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domingo, 28 de agosto de 2016

LA GRAN AVENTURA DE VERA CASPARY

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Vera Louise Caspary nació en Chicago un 13 de noviembre de 1899. Su madre, Julia (de soltera Cohen), contaba ya más de cuarenta años cuando ella nació y tenía otros tres hijos mayores; su padre, Paul, laboraba en el departamento comercial de una tienda. Pertenecían  ambos a una familia secular de inmigrantes judíos de segunda generación. Caspary decidió convertirse en escritora cuando siendo aún niña conoció a la tía de un amigo, una autora publicada. 

Después de su graduación en la escuela secundaria, en 1917,  Caspary decidió renunciar a la universidad y buscar trabajo. Su padre la inscribió en un curso de seis meses en una escuela de negocios, y en enero de 1918, encontró acomodo como taquígrafa. Pasó por una serie de ocupaciones de baja categoría, en busca de una en la que pudiera escribir en lugar de tomar dictado de las personas con mala gramática. Cuando hubo ahorrado lo suficiente, renunció a este cometido con el fin de quedarse en casa y escribir “algo significativo”. El resultado fue una novela que nunca publicó.

En el momento que murió su padre, en 1924, Caspary contaba con el pleno apoyo de su madre, que estaba impresionada al ver como su hija podía ganar dinero con sólo golpear las teclas de una máquina de escribir. Pero los ingresos procedentes de la escritura de Caspary eran apenas suficientes para mantenerse a sí misma y a su madre, así que a mediados de la década de 1920 aceptó un trabajo en la ciudad de Nueva York, como redactora  para el «Dance Lovers Magazine´s». Tomó un estudio en Greenwich Village, y se deleitó en la vida bohemia. Allí conoció a su amigo de toda la vida y colaborador, Samuel Ornitz, entonces editor de «Radio Lovers Magazine». Una vez más dejó su trabajo para escribir su propio material, y así nació su primera novela «Ladies and Gents», que no sería publicada hasta dos años más tarde. Mientras vivía en Greenwich Village se inspiró para escribir «The White Girl», publicada en enero de 1929.

En marzo de 1933, un editor de la Fox se interesó por su trabajo. Caspary pasó ese verano en Hollywood, escribiendo para la Fox y trabajando en una obra de teatro con Samuel Ornitz. Al poco tiempo había vendido tres historias a los estudios y conseguido un contrato de quinientos dólares a la semana. 

Caspary nunca se encontró en una posición desahogada cuando llegó la «Gran Depresión». A otros, sin embargo, les fue peor. Mientras, ella, con aire de culpabilidad, observaba como gran parte de la población se hundía en la miseria. En esos momentos se interesó por las causas socialistas y se unió al Partido Comunista bajo un alias. Una de las últimas cosas que su madre hizo antes de morir fue regañarla por asociarse con los rojos. En abril de 1939, Caspary usó las ganancias de la venta de una de sus historias para viajar a Rusia, en un intento de confirmar sus creencias. Sin embargo el pacto de Stalin con Hitler terminó por desilusionar a muchos miembros del Partido, incluyendo a la propia Caspary. Ella renunció a su afiliación, y siguió ayudando con dinero para apoyar las causas proletarias. 

Cuando en junio de 1941 Alemania atacó a Rusia Caspary comenzó a interesarse por la ficción criminal, pero, en lugar de producir una historia original para la gran pantalla, se animó a convertirla en una novela. Ésta fue terminada en octubre y cuando Estados Unidos declaró la guerra a Alemania y Japón, a principios de diciembre, Caspary se despidió de los estudios cinematográficos y volvió feliz a su proyecto literario. Fue durante la Navidad de 1941, cuando ella escribiría “The End” en la última página de «Laura».

El psico-thriller «Laura» es una historia detectivesca de tono perfecto que maneja magistralmente los tropos del género para explorar la clase social, el crimen y la política sexual. Los giros de la trama son ingeniosos, los personajes dibujados por una mano experta, y el estilo de la prosa de Caspary tan refinado como el mejor de Raymond Chandler. Contada desde el punto de vista de múltiples narradores, el argumento gira en torno al brutal asesinato de Laura Hunt, una ejecutiva de publicidad de gran éxito, querida y respetada por todos. Durante el proceso de investigación, el adusto detective Mark McPherson termina enamorándose de una mujer muerta. Apoyándose en una narración de perspectivas múltiples, Caspary conduce al lector por callejones oscuros, a través de las amenazas y los riesgos a los que debe enfrentarse una mujer en su trayecto por un mundo poblado de hombres.

Caspary terminó indignada con la caracterización que, en la versión cinematográfica, un todavía desconocido Otto Preminger realizó de Laura, diseñándola como como una inocente criatura cuyo poder residía en su atractivo con los hombres. Preminger llamó a la Laura de Caspary “una nulidad sin sexo”. Para ella, sin embargo, la Laura que recreó Gene Tierney fue más notable por su magnificencia que por sus otros encantos. “Mi Laura sabía amar, disfrutó de más de un amante y lo hizo vigorosamente”. El pleito culminó, décadas después, en una infame pelea a gritos entre el director y la escritora en el Stork Club.

En 1942 Caspary ocupó su tiempo, con George Sklar, en una dramatización de «Laura», y mientras esperaba por algún trabajo significativo procedente de la Oficina de Información de Guerra trató de unirse al ejército, pero fue rechazada. Ella acababa de conocer a su futuro marido, el productor de cine austriaco Isadore “IGEE” Goldsmith. Aunque el éxito de «Laura» había quintuplicado su salario, Caspary era infeliz en Hollywood sin “IGEE”, así que interrumpió sus labores en la redacción de una nueva novela y se trasladó a Londres hacia el final de la guerra para estar con él. A pesar de su situación y de tener una esposa anterior abandonada mucho tiempo en Inglaterra, en 1948 “IGEE” estaba ansioso por casarse con Caspary. Después de tres años de separación física de su ex-esposa, “IGEE” obtuvo el divorcio ese mismo año por motivos de abandono. Mientras se gestionó el asunto del divorcio, “IGEE” visitó a su hijo en Suiza y, estando allí, compró a Caspary un pequeño chalet en los alrededores de Annecy. Después de vivir juntos durante siete años, a la edad de cincuenta, Caspary se casó con “IGEE”, el amor de su vida, y distribuyó su tiempo entre Europa y California.

