre todo cuando no se cuenta con la ayuda conveniente: «No estaba limpio. Eso seguro. No podía estarlo porque nadie medra tanto y tan rápidamente sin pisotear unos cuantos cráneos.» 

«Estoy grabando esto porque van a matarme». Con esta frase tajante y melodramática comienza «Los tipos duros no leen poesía», la tercera entrega de la serie de Eladio Monroy, publicada como hemos dicho allá en 2011 por Alexis Ravelo. Monroy, ese ex marinero violento, sarcástico, maleducado y sentimental, aislado y herido ahora, se desangra en un amplio salón de una casa perdida en el municipio de Mogán rodeado de cadáveres. Una herida en su muslo tiene la culpa. Lo cierto es (para no entretenernos mucho) que este hombre no escarmienta. De nuevo se encuentra metido en un lío de cojones y, con una grabadora en la mano, se dispone a dejar una especie de testamento. La historia comenzó días atrás cuando una sospechosa pareja solicitó sus servicios para localizar una misteriosa cajita de madera...

Fueron Melania Escudero, viuda del empresario Gustav Hossman, y su abogado Alfredo Suárez Smith, quienes solicitaron la ayuda de Monroy para localizar esa misteriosa cajita que en su día perteneció al padre de Melania y que éste ofreció a su yerno como regalo de bodas. Fue un capricho del destino que la cajita de marras apareciera, tras la muerte de Hossman, en posesión de Laura Jordán, la amante del difunto. Lo que ya no sé si es un simple capricho del destino o si se trata de un vicio adquirido es que Monroy se vea involucrado una vez sí y otra también en asuntos turbios de los que termina saliendo siempre malparado.

La bola de nieve empieza a rodar cuando Monroy pide ayuda a un amigo suyo experto en colarse en casas ajenas, un tal José María Pérez Delgado,(más conocido como el Ministro), que aparece muerto en la antigua explanada del jet foil unos días más tarde. No, no voy a destriparle la historia a nadie. Nada más lejos de mi intención. Solo añadir que a partir de ese momento Monroy comienza a tener problemas. ¡Vaya si va a tener problemas!   
    
Y hablando de problemas... cada vez que Casimiro señala a Monroy cuando un desconocido hace su aparición en el Casablanca cuestionándole su identidad no nos queda otra que prepararnos para recibir un disgusto. De esto es consciente Casimiro, pero asimismo Gloria, porque Monroy se lo ha demostrado a base de golpes, de cometidos para delincuentes a los que es difícil encuadrar entre sayones insensibles o pobres diablos meritorios de compunción. Y es que la podredumbre y la miseria se esconden  (no precisamente por vergüenza) en cualquier rincón dejado de la mano de Dios de esta ciudad amable y a la vez odiosa donde nos ha tocado vivir. Una ciudad por la que desfilan y se comunican  los supervivientes y los buscavidas que el escritor recrea para deleite del lector. Da igual si se trata de un abogado chapucero de una dama millonaria, o de un bribón que se dedica a blanquear dinero sucio. La marginalidad no conoce lugar y condición, tanto existe en un chalet de lujo como en un barco repleto de mejicanos que se dedican a cruzar el océano para robar el dinero a un descuidero que se lo extrajo a otro que era más ladrón todavía. Y si no lo creen, aquí está «Los tipos duros no leen poesía» para demostrarlo.

Como no podía ser de otra forma la historia a la que nos enfrentamos aquí es un hard boiled al más puro estilo americano, con sus enigmas, vicios, golpes bajos, pesimismo social, cosas que no son lo que parecen y muchísima mala leche, tanto en el argumento como en los diálogos, como diría el propio escritor. Tanto es así que, para Gloria, Monroy se le representa como un Mike Hammer justiciero y solitario que al contrario de éste siempre termina descalabrado. Claro que, según sus propias palabras, «la diferencia es que Mike Hammer era de papel y por eso no podían darle puñaladas. Y si se las daban, nadie sufría ni tenía que cuidarlo en la clínica». Hecho, este último, que ella tiene que padecer aventura tras aventura.

