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VIEJOS AMORES Juan Madrid ALIANZA EDITORIAL |
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«Viejos amores» está inspirada en la vida
real de Juan Antonio Rodríguez Vega, «el Mataviejas», un santanderino psicópata
que tuvo en vilo a la sociedad española en los años ochenta. Vega acabó en un
año con la vida de dieciséis ancianas haciéndose pasar por fontanero. Comenzó su
carrera criminal agrediendo sexualmente a mujeres. Fue arrestado el 17 de
octubre de 1978 y condenado a 27 años de prisión. Recluido en el penal de
Ocaña, y gracias a su encanto, consiguió que todas sus víctimas menos una le
perdonaran, lo que según el Código Penal Español anterior a 1995 le eximía de
responsabilidad penal. Fue así que pasó sólo 8 años encerrado. Puesto en
libertad en 1986 fue abandonado por su mujer. Volvió a casarse con una
epiléptica. El 19 de mayo de 1988 fue arrestado en una calle de Cobo de la
Torres. Confesó todos sus crímenes, pero a la hora de declarar ante el juez
afirmó que todas sus víctimas habían muerto por «causas naturales». Es aquí, en
este punto, donde arranca la novela de Juan Madrid...
Ana Beltrán Cuevas, viuda de ochenta y dos
años, fue encontrada por su hija, alertada por una vecina, en ropa de calle,
descalza y boca arriba. Estaba sobre la cama con arañazos y erosiones en ambas
rodillas, la frente y el rostro. La autopsia demostró que Beltrán Cuevas fue
violada anal y vaginalmente, y luego estrangulada lo que le produjo la muerte
por edema pulmonar y asfixia. De su casa se echó en falta el televisor
portátil, dos relojes –el de ella y el de
su marido-, las dos alianzas, una cadenita con crucifijo y los
pendientes. José Fernando Ruíz Muñoz, de treinta y dos años, natural de
Santander, tiene abierta una causa criminal por la que se le acusa de haber
violado y dado muerte a dieciséis ancianas, quince de ellas domiciliadas en su
mismo barrio. A la cárcel acude con asiduidad un juez del juzgado instrucción
con el objetivo de interrogarle. Éste juez le concede un tiempo razonable para
que busque abogado, hecho que el «señor Ruíz» -para la causa de ahora en
adelante siempre será «el señor Ruíz»- se ha negado reiteradamente a llevar a
cabo.
Ruíz Muñoz nació en el seno de una familia
más bien pobre, gente obrera, que tuvieron siete hijos. A temprana edad fue
confiado a sus abuelos, -sus padres se negaron a tenerlo en casa por presunta
crueldad-, abuelos que ejercían de feriantes y que poseían una caseta de tiro
en la que además su abuela con una compañera se mostraban desnudas al público a
cambio de un estipendio. Mientras esto ocurría, su abuelo -«el Mono»-
permanecía fuera recogiendo el dinero. «Íbamos de feria en feria y muy pocas
veces repetíamos en el mismo pueblo. Viajábamos en la camioneta donde
cargábamos la caseta de tiro al blanco, las bombillas de colores, los regalos,
las escopetas y todo lo que teníamos.» Durante esa época Ruíz Muñoz se
alimentaba de la leche que le proporcionaba su abuela. «Yo siempre quería
tragar leche, mamarle los pechos a la una o a la otra. Yo era más bien pequeño
de estatura para mi edad, pero muy fuerte. Esa debe ser la razón por la que fui
un niño sano y después un muchacho y un hombre con salud de hierro. Dicen que
la leche de las mujeres es uno de los alimentos mejores y más saludables que
existen.»
Ruíz Muñoz nunca se declaró culpable de estos
asesinatos. «-¿Otra vez? ¿Cuántas veces tengo que decirle que yo no violo
vejestorios? A mí no me hace falta, he tenido mujeres muy guapas y jóvenes. No
necesito viejas.» En su desvarío de mente enferma Ruíz Muñoz pretende ser hijo
de un ricachón madrileño que tiempos atrás visitó a su madre en Villena con el
objeto de aprovechar sus artes de sanadora y obtener un alivio para sus ojos
enfermos. De aquella supuesta visita surgió tal engendro. Y hoy, con motivo, de
su acusación, Ruíz Muñoz pretende que este señor le costeé un abogado de pago.
Una vez en la cárcel «el Mataviejas» invita a
un periodista a que relate su biografía. Julio Bravo, acompañado de un
magnetofón y una cartera, en la que guarda un paquete de tabaco y una lata de
atún en aceite que le sirve de cenicero, acude cada dos días a la celda de Ruíz
Muñoz, donde le espera éste para explicarle con voz clara y precisa las
vicisitudes de su vida. Sobre la mesa, un viejo libro escolar, la Enciclopedia
de Grado Elemental, un cuaderno y un lápiz le sirven de testigos. Ruíz Muñoz
desgrana su vida con precisión de detalles. Sus años de infancia en una caseta
ferial de tiro al blanco en compañía de una abuela promiscua y un abuelo alcohólico
-«semihumano en realidad»-, que llegaba todas las noches borracho y la emprendía
a golpes con él. «-Éste es mi sitio mamón! ¿Qué haces con mi mujer? -¡Fuera de
aquí!». Y tras la muerte de la abuela –degollada por las planchas del techo de
la caseta de tiro tras una noche de tormenta-, su matrimonio a los 18 años con
Natividad Pardo. «Se llama Nati y me parece que sigue viviendo en Santander. La
dejó embarazada y se tuvo que casar con ella, por lo civil. Nadie de su familia
fue a la boda. Bueno me dijo Fernando que se fueron a vivir al piso de la madre
de ella, su suegra. El niño se llama Fernandito y debe de tener ahora sobre los
trece años.» Sus años en la Legión, en Melilla, y la relación con el capitán
Casado que terminó con su expulsión del cuerpo tras unos escarceos con la
prometida de aquél. Y por último la presencia del psiquiatra, del doctor Prada.
Ruíz Muñoz fue diagnosticado como psicópata.
Sus asesinatos eran premeditados. Identificaba a sus víctimas y las observaba
hasta adquirir familiaridad con cada aspecto de su rutina diaria.
Posteriormente se hacía pasar por fontanero, albañil o lo que se terciara y las
acompañaba a sus casas. De allí regresaba con una serie de trofeos de cada uno
de sus crímenes. Cuando fue arrestado la policía encontró en su casa una
habitación con objetos que iban desde televisores a rosarios, a flores de
plástico, osos de peluche y fotografías antiguas, todos ellos reconocidos como
propiedad de sus víctimas.
Su mujer ya había predicho que Ruíz Muñoz
acabaría mal. «Me pegaba mucho muy fuerte, por celos y porque decía que yo no
quería hacer uso del matrimonio con él... Se iba con mujeres y no me daba
dinero... Mi madre lo tuvo que echar de la casa, que era nuestra... Nunca ha
querido a su hijo. Ahora tiene doce años y nunca le ha escrito, ni una simple
llamada de teléfono, nada...La vida con él fue un infierno...»
«Parte de un albañil condenado por violar y
asesinar ancianas, y sobre ésto monté un texto muy complejo, con cuatro
narradores que a veces se niegan entre sí», señaló el autor en una entrevista a
Efe. «Viejos amores» es una historia de celos, incomprensión y juventud. Una
documento real como la vida misma, un relato de altura en la bibliografía de
Juan Madrid.
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