El Hollywood de 1951 fue un campo de cultivo para el «Comité de Actividades Antiestadounidenses», organización que propició una rabiosa investigación anticomunista que enfrentó entre sí a los residentes de la meca del cine. “IGEE” y Caspary se disponían a partir para Europa, cuando aparecieron citados en la lista negra de dicha organización. Siguiendo el consejo de un abogado la pareja abandonó el país tan pronto como le fue posible. Se quedaron en Europa, “IGEE” transitando de un estudio a otro, tratando de financiar nuevos proyectos o rehacer los antiguos y Caspary escribiendo una comedia musical, «Wedding in Paris». Fue mientras trabajaban en Austria cuando Caspary tuvo conocimiento que había sido añadida a la lista negra. La pareja regresó a Hollywood a principios de enero de 1954, pero se encontró con que el clima en la ciudad había empeorado, habiendo pasado de frío a gélido. Después de seis meses de residencia abandonaron de nuevo el país. En 1956, Caspary e “IGEE” regresaron de nuevo a Hollywood cuando el Comité finalmente había perdido interés en sus actividades. Un trabajo la estaba esperando; un viejo amigo de Sol Siegel había adquirido los derechos del libro «Les Girls», y estaba ansioso porque ella la adaptara a la gran pantalla. Sin embargo la «Metro Goldwin Mayer» no estaba dispuesta a emplearla, a menos que escribiera una carta en la que se pronunciara sobre su no pertenencia al Partido Comunista. Bajo coacción Caspary claudicó y escribió la carta. 

La pareja distribuyó su tiempo entre Hollywood y Europa. Caspary ya no podía trabajar con la intensidad y el fervor de su juventud, pero todavía lo necesita para ganarse la vida y pagar sus deudas. Ella incluso rompió un voto de veinte años y realizó un trabajo con el siempre irascible Harry Cohn para «Columbia Pictures». Volvió a trabajar en una idea que había comenzado en Austria y que había sido rechazada en Londres, y para su sorpresa la «20th Century Fox» le ofreció 150.000 dólares por ella. La querían para Marilyn Monroe. El acuerdo se realizó, el contrato se firmó y se envió el primer pago, pero la película nunca se llevó a cabo. 

La agradable sensación de ser financieramente seguros por primera vez en mucho tiempo se perdió cuando a “IGEE” le fue diagnosticado un cáncer de pulmón. Entre las cirugías y los ataques propios de la enfermedad, la pareja viajó a Grecia, Las Vegas, Nueva Inglaterra y todos aquellos lugares que había tenido intención de visitar en el pasado. “IGEE” murió en 1964 mientras se encontraban en Vermont. 

Caspary volvió a Nueva York después de la muerte de su esposo, donde publicó ocho libros más. Hacia el final de su carrera, había escrito dieciocho novelas, innumerables historias, obras de teatro, guiones, y los tratamientos para veinte y cuatro películas, entre ellas «Carta a tres esposas» (1949) de Joseph Mankiewicz, «La gardenia azul» (1953) de Fritz Lang, y «Les Girls» (1957) de George Cukor. Ella es, sin embargo, más recordada por su vinculación con «Laura», la inmortal película noir de 1944 dirigida por Otto Preminger y basada en su novela homónima.

Tras el éxito de «Laura», Caspary escribió más noir, incluyendo «Bedelia» (1945). «Bedelia» retrata la personalidad de un ama de casa frustrada que se convierte en una figura amenazadora, atrapada e insatisfecha y que deviene en psicótica. Como en gran parte de la obra de Caspary -que transmite la idea de que algo no funciona en las relaciones entre los sexos- «Bedelia» hace hincapié en la necesidad y el derecho de la mujer a la independencia intelectual y financiera. El tema recurrente de Caspary, ya sea en una novela de misterio, drama o comedia musical, fue la mujer trabajadora y su derecho a llevar su propia vida, a ser independiente. En su autobiografía, «Los secretos de los adultos», publicada en 1979 por McGraw Hill, la Sra. Caspary escribió: «Este ha sido el siglo de la mujer, y me felicito a mí misma por haber formado parte del proceso». «Para los que vengan después de nosotros puede resultar más fácil de afirmar la independencia de la mujer, pero se perderán la gran aventura de haber nacido en este siglo de cambios».

Vera Caspary murió en el «St. Vincent´s Hospital» de la ciudad de Nueva York, el 13 de junio de 1987. Ella contaba 87 años y vivía en Greenwich Village.
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jueves, 25 de agosto de 2016

LA MUJER DE UN SOLO HOMBRE. (A. S. A. Harrison)

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LA MUJER DE UN SOLO HOMBRE (The Silent Wife)
A. S. A. Harrison
TRADUCCIÓN: Gemma Rovira Ortega
EDICIONES SALAMANDRA, 2014
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«La mujer de un solo hombre» -(The Silent Wife)- arrastra tras de sí una historia sorprendente que la ha convertido en un éxito de ventas: La Sra. Harrison, autora de cuatro obras de no ficción, era una escritora desconocida de Toronto que nunca había publicado una novela antes. Su libro fue lanzado en versión de bolsillo, no en tapa dura que es el formato preferido y más caro elegido por un editor cuando quiere que un libro tenga éxito. «La mujer de un solo hombre» -(The Silent Wife)- fue la primera novela de Harrison, y por desgracia la última. En un trágico giro de la vida, ella murió de cáncer en abril de 2013, solamente semanas antes de que su libro fuera publicado. Tenía 65 años. 