Ravelo tiene un arte especial para hacernos creer que estamos ante una fábula cuando en realidad lo que nos está relatando es un reportaje de la más cruda realidad. Ya nos previene, el muy pícaro, que «los hechos y personajes que aparecen en esta novela pertenecen a la ficción y, por tanto, los medios de comunicación citados jamás han publicado las noticias que en ella se mencionan». Sin embargo, deja claro al final del libro que su principal inspiración para el argumento de este relato fue la prensa y lo que ésta en su día contó sobre tres casos judiciales que coparon las portadas de los diarios. Cómo se las ingenió esta alma bendita para hacer coincidir estos tres casos en una única proposición, es algo que sólo él conoce. Lo cierto es que esto que se nos refiere aquí me retrotrae a la trama Gürtel, la investigación que desarrolló la Fiscalía Anticorrupción sobre la financiación ilegal del Partido Popular. Quizás esta manía mía de encontrarle justificación a todo se deba al hecho de que Ravelo ya nos tiene advertido que «una ficción que no habla en último término de la realidad, es una ficción inútil.»
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domingo, 24 de septiembre de 2017

LA VERDAD SOBRE EL CASO HARRY QUEBERT (Jöel Dicker)

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LA VERDAD SOBRE EL CASO HARRY QUEBERT
(La Vèrité sur L'Affaire Harry Quebert)
Jöel Dicker
TRADUCCIÓN: Juan carlos Durán Romero
ALFAGUARA
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Hace cinco años Joël Dicker, escritor suizo que contaba veintiocho por entonces, escribió «La verdad sobre el caso Harry Quebert», un libro que  versa sobre un escritor que a su misma edad alcanzó el éxito con su ópera prima. Un solo libro y Goldman, que así se llama el héroe de Dicker, vio como se le abrían las puertas de una nueva vida. Durante los seis meses posteriores a la publicación del libro Goldman se dedicó en cuerpo y alma a disfrutar de las bondades de su nueva condición. Hasta que llegó un momento en que tomó conciencia que había perdido la inspiración. A partir de entonces fue incapaz de escribir una sola línea.

Lo que Dicker escribió no es solo un libro, sino su propio futuro. Unas semanas después que «La verdad sobre el caso Harry Quebert» fuera publicado en Francia, se convirtió en la novela más leída de la década en ese país. La verdad es que la promoción del libro arrastra consigo una buena dosis de fanfarria; con dos millones de copias vendidas en un año, ha sido traducido a 32 idiomas y ha ganado varios premios literarios de indudable valor. Pero como sucede con todo best seller que se precie, esta tremenda algarabía de halagos viene acompañada de múltiples críticas negativas.

«La verdad sobre el caso Harry Quebert» es una especie de muñeca rusa en el que unas fantasías se destapan para dejar a la vista otras nuevas fantasías. La cuestión es compleja, un novelista (Jöel Dicker) cuenta la historia de otro novelista (Marcus Goldman), que está escribiendo un libro con el mismo título que el que tenemos en las manos, que versa sobre un tercer novelista (Harry Quebert) y que contiene extractos de la novela de Goldman y del libro de Quebert. Todo un lío metatextual que decora un historia con muchas sorpresas y pistas falsas.

El protagonista de «La verdad sobre el caso Harry Quebert», de Dicker, es Marcus Goldman, un joven hambriento de alabanza, cuya primera obra lo convierte en rico y famoso. A partir de entonces se codea con una actriz de fama y se deleita en su celebridad. Pero cuando trata de abordar su segundo libro sufre un bloqueo creativo. Así pues, con la idea de hacer fluir su ingenio y lastrado por su editor con un plazo de entrega y con una posible demanda viaja a la ciudad de Aurora, en la zona rural de New Humpshire, al cobijo de su mentor Harry Quebert, exprofesor de universidad y a la vez escritor de éxito. Quebert siempre fue un consejero generoso y leal para Goldman, una persona curiosa que utiliza el boxeo para ilustrar sus consejos sobre la escritura y que lo inició en el noble arte de escribir y en última instancia le suministró un episodio de su vida como fundamento para su novela.

