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jueves, 3 de agosto de 2023

DAVID GOODIS. MANUAL PARA PERDEDORES

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El hecho de que David Goodis no fuera un hombre muy sociable pudo deberse, en parte, al tipo de colectivos sobre los que escribió. Sus personajes tendían a vivir en el lado equivocado de la calle, a frecuentar barrios marginales y a ejercer oficios como el robo, si es que a esto se le puede llamar oficio. La sequedad de las novelas de Goodis proporcionó a los principales editores de la época una excusa para relegarlas, en su mayoría, a ediciones pulp, y su ficción casi había pasado al olvido cuando la Biblioteca de América se acordó de él en 1997. Ese año publicó una antología de novelas que habían servido de base al cine negro y en ellas se incluyó “Down There”, traducida al español como “Disparen sobre el pianista”, publicada en 1956, y que sirvió de base a la película de Francois Truffaut. Del mismo modo, la Biblioteca catalogó como “noir” otras cinco novelas de Goodis: “La luna en el arroyo”, “Dark Passage”, conocida aquí como “La senda tenebrosa”, “Calle sin retorno”, “El anochecer” y “The Burglar”. El rasgo distintivo de todas ellas era el convencimiento de que los humanos están seriamente dañados, incluso atrapados por su herencia y el medio que les rodea.

Nacido en 1917 en el seno de una familia judía, Goodis creció en un barrio de clase media de Filadelfia y se graduó en la Universidad de Temple, donde se especializó en periodismo. A pesar de su educación, una combinación de etnicidad y temperamento le permitió simpatizar con los trabajadores pobres, los injustamente acusados, los fugitivos y los criminales. El extravagantemente prolífico Goodis comenzó tecleando para publicaciones pulp, de las que cobraba por palabras, cada vez con un seudónimo distinto para no dejar rastro de su propio fracaso. Entretanto, tuvo su momento de gloria, incluida la publicación en tapa dura y la venta de derechos al cine. Después de que su novela de 1946 “Dark Passage” fuera comprada por la Warner Bross y llevada al celuloide con Humphrey Bogart en el papel de protagonista, Goodis se mudó a Hollywood, donde llegó a ganar semanalmente con sus guiones 2.000 dólares de la época. Fiestas glamurosas de las que quedaron algunas fotos con smoking, un casamiento tormentoso y el contrato con la Warner que nunca fue renovado, fue su cosecha de esa época. Esa misma novela, “Dark Passage” acusó Goodis, fue la base no reconocida del drama televisivo de la década de los 60, “El Fugitivo”, lo que le llevó a demandar a United Artist por daños y perjuicios. La demanda terminó en un acuerdo, pero para cuando este se confirmó ya Goodis había muerto de un derrame cerebral a los 49 años.

Regresar a su casa fue un fracaso del que nunca se recuperó, fue un fracaso que impregnaría sus novelas, publicadas llenas de erratas, sin ningún cuidado editorial, en papel barato. En ellas su propio fantasma se le asomó al espejo. Ciudades gélidas, personajes perdidos, que huyen a ninguna parte, sin deseos ni esperanzas. Goodis sabía tanto sobre desesperación y tristeza que su vida adquirió las connotaciones más negativas de sus personajes, convirtiéndose en un espectro que cada vez naufragaba más en arrecifes que no tuvieron la más mínima piedad de un genio demasiado olvidado.

En “Disparen sobre el pianista”, Eddie Webster Lynn, aferrado a su viejo piano, malvive tocando en un tugurio de mala muerte de Filadelfia. Tras de sí ha dejado una prometedora carrera como concertista, una preciosa esposa y una vida llena de proyectos e ilusiones. Los sucios callejones de la ciudad le han convertido en un ser vacío, mientras aún intenta huir de algo que truncó una existencia que jamás volverá.

Goodis es un novelista de una intensidad casi hipnótica que, a veces, puede llegar a ser divertido. En “La luna en el arroyo” de 1953, un matón con boca, algo no muy común, mantiene a raya a su volátil hijastra lanzando amenazas del calibre de “Habla de nuevo y te abofetearé tan fuerte que atravesarás la pared”. “La luna en el arroyo” pone al descubierto la tensión naturalista que acompaña la ficción de Goodis. El protagonista, William Kerrigan, de origen humilde, se resiste a lo que apunta a ser una apasionante historia de amor porque cree que una brecha demasiado grande lo separa de Loretta, una belleza de clase media que lo adora. Kerrigan se siente como si estuviera sentenciado a una vida de perspectivas limitadas, algo que tiene muchas trazas de ser verdad excepto porque el autor de este juicio de valor es el propio Kerrigan. Tan complejo es el retrato que hace Goodis del personaje, que al lector le cuesta decidir si la inclinación de Kerrigan al despreciar a Loretta refleja en verdad sabiduría o masoquismo.

En “Dark Passage” o “La senda tenebrosa”, como ustedes prefieran, Vincent Parry, un convicto injustamente acusado de asesinar a su esposa, escapa de prisión y es acogido por Irene Jansen, una rica socialité interesada en su caso, que se empeña en limpiar su nombre. Con la ayuda de un taxista, Parry consigue los servicios de un cirujano plástico y cambia de cara, lo que le permite esquivar a las autoridades y encontrar al verdadero asesino de su esposa.

Estas novelas de Goodis se encuentran en el extremo opuesto del espectro del subgénero de misterio acogedor. Sin embargo, la violencia a la que Goodis somete a sus personajes nunca es gratuita. En la historia más dolorosa de todas, “Calle sin retorno”, un famoso cantante pierde su medio de vida, su voz dorada, a manos de un par de matones que lo engañan a instancias del marido de la cantante con quien mantiene una aventura. Está en manos de la víctima detener la paliza, todo lo que tiene que hacer es prometer que nunca volverá a ver a su enamorada, pero, se niega a mentir. Su nombre es Whitey. Es tal el repaso que recibe que su cabello se vuelve blanco de la noche a la mañana. Whitey es un héroe prototípico del noir: un hombre que mantiene su integridad frente a personas para quienes la palabra no significa nada y paga un precio terrible por ello.

Un lustro después de su muerte las novelas de Goodis serían traducidas en Francia, captando la atención de Camus, Boris Vian y Sartre. En el 60, Francois Truffauf rodaría “Disparen sobre el pianista” y, en el 89, Samuel Fuller haría lo propio con “Calle sin retorno”. Demasiado tarde. Como el mismo Goodis escribiera en una de sus páginas “Hay personas que estén donde estén, y hagan lo que hagan, llevan consigo la mala suerte”. 

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