Jodi y Todd disfrutan de abundantes comodidades: poseen un condominio frente al mar con unas vistas impresionantes; él, a su vez, conduce un Porsche y ella un Audi coupé; ambos se solazan con un estilo de vida indulgente ofrecido por la actividad de promoción inmobiliaria que él desarrolla. Jodi atiende sólo dos clientes al día en su práctica de la psicoterapia y dedica el resto de su tiempo a sus clases de Pilates, a alternar con las amigas y a la preparación de las comidas que ambos disfrutan. Su perro, un golden retriever, responde al nombre de Freud. Sus días y noches, los días y noches de Jodi y Todd, carecen de magia, pero 20 años después de reunirse tras un «oportuno»  accidente de coche, todavía siguen juntos sin haberse casado oficialmente.

Jodi Brett es hermosa, rica e inteligente. Psicoterapeuta de profesión, es profundamente consciente que el brillo de su matrimonio se está agrietando. Todd es un tramposo, y Jodi lo sabe. Ella tiene la sensación de que su vida se desmorona y que un abismo de sombrías posibilidades se abre ante sus ojos. En el fondo, él también es consciente de que ella lo sabe; de hecho cuando en un bar de hotel revela a la clientela –hombres que han tenido hijos, porque éso es lo que hacen los hombres- que va a ser padre, Todd responde con absoluta franqueza: «Sólo espero que mi mujer no se haya enterado». Ya en el segundo párrafo del libro A.S.A. Harrison nos anuncia que Jodi se convertirá en una asesina; su viaje hacia ese punto de inflexión hará que cada página subsiguiente de la novela se convierta en el juego de la espera.

Ambientada en Chicago, la alternancia de capítulos entre “él” y “ella”, revela el descontento y las peculiaridades que coexisten detrás de las historias de los dos protagonistas, Todd y Jodi. Ninguno de ellos es fácil de contentar; ambos son productos de crianzas difíciles. Ella está acostumbrada a las apariencias, al fingimiento persistente, a los abismos de silencio; sin embargo, es feliz ignorando las numerosas infidelidades de Todd, manteniendo un hogar perfecto para él: los jarrones profusamente repletos de rosas, el vino blanco frío a su regreso a casa, las galletas cubiertas con ostras ahumadas para el caso de que él se presente con hambre... Ella reflexiona sobre los pensamientos del pasado y las inclinaciones mujeriegas de Todd, agradeciendo que él no se haya desviado como sus amigos. Sin embargo, Todd es totalmente incapaz de ver la verdad de las cosas y de hacer frente a la realidad de su situación, aplicándose a sí mismo el dicho de que “amar a una más, no significa amar a la otra menos” y manteniendo a sus dos mujeres en la ignorancia de sus acciones. Él justifica ante sí todos sus chanchullos, incluso su relación con la hija de su mejor amigo. 

Como comentamos anteriormente Harrison nos informa desde el principio del relato que Jodi se convertirá en una asesina, pero lo cierto es que ella se toma su tiempo para perfeccionar los pequeños detalles que hagan la acción de Jodi creíble. Jodi puede tener un aspecto inmaculado desde el exterior, pero es incómodo verla complacer los caprichos de su marido y después tomarse pequeñas venganzas por sus indiscreciones. «Once pastillas. Todas las que había en el frasco, unos comprimidos redondos y azules como los botones de un vestidito de bebé. Las volcó en su mano y fue contándolas mientras las echaba una a una en el mortero. Una mujer que tritura somníferos en el mortero de su cocina y mezcla el polvo resultante, de textura parecida a la tiza, con la bebida que su marido se tomará antes de acostarse, podría dar que pensar...» Pero el resultado es solamente una resaca severa para Todd: «Se sienta en el váter con los codos en las rodillas, tapándose la cara con las manos, y suelta un chorro de orina fétido. Apenas puede mantenerse erguido. Piensa en el café, en su olor y su sabor, y eso lo lanza del váter a la ducha, donde abre el grifo del agua fría. Los helados perdigones le producen un dolor puro, absoluto, pero no son nada comparados con el martillo neumático que le aporrea la cabeza».

Jodi es fresca y quebradiza, -«...pero a medida que pasan los años cada vez le cuesta más soltarse, cada vez está más acostumbrada a la fragilidad que acompaña a la entereza. Supone que llegará el día en que aparecerán en su piel finas grietas que se ramificarán y se dividirán hasta que Jodi se parecerá al jarrón de cerámica craquelada de la repisa de la chimenea»-. Todd, dividido entre los deseos de dos mujeres más inteligentes y más poderosas que él, es menos concreto. Pero a medida que la novela avanza, la elegante e incisiva prosa de Harrison se ensucia, se vuelve más peligrosa, llegando incluso a describir el apartamento que Jodi mantuvo tan magnífico, como “la guarida de un animal repelente”.

La novela de A.S.A. Harrison ha sido comparada con «Girl Gone», el gran éxito de Gillian Flynn, pero la realidad es que «La mujer de un solo hombre» -(The Silent Wife)- es un libro muy diferente: más frío, menos dramático y, en última instancia, el alarmante retrato de un matrimonio en descomposición; de cómo las cosas pueden deslizarse sin que cualquiera de las partes se dé cuenta, de cómo el asesinato puede, insidiosa y lentamente, parecer la mejor, la única opción.
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jueves, 18 de agosto de 2016

RELECTURA: «LAURA». (Vera Caspary)

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LAURA (Laura)
Vera Caspary
TRADUCCIÓN: Pilar de Vicente Servio
ALIANZA EDITORIAL, S. A., 2016
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Una vez que uno ha visto la versión cinematográfica de un libro, y lo que es más, si la ha visto en varias ocasiones, es imposible erradicar por completo de la mente las imágenes de la película. Mientras leía «Laura», me encontré comparando a la preciosa Gene Tierney con la ficticia Laura, y por supuesto al pulcro y malintencionado Clifton Webb con la visión que Caspary tiene de Lydecker. Sin embargo, -¡lo que son las cosas!-, a Caspary le molestó mucho la interpretación que de «Laura» realizó Preminger. Ella discrepó con el director sobre la forma en que éste representó la sexualidad de Laura en su versión cinematográfica de 1944. La rabia de Caspary, como ella misma la llamó, se mantuvo tan intensa que décadas después de la filmación de la película, llegó a atacar verbalmente a Preminger en un restaurante.

La ciudad, aquella mañana de domingo, estaba en calma. Así comienza «Laura» de Vera Caspary...