Poco después de su llegada a Aurora el cuerpo de Nola Kellergan es hallado en una fosa situada en el patio trasero de Goose Cove, la propiedad de Quebert. Nola fue una niña de 15 años que desapareció 33 años atrás y cuyo secuestrador, a pesar de la conjugación de algunas pistas, nunca fue encontrado. Junto a los restos de Nola es hallado un manuscrito del famoso libro de Quebert, «Los orígenes del mal», que fue inspirado, como se descubre ahora con sorpresa y horror, en el amor obsesivo que el escritor sostuvo por Nola. Harry no se ha recuperado del trauma y no ha concedido su amor a ninguna otra mujer. Como no puede ser de otra forma, Quebert se convierte en el sospechoso número uno de la muerte de Nola y es arrestado por secuestro y asesinato. La comunidad de la pequeña ciudad de Aurora cierra filas en su contra y Goldman, fiel a su maestro, se convierte en una de las pocas personas que creen en su inocencia. El escritor inicia así una investigación paralela a la policial y descubre, en una feliz coincidencia, que la búsqueda de la justicia es tan inspiradora como capaz de curarle del bloqueo inspirativo.

Tras el descubrimiento de los restos esqueléticos de Nola Kellergan, Dicquer añade una lista de sospechosos a su ya complicado relato: un filantrópico y misterioso millonario, su desfigurado y repulsivo chófer, un jefe de policía corrupto y pedófilo, un amante repudiado, una madre maltratadora y un extraño pastor evangelista que guarda un secreto inconfesable. Todos ellos giran alrededor de Québert, un maduro novelista de éxito atormentado por un pasado del que no consigue escapar, de Nola, una jovencita amartelada y dispuesta a cualquier cosa por preservar su amor, de la severa y rencorosa dueña de un dinner, donde trabaja de camarera su hija, una joven sensible de la que está enamorado un rudo policía... En fin, nada que no hayamos visto o leído en otros relatos del género.

Pero no se dejen engañar, nada es lo que parece en esta novela. Ni los personajes son aburridos ni la historia es tan sencilla. Este es un relato en el que, como no podía ser de otra forma, cada personaje propone un punto de vista distinto sobre los hechos y aporta detalles que nadie más puede ofrecer. Dicker recrea aquí una narración densa, con múltiples sospechosos, historias contradictorias, pecados pasados, secretos de ciudad y enredos personales. Cuestiones como: ¿Es la historia de amor entre Harry y Nola, fundamento de «Los orígenes del mal», una recreación veraz de los hechos acaecidos en Aurora en 1975? ¿Qué esconde el espeluznante título de esta obra? El escritor ofrece al lector la información de forma racionada. Sus giros pueden parecer evasivos, pero en realidad no hacen más que estimular la imaginación del lector y conducen a una sutileza final de la que el propio Hitchcock se sentiría orgulloso.

La crítica especializada ha acogido «La verdad sobre el caso Harry Quebert» con diversidad de opiniones. Hay quienes lo llenan de elogios y quienes maldicen la hora que vio la luz. Personalmente no creo que merezca ninguna de las dos apreciaciones. Hay que reconocerle a Dicker el haber sabido conjugar una copiosa, complicada y atrayente estructura de planos y perspectivas. Más de millón y medio de ejemplares vendidos avalan su novela y eso es algo que no se consigue por casualidad. El problema es que la historia no enamora, no deja detrás ninguna estela que haga echar de menos a los personajes. El planteamiento inicial promete y al final se multiplican las novedades. Pero durante el desarrollo Dicker patina. Varios personajes quedan a medio cocer. «La verdad sobre el caso Harry Quebert» es un libro entretenido pero discreto y no conviene dejarse llevar por la fanfarria mediática que lo acompaña, fanfarria a la que se suman cifras elevadas de premios, ventas y traducciones. La comparación con la «Lolita» de Vladimir Nabokov es una broma de mal gusto, por supuesto.
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viernes, 8 de septiembre de 2017

