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lunes, 24 de abril de 2017

VIEJOS AMORES. (Juan Madrid)

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VIEJOS AMORES
Juan Madrid
ALIANZA EDITORIAL
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«Viejos amores» está inspirada en la vida real de Juan Antonio Rodríguez Vega, «el Mataviejas», un santanderino psicópata que tuvo en vilo a la sociedad española en los años ochenta. Vega acabó en un año con la vida de dieciséis ancianas haciéndose pasar por fontanero. Comenzó su carrera criminal agrediendo sexualmente a mujeres. Fue arrestado el 17 de octubre de 1978 y condenado a 27 años de prisión. Recluido en el penal de Ocaña, y gracias a su encanto, consiguió que todas sus víctimas menos una le perdonaran, lo que según el Código Penal Español anterior a 1995 le eximía de responsabilidad penal. Fue así que pasó sólo 8 años encerrado. Puesto en libertad en 1986 fue abandonado por su mujer. Volvió a casarse con una epiléptica. El 19 de mayo de 1988 fue arrestado en una calle de Cobo de la Torres. Confesó todos sus crímenes, pero a la hora de declarar ante el juez afirmó que todas sus víctimas habían muerto por «causas naturales». Es aquí, en este punto, donde arranca la novela de Juan Madrid...

Ana Beltrán Cuevas, viuda de ochenta y dos años, fue encontrada por su hija, alertada por una vecina, en ropa de calle, descalza y boca arriba. Estaba sobre la cama con arañazos y erosiones en ambas rodillas, la frente y el rostro. La autopsia demostró que Beltrán Cuevas fue violada anal y vaginalmente, y luego estrangulada lo que le produjo la muerte por edema pulmonar y asfixia. De su casa se echó en falta el televisor portátil, dos relojes –el de ella y el de  su marido-, las dos alianzas, una cadenita con crucifijo y los pendientes. José Fernando Ruíz Muñoz, de treinta y dos años, natural de Santander, tiene abierta una causa criminal por la que se le acusa de haber violado y dado muerte a dieciséis ancianas, quince de ellas domiciliadas en su mismo barrio. A la cárcel acude con asiduidad un juez del juzgado instrucción con el objetivo de interrogarle. Éste juez le concede un tiempo razonable para que busque abogado, hecho que el «señor Ruíz» -para la causa de ahora en adelante siempre será «el señor Ruíz»- se ha negado reiteradamente a llevar a cabo.

Ruíz Muñoz nació en el seno de una familia más bien pobre, gente obrera, que tuvieron siete hijos. A temprana edad fue confiado a sus abuelos, -sus padres se negaron a tenerlo en casa por presunta crueldad-, abuelos que ejercían de feriantes y que poseían una caseta de tiro en la que además su abuela con una compañera se mostraban desnudas al público a cambio de un estipendio. Mientras esto ocurría, su abuelo -«el Mono»- permanecía fuera recogiendo el dinero. «Íbamos de feria en feria y muy pocas veces repetíamos en el mismo pueblo. Viajábamos en la camioneta donde cargábamos la caseta de tiro al blanco, las bombillas de colores, los regalos, las escopetas y todo lo que teníamos.» Durante esa época Ruíz Muñoz se alimentaba de la leche que le proporcionaba su abuela. «Yo siempre quería tragar leche, mamarle los pechos a la una o a la otra. Yo era más bien pequeño de estatura para mi edad, pero muy fuerte. Esa debe ser la razón por la que fui un niño sano y después un muchacho y un hombre con salud de hierro. Dicen que la leche de las mujeres es uno de los alimentos mejores y más saludables que existen.»

Ruíz Muñoz nunca se declaró culpable de estos asesinatos. «-¿Otra vez? ¿Cuántas veces tengo que decirle que yo no violo vejestorios? A mí no me hace falta, he tenido mujeres muy guapas y jóvenes. No necesito viejas.» En su desvarío de mente enferma Ruíz Muñoz pretende ser hijo de un ricachón madrileño que tiempos atrás visitó a su madre en Villena con el objeto de aprovechar sus artes de sanadora y obtener un alivio para sus ojos enfermos. De aquella supuesta visita surgió tal engendro. Y hoy, con motivo, de su acusación, Ruíz Muñoz pretende que este señor le costeé un abogado de pago.

Una vez en la cárcel «el Mataviejas» invita a un periodista a que relate su biografía. Julio Bravo, acompañado de un magnetofón y una cartera, en la que guarda un paquete de tabaco y una lata de atún en aceite que le sirve de cenicero, acude cada dos días a la celda de Ruíz Muñoz, donde le espera éste para explicarle con voz clara y precisa las vicisitudes de su vida. Sobre la mesa, un viejo libro escolar, la Enciclopedia de Grado Elemental, un cuaderno y un lápiz le sirven de testigos. Ruíz Muñoz desgrana su vida con precisión de detalles. Sus años de infancia en una caseta ferial de tiro al blanco en compañía de una abuela promiscua y un abuelo alcohólico -«semihumano en realidad»-, que llegaba todas las noches borracho y la emprendía a golpes con él. «-Éste es mi sitio mamón! ¿Qué haces con mi mujer? -¡Fuera de aquí!». Y tras la muerte de la abuela –degollada por las planchas del techo de la caseta de tiro tras una noche de tormenta-, su matrimonio a los 18 años con Natividad Pardo. «Se llama Nati y me parece que sigue viviendo en Santander. La dejó embarazada y se tuvo que casar con ella, por lo civil. Nadie de su familia fue a la boda. Bueno me dijo Fernando que se fueron a vivir al piso de la madre de ella, su suegra. El niño se llama Fernandito y debe de tener ahora sobre los trece años.» Sus años en la Legión, en Melilla, y la relación con el capitán Casado que terminó con su expulsión del cuerpo tras unos escarceos con la prometida de aquél. Y por último la presencia del psiquiatra, del doctor Prada.

Ruíz Muñoz fue diagnosticado como psicópata. Sus asesinatos eran premeditados. Identificaba a sus víctimas y las observaba hasta adquirir familiaridad con cada aspecto de su rutina diaria. Posteriormente se hacía pasar por fontanero, albañil o lo que se terciara y las acompañaba a sus casas. De allí regresaba con una serie de trofeos de cada uno de sus crímenes. Cuando fue arrestado la policía encontró en su casa una habitación con objetos que iban desde televisores a rosarios, a flores de plástico, osos de peluche y fotografías antiguas, todos ellos reconocidos como propiedad de sus víctimas.

Su mujer ya había predicho que Ruíz Muñoz acabaría mal. «Me pegaba mucho muy fuerte, por celos y porque decía que yo no quería hacer uso del matrimonio con él... Se iba con mujeres y no me daba dinero... Mi madre lo tuvo que echar de la casa, que era nuestra... Nunca ha querido a su hijo. Ahora tiene doce años y nunca le ha escrito, ni una simple llamada de teléfono, nada...La vida con él fue un infierno...»

«Parte de un albañil condenado por violar y asesinar ancianas, y sobre ésto monté un texto muy complejo, con cuatro narradores que a veces se niegan entre sí», señaló el autor en una entrevista a Efe. «Viejos amores» es una historia de celos, incomprensión y juventud. Una documento real como la vida misma, un relato de altura en la bibliografía de Juan Madrid.
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