El detective de la policía de Nueva York Mark McPherson es asignado a un caso de asesinato. La víctima es Laura Hunt, una ejecutiva de publicidad muy exitosa y bien remunerada. A partir de las pistas recabadas en la escena del crimen parece que la noche del viernes Laura contestó al timbre y al abrir la puerta recibió un disparo a quemarropa en la cara. Así que tenemos un hermoso cadáver en la losa de la morgue y existe un asesino sin nombre suelto, pero también hay una serie de preguntas sin respuesta acerca de Laura. La noche del asesinato Laura había quedado para cenar con su amigo Waldo Lydecker, y luego se había planteado salir de la ciudad y viajar a su localidad de origen, quedando en volver el miércoles para contraer matrimonio con Shelby Carpenter. Las preguntas surgen por sí solas: ¿Por qué se canceló la cena con Lydecker? ¿Por qué Laura no se lo comentó a Shelby? ¿Por qué estaba todavía en la ciudad el sábado por la mañana? Y, ¿qué hacen dos vasos sucios en su dormitorio? 

Cuando McPherson profundiza en torno al caso descubre que las personas que aman a Laura –su prometido Shelby, su amiga y confidente Diane Redfern, el erudito Waldo Lydecker y su neurótica tía, Susan Treadwell-, no dicen la verdad. ¿Qué esconden entonces?

Uno de los valores capitales de «Laura» radica en el diseño del personaje de Waldo Lydecker. Caspary adoptó la técnica narrativa de Wilkie Collins de alternar múltiples voces en el relato de la novela y creó a Lydecker bajo el molde del conde Fosco, un personaje de la obra de Collins «La dama de blanco». «Mis proporciones son, si acaso, demasiado heroicas. Aunque mido casi diez centímetros por encima del metro ochenta, lo magnífico de mi esqueleto queda eclipsado por el peso de mi carne». El esteta y periodista Waldo Lydecker, una de las tres voces narrativas de la historia, cuyos defectos se extienden desde el deseo hasta la gula, es un producto estéril, afeminado y exigente de la sociedad de Nueva York. «Soy el hombre más mercenario de América. Nunca hago nada sin calcular los beneficios». La cena que Mark McPherson, el detective que investiga el asesinato de Laura, celebra con Waldo en Montagnino -donde comparten una buena comida, música, vino, y brandy- muestra a un Waldo bruto y obsesionado con la perfección: «Madame, tenga la amabilidad de apiadarse de los tímpanos de alguien que oyó a Tamara presentar esa encantadora canción y reprima sus torpes esfuerzos por imitarla».

Caspary utiliza muchas convenciones de la mujer fatal en el diseño de Laura. Es hermosa y despierta sentimientos eróticos en los hombres que la conocen. «Volvió a resonar el trueno. Entonces, la vi. Tenía el sombrero empapado por la lluvia en una mano y un par de guantes ligeros en la otra. El vestido de seda salpicado de agua se le ceñía al cuerpo. Medía un metro setenta, pesaría unos sesenta kilos y tenía los ojos oscuros ligeramente sesgados, el pelo moreno y la piel bronceada. Y unos tobillos que no estaban nada mal». «Laura» es, de hecho, una novela sobre el deseo y el apetito sexual, pero el deseo es aquí sólo tangencialmente sexual. La vida y los anhelos de Laura son un reflejo de los de su creadora; ella ansía una existencia digna de ser representada en un lienzo: una carrera exclusiva de un hombre y una vida satisfactoria, que incluya amor, amistades duraderas, buena comida, buena bebida, teatro, arte...

Caspary nos permite obtener la medida de los personajes principales de su novela en tan sólo un par de frases. Así, la tía de Laura, Susan Treadwell, es una mujer que gotea miel, pero escupe ácido: «Espero que encuentre al monstruo..., espero que lo encuentre y le saque los ojos y le atraviese el cuerpo con clavos ardiendo y lo fría en aceite hirviendo». Es fácil desdeñar a la tía de Laura, la señora Treadwell. Mientras está sumida en las profundidades del luto, se encuentra lista para evaluar la riqueza de su sobrina muerta y pelearse con cualquiera que tenga derecho a una porción de la herencia de Laura. Al igual que con todos los personajes de la novela, hay mucho más allá de la señora Treadwell de lo que aparece a primera vista. 

McPherson se encuentra sometido a una considerable presión durante toda la investigación del caso, pero su avecinamiento con la delincuencia no entorpece la fascinación que llega a experimentar por Laura. Se obsesiona con ella desde el momento que contempla su retrato en el apartamento de la víctima. «El mejor rasgo del cuadro, igual que el mejor rasgo de Laura, eran los ojos. La tendencia oblicua, enfatizada por la acusada inclinación de las cejas oscuras, daba a su cara aquel aire tímido, como de cervatillo, que tanto me había hechizado el día que abrí la puerta a una niña delgada que me pidió que promocionase una estilográfica». Comienza interesándose por el tipo de libros que lee, para luego pasar a una información más íntima: «Tenía enamorados a montones de hombres, ¿no es así?». «¿Cómo es que no se casó?»...

Asimismo, McPherson siente una aversión inmediata hacia el novio de Laura, Shelby, un hombre cuyo encanto del sur es capaz de seducir a las mujeres a primera vista. Antes de conocer a Laura Shelby vendía lavadoras -¿o eran envolturas para salchichas?, argumentaría jocosamente la señora Treadwell- y, tras saltar de un trabajo precario a otro, no ganaba más allá de treinta dólares a la semana cuando Laura le procuró un empleo en su oficina. «El espejo alargado enmarcó su primera impresión de Shelby Carpenter. Sobre el fondo de los muebles amortajados, Shelby recordaba a una figura brillantemente litografiada en el póster chillón de una película de cine que decorase  el sombrío granito de un antiguo teatro de la ópera. El traje oscuro elegido para aquel día de luto no conseguía apagar su vívida grandeza. Una energía masculina relucía en su piel bronceada, centelleaba en sus ojos gris claro, henchía sus poderosos bíceps».