EL LADO OSCURO. (Andreu Martín)

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EL LADO OSCURO
Andreu Martín
MENOSCUARTO EDICIONES
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A finales del pasado año, Menoscuarto Ediciones desarrolló y dio a luz una interesante idea literaria, la colección de novelas policíacas «Seis Doble», para narrar las aventuras de la atractiva detective Sonia Ruiz. «Seis doble» se integra en la línea de la frecuentada y célebre serie francesa «Le Poulpe» (El pulpo), la última gran ofensiva del neopolar, un proyecto colectivo surgido en los años noventa en el que en cada entrega un autor diferente se hace cargo del mismo detective. Cada tomo recoge, más que la continuación de una historia, los casos y peripecias que distintos autores van ideando para el detective protagonista. La idea es un intento de recuperar el carácter popular de la novela negra, con unos relatos contundentes y sin pretensiones, un mensaje político inequívoco y unos precios al alcance de las masas más populares. Los sucesivos narradores, autores de primera fila en el género, van ideando nuevos casos para sus protagonistas comunes, al tiempo que enriquecen el perfil de los personajes.

Los protagonistas de «Seis Doble» son la treintañera Sonia Ruiz y su amigo Pau Soria. Sonia es quince años mayor que Pau, ejerció de canguro cuando él era pequeño, adquiriendo ahora su relación la categoría de «amigos sin derecho a roce». Sin embargo, Pau siente una atracción fatal por Sonia. «Qué hermosa era, la madre que la parió. Era su modelo de belleza femenina desde que aquellos ojos y aquella sonrisa se inclinaban sobre él, le deseaban buenas noches y le daban un beso después de leerle un cuento.» Sin embargo, para gusto colores, las relaciones laborales de Sonia con Pau no son del agrado de la madre de este, Cristina. En una ocasión, cuando Sonia salía de pasar una noche en el calabozo, liberada sin fianza por un juez, Cristina le mete una soberana bronca por tarambana y golfa y a su hijo Pau por estar conviviendo con ella.  

Abrieron el fuego en este novedoso propósito Lorenzo Silva y Noemí Trujillo con una trama relacionada con el acoso laboral. «Nada sucio», que así se llamaba la historia, nos regaló a una investigadora a la que costaba creerse del todo. Treintañera, recién separada y sin trabajo, Sonia Ruiz se embarcó en la carrera de detective con el afán de sobrevivir. Tampoco llegó a convencer su desinteresado ayudante, un Pau Soria joven que mantiene con la heroína una relación de amistad que por momentos parece ir más allá. En «Nada sucio» nos quedamos con la inexcusable y molesta impresión de que Soria acaba tomando más protagonismo que la propia detective.

Apoyado en este material, Andreu Martín consigue con «El lado oscuro» una novela sin fisuras, que engancha al lector desde la primera línea, y que lo obliga a seguir a Sonia Ruiz por los senderos de una historia en la que se conjugan personajes nada recomendables que campan a sus anchas en un mundo sin leyes. Su excesivo e incómodo realismo así como su adscripción sin reservas al género policíaco y la maldad que desprende alguno de sus personajes hacen de «El lado oscuro» un producto redondo. Hay en él humor e ironía, escenas de riesgo físico y de sexo explícito. Es ésta una novela que convence.

Andreu Martín se las arregla para hacer confluir con solvencia los dos relatos que dan pie a esta novela, historias que permanecen aisladas hasta el final y que recogen, por un lado, las investigaciones de Sonia Ruiz para demostrar la infidelidad del marido de una clienta que responde al nombre de Diana Martínez, personaje éste que en el momento del encuentro con la detective luce en el ojo izquierdo los restos de un hematoma de intenso color morado, síntoma de haber recibido malos tratos. Y, por otro, las de Pau Soria, quien se topa con un turbio asunto en el servicio secreto español. A Soria lo habían captado años atrás como experto informático para que colaborase en una alucinante misión internacional para el gobierno de Panamá. Un veterano del CNI, que tenía ganas de desplazarse a Centroamérica, le quitó el sitio. Ahora se encuentra a las órdenes de un experimentado agente, un tal Verdugo, un personaje nada cuerdo que se mantiene en guerra con el mundo. ¡Soy la alcantarilla del estado!, suele proclamar a destajo.

El problema es que Verdugo es un mal bicho, un mal enemigo. Su nombre define a la perfección su personalidad. Tras robar en casa del fiscal general del estado una miniatura del siglo XIV valorada en trescientos mil euros y verse descubierto, pasaporta al otro barrio a un joven compañero y se las ingenia para que la culpabilidad del robo recaiga sobre éste. Soria no tarda en comprender que el viaje que le proponen a Afganistán es una forma de quitarlo de en medio: «Se me están quitando de encima. Saben que he copiado la chorizada de Verdugo en el pendrive y me quieren callar la boca.»

Andreu Martín nació en Barcelona el 9 de Mayo de 1946. Estudió psicología en la Universidad de Barcelona y entre 1971 y 1979 trabajó como guionista de cómic para la desaparecida editorial Bruguera, al tiempo que colaboró en revistas como Destino, Cambio 16, Tiempo, El jueves, Gimlet, etc. En el 79 se embarcó en la aventura de escribir su primera novela, «Aprende y calla», iniciando así el largo camino de narraciones de género negro que lo han caracterizado, entre las que se encuentran «Prótesis» que ganó el premio «Círculo del crimen» en 1980, «El hombre de la navaja» que se hizo con el Hammett en el 89 y «Si es no es» con el «Deutsche Krimi Freis International» en el 92, entre otros.

Ojalá, esta iniciativa de Menoscuarto continúe con el mismo éxito porque fundamentos para ello tiene. Esperemos tener Sonia Ruiz para rato.
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viernes, 1 de septiembre de 2017

UN MES CON MONTALBANO. (Andrea Camilleri)

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UN MES CON MONTALBANO (Un mese con Montalbano)
Andrea Camilleri
TRADUCCIÓN: Elena de Grau Aznar
EDICIONES SALAMANDRA, S. A.
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«Un mes con Montalbano» es un recuento de treinta historias cortas que coadyuvan a conocer el universo de Camilleri y su personaje y que ponen a prueba la capacidad psicológica y deductiva del comisario así como su conocimiento y comprensión de las debilidades humanas. El nombre de Montalbano es un guiño a la figura del escritor Manuel Vázquez Momtalbán, y su primera característica es una radical diferencia social y cultural con Carvalho. Montalbano presume de una cultura sorprendente, especialmente dieciochesca, mientras que Carvalho posee una cínica afición a condenar a la hoguera los libros de su bien nutrida biblioteca. Ya en el 68 el futuro comisario Montalbano, que tenía por entonces 18 años, dio pruebas de sus inquietudes formativas e ideológicas: «se manifestó, ocupó, proclamó, arrasó, protestó y peleó.» Contra la policía, naturalmente.

Su parentesco, el parentesco de Montalbano, está muy cercano al Maigret de Simenon por su sagacidad deductiva y su conocimiento y comprensión de las debilidades humanas, siendo un escéptico en todos los órdenes, excepto quizás  en la búsqueda de la verdad por la que siente auténtica pasión. Es aquí, en los relatos de novela corta, en la descripción de toda esta galería de personajes típicos y en la voluntad de crear su propio microcosmos literario, donde Camilleri expone su deseo de sobrevolar la novela de intriga y detectives para asentarse en los terrenos de la ficción filosófica y moral.