Caspary toma a sus personajes, –el superficial Shelby, el peculiar Lydecker y la banal señora Treadwell-, y los coloca al borde de la delincuencia. Bajo el escrutinio de McPherson todos ellos se convierten en aduladores de Laura; marionetas ubicadas en una órbita que gira alrededor de esta mujer hermosa, extraña e insondable. Podemos saborear esta obra maestra por muchas cosas: por su capacidad para que nos identifiquemos con los malvados o por la hipnótica secuencia de la primera aparición de Laura. «Laura» deviene en delicada, exquisita, por momentos vibrante y siempre melancólica, maravillosamente bien escrita, e inolvidablemente, autentificada por la perfecta recreación de los personajes -en especial el de la propia Laura-, uno de los seres más subyugantes, vulnerables y bellos que nos haya legado la novela negra. En general el relato, «Laura», el resultado de un monumento del arte creativo, constituye un extraordinario testimonio de una concepción de la creación sólo calificable como clásica y, por tanto, imperecedera. 
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lunes, 15 de agosto de 2016

PRIMERA EDICIÓN: «THE MALTESE FALCON». (S. D. Hammett)

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EL HALCÓN MALTÉS
(THE MALTESE FALCON)
SAMUEL DASHIELL HAMMETT
ALFRED A. KNOPF INC.
1930
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domingo, 14 de agosto de 2016

ALFRED A. KNOPF, LA MARCA DEL BORZOI

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ALFRED A. KNOPF
Nueva York, 12 de Enero de 1892
Nueva York, 11 de Agosto de 1984 
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Alfred A. Knopf fue la última firma importante de la antigua industria editorial americana, que incluye nombres como Henry Holt and Company, G. P. Putnam´s Sons y Ticknor and Fields. Muchas de las empresas que giraban a su alrededor cuando Knopf se inició ya no existen, o bien han sido absorbidos por otros  conglomerados editoriales. La propia Knopf ha sido comprada y vendida varias veces, y ahora pertenece, junto con cientos de otros sellos editoriales, a una mega empresa resultante de la fusión de Penguin y Random House. Sin embargo, de alguna manera Knopf se ha aferrado a su identidad como una editorial preocupada por la excelencia literaria, que se precia de ser singular en la publicación de sus libros.

Alfred A. Knopf nació el 12 de enero de 1892 en el seno de una familia judía en la ciudad de Nueva York. Su padre, Samuel Knopf, fue un fabricante de ropa reconvertido en vendedor y director de banco; su madre, Ida, murió cuando él tenía cuatro años de edad. Alfred asistió a la Universidad de Columbia, donde dejó unos estudios inconclusos de Derecho. Su intención era completar esos estudios en la Universidad Harvard, pero un viaje a Inglaterra para visitar a John Galsworthy –Premio Nobel de Literatura en 1932-, le hizo cambiar de idea. Galsworthy se había doctorado en Derecho en Oxford en 1890,  aunque pronto comenzó a escribir, quizás debido a su amistad con Joseph Conrad.

Knopf renunció a su carrera de Derecho y a su regreso a EE. UU. entró en el mundo de la publicación. Entusiasta de la novela, Knopf se puso en contacto con escritores conocidos, como Rex Beach, Theodore Dreiser y George Barr McCutheon solicitando lo que se conocería como «propagandas publicitarias». Por otra parte el entusiasmo que Knop sentía por Conrad le llevó a contactar con H. L. Mencken, también admirador de Conrad, iniciando así una estrecha amistad que duraría hasta la muerte de este último en 1956.

A mediados de 1915, la editorial Alfred A. Knopf publicó su primer volumen, una colección de cuatro guiones del dramaturgo francés Émile Augier, con su propia tipografía, diseño, fabricación y arreglos. Con una inversión inicial -legada por su padre- de cinco mil dólares, Alfred A. Knopf comenzó a competir con empresas ya establecidas, obteniendo su primer gran éxito en 1916 con “Mansiones verdes” del escritor argentino W. H. Hudson.
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BLANCHE WOLF
Nueva York, 30 de Julio de 1894
Nueva York, 4 de Junio de 1966
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Ese mismo año se casó con su asistente y única empleada, Blanche Wolf, de veinte años, nacida en la ciudad de Nueva York el 30 de julio de 1894. Blanche era hija de un joyero nacido en Viena, y tras su matrimonio se incorporó de inmediato a la empresa. Aprendió la mecánica de la impresión y la edición y pasó a convertirse en una editora de gran influencia. Tomando prestada la idea de la firma británica Heinemann, que identificó sus libros con un molino de viento, Blanche estampó sus libros con un galgo ruso –un Borzoi-  y se aseguró de que ése fuera el distintivo de la empresa. A lo largo de los años Blanche jugó un papel importante dentro de la empresa Knopf. En poco tiempo la editorial se convirtió en una fuerza importante en el mundo literario atrayendo a escritores consagrados de EEE. UU y el extranjero. Knopf publicó a autores como Joseph Conrad, W. Somerset Maugham, D. H. Lawrence, E. M. Foster, Jean Paul Sartre, Simone de Beavoir, Albert Camus, Thomas Mann, Sigmund Freud y Frank Kafka.

En 1917, de los 77 libros que Knopf había editado, más de una cuarta parte eran originarios de escritores de habla inglesa, mientras que los escritores continentales, rusos y asiáticos representaban casi la mitad. En la década de los 20, Knopf comenzó a adquirir los derechos de escritores estadounidenses notables tales como Will Carter, Carl Van Vechten y Joseph Hegesheimer. Posteriormente la publicación de autores americanos se extendería a H. L. Mencken, Theodore Dreiser, Vachel Lindsay,  Conrad Aiken, James Baldwin, John Updike y Shirley Ann Grau.

Fue Blanche quien inscribió en la nómina de escritores de Knopf a Dashiell Hammett, Raymond Chandler y James M. Cain, estableciendo así una tradición en la publicación de thrillers de alta gama que sigue siendo un distintivo del sello Knopf.