Las referencias literarias en la creación de Camilleri son constantes, inverosímiles en cualquier comisario de la vida real, sin duda, pero perfectamente creíbles en un personaje fruto de la palabra. Las novelas de este escritor siciliano simbolizan un recorrido por los gustos culturales del propio narrador. No es, pues, una casualidad que Montalbano sea tan buen lector como el propio Camilleri. Sciascia, Pavese, Victorini y Borges, Dante, Kafka, Leopardi y Pirandello, Prust, Musil y Melville, Dürrenmatt, Poe y Cazotte, todos, sin excepción, tienen cabida en «Un mes con Montalbano».

En el mercado de masas en que nos movemos, la literatura corre el riesgo de generar éxitos multitudinarios allí donde menos se espera. Fue éste el caso de Andrea Camilleri quien, allá por 1998, con 73 años encima, emergió de la nada y se convirtió en realidad informativa. Camilleri publicaba por entonces sus novelas policíacas en una pequeña editorial, Selleiro (en referencia a su propietaria Elvina Sellerio), una editorial ésta con pocas expectativas de rivalizar con las grandes empresas del medio. La primera novela de la serie protagonizada por el Comisario Montalbano salió en 1994 bajo el título de «La forma del agua» (La forma dell´acqua), y ya en 1998, fecha de publicación de «Un mes con Montalbano», siete de sus novelas ocupaban los primeros lugares en las listas de los libros más vendidos en Italia. No es Camilleri un producto al uso de la mercadotecnia mediática, un engendro de la producción publicitaria, antes al contrario, es la más viva constatación de cómo la literatura más artesanal puede ser avalada por la mayoría. El propio Camilleri ya lo adelantó en su momento: «Soy un escritor lanzado por el tam tam del público, no he ganado premios de resonancia». Y es que, en un país que no se caracteriza precisamente por su amor a la lectura (según la Federación de Gremios de Editores de España el 39% de los españoles no leyó ni un libro en el 2015 y en una década se han cerrado el 25% de los puntos de venta de prensa), el poder del lector a la hora de elegir un libro es hoy más concluyente que el poder de la crítica, por más que pese a algunos críticos hermanados con ciertas posturas editorialistas más que dudosas.  

Por estas microhistorias de corte rural desfila todo un abanico de delitos. Premeditados, pasionales, financieros, mafiosos y políticos, cometidos por todo tipo de sujetos, jóvenes, adultos, hombres, mujeres, ignorantes y cultos. El pueblo de Vigàta es un espacio vital repleto de fisgones, de gente dura, terca y de pocas palabras, entre las que destaca con luz propia Calòrio, uno de esos vagabundos que pide limosna con discreción, sin molestar, sin asustar a mujeres y pequeños. Calòrio es un personaje al que, como al santo patrono de la ciudad, siempre se le conoció con un libro en la mano. Pirandello y Monzoni, Dostoievski y Maupassant fueron su eterna compañía. En Vigàta el orden social está dominado por dos familias mafiosas, los Cuffaro y los Sinagra, familias que al más puro estilo tradicional resuelven sus disputas a tiros. Cuando Montalbano recaló en Vigàta, unos buenos años atrás, el partido se había cobrado ya ocho muertos por bando.

Toda una galería de personajes ultraconservadores, anclados en una mentalidad semiurbana, anárquica, tan cándida como perversa, desfila por las páginas de «Un mes con Montalbano». Por amor entrega su vida Michela Prestia, cuyos devaneos con el contable Moscata trascienden los límites de lo imaginable. Por amor, un amor mal entendido, Mario Urso, otro contable cincuentón, mata a su esposa al sorprenderla en actitud inequívoca con su amante. Asimismo y por amor, a los cincuenta cumplidos, el doctor Landolina, un ginecólogo serio y apreciado en Vigàta, pierde la cabeza por la veinteañera Mariuccia Coglitore, viéndose obligado a salir por patas del pueblo.

«Un mese con Montalbano» llegó al castellano en 1998 de la  mano de Elena de Grau Aznar quien publicó su traducción, gracias a la editorial Salamandra, bajo el  título de «Un mes con Montalbano» en 1999. Dentro de su colección Narrativa, la misma editorial publicaría dos ediciones nuevas de la novela, una en 2002 y otra en 2012.

La aparición de «Un mes con Montalbano» provocó en la prensa española una ola de artículos. Vázquez Montalbán, con quien Camilleri compartió una provechosa amistad, se encargó de confeccionar el prólogo del libro, y el periodista Enric Juliana regaló a los lectores de La Vanguardia, bajo el título de «Montalbano contra Montalbán», una breve biografía del escritor. Montalbano ha pasado a formar parte del panorama siciliano. Camilleri apuesta por un idioma que refleja el habla de las gentes, un lenguaje repleto de circunloquios e hipérboles brutales, un reflejo de la idiosincrasia de los isleños, que «sólo con ironía pueden sobrevivir». 
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lunes, 21 de agosto de 2017

EL NIÑO 44. (Tom Rob Smith)

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EL NIÑO 44 (Child 44)
Tom Rob Smith
TRADUCCIÓN: Mónica Rubio
EDICIONES SALAMANDRA, S. A.
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La acción de «El niño 44» se sitúa en la Unión Soviética en los meses anteriores e inmediatamente posteriores a la muerte del dictador Iósif Stalin. La trama gira en torno a un asesino que posee impunidad para matar porque el sistema soviético no es capaz de admitir problemas sociales propios del capitalismo tales como el asesinato o la prostitución. A pesar de poseer una omnipresente policía secreta que sabe todo de todos, los soviéticos no están preparados para manejar a un asesino en serie. Un rosario de niños son asesinados y mutilados en todo el país, pero las autoridades locales no se atreven a reconocer los hechos como asesinatos, por lo que no hay forma de que las autoridades centrales tomen consciencia de lo que está ocurriendo. Los asesinatos son tratados como actos propios de desviados, homosexuales o personas mentalmente retrasadas, nunca de ciudadanos soviéticos de a pie.

Todo comienza cuando el cadáver de un niño de cuatro años, atropellado por un tren, es hallado en las vías a las afueras de Moscú. El padre del fallecido, miembro de la Policía de Seguridad del Estado, aventura la posibilidad de que la muerte de su hijo pueda no haber sido tan accidental como sugiere el informe oficial. Leo Stepánovich Demídov, héroe de guerra y prometedor  miembro del Departamento de Seguridad del Estado,  sostiene ante la familia del fallecido la imposibilidad de tal situación porque en la Rusia comunista, simple y llanamente, este tipo de crimen no existe. Sólo se conciben ataques por parte del corrupto mundo exterior. Las cosas se complican para Demídov cuando un rival despiadado afirma que su esposa, de  quien el propio marido sospecha que le es infiel, ha sido mencionada como contacto en la confesión de un sospechoso de espionaje. En el clima paranoico de la época, ésto significa la muerte. Y por ese camino parecen conducirse los hechos cuando Demídov se ve obligado a espiar a su esposa por supuesta traición a la patria. Demídov rechaza la evidencia de que un asesino tenga derecho a la libertad. Sólo cuando él mismo se convierte en víctima de una lucha burocrática intensa comienza a caérsele la venda de los ojos y su esposa y sus padres se ven atrapados en una pesadilla. Ni sus condecoraciones ni su excelente hoja de servicios le sirven para evitar ser degradado y expulsado de Moscú.