En 1918 Alfred A. Knopf se convirtió en presidente de la firma, título que conservaría durante treinta y nueve años. La editorial se ganó el respeto por la calidad intelectual de los libros publicados y la empresa cosechó todo tipo de elogios por sus diseños. Aunque nunca llegó a ser la editorial más grande del país en términos de volumen de producción o de ventas, sí adquirió una gran reputación por la calidad de sus trabajos de impresión.

Con la considerable perspicacia literaria de Blanche y la experiencia financiera de su padre, que se unió a la empresa en 1921, Alfred A. Knopf Inc. se expandió rápidamente entre los años 1920 y 1930. En 1934, William A. Koshland se unió a la compañía y se mantuvo asociado a la empresa durante más de cincuenta años, llegando a ser Presidente de la misma.

La firma resistió su primera crisis financiera en 1935. Las ventas de libros sufrieron una caída dramática después de la introducción del sonido y la imagen en movimiento en 1927, y llegaron a su cota más baja en 1933.

La llegada de la Segunda Guerra Mundial cortó el acceso estadounidense a los escritores europeos. Entretanto, Blanche Knopf se interesó por escritores latinoamericanos. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Alfred Knopf entregó la parte europea de la empresa a la señora Knopf, lo que obligó a ésta a viajar al continente europeo todos los años. Entre los escritores que Blanche «cortejó» con éxito se encontraban Elizabeth Bowen, Hammond Innes, Angela Thirkell, Alan Sillitoe, Mikhail Sholokhov, Mario Soldati y Elinor Wylie. El interés primordial de la señora Knopf se centró por entonces en la literatura francesa, y así llevó a la empresa a Alfred Camus, André Gide, Jules Romains y Jean Paul Sartre.

En 1954 Pat Knopf –Alfred “Pat” Knopf, hijo de los Knopf, director comercial de la empresa desde 1945- añadió «Vintage Books» -un sello en rústica- a la empresa. Blanche Knopf se convirtió en presidenta de la firma en 1957. En abril de 1960, Alfred y Blanche Knopf vendieron la empresa a Random House. Random House se hizo cargo de la parte técnica de la misma, al tiempo que Alfred y Blanche se unieron al Consejo de Administración. Knopf retuvo el control editorial durante cinco años, y luego conservó solo su derecho de veto sobre los manuscritos de otros editores. Las redacciones de las dos compañías se mantuvieron separadas y Knopf Inc. conservó su carácter distintivo.

Después de la muerte de Blanche en 1966, William A. Koshland se convirtió en presidente y, dos años más tarde, Robert Gottlieb, –editor de The New Yorker-, quien venía desarrollando sus labores profesionales en Simon & Shuster desde 1955, se unió a la empresa como vicepresidente. Gottlieb se convirtió en presidente y en editor jefe después de la jubilación oficial de Alfred Knopf en 1973. Gottlieb se mantuvo en Knopf hasta 1987.

Más tarde, Random House fue comprada por Newhouse, y, con el tiempo se convirtió en una división de Bertelsman AG, una gran multinacional. La huella Knopf ha sobrevivido a todas estas compras y fusiones.

Blanche Knopf murió en junio de 1966. Después de esta muerte Knopf se volvió a casar, esta vez con Helen Knopf en 1967. Se retiró oficialmente en 1972, convirtiéndose en presidente emérito de la firma, una posición que mantuvo hasta su muerte. Knopf estuvo activo durante su retiro y murió el 11 de agosto de 1984, en su finca de Purchase, Nueva York, de una insuficiencia cardíaca congestiva.

Los logros de Knopf como editor de libros le hicieron acreedor a una media docena de títulos honoríficos, así como decoraciones de los gobiernos polaco y brasileño. Además, su servicio en la junta asesora de la Comisión de Parques Nacionales y sus incansables esfuerzos en favor de la conservación de la naturaleza le valieron numerosos premios.
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DASHIELL HAMMETT: «Red Harvest (1929), The Dain Curse (1929), The Maltese Falcon (1930), The Glass Key (1931), The Thin Man (1934)».
RAYMOND CHANDLER: «The Big Sleep (1939), Farewell, My Lovely (1940), The Brasher Doubloon (1942), The High Window (1942), The Lady in the Lake (1943)».
JAMES M. CAIN: «Our Government (1930), The Postman Always Rings Twice (1934), Serenade (1937), Mildred Pierce (1941), Love´s Lovely Counterfeit (1942), Past All Dishonor (1946), The Butterfly (1947), The Moth (1948)».
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viernes, 12 de agosto de 2016

LA CELDA DE CRISTAL. (Patricia Highsmith)

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LA CELDA DE CRISTAL (The Glass Cell)
Patricia Highsmith
TRADUCCIÓN: Amalia Martín-Gamero
EDITORIAL ANAGRAMA S. A., 2016
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“No creo que mis libros deban estar en las bibliotecas de las cárceles”, reflexionó, de forma lapidaria, Highsmith  después de recibir en 1961 una carta de un interno de la prisión estatal que había disfrutado de la lectura de su libro «Deep Water». Sin embargo, la correspondencia entre escritora y reo fluyó con normalidad a partir de ese momento, y Highsmith se fascinó con los traumas psicológicos que el encarcelamiento penitenciario era capaz de generar. Así nació una historia real, «La celda de cristal», que combina la preocupante fabulación de Highsmith con una crítica penetrante de la devastación psicológica causada por el sistema penitenciario. Hoy, cincuenta años después, sigue siendo difícil estar en desacuerdo con su pensamiento.

A pesar de que las adaptaciones cinematográficas de las novelas seriamente subestimadas de Highsmith han llegado a un amplio público, (léase «Extraños en un tren» de Alfred Hitchcok, con guion adaptado por Raymond Chandler; «El talento de Mr. Ripley» de Anthony Minghella  y «El amigo americano» de Wim Wenders, entre otras), ninguna de ellas ha sido capaz de capturar el vacío moral que gravita sobre su obra. Hay quien la descarta como escritora de novela negra, mientras que los devotos del género a menudo son perturbados por su falta de interés en todo lo referente al crimen y el castigo. Sus novelas evocan tristes y pequeños mundos lunares llenos de culpa obsesiva y de complicidad, de momentos de violencia banal, mientras que su interés se centra a menudo, como ella misma escribió, en  “mostrar el triunfo inequívoco del mal sobre el bien”. Highsmith es uno de los grandes valores atípicos de la ficción psicológica moderna, y nadie sabe muy bien dónde ubicarla, pero la opción más adecuada, ciertamente, no es en la biblioteca de una prisión.