Desafortunadamente el héroe de Smith, Leo Demídov, no es un espía glamuroso sino un espía secreto stalinista. Miembro del Departamento de Seguridad del Estado, como ya se ha dicho, Leo Demídov cree ciegamente en la propaganda oficial de su país, según la cual la Unión Soviética es el paraíso de la igualdad y la fraternidad sobre la Tierra, una alianza de ciudadanos libres y trabajadores prósperos a los que hay que defender de sus enemigos con todos los medios imaginables, incluyendo la delación, la represión, la tortura y la muerte. El trabajo de este personaje consiste en detener, interrogar y torturar a aquellos que piensan y actúan fuera de la sincronía del estatus establecido.

Smith utiliza su historia de detectives para explorar las realidades de la vida de la Unión Soviética, tanto en el período estalinista como en las décadas posteriores. Queda claro en las páginas de la novela cómo el silencio y el miedo devienen en ignorancia, una ignorancia que genera incapacidad para reconocer  la verdad que corroe la fibra de todo ser humano. El amor queda deslustrado por el miedo. Demídov toma consciencia de que su esposa se casó con él por temor: «Me casé contigo porque tenía miedo. Temía que si rechazaba tus proposiciones me arrestaran, quizás no de manera inmediata, pero sí en algún momento, con cualquier pretexto. Yo era joven, Leo, y tú eras poderoso. Por eso nos casamos.» Y también que su padre, ante el temor de perder sus privilegios con el Estado, le aconseja que entregue a su esposa: «La verdad es que quiero que mi mujer viva. Quiero que mi hijo viva. Y yo quiero vivir. Haría cualquier cosa para que así fuera. Según lo veo, es una vida a cambio de tres. Lo siento.»

«El niño 44» está inspirado en la historia real de Andrei Chikatilo –el carnicero de Rostov- que entre 1978 y 1990 asesinó y mutiló al menos a 52 mujeres y niños en Rusia, Ucrania y Uzbekistán, territorios que formaban parte de la Unión Soviética por aquel entonces. «El niño 44» traslada a ese monstruoso personaje a la Rusia de 1953 y a todo lo que implicaba la dictadura absoluta de Stalin. O sea, las purgas no sólo de los disidentes sino de cualquiera que cayera en desgracia o le tocara la lotería, la censura despiadada de todo aquél que se atreviera a dudar que la Unión Soviética era la encarnación del paraíso en la Tierra, el dogmatismo como norma, la sumisión absoluta como fórmula de supervivencia, la impunidad del sádico y del corrupto si estaban arropados por el sistema. En esos entonces el crimen era atribuido al capitalismo y el asesinato considerado una «enfermedad capitalista». En el estado comunista de la Unión Soviética el crimen no tenía razón de ser, pues todas las personas eran iguales y tenían sus necesidades satisfechas.

La atmósfera, azotada por el viento, que se respira en las páginas de «El niño 44» es visualmente atractiva, con interminables paisajes nevados y aguas heladas reflejo de corazones y mentes congelados por el miedo y la paranoia, en uno de los peores períodos de la historia rusa. Las escenas dramáticas son profusas y tensas. Smith declaró en su momento: «Siempre me han interesado los daños colaterales, por así decirlo; es decir lo que sucede a los márgenes de la narración. Me gustaba la idea de explorar la colisión entre la investigación policial y la cultura del régimen, y el impacto que eso tenía en los protagonistas, más que la propia historia del asesino.» Pero «El niño 44» es algo más que eso. La novela representa con éxito todo lo que puede llegar a ser un régimen represivo. Si podemos cuestionar el cuadro que éste nos pinta, es porque la verdad fue mucho más cruda. Los rusos ordinarios, especialmente los que vivían lejos de Moscú, amaban a Stalin y creían en su paternalismo. Incluso hoy hay muchos que anhelan aquellos tiempos. Pero eso no importa, «El niño 44» no es una lección de historia, solamente es una pieza de ficción. 
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