Afortunadamente, y a pesar de todo, una copia de su obra «Deep Water» terminó en la biblioteca de un centro penitenciario, y la correspondencia de Highsmith con el preso generaría una de sus novelas más inusuales. Publicada por primera vez en 1964, «La celda de cristal» es un retrato crudo, sombrío y persuasivo de la vida diaria en la prisión, y de las consecuencias que se derivan para aquellos que se ven obligados a vivirla; un relato que no ha perdido nada de su fuerza perturbadora en el último medio siglo.

«La celda de cristal»  cuenta la historia de Philip Carter, un ingeniero de treinta años de edad, que cumple una pena de cárcel en el sur de Estados Unidos después de haber sido condenado injustamente por fraude. En la primera mitad del libro Carter es torturado, mutilado, adquiere el hábito de consumir morfina y es atormentado, tanto por las repetidas desestimaciones de sus apelaciones legales como por la idea de que su mujer puede estar teniendo una aventura con su abogado. «Obediente, Carter volvió los pulgares hacia arriba y entonces se dio cuenta, con horror, lo que Moony pretendía hacer. Moony le colocó las correas entre la primera y la segunda articulación de los dedos pulgares y se las ajustó con fuerza... Moony dio una patada al taburete, que fue a parar boca abajo a unos dos metros de Carter. Éste se balanceó. El primer dolor fue prolongado. La sangre fluyó a la punta de los pulgares.»

La segunda sección del libro, tiene lugar cuando Carter es puesto en libertad y se traslada a Nueva York. Drogodependiente, traumatizado y desconfiado, Carter es un hombre cambiado, y sus intentos de reconstruir su vida lo enredan profundamente en una maraña de celos, asesinato y un doble juego con su familia, sus antiguos torturadores y la policía. «El golpe dejó a Sullivan anonadado. En ese momento Carter se cegó, como se había cegado en la cárcel, después de encontrar muerto a Max... Entonces se  quedó parado un par de segundos, para recobrar el aliento, y luego le escupió y le dio una patada que falló.»

Aunque «La celda de cristal» se puede entender como una condena temible de los efectos del sistema penitenciario, al igual que todas las novelas de Highsmith, está menos preocupada por la fabricación del argumento que por el examen de los efectos corrosivos de la sospecha y la culpa. Highsmith leyó a edad temprana «Crimen y castigo» de Dostoievski; «Los falsificadores de moneda» de André Gide y «La mente humana» de Karl Augustus Menninger, lecturas que fueron fundamentales en su obra. A nadie se le ocurriría llamar a Dostoievski un autor de suspense sólo porque haya escrito «Crimen y castigo». Sin embargo, en su manual sobre el trazado y la escritura del suspense de ficción, Highsmith destacó que “la mayor parte de los libros de Dostoievski podrían ser publicados hoy como novelas de suspense”. ¿Fue casualidad, acaso, que ella comenzara su primer relato, «Extraños en un tren», después de leer la obra de Camus «El extranjero»? ¿No está, posiblemente, Bruno Anthony inspirado en el personaje del señor Meursault...? Pero esto, amigos míos, forma parte de otro tratado.

Sus novelas, las novelas de Highsmith, con sus misteriosas incongruencias, sus maridajes y atracciones extrañas y sus momentos de sofocada comedia, tienen un brillo sobrenatural que le es propio. Una frialdad emocional congénita inspiró numerosas imágenes de su ficción y dio vida a personajes que enardecieron la pasión de muchos lectores, despertando el ardor del hombre civilizado por conocer los lados ásperos de la existencia humana. Y así, un tema que se muestra recurrente en toda su obra son las dudas sobre sí misma. “Cada persona lleva dentro un mundo terrible plagado de demonios y de lo desconocido”, escribió en su diario Highsmith, diez años antes de que apareciera su primera novela. Muchos de sus personajes cuando llegan a un punto máximo de tensión son capaces de cometer un asesinato, «Cualquier persona es capaz de asesinar. Es puramente cuestión de circunstancias, sin que tenga nada que ver con el temperamento. La gente llega hasta un límite determinado... y solo hace falta algo, cualquier insignificancia, que les empuje a dar el salto. Cualquier persona. Su mismísima abuela, incluso. ¡Me consta!». Esta idea es recurrente en todo su trabajo, y la lucha para alinear esos polos interiores destruye a muchos de sus personajes. Otros, afortunadamente, como Carter en «La celda de cristal» o el caballero psicópata Tom Ripley, salen, sin embargo, fortalecidos.
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jueves, 4 de agosto de 2016

EL HOMBRE INVISIBLE DE SALEM. (Christoffer Carlsson)

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EL HOMBRE INVISIBLE DE SALEM (Den osynlige mannen fran Salem)
Christoffer Carlsson
TRADUCCIÓN: Carmen Montes Cano
ALIANZA EDITORIAL, S. A., 2016
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«El hombre invisible de Salem» es la tercera novela, de un un total de seis hasta la fecha, escrita por Christopher Carlsson, un joven novelista sueco nacido en 1986 en Halmstad. Carlsson hizo su debut con «Fallet Vicent Franke», publicada en 2010. Ésta, su tercera publicación, «El hombre invisible de Salem», fue galardonada con el premio de la Academia Sueca a la Mejor Novela de 2013.

En los últimos días de verano, una mujer joven aparece muerta de un disparo en un albergue para marginados y desfavorecidos. Las luces azules de los coches policiales aparcados ante la pensión despiertan, tres pisos más arriba, al desacreditado ex-oficial de Asuntos Internos Leo Junker. Junker ha sido suspendido de su trabajo, pero no es capaz de mantenerse alejado de él por mucho tiempo. Con artimañas, Leo consigue abrirse camino en la escena del crimen y analiza a la muerta, observando que sostiene un collar barato entre sus manos -un collar que, dicho sea de paso, Leo reconoce al instante-. Cuando el policía se embarca en una investigación sin escrúpulos para atrapar al asesino, una serie de conexiones aterradoras emergen, conexiones que unen el asesinato de la joven con el de otras  jóvenes con problemas en Salem. Salem es un suburbio obrero y marginal de Estocolmo, donde las drogas, el alcoholismo y la delincuencia son el pan de cada día y donde las tensiones sociales y raciales están en alza. Junker se ve obligado a enfrentarse a un incidente de su juventud que cambió su vida para siempre, buscando desesperadamente una figura de su pasado, que está empeñada en la venganza y envuelta en el misterio. Leo recorre callejuelas, callejones en sombra, y suburbios en descomposición, gobernados por el submundo del crimen de Estocolmo, a la búsqueda del asesino de la joven, al tiempo que la verdad sobre su pasado  sale a la luz.

«El hombre invisible de Salem» es el inicio de una trilogía protagonizada por Leo Junker y su amigo de adolescencia «Grim» -John Grimberg-, «uno a cada lado de la ley, con una línea que los separa más difusa que clara y más parecidos entre sí de lo que desean». «No hay tanta diferencia entre un criminal y alguien que no lo es –opina Carlsson-. Cualquiera de nosotros, sometidos a la suficiente presión, probablemente acabaría cometiendo un crimen».

Leo Junker es un personaje interesante. Ha logrado sobrevolar por encima de sus raíces humildes para seguir una carrera en la policía. Destinado a la división de Asuntos Internos, los problemas se le vienen encima cuando se le pide que espíe a los demás miembros del departamento. Usado como cabeza de turco en una operación chapucera y suspendido de servicio, cae en desgracia. Leo toma antidepresivos, bebe absenta y arrastra la pérdida en accidente del hijo nonato de su ahora ex; de niño fue acosado y a la vez acosador. A los 16 años se enamoró de la hermana de Grim, personaje este último que tras su paso por reformatorios juveniles salió peor de como entró. Sin embargo Leo conserva una determinación de acero para infiltrarse de nuevo en primera línea de esta investigación, particularmente por su conexión personal con el caso.

En ciertos aspectos, Leo no se ajusta al típico retrato del detective de ficción. Tiene una desesperante mala suerte en el amor y, en general, está aburrido de la vida. No hay una vitalidad real en él y pone muy poco de su parte para que nos solidaricemos con su persona. Leo es un personaje demasiado absorto en sí mismo. Cuando un ex-amante de su ex-amante se introduce en la investigación, Leo deviene en un ser necesitado, y ésto es algo en desacuerdo con la imagen que nos hemos construido de un detective a la antigua usanza. Leo Junker es más difícil de comprometer que muchos otros detectives de la novela negra escandinava.

El aspecto más consistente del libro es la representación de Salem. Carlsson pinta un cuadro muy vívido del entorno donde creció Leo, pero su descripción no acaba en una representación altamente visual del diseño del territorio, sino que recoge además todos los problemas sociales concomitantes al «descenso a los infiernos» de sus personajes. Con algunas imágenes de los años escolares de Junker y las alianzas que allí formó, Carlsson capta la voz de la juventud rebelde, y la importancia primordial que en las personas adquieren las acciones de los años de adolescencia. Particularmente, hay un evento muy importante en los primeros años de la vida de Junker que incide en el presente pero, en términos generales, las locuras y equivocaciones de su juventud están excepcionalmente bien representadas, sobre todo aquellas relacionadas con el asesino.

«El hombre invisible de Salem» es una lectura bastante satisfactoria. Con ella Carlsson rinde homenaje a sus escritores preferidos –Patricia Highsmith, Samuel Dashiell Hammett, Raymond Chandler, James M. Cain, Henning Mankell, Jo Nesbo, Jens Lapidus, Sjöwall y Wahlöö, Stieg Larsson...-. «La novela negra permite tratar todo lo que hace excitante la vida: el amor, la amistad, el engaño, las mentiras, el sexo..., y el crimen es la consecuencia terrible de esas necesidades humanas».  
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martes, 2 de agosto de 2016

LAS SECRETARIAS DE ERLE STANLEY GARDNER

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ERLE STANLEY GARDNER
FECHA DE NACIMIENTO: 17 de julio de 1889. Malden, Massachusetts, Estados Unidos
FECHA DE LA MUERTE: 11 de marzo de 1970. Temecula, California. Estados Unidos

http://lbconfidential.blogspot.com.es/2014/04/the-boys-of-black-mask-erle-stanley.html
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Cuando Erle Stanley Gardner, el famoso autor de novela negra americana, comenzó a publicar sus historias en las revistas pulp de los años veinte, utilizó sus propios dedos para escribir. Sin embargo, al darse cuenta que las metas autoimpuestas de 1.200.000 palabras al año eran improbables de conseguir de esta manera primitiva, se enfrentó a lo que finalmente se convirtió en un "equipo" de secretarias/mecanógrafas. 
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Las tres hermanas Walter, las secretarias de Erle Stanley Gardner con más años de servicio. De izquierda a derecha, Ruth "Honey" Moore, Peggy Downs y Jean Bethell, quien en 1968 se convirtió en la segunda esposa del escritor, tras la muerte de Natalie Frnces Talbert.
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Erle Stanley Gardner con su secretaria ejecutiva Jean Bethell, su segunda esposa a partir de 1968.
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Erle Stanley Gardner con su staff de secretarias, en 1958. De izquierda a derecha: Helene Seay, Honey Moore, Peggy Downs, E. S. Gardner, Jean Bethell y Millie Conarroe (sentada).
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A través de los años Gardner llegó a estar muy unido a Jean Bethel. En 1968, tras la muerte de su primera mujer -Natalie Frances Talbert-, Gardner tomó como esposa a su fiel secretaria, que por entonces contaba 66 años. A la muerte del escritor, en 1970, a los 80 años, Jean se convirtió en su ejecutora literaria y veinte años más tarde, cuando ella contaba 88 años, todavía administraba su finca -en Temecula (California)-, finca que incluía un enorme archivo. 
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